sábado, 25 de junio de 2016

MONOLITOS



En la fotografía se le ve de pie, en lo que tiene el aspecto de ser la plaza de un pueblo. Detrás, una fuente con cuatro caños, coronada por un monolito piramidal de granito tallado, que da toda la impresión de estar en un equilibrio inestable, y bastante deteriorado por el tiempo. Sin duda alguna está posando, tiene las manos en los bolsillos y usa una cazadora de cuero con buen aspecto, aunque desde luego tiene sus años. Ha intentado esbozar una sonrisa, pero no llega a hacerlo y se queda en una especie de mueca forzada, algo bastante corriente en fotografías de este tipo. A su espalda, un poco más lejos, unos soportales en los que se ha colgado un cartel con el nombre de un establecimiento hostelero del que llega a leerse solo el final, que dice “tejo”. Unos coches aparcados afean la perspectiva, y es casi seguro que las autoridades municipales acabarían construyendo un aparcamiento para impedir espectáculos como ese.
Debe tratarse de un pueblo de la sierra de Madrid donde posiblemente él iba con frecuencia los fines de semana. Se ven tres de los cuatro caños, que en ese preciso instante están vertiendo agua, aunque en uno de ellos parece salir con menos fuerza. Si se mira el monolito con más detenimiento, da la impresión de representar una antorcha o algo parecido, pues sin duda alguna, sobre la parte superior se levanta un volumen con todo el aspecto de ser una llama. Quien sabe si tal cosa obedece a alguna tradición popular de la localidad, o tiene algo que ver con su historia. También es posible que uno de sus vecinos ilustres perteneciera al Arma de Artillería del Ejército. En cualquier caso, no creo que tenga nada que ver con una metáfora aludiendo al fuego primigenio robado a los dioses. En estos pueblos remontarse a un hecho tal, por otro lado falso, supondría una ofensa a la inteligencia práctica de los vecinos, que deben dedicarla por completo a otros menesteres más pedestres. El individuo en cuestión, transmite una cierta sensación de distanciamiento, y parece mirar al horizonte, algo sorprendente, pues no debe hallarse demasiado lejos, teniendo en cuenta la estructura del edificio que parece rodear la plaza. Quizás no mira a ningún lado, y se ciñe a su papel de objetivo de la cámara, o incluso pudiera ser que intente transmitir al fotógrafo un gesto interesante, como si fuera un héroe de película en sus horas de asueto. No puedo distinguirse el color de sus ojos, pero aplicando a la fotografía una lupa de bastantes aumentos, yo diría que están en ese período transitorio en el que la edad va desliendo su melanina, alcanzando una casi transparencia muy común en alguien que sin duda ya no cumplirá los cincuenta. Por otro lado, en su fisonomía se va haciendo evidente al mismo tiempo, el trabajo lento pero tenaz de la fuerza de la gravedad, que ha trasladado a sus párpados una expresión con una indudable veta oriental.
Me molestan los vehículos aparcados en batería dertás, aunque debo reconocer que los tres que son visibles tienen un color cálido, que le da vitalidad inesperada al fondo, de un ocre desvaído. La lupa hace asimismo visible una de las matrículas “1384 BHG”, lo que llega a emocionarme, pues si estuviera suficientemente motivado, quien sabe si con la ayuda de la Jefatura Central de Tráfico y el Ministerio del Interior, podría localizar al propietario y celebrar con él ese día gris de un invierno en el corazón de la península ibérica. Incomprensiblemente, en estos momentos siento una simpatía desbordante por ese individuo como testigo de un momento que, aunque no lo parezca, sin duda tuvo su importancia para el protagonista de la foto. Las arcadas de los soportales se apoyan en unas gruesas columnas coronadas cada una por pequeños arquitrabes, que supongo que reparten la carga, y hacen que la construcción se mantenga con mayor firmeza. Sobre los soportales pueden verse unos balcones pequeños con unas barandillas de hierro forjado, y en uno de ellos en el segundo piso, se ven las pantorrillas de una mujer, que por su aspecto, con unas medias gruesas bajo una falda de paño, se me antoja que bien podrían pertenecer a la propietaria de la vivienda. En una de las esquinas del edificio destaca un farol tradicional con forma de tronco de pirámide invertida, sobre un soporte de hierro, labrado con unos motivos que la lupa no puede discernir. En el interior de uno de los vehículos juraría que se adivina una sombra, que bien podría corresponder a la cabeza de un conductor que decidió no salir en vista del frío en el exterior, o que aguarda tranquilamente que alguien regrese de realizar una gestión.
El individuo fotografiado es sin duda ajeno a todos estos detalles, esencialmente porque al estar de espaldas es imposible que sea consciente de ellos. Algo en su gesto traslada, sin embargo, al espectador cierto escepticismo vital, sobre todo unos pliegues en la comisura de los labios, que hacen ver que no mantiene una atención excesiva hacia nada de lo que le rodea, y que en todo caso, no le transmiten nada que alegre su mirada. Claro que al tiempo que veo la fotografía y reflexiono sobre ella, me digo que todo puede ser una invención mía, y que otra persona podría interpretar algo muy diferente. El monolito, por ejemplo, contemplado con más atención, no parece para nada inestable como se dijo al principio, sino solidamente asentado sobre su base de granito. Los chorros de agua, interpretados aquí como poco más que un humilde manantial rústico, podían ser vistos por otro como una imitación de las fuentes del Generalife, y quien sabe si su estricta arquitectura herreriana, podría ser tomada como una imitación, todo lo tosca que se quiera, eso sí, de los leones de la Alhambra. Después de todo, cada cual ponemos demasiado de nosotros mismos en lo que vemos, y quien sabe si ese individuo que nos mira desde la fotografía un tanto ausente y altivo, oculta detrás de su  frialdad una cabeza poblada de expectativas y fantasías, que se harán realidad, posiblemente, en el preciso instante en que decida de una vez por todas, sacar las manos de los bolsillos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario