El título de
este artículo puede parecer una contradicción, puesto que el amor para la
mayoría de la gente es algo natural, que ni se aprende ni puede ser enseñado.
Pero eso es algo que las líneas que siguen tratarán de demostrar que es falso,
o que, teniendo un punto de verdad, no es toda la verdad. Hablar de amor es
decir palabras mayores, y sin embargo es algo en lo que casi todo el mundo se
cree un experto, y de lo que es capaz de hablar casi sin límites. Sin embargo,
en mi opinión, se trata de un sentimiento muy complejo que en general trata de
reducirse a algunas emociones que sentimos a lo largo de nuestras vidas. Por
ello creo que es fundamental establecer pronto unos criterios para saber que
cuando hablamos de amor, estemos hablando de lo mismo. Lo que decía Raymond
Carver en el título de su libro (una colección de relatos) “De qué hablamos
cuando hablamos de amor”.
En mi opinión se
ha tendido a trivializarlo, incluyendo bajo ese concepto toda una gama de emociones
que pueden estar muy alejadas de su verdadero sentido (si es que existe). Pero
hay que ir poco a poco. Por mi parte, adelantaré que el amor es un sentimiento,
es decir un afecto muy elaborado que sale de uno y se deposita en un objeto
exterior, sea este cual sea (aunque ¿puede uno amar a un gato? ¿y a un árbol?).
Amar implica por lo tanto una relación (es un verbo transitivo), pero una
relación compleja, por más que en el lenguaje popular se hable con frecuencia
del “amor a primera vista”, que debe ser otra cosa. El amor no es un instinto,
y en ese sentido podemos llegar a afirmar que los animales no “aman”, sino que
simplemente “necesitan”. Su cerebro es muy elemental y está centrado en la
supervivencia. Nuestras mascotas posiblemente nos “adoran”, pero lo hacen
porque han creado una dependencia muy fuerte de nosotros, en la que se juegan
nada menos que sus vidas.
Estoy seguro que
aquí mucha gente disentiría de mí. Posiblemente dicho así lo que acabo de
expresar es una simplificación, pero no le dé de comer a su perro durante días
o trátele a patadas y verá cuanto tiempo tarda en buscarse otro amo (si lo
encuentra, y sin que esto se interprete como una aprobación de los malos
tratos). Aquí entramos en la famosa dicotomía amor/necesidad que tantas parejas
tratan de dilucidar a lo largo de los años: ¿me quieres o me necesitas? Ni que
decir tiene que quien pregunta espera que le digan que le quieren, porque en
otro caso sentirá que el otro no está con él/ella por lo que “es”, sino por lo
que le “proporciona”. La necesidad aparece por lo tanto, en este tipo de
relación bajo sospecha, cuando sin embargo es, en principio lo más básico.Un
bebé no quiere a su mamá, aunque suene fuerte decirlo; esencialmente, la
necesita (de una forma parecida a como las mamás le necesita a él, misterios al
parecer de la oxitocina, si no recuerdo mal). En cualquier caso, esta mala
prensa de la que goza la necesidad debe tener su origen en la enorme influencia
que ha tenido el amor romántico (amor novelesco, etimológicamente), en
comparación con el cual, cualquier otro tipo es menos considerado. La cantidad
de tinta que se ha vertido, y de imágenes y música que se han creado en base a
esa relación tan especial, que se genera cuando uno está bajo la influencia del
llamado enamoramiento (esa sensación de felicidad exultante que algunos
experimentan, y que Freud definió como un tipo de enfermedad). De todas maneras,
creo que la tan denostada necesidad, bajo ese punto de vista, es fundamental, incluso
más importante que el amor, porque está en la base de la supervivencia, sin la
cual ni siquiera este se podría dar. Resumiendo para acabar con esta dicotomía,
creo que se puede decir que cada uno de ambos conceptos tiene su campo de
aplicación, y que mientras la necesidad es la base, el amor es un complemento
magnífico, pero que puede no llegar a acontecer
en la vida de muchas personas.
A lo largo de
los años se ha entendido como amor a una serie de emociones diferentes que se
experimentan frente al otro, lo que hace difícil que pueda ser definido con
precisión. No todos los afectos positivos son amor, y por eso resulta
sospechoso lo que con frecuencia se observa en determinadas personas que
manifiestan su amor a la humanidad, como si tal cosa fuera posible (tiene
gracia lo que dicen algunos artistas en el escenario después de los aplausos
“¡os quiero a todos!”). Uno solo puede querer a seres concretos, no a imágenes
colectivas, aunque estas pueden actuar como metáforas de ciertas personas a las
que sí amamos. De hecho, el artista en el escenario llevado por la emoción de
los aplausos sería mas sincero si dijese “os necesito” (¿puro narcisismo para
prolongar una sensación de euforia?) Pero esta aparente confusión tiene una
base muy firme arraigada en nuestro interior desde la primera infancia. Como
decíamos más arriba, el bebé no quiere a su mamá, pero la necesita “a muerte”
en el sentido literal de la expresión; sin ella (o quien haga su papel) moriría,
y el apego que crea tal dependencia es tan intenso que más adelante tenderá a
confundirse con el de otro tipo de relaciones, esencialmente con la
sentimental.
Aunque pueda
parecer una exageración, posiblemente sea esa la razón por la que determinadas
personas se sientan literalmente morir o lleguen a desesperarse cuando son
abandonados por su pareja. La semilla ya estaba sembrada y llega la confusión.
A esa dependencia absoluta se la considera en muchas ocasiones como el amor
verdadero, algo totalmente equivocado por mucho que se pueda vivir ese proceso
como algo desgarrador o insoportable. Aún recuerdo una novela, luego fue
llevada al cine, donde un “amor” de este tipo condujo al enamorado hasta la
muerte (Los reyes del mambo cantan canciones de amor).
