Me ha dicho que debería intentarlo, que aunque yo le diga que no estoy dotado. Todo en mí le dice que soy una persona nacida para la poesía, que no crea que la inspiración llega de repente, que esos son mitos y que la realidad es que la buena literatura es fruto de la dedicación, de ponerse día a día frente a la hoja en blanco, o como mínimo de buscar las situaciones que hacen que de repente todo se ilumine, y las palabras bellas surjan como atraídas por un encantamiento. Dice que lo sabe, aunque ella misma sea incapaz de componer nada, pero que yo soy un caso totalmente diferente, y que , desde que me vio, lo supo. Es más, hasta se sorprendió cuando le dije que era matemático, y que en realidad lo que a mi se me da bien era la abstracción, y no las palabras o las humanidades. Pero insiste y dice que ella “sabe”, que es muy intuitiva y tiene un sexto sentido que casi nunca la engaña, a pesar de experiencias en contra que reconoce haber tenido. Se queda mirándome fijamente, y me asegura que tengo facciones de poeta, no desde luego, afirma, de poeta maldito como los simbolistas franceses Rimbaud, Verlaine y compañía, sino de los diáfanos, claros, luminosos. Y después de pensárselo un momento añade,”como Guillén o Aleixandre, por ejemplo…”. Me
Pero, francamente
yo de poesía no tengo ni idea, y solo recuerdo vagamente a algunos poetas del
Bachillerato, y el primero, y casi único, que me viene a la mente es Antonio
Machado. ”Inténtalo”, insiste, y me ha
dado una serie de libros algunos de ellos que aunque me suenan, no me dicen
nada: Vallejo, Cernuda, Kavafis, Rilke…y
un montón más. El asunto ha llegado a un
punto en el que ya temo contradecirla, pues por nada del mundo quiero que se lo
tome a mal o lo considere como un feo que le hago. Me dice que mi forma de hablar, mis facciones
y mis ojos tan soñadores no pueden engañarla, que aunque ella no cree que el
rostro es el reflejo del alma, cree que, en mi caso es exacto, y al preguntarle
por qué cree ella que me he dedicado a las Matemáticas y soy doctor en Ciencias
Exactas, me dice que en su opinión una cosa no está reñida con la otra, y me
pone el ejemplo de uno de los mejores escritores españoles de la segunda mitad
del siglo pasado que era ingeniero, y se llamaba Juan Benet.
No me da
opciones, y empiezo a temer que como
siga insistiendo en mi incapacidad, va a tomar medidas drásticas, de las cuáles
ya me ha advertido sutilmente, con frases y expresiones que deja caer, y de las
que en general solo entiendo la primera parte:
”tú sabrás lo que haces…”,”yo ya te he dicho lo que a mí me gustaría…”, etc. Me he puesto, por lo tanto a leer alguno de
los libros que me ha dejado, casi todos en edición bilingüe, pues como sabe que
hablo varios idiomas, a lo mejor me convendría leerlos en versión original. A
decir verdad, hay uno que me gusta porque , de alguna manera, le siento
melancólico y un tanto triste, como yo me considero a mí mismo, se trata de un
griego, Konstantin Kavafis, del que me han gustado mucho “El viejo” y “El muro”,
aunque luego creo que era homosexual y gran parte de su poesía está dedicada a
jovencitos y no me inspira nada, pero en fín, cada cual con lo suyo, me parece
bien. A pesar de todo lo anterior, la
inspiración no me llega, por lo que he decidido buscarla desplazándome a
lugares que ella me ha sugerido, por ejemplo al anochecer en la cima de una
pequeña elevación cerca de mi casa, desde donde está segura que debe haber unas
vistas preciosas. Me dice que debo
empezar por lo simple, lo romántico, incluso lo naïf, y que después, lo demás
será coser y cantar.
