Hola Emeterio,
Vivo en una casa
que yo mismo construí con mis propias manos cuando salí del penal. Había
heredado una parcela de terreno al pie de la sierra, y no se me ocurrió otra
cosa mejor que hacer. Yo soy un hombre de ciudad, para que vamos a engañarnos,
pero me convenía quitarme de en medio una temporada, y después de todo Zamora
no queda tan lejos. Y con esto no quiero afirmar que Zamora sea exactamente una
ciudad, pero lo intenta. Después de unos meses llegué a construir una casa de
una planta como buenamente pude, con la supervisión de un tipo del ayuntamiento
sin cuyo permiso al parecer no podría haberlo hecho. Es de lo más sencillo que
uno se pueda imaginar, teniendo en cuenta que no tengo ni idea de albañilería,
pero afortunadamente me echó una mano alguien de por allí que tampoco sabía
demasiado, pero con quien pude al fin levantarla con la ayuda de una plomada y
un nivel de burbuja. En la planta baja está el salón, mi habitación, la cocina
y el cuarto de baño, y la alta, una buhardilla de buenas dimensiones y un
cuarto diminuto que yo llamo “el de la plancha” en recuerdo a uno parecido que
había en casa de mis padres cuando yo era un crío. Paso gran parte del día en
la planta de abajo, que es donde tengo instalada la televisión, delante de la
cual me paso las horas muertas. A mi modo de ver, a pesar de lo que dicen, es
muy instructiva y se pueden aprender muchas cosas, además si debo ser sincero,
a mi lo de leer y oír música no se me da bien y se me hace muy pesado. Cuando
me aburro salgo afuera y me doy paseos por los alrededores, a veces subo la
cuesta hacia la montaña que es endemoniadamente empinada, y en otras ocasiones
me meto en la maleza que hay en dirección a la carretera, y con frecuencia me
siento entre los juncos e imagino que esto en una selva de Birmania o algo
parecido. No me hagas mucho caso. Te parecerá una majadería y una pérdida de
tiempo con la cantidad de cosas que se pueden hacer en esta vida, pero créeme
si te digo que me resulta muy relajante, y no hecho nada de menos el ajetreo de
la ciudad, aunque por lo que te dije al principio pudiera parecerte lo
contrario. Debe ser que estoy cambiando. Otra cosa de la que me acuerdo con
cierta nostalgia es de la cárcel, aunque te parezca mentira, al cabo de los
años me había acostumbrado, y además formábamos un grupo de reclusos muy bien
avenidos, que nos lo pasábamos en grande en el patio charlando de nuestras
cosas, y en un apartado que nos dejaban los vigilantes para que echáramos la
partida. Menudas timbas se organizaban. Claro que a pesar de esa nostalgia,
tampoco es cuestión de que me acerque al pueblo y haga cualquier salvajada para
que me vuelvan a ingresar. Además es posible que me mandaran a otro lugar y no
sería lo mismo. Finalmente, cuando ya me harto del cañaveral y de los sapos que
abundan por allí, me vuelvo a casa y veo un poco más la tele o pongo la radio
que esa sí que no me incomoda. Poco antes de acostarme subo al primer piso,
quiero decir al único piso, y me recojo un rato en el cuarto de la plancha.
Allí tengo una especie de jergón de paja y me paso un buen rato mirando al
techo, que aunque no lo creas, tiene su intríngulis. Ya te explicaré. Ayer, sin
ir más lejos pude ver paseándose tranquilamente a una araña gorda y peluda que
para mí que era una tarántula de esas. Otros días, en lugar de meterme en ese
cuarto (la verdad es que a veces me deprime), entro en la buhardilla y evoco
los felices días de mi infancia en los que me peleaba con mis hermanos en casa
de mis padres, que en paz descansen. Me gustan las telarañas y los pavos, y no
sé por qué te digo esto. Ya sé que no tienen nada que ver, pero no se me ocurre
nada mejor para despedirme, Emeterio. Las cosas de la vida, ya sabes.
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