“Ualalulú,ualalulá”,dijo
el gigantón yacente, al tiempo que estirando el brazo derecho señalaba al cielo
y poco después a su boca. La multitud se arremolinó alrededor del coloso
tendido, y comenzó el debate de los más próximos sobre lo escuchado, y el
posible significado de su señalamiento. Había quienes anteponían una “g” a las
palabras pronunciadas, que según ellos las hacía más sonoras, mientras que
otros ratificaban lo escrito más arriba. De todas maneras, poco después,
aquello se volvió insignificante ante la confirmación del óbito de aquel
individuo, con lo que se hizo evidente que no habría aclaración posible, por lo
que su gesto final cobró todo el aspecto de un testamento, pues nadie se
hubiera molestado en hacerlo de no ser para indicar algo misterioso, que a
partir de aquel día fue comentario entre grupos de personas pertenecientes a
determinadas sectas esotéricas y animistas de Dakar. Las conjeturas se
multiplicaron, y el suceso incluso fue publicado en primera página del
“Quotidien du Senegal”, pues según ciertos periodistas, la presencia de un
personaje como el fallecido en las calles de Dakar, vestido exclusivamente con
un taparrabos y totalmente desconocido, no era ni lógica ni normal, más aún,
cuando los médicos forenses determinaron que aquel individuo era de una etnia
del interior del continente, y que parecía haber sido envenenado. Como
curiosidad, apuntaban también el hecho nada habitual, de que el gigante negro
midiera dos metros y quince centímetros y solo tuviera un testículo,
precisando, eso sí, que este era del tamaño aproximado a un huevo de avestruz,
y su pene en consonancia. Las conjeturas se multiplicaron durante una temporada,
y al saberse los detalles, fueron la comidilla de los círculos cultos de la
capital senegalesa, y objeto de bromas y chistes de sal gorda. Hasta tal punto
causó impacto lo sucedido en el pequeño mundo de los colonos franceses y el mundo
diplomático, que el Instituto Francés, dos meses después, organizó un ciclo de
conferencias, cuyo objetivo no se sabía a ciencia cierta si lo que pretendía
era documentar a sus ociosos integrantes o ridiculizar el suceso, bajo el
nombre de “El huevo cósmico y el origen del universo”. El hecho es que los
ponentes fueron gente de alto nivel, contándose entre ellos a reputados
intelectuales de la metrópoli: un sociólogo, un antropólogo y un astrofísico de
renombre. Al Embajador español le tocó intervenir en la presentación de uno de
ellos, y el hombre a falta de datos de mayor interés, se limitó a hacer un
panegírico de la raza negra, haciendo hincapié en la devolución a la República
de Mali del “Negro de Banyoles”. No pasó desapercibida sin embargo la negativa
del antropólogo francés Levi-Strauss a asistir por los achaques de la edad, que
sin embargo la gente más culta e informada atribuyó a los aspectos menos serios
de la convocatoria. Quien se lo tomó muy en serio fue el agregado cultural de
la embajada de Suecia, que hizo alusión en una presentación con visos de
conferencia, a las leyendas nórdicas, el Kalevala, la Tortuga Primigenia y al
Espíritu que levita sobre las Aguas, en
una concesión al Apocalipsis de San Juan, dada la presencia en la sala del Nuncio
de Su Santidad. Se sabe por otro lado, que al margen de las celebraciones
oficiales, ciertas sectas afines al vudú celebraron rituales en los que se
trataba de fertilizar a mujeres con problemas para la procreación, y de
estimular el crecimiento gonadal de los varones impotentes o con problemas de
eyaculación. En determinados círculos sociales de la capital, se comentó sotto
voce las reuniones periódicas a partir de entonces de un nutrido grupo de damas
de la colonia extranjera de Dakar, en las que intervenía un aborigen del
interior, dotado de unos atributos similares al extinto, dada la admiración y
el arrobo que desde aquel infausto suceso, algunas de entre ellas profesaban a
la otrora preterida raza negra. De los últimos instantes de Amín y de su misterioso
gesto nunca más se habló, quedando con el tiempo la memoria exclusiva de su
oculta relación con los avestruces.
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