domingo, 12 de junio de 2016

PANORAMA 1



Él cuenta  que si bien es cierto que las mañanas son el momento más agradable del día,  pues en general se siente  animado, también lo es cuando con frecuencia cruzan por su mente los pensamientos más indeseables,  del tipo “ya no hay nada que hacer”, ”todo se acabó” ó “el día menos pensado me quito de en medio”, aunque afortunadamente duran poco tiempo, son más bien como chispazos que le asaltan en el momento más impensado, al afeitarse, al ponerse los zapatos ó tomarse el primer café antes de salir a la calle.
Ella dice, por su parte, que cada día le cuesta más levantarse aunque sabe que siempre tiene algo que hacer, sobre todo relacionado con su hija , a la que diariamente echa una mano, pues Adela trabaja y tiene que multiplicarse con la faena que implican sus críos, la compra y otras labores,  como pequeños recados que siempre encarga a su madre, que por otro lado lo agradece, encantada de ayudarla, aunque tiene la impresión que Sebastián, el marido de Adela es un poco zángano y podría implicarse poco más.
Adela no tiene tiempo ni siquiera de plantearse cómo se siente cuando salta de la cama,  y empieza enseguida a preparar el desayuno de los críos-una niña y dos niños-a los que además prepara la ropa para que se vistan. Siendo profesora de Bachiller tiene  parte de su cabeza en las clases, pues aunque lleva años con la misma asignatura, debe preparar mínimamente las del día:   no le gusta nada entrar en el aula con la mente en blanco;   al mismo tiempo dedica algún pensamiento a su marido Sebastián que podía ayudarla,  pero que remolonea mientras se afeita, y como mucho,  si la oye quejarse,  da alguna voz para que los niños obedezcan y se espabilen.
Sebastián,  efectivamente, se levanta con premiosidad,  y lo primero que hace es afeitarse una vez el baño desocupado, lo hace con parsimonia,  pues le gustan los afeitados bien apurados: siempre consideró que los hechos a la ligera son imperdonables. Aunque parezca mentira, el tiempo que dura la operación, no piensa prácticamente en nada:  se mira en el espejo y se queda absorto contemplando su cara, pero se diría que ni aún así la percibe. Después se despide precipitadamente de Adela y los chicos,  y sale hacia el trabajo en su coche.
Los chicos a esas horas no tienen demasiado tiempo, y tienen que adaptarse con rapidez al horario ajustado que les permite el hecho de coger un bus escolar a doscientos metros de casa. Jorge, Javier y Julia, las tres jotas, como son conocidos por sus amigos, se meten el el autobús medio somnolientos,  y aún aprovecharán para echar una cabezada hasta el Instituto, casi a media hora de allí.
Manolo, el abuelo, agradece a Julia, su mujer, que todos los días le prepare ese primer cafelito de la mañana, pero ella sabe desde hace tiempo que lo que él aprecia de verdad es el café expresso de la cafetería que vendrá enseguida en cuanto baje al bar, momento que además aprovecha para charlar con alguno de sus amigos, retirados como él, normalmente sobre los temas del día, especialmente deportes   las últimas novedades políticas y alguna repetición de chascarrillos. Poco después de él, su mujer se prepara para salir, para lo que se arregla de la misma manera que si fuera de visita, para ella el hecho de encontrarse con sus vecinos y amistades,  reviste la misma seriedad  que ir de visita, por lo que no puede permitirse  ir descuidada. Manolo lo encuentra divertido, pero ha sido incapaz de hacerla cambiar de costumbre  a lo largo de todos los años que llevan casados. En el mercado, donde habitualmente va, el de toda la vida, Julia sigue un protocolo perfectamente establecido, empieza con carnes ó pescados, según el día, y termina con frutas y verduras. Es de compra diaria, único método eficaz , según ella , de que los alimentos no pierdan sabor ni se echen a perder en el frigorífico. A Manolo y sus amigos les tienen motivados últimamente los fichajes de su equipo, cosa que juzgan incomprensible, pues aunque comprenden que los grandes nombres atraen a las multitudes, echan de menos el que no se cuente con los canteranos;   juzgan que a este paso, los equipos están perdiendo totalmente sus raíces, y que se llamen como se llamen , no son sino un hatajo de mercenarios.
