Sé que soy objeto de
estudio en numerosos foros internacionales, y que en no pocos patios de vecinos
mi nombre se repite con insistencia. En ambos casos se debate la idoneidad o no
de mi repentina fama, y son mayoría también en ambos, las opiniones negativas,
comentándose lo inapropiado de la misma. En los primeros son principalmente
intelectuales de toda laya los que se enzarzan en interminables debates sobre
de mi presencia en el mundo de la cultura, pero son especialmente los físicos y
los bioquímicos quienes parecen más interesados, dando un sesgo científico al
debate, al que en algunas ocasiones se suman también los matemáticos. Los
comentarios en las azoteas de las Comunidades y los patios de vecinos, derivan
normalmente en agrias discusiones, de las que no están ausentes a mi parecer un
raro instinto, mezcla de envidia y revancha, al saber que aquel que ahora se
halla en la cúspide de la fama, procede de unos pisos baratos de barriada, salido
de una modesta familia de aparceros.
A pesar de lo dicho más
arriba, soy con frecuencia llamado a congresos y mesas redondas donde debo
explicar, o al menos dar mi opinión, sobre el fenómeno que sin querer he
provocado. Lo suelo hacer con voz templada, no dejando en ningún momento que mi
fenomenal ego salga a relucir, y origine lo que podría acabar en un
linchamiento. En las reuniones a nivel universitario, trato de hablar con
moderación y haciendo referencia a leyes y normas, que a decir verdad, desconozco
en absoluto, y no solo eso, sino que ni siquiera existen, lo que suele causar en
la audiencia voces dubitativas, ignorantes lógicamente de lo que estoy
hablando, pero incapaces a su vez de rebatirme por un pudor trufado de
vergüenza profesional. En los debates de tipo científico, por el contrario, y por
difícil que resulte creerlo, asombro a la concurrencia con todo tipo de formulaciones,
que salen de mi propio magín de forma espontánea, y ante las cuales de acuerdo
con algunos eruditos, la propia teoría de la Relatividad palidece. Sin embargo,
son las charlas en las comunidades de vecinos y en ciertos auditorios de
barrio, donde puedo explayarme a mis anchas, haciendo uso no solo de mis
conocimientos técnicos, sino de un lenguaje muy adecuado para aquellos lugares,
que para mi fuero interno no dejo de reconocer como pura verborrea. Los
vecinos, sin embargo, suelen quedar muy satisfechos, aunque no hayan entendido
nada, pero entusiasmados con mi empleo de frases vulgares e incluso malsonantes,
propias de un lenguaraz, que les reconcilia con sus más bajos instintos, y
hacen que me perdonen mi éxito mundo adelante. En ciertas ocasiones soy incluso
invitado a clubes deportivos e institutos de enseñanza secundaria, donde no
hablo en absoluto, limitándome a una exhibición de mis capacidades atléticas,
que con frecuencia hacen que me saquen a hombros, como si se tratara de un torero
famoso en una tarde de gloria. De este gremio también he recibido alguna
petición, pero me lo estoy pensando y preparándome con detalle para, como
mínimo, tener una actuación decorosa, pues debo reconocer que el arte de
Cúchares nunca fue mi fuerte, e incluso que los toros siempre me han provocado
cierto pánico, sobre todos sueltos en las dehesas y en la mitología griega.
Como descarga y a modo de
disculpa debo confesar que yo mismo soy el primer sorprendido por un éxito que
me llegó en cierto programa de televisión, en el que no abrí la boca, pero que
al parecer causó una gran impresión en los telespectadores por causas que aún
me son desconocidas. Busco por lo tanto, mediante esta carta echada al mar en
una botella, a alguien que me aclare la situación, pues tanto éxito desborda mi
capacidad intelectiva, y cada vez más, me considero un náufrago en una isla
desconocida.
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