Parece pues
llegado el momento de precisar qué entendemos por amor, y lo primero que en mi
opinión cabe decir es que no se trata de un sentimiento específico o exclusivo,
sino que con los matices pertinentes puede darse en diferentes tipos de
relaciones. El primero de ellos es el dirigido a los hijos, cuya característica
principal es la de ser “protector”, algo basado en el instinto directamente
relacionado con la supervivencia de la especie. Se da como bien es sabido en
todo tipo de animales, y dura un cierto tiempo hasta que aquellos puedan
defenderse por sus propios medios. De hecho en determinadas especies los
progenitores llegan a expulsar a su prole con una actitud agresiva. En los
seres humanos el tiempo de dependencia es mayor y la relación más compleja, lo
que hace que el vínculo se prolongue (con los matices que se quiera) durante
toda la vida. Otro tipo de amor que se puede considerar en cierta medida
relacionado con este es el que se tiene a los padres, que en la vejez recobra
ciertos aspectos del mencionado, esencialmente en su cuidado y protección. Los
amigos íntimos merecen también ser incorporados en alguna medida a este
sentimiento, son personas con las que uno llega a sentir una gran empatía y a
las que llegado el caso haría lo posible para ayudarlas. Y antes de entrar en
el amor de pareja, al que se ha dado en llamar sentimental, podemos finalmente
considerar, a pesar de lo dicho más arriba, el amor “universal”, ese que llegan
a sentir algunas personas por los seres humanos en su conjunto, bien porque se
han llegado identificar con lo que hay de común en todos ellos, o por un mero
ejercicio intelectual que les lleva a sentirse de alguna manera responsables,
aunque no tenga ningún vínculo con ellos, y a emprender acciones concretas que
están en la mente de todos. En todos estos tipos de relaciones es fundamental
la empatía, la identificación con el otro, algo que debe estar codificado en
nuestros genes, aunque antes de seguir adelante y estudiar el amor de pareja,
se puede añadir que lo dicho no deja de ser una visión idealista, y que
desgraciadamente, por unos u otros motivos, las cosas a veces no son tan idílicas
como han sido presentadas. Todo el mundo es consciente de ello y conoce
numerosos ejemplos en ese sentido.
Y finalmente
tenemos al amor sentimental, de pareja o como quiera llamársele. Amor entre adultos,
que incluye la relación erótica, que, por otro lado suele ser el origen de
buena parte de los mismos. Y si no estrictamente erótica, sí de una atracción
que normalmente acaba desembocando en ella. Pero como ya se ha dicho y
estudiado en cantidad de libros y artículos (y por otra parte es de
conocimiento general), la relación sexual decrece con el paso de los años, y la
unión de la pareja tiene que basarse en otro tipo de vínculos que van
adquiriendo mayor importancia. Es transcurrido ese tiempo cuando se puede
confirmar que tal amor existe. Es entonces cuando el otro se vuelve
verdaderamente “otro”, y los miembros de la pareja tendrán que hacer un
esfuerzo importante para comprenderse y seguir unidos. Y es aquí donde las
“instrucciones” del título de este artículo pueden tener algún sentido, pues se
empezará a ver que quien nos acompaña es alguien diferente de nosotros mismos,
al que no se le puede exigir que solo sea un reflejo de nuestros deseos o
necesidades. Es entonces (dicen que a partir de los siete años de convivencia
aproximadamente) cuando los integrantes de la pareja van a ser sometidos a una
prueba para la que a lo mejor no estaban preparados. Se acabaron entonces los
príncipes azules o las bellas durmientes, que no dejaban de ser puros egoísmos
mediante los que tratábamos de convertir al otro en el más fantasioso de
nuestros sueños juveniles, pura fantasía que suele romperse a pedazos. Y la
razón es que, llegado ese momento, este tipo de amor (el amor romántico) para
demostrarse auténtico tendrá que aceptar en el otro no solo su diferencia con
nosotros, sino su debilidad. Amar a alguien que “todo lo tiene” o a quien
admiramos en grado sumo, no tiene nada de poético ni de auténtico, después de
todo, puede incluso ser puro egoísmo: dame lo que a mí me falta. Por eso, y
aquí volvemos a algo que podíamos haber pasado por alto, quien no se ama a sí
mismo no puede amar al otro, porque lo que va a intentar es que éste complemente
lo que percibe en sí mismo como falta. De ahí la desesperación inconsolable de
ciertas personas en algunas roturas, cuando el otro en realidad era uno mismo.
De ahí posiblemente el contrasentido del maltrato, cuando los maltratadores son
capaces de matar “a lo que más querían” (en ocasiones, los hijos incluidos).
Quizás como corolario de esto último quepa incluir aquí una reflexión que me he
hecho al ponerme a escribir estas líneas: ¿se puede amar a quien realmente no
nos ama? (y, en mi opinión, no es tan difícil ser conscientes de ello). Las
parejas pueden mantenerse unidas durante toda la vida por muchos motivos (la
costumbre, el interés económico, el miedo a la soledad, etc), pero en mi
opinión creo que el amor, este amor, tiene que ser recíproco. Estar con alguien
que sabemos que nos desprecia, o nos envidia o nos tiene rencor, es desde luego
una opción perfectamente humana, pero no creo que pueda ser llamado amor.
Seguro que
todavía se podrían decir muchas cosas, pero como soy consciente de lo que acabo
de decir, pondré en práctica lo que se ha podido deducir de lo anterior. Voy a
dejarlo y a atender a mi mujer que me llama para cenar desde el salón. ¡Ja!. Se
me había olvidado: el amor sin humor tampoco es posible. Debe tratarse de otra
cosa.
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