A Adela, profesora de filosofía, siempre le dio rabia que su padre, al que por otro lado siente que quiere mucho, se dedique a nimiedades y que tenga unas opiniones   absolutamente triviales , con ideas peregrinas y nada elaboradas sobre cualquier tema, nunca pudo intercambiar con él varias frases mínimamente inteligentes, pues en cuanto ella trataba de profundizar en cualquier asunto. él se salía por las ramas ó cambiaba radicalmente de tema, centrándose exclusivamente en los domésticos. En eso no se parece nada a su marido, una persona sosegada, incluso demasiado, pero dispuesta a intercambiar opiniones sobre cualquier cosa que juzgara interesante. Siendo como es un simple administrativo, no rehuía charlar sobre aspectos filosóficos ó psicológicos de la vida, que eran los que más interesan a Adela que, además de hacerse cargo de sus niños, no desdeña en absoluto meterse por los vericuetos más ó menos complicados, abstrusos ó simplemente aburridos , a los que le habían llevado sus estudios. Sin embargo, aunque trata de disimularlo, por adentro sufre, pues su hija pequeña, Julia, tiene un problema de hiperactividad, aunque el pediatra les había dicho que aun debía confirmarlo mediante unos últimos tests. Pero ese no era realmente “el problema”, sino que debía confesarse que en ocasiones, literalmente,  no la soporta. Su carácter imprevisible. ó demasiado previsible, sus cambios de humor y sus movimientos exacerbados , la sacan de quicio, y debe medicarse para aguantarla. Con su madre también tiene dificultades, pues aunque la ayuda muchísimo, percibe que se hace la víctima y cultiva  cierto victimismo que no escapa a su perspicacia. El hecho es que en varias ocasiones ha querido contratar a una asistenta y su madre no lo ha consentido, diciendo que para eso estaba ella. Resumiendo, con las dos Julias se siente  culpable,  y no sabe como gestionar la situación, lo que con frecuencia influye, según ella,  en la calidad de sus clases, en las que con frecuencia recurre a ejercicios y pruebas cortas para que no se le note demasiado su ansiedad.
Julia, por su parte considera a su hija como una víctima, para su fuero interno hubiera sido mucho mejor para ella hacer un Secretariado ó una Carrera de Grado Medio, tipo maestra ó ATS, y dejarse de complicaciones, pero esta segura que está acomplejada por ellos, su marido y ella, y que fue eso lo que la llevó a estudiar una carrera tan absurda como Filosofía, de la que ni siquiera entiende el concepto ese “de las grandes ideas”, como ella misma suele decir. A su yerno le ve con buenos ojos, pues tiene el carácter adecuado para aguantar a su hija y sus dificultades, y aunque esta de acuerdo con su marido de que es bastante calzonazos, piensa que tanto mejor, pues un hombre más activo y menos paciente hace tiempo que , en su opinión, habría puesto tierra por en medio.
Sebastián, efectivamente, se considera a sí mismo una persona poco complicada que se conforma con lo que tiene, y que se refugia desde tiempo inmemorial en un trabajo admnistrativo rutinario en una empresa de señalización de vías públicas y ferrocarriles. Admite que las cosas, familia incluida, podrían ser más estimulantes, pero acepta su situación como la mejor posible. Desde hacía varios años, además, una ó dos veces por semana,  se ve con una antigua compañera de trabajo, viuda, y pasan la tarde juntos, sin enganches sentimentales de ningún tipo, cosa que ambos llevan con absoluta discreción. Por otro lado sabe perfectamente como tratar a Adela, ayudándola  mínimamente con los niños y haciéndose cargo con frecuencia de la niña cuando se pone insoportable, Además, sabe que a su mujer le gusta ser oída cuando trata temas que ella considera interesantes, por lo que se arma de paciencia y la escucha frecuentemente un buen rato, hasta que ella se siente mejor y se dedica a sus trabajos habituales: la casa, la preparación de las clases y la corrección de ejercicios. Le hubiera gustado una mujer algo más divertida, menos comprometida y más jacarandosa, pero siempre tuvo claro que “lo mejor es enemigo de lo bueno”. Julia, después de la compra, regresa a casa y se dedica toda la mañana a la preparación de la comida, para ella es simplemente incomprensible que, aún tratándose de dos solos, ese momento no revista un carácter casi sagrado, y  es su forma más evidente de valorarse ante su marido, al que indefectiblemente le requiere a diario para que emita su opinión, a lo que él, también inexorablemente responde que” esta todo muy bueno”, aunque en algunas ocasiones se permita pequeños detalles suplementarios , sobre todo recalcando algún aspecto positivo, y raramente dejando caer alguna leve crítica, ”esto hubiera estado aún mejor con un poquito de albahaca”, por ejemplo.
Manolo considera a su mujer como una bellísima persona, solo atenta a los de su familia, sin los que no sabría vivir,  sabe que cuidarlos es para ella cuidarse a sí misma,  y que por ellos sería capaz de cualquier cosa, excepto de dejar de maquillarse. También la considera una inocentona y un poco lela, pero acepta que , sin duda , eso es lo que él ha necesitado a lo largo de su vida, aunque mucho tiempo atrás había estado tentado de poner todo patas arriba por una real hembra que apareció por allí que le traía loco y que le manejaba como quería, pero que afortunadamente desapareció pronto;   de todas maneras cuando tuvo ganas, no puso ningún inconveniente en desplazarse donde era debido y relacionarse, como él decía,  con señoritas de la vida. A quién le costaba soportar era a Sebastián, que no era sólo un zángano, sino un pelanas indigno de su hija, le soportaba porque a ella le viene bien, pero esta convencido que es un zorro,  y que su aparente pachorra y tranquilidad es solo una máscara de otro tipo de vida que oculta;   además con él es francamente antipático y ni se dirigen la palabra excepto con monosílabos cuando no hay otro remedio. Cuando su mujer esta en el mercado, él vuelve a casa y  pronto sale de nuevo para” hacer gestiones”, amplia denominación, bajo lo que cabe de todo, especialmente papeleo con los Bancos, la Administración e incluso pequeños desplazamientos en autobús por asuntos relacionados con el mantenimiento de la casa.
Casi se podría decir que los gemelos, dos niños de nueve años, son el factor más estable y equilibrado de la familia, son idénticos, y aunque todos los miembros de la familia les reconocen sin tener que recurrir a diferencias mínimas de  su anatomía, la verdad es que la diferencia más evidente entre ellos es que Jorge es zurdo y Javier no, cosa rarísima al parecer, que los pediatras valoran como caso excepcional. Tienen ambos un carácter muy tranquilo, absolutamente opuesto al de su hermana, que curiosamente se calma muchas veces con ellos cuando se entretienen con juegos de mesa, hasta que  de repente tira todo por lo alto para disgusto de la pareja que sin embargo rápidamente se tranquiliza. El abuelo Manolo se lleva especialmente bien con ellos, a quienes enseña trucos de magia aprendidos a lo largo de su vida, sobre todo en el bar, donde uno de sus amigos había trabajado de ilusionista de segunda fila.
A Sebastián los gemelos le inquietan un poco, se siente fascinado por su acuerdo en casi todo, pero no entiende del todo su seriedad y un cierto halo de misterio que parece emanar de ellos. Con frecuencia trata de separarlos, cree que en el futuro se las apañarían mejor si fueran más independientes, pero la verdad es que el hecho de verlos siempre juntos, seriecitos y concentrados le desasosiega. Su suegro le parece un pobre hombre sin ninguna personalidad, y lo único que le interesa de él es mantenerlo lo más alejado posible, no fuera a ser que un día descubriera su affaire con la viuda y todo se fuera al carajo.
A Adela, su marido Sebastián le parece la persona adecuada, una vez que reconoció sus limitaciones. Estando ya casada con él , intimó con el profesor de Historia del instituto, un hombre muy interesante y guapo, con el que tuvo algunos escarceos en distintos locales alejados del Instituto, y en el coche, pero con el que nunca llegó a acostarse ,  estrictamente por miedo, pues supuso que si lo hacía todo acabaría yéndose al garete, pues no estaba para nada convencida de que el otro quisiera con ella una relación seria,  sino esporádica y exclusivamente erótica, aunque en ocasiones echó de menos no haber tenido la suficiente valentía para ensayar. Sebastián le venía bien, parecía comprenderla y atenderla en sus momentos bajos, aunque creía no engañarse al suponer que él, a su vez, lo hacía como una ofrenda hacia ella, debido a su propia inseguridad.
Para Julia,  Manolo, su marido, es simplemente “el hombre”, los demás, no son sino figurantes de una comedia , ó tragicomedia, según se vea, que no tienen otro papel que hacer de telón de fondo de sus comentarios, pero que en ningún momento llegó a pensar que ni siquiera formaran parte del mismo género que él, oye que los menciona, y piensa en unas marionetas de las que Manolo contaba historias, pero que en cuanto termina, vuelven a la caja donde las guarda. En ningún momento sintió el menor interés por estas personas, pues para Julia todo lo que no forme parte de su familia, no es sino una representación de algo que no tiene más entidad que pertenecer a un protocolo,  al que solo se atiende en función de una serie de rituales absolutamente desencarnados. Si uno moría, se iba al entierro;   si alguien era abuelo:  se le felicitaba;   si un hijo enfermaba, se le preguntaba por su salud, etc. Y así todo.
Cada dos sábados las dos familias se reúnen para comer en casa de los abuelos. Julia, ese día se esmera algo más,  y prepara un plato especial haciendo un esfuerzo suplementario, pues de dos a siete hay una diferencia que exige una dedicación extra que acepta “porque es su familia”. Manolo, que preside la mesa se entretiene concentrándose en los gemelos y evitando cruzar la mirada con Sebastián que intenta atender a Adela y calmar a su hija Julia, que no paraba de sentarse y levantarse, y tirar los cubiertos por el suelo. Adela trata de olvidarse de la niña y no para de suplicar a su madre que, por favor se siente de una vez. Sebastián en ocasiones, se levanta y va con su hija al sofá, tratando de calmarla y sintiendo que realmente odiaba a su suegro. Los gemelos, por su parte, se concentran en el puro hecho de comer, pero no sonríen, e incluso, en ocasiones, parecen mirarse uno al otro con cierto recelo, como si estuvieran al corriente de algunas cosas que para los demás pasan desapercibidas.
Este es el panorama los sábados alternos en casa de los abuelos.

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