Huiré hacia el norte, donde nada me aguarda. Si acaso, un hotel de mala
muerte donde pueda esconderme. Aquí me siento asediado. Sé que andan tras de
mí, aunque no pueda precisar por qué. Me llaman por teléfono de forma
insistente, e incluso tocan al timbre del interfono desde la calle. Nunca
contesto, pero algo debe decirles que estoy aquí. Es posible que reconozcan el
coche aparcado abajo (no tuve la sensatez de llevarlo a otro sitio, pero no
esperaba esto), o que a través de las ventanas perciban a veces la tenue luz de
la que me sirvo algunas tardes para leer, mi único entretenimiento.
No entiendo su insistencia ni que pueden querer de mí a estas alturas. No
recuerdo tener ningún contencioso con ellos. Todo quedó claro. Ni cuentas
pendientes ni conversaciones aplazadas. Es posible que solo pretendan saludarme
y hacerme saber que, a pesar de todo, después de tanto tiempo me echan de menos.
Aunque tal cosa me asombraría dados los antecedentes. Pero hasta eso me
inquieta y de todas maneras, si debo ser sincero, no quiero saber nada de
ellos. Con la cantidad de asuntos a los que sin duda podrían dedicarse, y se
obstinan en ponerse en contacto conmigo, como si en ello les fuera algo.
Conociéndome, es absurdo. Hubo un momento tiempo atrás en el que pudo suceder,
yo tenía entonces cosas que compartir, y ellos aún podían aportarme algo. Pero
sucedió lo que sucedió y ya todo es inútil. Pero quizás no se trata de nada tan
inocente e ingenuo como quiero suponer, y verdaderamente ellos sí quieren
aclarar conmigo algunos asuntos que en su opinión no quedaron claros. Es
posible que nunca hayan soportado mi carácter retraído, el puro hecho de ser un
inadaptado del se puede esperar cualquier cosa, y ante el que parece que hay
que mendigar las palabras, y hayan decidido finalmente recriminármelo sin
ambages.
Lo cierto es que después del juicio todo quedó claro y fui absuelto con
todos los pronunciamientos a favor. Ni uno solo de los miembros del jurado
apreció en mí el menor indicio de culpabilidad. Solo fue un desgraciado
accidente en el que yo fui el que más perdió. Emma era mi mujer, a pesar de que
en aquellos tiempos estuviéramos bastante distanciados. Pero yo no tuve nada
que ver con aquella desgracia que le costó la vida. A nuestra manera nos
queríamos, eso es algo que ellos trataron de negar para inculparme, pero se equivocaban,
como ya quedó en evidencia cuando nos vimos ante el tribunal No sé que pretenden
ahora, a lo mejor se han vuelto locos y a pesar de la sentencia absolutoria han
pensado tomarse la justicia por su mano. No lo sé, y bien sabe Dios que aquel
empujón no pretendió lanzarla escaleras abajo. Su caída se debió a que había
bebido demasiado, eso es todo.
Solo me queda huir, pues no sé hasta donde podrían llegar si me acaban
localizando, y a pesar de no sentirme en forma, mañana de madrugada voy a coger
el coche y ponerme en carretera rumbo al norte. Allí al menos hallaré el
silencio que necesito y la soledad que ahora me resulta imprescindible. Temo
agotarme, pero quizás podría ingresarme en una residencia donde no iban a
buscarme. O en todo caso, si llego bien, un hostal cerca de la estación para
descansar por fin de este asedio inexplicable. Una habitación con vistas a las
vías. Me gusta ver el tráfico de trenes, sobre todos aquellos que salen, pues
quien sabe si en caso de apuro, me decido a subir en uno de ellos y me alejo de
este infierno definitivamente.
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