De todas maneras a veces escruto su rostro con
detenimiento cuando ella no se da cuenta, buscando signos de que o bien me toma
el pelo o no está totalmente en sus cabales, pero la verdad es que no los
percibo, y es más me parece que tiene un perfil bellísimo, al que me encantaría hacer unos versos para
demostrarle lo auténtico de mi amor, a
pesar de que sea incapaz de hilvanar la rima más simple. Se lo digo y me responde
que me obceco creyendo que la poesía es sólo una cuestión musical o de formas, que
eso era algo del pasado, y que hoy se valora mucho más la evocación y la
sugerencia que la rigidez de las maneras, el amaneramiento y el encorsetamiento
de épocas precedentes, y me pone ejemplos que me son absolutamente desconocidos. Entre ellos, por cierto, el de su exmarido, cosa
que me irrita, pero sobre todo me inquieta, y que además no entiendo, pues se
paso buena parte de los primeros tiempos en que empezamos a salir, hablándome
de él. Era escritor y poeta
prácticamente profesional, que vivía de lo que publicaba, pero que según ella
era lo más parecido a un monstruo, alguien horrible, que ocultaba bajo toda la
parafernalia de la lírica, el alma de un ser ruin y despreciable, solo
interesado en ganar dinero, y para quien la poesía no significaba nada, pero
que estaba dotado, eso lo reconocía, con una enorme facilidad expresiva y una
fantasía desbordante, que le permitía escribir con una facilidad asombrosa, aunque
de hecho, lo que escribiese le trajera realmente sin cuidado. ”Pero yo sé que tu no eres como él, eres un
ser mucho más simple, pero dotado en la misma medida que ese desgraciado, aunque
no lo sepas todavía”. Me encontraba de
esta manera inmerso en un dilema del que no sabía como salir, pues era evidente
que su necesidad de que yo fuera poeta, no era un simple antojo sino una
imposición que no dejaba lugar a retiradas.
Así que decidí
subir a la colina cerca de casa al atardecer los días que no nos veíamos, aprovechando los
instantes en los que el sol no tardaría en ocultarse, y que yo imaginaba que
serían los adecuados para intentar inspirarme. Y si soy sincero, el espectáculo
desde allí arriba era magnífico, o mejor dicho “precioso”, aunque me de un poco
de risa emplear esa palabra un tanto cursi que ella empleaba con tanta
frecuencia. El sol ocultándose, y su luz
escarlata emergiendo detrás de las nubes me parecía un espectáculo digo de
contemplarse y que yo recomendaría a cualquiera, pero de ahí a componer unos versos que lo describieran
bellamente va todo un abismo. Tengo una
mentalidad estrictamente práctica y descriptiva, un tanto como los folletos
técnicos de los electrodomésticos. Soy
sincero, pero viéndome en una situación casi límite, me arriesgué a componer
algo que esperaba que ella pudiera valorar de alguna manera, incluso
inventándose una nueva denominación, que llegué yo mismo a titular como “nueva
poesía estrictamente descriptiva”. Mi
composición era la siguiente:
Desde lo alto,
en la hondonada, cerca de casa, pasa el tren,
y deja una vaga impresión de un humo inexistente,
y de raíles abandonados, que va inventando
según pasa.
El sol persiste en su caída, aunque sea falsa
y es la Tierra
la que rota y se despide.
Mañana volverá, aunque
sería inútil mi presencia aquí,
pues saldrá del otro lado: me queda sin
embargo su mirada”.
Al día siguiente
se lo dí, y le expliqué que “su mirada” se refería a la de ella, y no a la del
sol, porque no lo tenía del todo claro. Me
felicitó, y me dio ánimos, diciéndome que era un buen principio, que ella no se
equivoca prácticamente nunca. Claro que
pronto me di cuenta que la mía fue una de sus equivocaciones, pues a partir del
día siguiente no volvió a coger el teléfono, y su portero me ha dicho que ha
cambiado de domicilio. Y no sabe dónde.
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