viernes, 17 de junio de 2016

NORTES



Huiré hacia el norte, donde nada me aguarda. Si acaso, un hotel de mala muerte donde pueda esconderme. Aquí me siento asediado. Sé que andan tras de mí, aunque no pueda precisar por qué. Me llaman por teléfono de forma insistente, e incluso tocan al timbre del interfono desde la calle. Nunca contesto, pero algo debe decirles que estoy aquí. Es posible que reconozcan el coche aparcado abajo (no tuve la sensatez de llevarlo a otro sitio, pero no esperaba esto), o que a través de las ventanas perciban a veces la tenue luz de la que me sirvo algunas tardes para leer, mi único entretenimiento.
No entiendo su insistencia ni que pueden querer de mí a estas alturas. No recuerdo tener ningún contencioso con ellos. Todo quedó claro. Ni cuentas pendientes ni conversaciones aplazadas. Es posible que solo pretendan saludarme y hacerme saber que, a pesar de todo, después de tanto tiempo me echan de menos. Aunque tal cosa me asombraría dados los antecedentes. Pero hasta eso me inquieta y de todas maneras, si debo ser sincero, no quiero saber nada de ellos. Con la cantidad de asuntos a los que sin duda podrían dedicarse, y se obstinan en ponerse en contacto conmigo, como si en ello les fuera algo. Conociéndome, es absurdo. Hubo un momento tiempo atrás en el que pudo suceder, yo tenía entonces cosas que compartir, y ellos aún podían aportarme algo. Pero sucedió lo que sucedió y ya todo es inútil. Pero quizás no se trata de nada tan inocente e ingenuo como quiero suponer, y verdaderamente ellos sí quieren aclarar conmigo algunos asuntos que en su opinión no quedaron claros. Es posible que nunca hayan soportado mi carácter retraído, el puro hecho de ser un inadaptado del se puede esperar cualquier cosa, y ante el que parece que hay que mendigar las palabras, y hayan decidido finalmente recriminármelo sin ambages.
Lo cierto es que después del juicio todo quedó claro y fui absuelto con todos los pronunciamientos a favor. Ni uno solo de los miembros del jurado apreció en mí el menor indicio de culpabilidad. Solo fue un desgraciado accidente en el que yo fui el que más perdió. Emma era mi mujer, a pesar de que en aquellos tiempos estuviéramos bastante distanciados. Pero yo no tuve nada que ver con aquella desgracia que le costó la vida. A nuestra manera nos queríamos, eso es algo que ellos trataron de negar para inculparme, pero se equivocaban, como ya quedó en evidencia cuando nos vimos ante el tribunal No sé que pretenden ahora, a lo mejor se han vuelto locos y a pesar de la sentencia absolutoria han pensado tomarse la justicia por su mano. No lo sé, y bien sabe Dios que aquel empujón no pretendió lanzarla escaleras abajo. Su caída se debió a que había bebido demasiado, eso es todo.
Solo me queda huir, pues no sé hasta donde podrían llegar si me acaban localizando, y a pesar de no sentirme en forma, mañana de madrugada voy a coger el coche y ponerme en carretera rumbo al norte. Allí al menos hallaré el silencio que necesito y la soledad que ahora me resulta imprescindible. Temo agotarme, pero quizás podría ingresarme en una residencia donde no iban a buscarme. O en todo caso, si llego bien, un hostal cerca de la estación para descansar por fin de este asedio inexplicable. Una habitación con vistas a las vías. Me gusta ver el tráfico de trenes, sobre todos aquellos que salen, pues quien sabe si en caso de apuro, me decido a subir en uno de ellos y me alejo de este infierno definitivamente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario