Él cuenta que si bien es cierto que las mañanas son el
momento más agradable del día, pues en
general se siente animado, también lo es
cuando con frecuencia cruzan por su mente los pensamientos más indeseables, del tipo “ya no hay nada que hacer”, ”todo se
acabó” ó “el día menos pensado me quito de en medio”, aunque afortunadamente
duran poco tiempo, son más bien como chispazos que le asaltan en el momento más
impensado, al afeitarse, al ponerse los zapatos ó tomarse el primer café antes
de salir a la calle.
Ella dice, por
su parte, que cada día le cuesta más levantarse aunque sabe que siempre tiene
algo que hacer, sobre todo relacionado con su hija , a la que diariamente echa
una mano, pues Adela trabaja y tiene que multiplicarse con la faena que
implican sus críos, la compra y otras labores, como pequeños recados que siempre encarga a su
madre, que por otro lado lo agradece, encantada de ayudarla, aunque tiene la
impresión que Sebastián, el marido de Adela es un poco zángano y podría
implicarse poco más.
Adela no tiene
tiempo ni siquiera de plantearse cómo se siente cuando salta de la cama, y empieza enseguida a preparar el desayuno de
los críos-una niña y dos niños-a los que además prepara la ropa para que se
vistan. Siendo profesora de Bachiller tiene parte de su cabeza en las clases, pues aunque
lleva años con la misma asignatura, debe preparar mínimamente las del día: no le
gusta nada entrar en el aula con la mente en blanco; al mismo tiempo dedica algún pensamiento a
su marido Sebastián que podía ayudarla, pero que remolonea mientras se afeita, y como
mucho, si la oye quejarse, da alguna voz para que los niños obedezcan y
se espabilen.
Sebastián, efectivamente, se levanta con premiosidad, y lo primero que hace es afeitarse una vez el
baño desocupado, lo hace con parsimonia, pues le gustan los afeitados bien apurados: siempre
consideró que los hechos a la ligera son imperdonables. Aunque parezca mentira,
el tiempo que dura la operación, no piensa prácticamente en nada: se mira en el espejo y se queda absorto
contemplando su cara, pero se diría que ni aún así la percibe. Después se
despide precipitadamente de Adela y los chicos, y sale hacia el trabajo en su coche.
Los chicos a
esas horas no tienen demasiado tiempo, y tienen que adaptarse con rapidez al
horario ajustado que les permite el hecho de coger un bus escolar a doscientos
metros de casa. Jorge, Javier y Julia, las tres jotas, como son conocidos por
sus amigos, se meten el el autobús medio somnolientos, y aún aprovecharán para echar una cabezada
hasta el Instituto, casi a media hora de allí.
Manolo, el
abuelo, agradece a Julia, su mujer, que todos los días le prepare ese primer
cafelito de la mañana, pero ella sabe desde hace tiempo que lo que él aprecia
de verdad es el café expresso de la cafetería que vendrá enseguida en cuanto
baje al bar, momento que además aprovecha para charlar con alguno de sus amigos,
retirados como él, normalmente sobre los temas del día, especialmente deportes las
últimas novedades políticas y alguna repetición de chascarrillos. Poco después
de él, su mujer se prepara para salir, para lo que se arregla de la misma manera
que si fuera de visita, para ella el hecho de encontrarse con sus vecinos y
amistades, reviste la misma seriedad que ir de visita, por lo que no puede
permitirse ir descuidada. Manolo lo
encuentra divertido, pero ha sido incapaz de hacerla cambiar de costumbre a lo largo de todos los años que llevan
casados. En el mercado, donde habitualmente va, el de toda la vida, Julia sigue
un protocolo perfectamente establecido, empieza con carnes ó pescados, según el
día, y termina con frutas y verduras. Es de compra diaria, único método eficaz ,
según ella , de que los alimentos no pierdan sabor ni se echen a perder en el
frigorífico. A Manolo y sus amigos les tienen motivados últimamente los
fichajes de su equipo, cosa que juzgan incomprensible, pues aunque comprenden
que los grandes nombres atraen a las multitudes, echan de menos el que no se cuente
con los canteranos; juzgan que a este
paso, los equipos están perdiendo totalmente sus raíces, y que se llamen como
se llamen , no son sino un hatajo de mercenarios.
A Adela, profesora
de filosofía, siempre le dio rabia que su padre, al que por otro lado siente
que quiere mucho, se dedique a nimiedades y que tenga unas opiniones absolutamente
triviales , con ideas peregrinas y nada elaboradas sobre cualquier tema, nunca
pudo intercambiar con él varias frases mínimamente inteligentes, pues en cuanto
ella trataba de profundizar en cualquier asunto. él se salía por las ramas ó
cambiaba radicalmente de tema, centrándose exclusivamente en los domésticos. En
eso no se parece nada a su marido, una persona sosegada, incluso demasiado, pero
dispuesta a intercambiar opiniones sobre cualquier cosa que juzgara interesante.
