viernes, 17 de junio de 2016

POESÍA


Me ha dicho que debería intentarlo, que aunque yo le diga que no estoy dotado. Todo en mí le dice que soy una persona nacida para la poesía, que no crea que la inspiración llega de repente, que esos son mitos y que la realidad es que la buena literatura es fruto de la dedicación,  de ponerse día a día frente a la hoja en blanco, o como mínimo de buscar las situaciones que hacen que de repente todo se ilumine, y las palabras bellas surjan como atraídas por un encantamiento.  Dice que  lo sabe, aunque ella misma sea incapaz de componer nada, pero que yo soy un caso totalmente diferente, y que , desde que me vio, lo supo. Es más,  hasta se sorprendió cuando le dije que era matemático,  y que en realidad lo que a mi se me da bien era la abstracción, y no las palabras o las humanidades.  Pero insiste y dice que ella “sabe”, que es muy intuitiva y tiene un sexto sentido que casi nunca la engaña, a pesar de experiencias en contra que reconoce haber  tenido.  Se queda mirándome fijamente, y me asegura que tengo facciones de poeta, no desde luego, afirma, de poeta maldito como los simbolistas franceses Rimbaud, Verlaine y compañía, sino de los diáfanos, claros, luminosos. Y después de pensárselo un momento añade,”como Guillén o Aleixandre, por ejemplo…”. Me
Pero, francamente yo de poesía no tengo ni idea, y solo recuerdo vagamente a algunos poetas del Bachillerato, y el primero, y casi único, que me viene a la mente es Antonio Machado.  ”Inténtalo”, insiste, y me ha dado una serie de libros algunos de ellos que aunque me suenan, no me dicen nada:   Vallejo, Cernuda, Kavafis, Rilke…y un montón más.  El asunto ha llegado a un punto en el que ya temo contradecirla, pues por nada del mundo quiero que se lo tome a mal o lo considere como un feo que le hago.  Me dice que mi forma de hablar, mis facciones y mis ojos tan soñadores no pueden engañarla, que aunque ella no cree que el rostro es el reflejo del alma, cree que, en mi caso es exacto, y al preguntarle por qué cree ella que me he dedicado a las Matemáticas y soy doctor en Ciencias Exactas, me dice que en su opinión una cosa no está reñida con la otra, y me pone el ejemplo de uno de los mejores escritores españoles de la segunda mitad del siglo pasado que era ingeniero, y se llamaba Juan Benet. 
No me da opciones,  y empiezo a temer que como siga insistiendo en mi incapacidad, va a tomar medidas drásticas, de las cuáles ya me ha advertido sutilmente, con frases y expresiones que deja caer, y de las que en general solo entiendo la primera parte:   ”tú sabrás lo que haces…”,”yo ya te he dicho lo que a mí me gustaría…”, etc.  Me he puesto, por lo tanto a leer alguno de los libros que me ha dejado, casi todos en edición bilingüe, pues como sabe que hablo varios idiomas, a lo mejor me convendría leerlos en versión original. A decir verdad, hay uno que me gusta porque , de alguna manera, le siento melancólico y un tanto triste, como yo me considero a mí mismo, se trata de un griego, Konstantin Kavafis, del que me han gustado mucho “El viejo” y “El muro”, aunque luego creo que era homosexual y gran parte de su poesía está dedicada a jovencitos y no me inspira nada, pero en fín, cada cual con lo suyo, me parece bien.  A pesar de todo lo anterior, la inspiración no me llega, por lo que he decidido buscarla desplazándome a lugares que ella me ha sugerido, por ejemplo al anochecer en la cima de una pequeña elevación cerca de mi casa, desde donde está segura que debe haber unas vistas preciosas.  Me dice que debo empezar por lo simple, lo romántico, incluso lo naïf, y que después, lo demás será coser y cantar. 
De  todas maneras a veces escruto su rostro con detenimiento cuando ella no se da cuenta, buscando signos de que o bien me toma el pelo o no está totalmente en sus cabales, pero la verdad es que no los percibo, y es más me parece que tiene un perfil bellísimo,  al que me encantaría hacer unos versos para demostrarle lo auténtico de mi amor,  a pesar de que sea incapaz de hilvanar la rima más simple. Se lo digo y me responde que me obceco creyendo que la poesía es sólo una cuestión musical o de formas, que eso era algo del pasado, y que hoy se valora mucho más la evocación y la sugerencia que la rigidez de las maneras, el amaneramiento y el encorsetamiento de épocas precedentes, y me pone ejemplos que me son absolutamente desconocidos.  Entre ellos, por cierto, el de su exmarido, cosa que me irrita, pero sobre todo me inquieta, y que además no entiendo, pues se paso buena parte de los primeros tiempos en que empezamos a salir, hablándome de él.  Era escritor y poeta prácticamente profesional, que vivía de lo que publicaba, pero que según ella era lo más parecido a un monstruo, alguien horrible, que ocultaba bajo toda la parafernalia de la lírica, el alma de un ser ruin y despreciable, solo interesado en ganar dinero, y para quien la poesía no significaba nada, pero que estaba dotado, eso lo reconocía, con una enorme facilidad expresiva y una fantasía desbordante, que le permitía escribir con una facilidad asombrosa, aunque de hecho, lo que escribiese le trajera realmente sin cuidado.  ”Pero yo sé que tu no eres como él, eres un ser mucho más simple, pero dotado en la misma medida que ese desgraciado, aunque no lo sepas todavía”.  Me encontraba de esta manera inmerso en un dilema del que no sabía como salir, pues era evidente que su necesidad de que yo fuera poeta, no era un simple antojo sino una imposición que no dejaba lugar a retiradas. 
Así que decidí subir a la colina cerca de casa al atardecer los días  que no nos veíamos, aprovechando los instantes en los que el sol no tardaría en ocultarse, y que yo imaginaba que serían los adecuados para intentar inspirarme. Y si soy sincero, el espectáculo desde allí arriba era magnífico, o mejor dicho “precioso”, aunque me de un poco de risa emplear esa palabra un tanto cursi que ella empleaba con tanta frecuencia.  El sol ocultándose, y su luz escarlata emergiendo detrás de las nubes me parecía un espectáculo digo de contemplarse y que yo recomendaría a cualquiera, pero de ahí a  componer unos versos que lo describieran bellamente va todo un abismo.  Tengo una mentalidad estrictamente práctica y descriptiva, un tanto como los folletos técnicos de los electrodomésticos.  Soy sincero, pero viéndome en una situación casi límite, me arriesgué a componer algo que esperaba que ella pudiera valorar de alguna manera, incluso inventándose una nueva denominación, que llegué yo mismo a titular como “nueva poesía estrictamente descriptiva”.  Mi composición era la siguiente:  
                                 
Desde lo alto, en la hondonada, cerca de casa, pasa el tren,
y deja  una vaga impresión de un humo inexistente,
y de raíles abandonados, que va inventando según pasa. 
El sol persiste en su caída, aunque sea falsa y es la Tierra
la que rota y se despide. 
Mañana volverá, aunque sería inútil mi presencia aquí,
pues saldrá del otro lado: me queda sin embargo su mirada”.

                 

Al día siguiente se lo dí, y le expliqué que “su mirada” se refería a la de ella, y no a la del sol, porque no lo tenía del todo claro.  Me felicitó, y me dio ánimos, diciéndome que era un buen principio, que ella no se equivoca prácticamente nunca.  Claro que pronto me di cuenta que la mía fue una de sus equivocaciones, pues a partir del día siguiente no volvió a coger el teléfono, y su portero me ha dicho que ha cambiado de domicilio.  Y no sabe dónde. 

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