Siendo como es un simple administrativo, no rehuía charlar sobre aspectos
filosóficos ó psicológicos de la vida, que eran los que más interesan a Adela
que, además de hacerse cargo de sus niños, no desdeña en absoluto meterse por los
vericuetos más ó menos complicados, abstrusos ó simplemente aburridos , a los
que le habían llevado sus estudios. Sin embargo, aunque trata de disimularlo, por
adentro sufre, pues su hija pequeña, Julia, tiene un problema de hiperactividad,
aunque el pediatra les había dicho que aun debía confirmarlo mediante unos
últimos tests. Pero ese no era realmente “el problema”, sino que debía
confesarse que en ocasiones, literalmente, no la soporta. Su carácter imprevisible. ó
demasiado previsible, sus cambios de humor y sus movimientos exacerbados , la
sacan de quicio, y debe medicarse para aguantarla. Con su madre también tiene
dificultades, pues aunque la ayuda muchísimo, percibe que se hace la víctima y
cultiva cierto victimismo que no escapa
a su perspicacia. El hecho es que en varias ocasiones ha querido contratar a
una asistenta y su madre no lo ha consentido, diciendo que para eso estaba ella.
Resumiendo, con las dos Julias se siente culpable, y no sabe como gestionar la situación, lo que
con frecuencia influye, según ella, en
la calidad de sus clases, en las que con frecuencia recurre a ejercicios y
pruebas cortas para que no se le note demasiado su ansiedad.
Julia, por su
parte considera a su hija como una víctima, para su fuero interno hubiera sido
mucho mejor para ella hacer un Secretariado ó una Carrera de Grado Medio, tipo
maestra ó ATS, y dejarse de complicaciones, pero esta segura que está
acomplejada por ellos, su marido y ella, y que fue eso lo que la llevó a
estudiar una carrera tan absurda como Filosofía, de la que ni siquiera entiende
el concepto ese “de las grandes ideas”, como ella misma suele decir. A su yerno
le ve con buenos ojos, pues tiene el carácter adecuado para aguantar a su hija
y sus dificultades, y aunque esta de acuerdo con su marido de que es bastante
calzonazos, piensa que tanto mejor, pues un hombre más activo y menos paciente
hace tiempo que , en su opinión, habría puesto tierra por en medio.
Sebastián, efectivamente,
se considera a sí mismo una persona poco complicada que se conforma con lo que
tiene, y que se refugia desde tiempo inmemorial en un trabajo admnistrativo
rutinario en una empresa de señalización de vías públicas y ferrocarriles. Admite
que las cosas, familia incluida, podrían ser más estimulantes, pero acepta su
situación como la mejor posible. Desde hacía varios años, además, una ó dos
veces por semana, se ve con una antigua
compañera de trabajo, viuda, y pasan la tarde juntos, sin enganches
sentimentales de ningún tipo, cosa que ambos llevan con absoluta discreción. Por
otro lado sabe perfectamente como tratar a Adela, ayudándola mínimamente con los niños y haciéndose cargo
con frecuencia de la niña cuando se pone insoportable, Además, sabe que a su
mujer le gusta ser oída cuando trata temas que ella considera interesantes, por
lo que se arma de paciencia y la escucha frecuentemente un buen rato, hasta que
ella se siente mejor y se dedica a sus trabajos habituales: la casa, la
preparación de las clases y la corrección de ejercicios. Le hubiera gustado una
mujer algo más divertida, menos comprometida y más jacarandosa, pero siempre
tuvo claro que “lo mejor es enemigo de lo bueno”. Julia, después de la compra, regresa
a casa y se dedica toda la mañana a la preparación de la comida, para ella es
simplemente incomprensible que, aún tratándose de dos solos, ese momento no
revista un carácter casi sagrado, y es su
forma más evidente de valorarse ante su marido, al que indefectiblemente le
requiere a diario para que emita su opinión, a lo que él, también
inexorablemente responde que” esta todo muy bueno”, aunque en algunas ocasiones
se permita pequeños detalles suplementarios , sobre todo recalcando algún
aspecto positivo, y raramente dejando caer alguna leve crítica, ”esto hubiera
estado aún mejor con un poquito de albahaca”, por ejemplo.
Manolo considera
a su mujer como una bellísima persona, solo atenta a los de su familia, sin los
que no sabría vivir, sabe que cuidarlos
es para ella cuidarse a sí misma, y que
por ellos sería capaz de cualquier cosa, excepto de dejar de maquillarse. También
la considera una inocentona y un poco lela, pero acepta que , sin duda , eso es
lo que él ha necesitado a lo largo de su vida, aunque mucho tiempo atrás había
estado tentado de poner todo patas arriba por una real hembra que apareció por
allí que le traía loco y que le manejaba como quería, pero que afortunadamente
desapareció pronto; de todas maneras
cuando tuvo ganas, no puso ningún inconveniente en desplazarse donde era debido
y relacionarse, como él decía, con
señoritas de la vida. A quién le costaba soportar era a Sebastián, que no era
sólo un zángano, sino un pelanas indigno de su hija, le soportaba porque a ella
le viene bien, pero esta convencido que es un zorro, y que su aparente pachorra y tranquilidad es
solo una máscara de otro tipo de vida que oculta; además con él es francamente antipático y ni
se dirigen la palabra excepto con monosílabos cuando no hay otro remedio. Cuando
su mujer esta en el mercado, él vuelve a casa y
pronto sale de nuevo para” hacer gestiones”, amplia denominación, bajo
lo que cabe de todo, especialmente papeleo con los Bancos, la Administración e
incluso pequeños desplazamientos en autobús por asuntos relacionados con el
mantenimiento de la casa.
Casi se podría
decir que los gemelos, dos niños de nueve años, son el factor más estable y equilibrado
de la familia, son idénticos, y aunque todos los miembros de la familia les
reconocen sin tener que recurrir a diferencias mínimas de su anatomía, la verdad es que la diferencia
más evidente entre ellos es que Jorge es zurdo y Javier no, cosa rarísima al
parecer, que los pediatras valoran como caso excepcional. Tienen ambos un
carácter muy tranquilo, absolutamente opuesto al de su hermana, que curiosamente
se calma muchas veces con ellos cuando se entretienen con juegos de mesa, hasta
que de repente tira todo por lo alto
para disgusto de la pareja que sin embargo rápidamente se tranquiliza. El
abuelo Manolo se lleva especialmente bien con ellos, a quienes enseña trucos de
magia aprendidos a lo largo de su vida, sobre todo en el bar, donde uno de sus
amigos había trabajado de ilusionista de segunda fila.
A Sebastián los
gemelos le inquietan un poco, se siente fascinado por su acuerdo en casi todo, pero
no entiende del todo su seriedad y un cierto halo de misterio que parece emanar
de ellos. Con frecuencia trata de separarlos, cree que en el futuro se las
apañarían mejor si fueran más independientes, pero la verdad es que el hecho de
verlos siempre juntos, seriecitos y concentrados le desasosiega. Su suegro le
parece un pobre hombre sin ninguna personalidad, y lo único que le interesa de
él es mantenerlo lo más alejado posible, no fuera a ser que un día descubriera
su affaire con la viuda y todo se fuera al carajo.
A Adela, su
marido Sebastián le parece la persona adecuada, una vez que reconoció sus
limitaciones. Estando ya casada con él , intimó con el profesor de Historia del
instituto, un hombre muy interesante y guapo, con el que tuvo algunos escarceos
en distintos locales alejados del Instituto, y en el coche, pero con el que
nunca llegó a acostarse , estrictamente
por miedo, pues supuso que si lo hacía todo acabaría yéndose al garete, pues no
estaba para nada convencida de que el otro quisiera con ella una relación seria,
sino esporádica y exclusivamente erótica,
aunque en ocasiones echó de menos no haber tenido la suficiente valentía para
ensayar. Sebastián le venía bien, parecía comprenderla y atenderla en sus
momentos bajos, aunque creía no engañarse al suponer que él, a su vez, lo hacía
como una ofrenda hacia ella, debido a su propia inseguridad.
Para Julia, Manolo, su marido, es simplemente “el hombre”,
los demás, no son sino figurantes de una comedia , ó tragicomedia, según se vea,
que no tienen otro papel que hacer de telón de fondo de sus comentarios, pero
que en ningún momento llegó a pensar que ni siquiera formaran parte del mismo
género que él, oye que los menciona, y piensa en unas marionetas de las que Manolo
contaba historias, pero que en cuanto termina, vuelven a la caja donde las
guarda. En ningún momento sintió el menor interés por estas personas, pues para
Julia todo lo que no forme parte de su familia, no es sino una representación
de algo que no tiene más entidad que pertenecer a un protocolo, al que solo se atiende en función de una serie
de rituales absolutamente desencarnados. Si uno moría, se iba al entierro; si alguien era abuelo: se le felicitaba; si un hijo enfermaba, se le preguntaba por
su salud, etc. Y así todo.
Cada dos sábados las dos familias se reúnen para comer en casa de los abuelos.
Julia, ese día se esmera algo más, y
prepara un plato especial haciendo un esfuerzo suplementario, pues de dos a
siete hay una diferencia que exige una dedicación extra que acepta “porque es
su familia”. Manolo, que preside la mesa se entretiene concentrándose en los
gemelos y evitando cruzar la mirada con Sebastián que intenta atender a Adela y
calmar a su hija Julia, que no paraba de sentarse y levantarse, y tirar los
cubiertos por el suelo. Adela trata de olvidarse de la niña y no para de
suplicar a su madre que, por favor se siente de una vez. Sebastián en
ocasiones, se levanta y va con su hija al sofá, tratando de calmarla y
sintiendo que realmente odiaba a su suegro. Los gemelos, por su parte, se
concentran en el puro hecho de comer, pero no sonríen, e incluso, en ocasiones,
parecen mirarse uno al otro con cierto recelo, como si estuvieran al corriente
de algunas cosas que para los demás pasan desapercibidas.
Este es el panorama los sábados alternos en casa de los abuelos.
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