He tenido un
marciano. Qué le vamos a hacer. De todas formas, estaba preparada y era lo que
esperaba. Afortunadamente, porque si algo bueno supone el paso de los años, es
que ya prácticamente nada te coge de improviso. De otra manera sería demasiado
fuerte. Así que Tomasín ha sido lo
esperado, un bebé con pinta de alienígena, al que he acogido con el amor y la
ternura que se espera de una madre, y más de una primeriza como yo, a pesar de
mi edad, eso que conste, que ya no cumpliré los cuarenta. Le miro (¿lo miro?) y
trato de no sorprenderme, aunque me resulte difícil aceptar que ese ser ha estado
tantos meses en mi tripa. Francamente, tengo la impresión de que lo que podía
sobrevenir una vez pasado ese tiempo, era algo más evolucionado, aunque si digo
la verdad, otra cosa me hubiera sorprendido. De hecho, Tomasito, (su padre y yo
aún no nos hemos puesto de acuerdo), ha venido al mundo con algunas
características no tan frecuentes, entre otras un pelo fino, eso sí, pero muy
tupido y de tres o cuatro centímetros, que ha dejado inquieta a la mismísima
comadrona. Yo, por mi lado y sin querer, no he podido evitar recordar aquella
famosa película de Polansky, en que el recién nacido resultaba ser ni más ni
menos que el hijo de Belcebú, con todas las consecuencias que tal suceso podía
traer aparejadas, entre ellas hallarse de inmediato con una serie de
entusiastas devotos en su propia vecindad. A pesar de su tupé exagerado y
oscuro, Tomasín a mi no me recuerda para nada a esa especie de seres inquietantes,
sino, y sigo con la filmografía de la segunda mitad del siglo veinte, al
nasciturus envuelto en una burbuja que sale en los últimos fotogramas de “2001,
una odisea del espacio”, y que debía significar algo así como la más sublime de
las creaciones del mundo natural. Vaya usted a saber: la culminación del
principio antrópico del universo.
Intentaré que
estas confesiones, que me atrevo a poner por escrito, no lleguen a nadie que
tenga de mí una idea corriente, pues no quiero introducir en sus mentes normalizadas
conceptos que les hagan imaginar que, o bien no estoy en mis cabales o ellas
mismas estan muy equivocadas. Sé, sin embargo, que existen mujeres que al leer
esto se pueden sentir aliviadas, pues coincide con lo que en su día no se
atrevieron a confesar. Posiblemente les desculpabilice, y sirva a las
generaciones futuras, para que afronten su vida con la entereza de quienes no
consideran demasiado terrible, haber introducido en nuestro mundo a un nuevo
extraterrestre. Le cojo en brazos con frecuencia, para que tenga la sensación
de estar unido a algo cálido, y que de esta manera entre en el mundo de los
vivos, con la sensación de ser bien acogido, aunque en los primeros momentos no
pueda evitar sentir cierto repelús, como si me hubieran puesto sobre el vientre
a un animalito al que no puedo dejar de
mirar con cierto recelo, como si no tuviera demasiado que ver conmigo. Además,
y sé que aquí soy muy egoísta, debo decir a quien me lea y no se deshaga de
inmediato de mis confesiones, que Tomasito me ha destrozado las tetas, pues en
su ansia por sobrevivir me ha dado unos mordiscos tremendos en los pezones, y
me los ha dejado hechos una pena y llenos de grietas, a mí, que en la intimidad,
por su textura y diseño, siempre me he sentido orgullosa de ellos.
Pero bueno, sé
estoy siendo muy dura con el chico, ya que después de todo, él no tiene ninguna
culpa de ser como es, que, por otro lado, no se diferencia en nada de los
anteriores y, estoy segura, de los que están por venir. En las pocas ocasiones
en las que me dejan sola con él, le miro y definitivamente pienso que llegará a
ser una persona extraordinaria, aunque solo sea por llevar la contraria a una
madre, que en sus primeros tiempos no fue excesivamente comprensiva con él,
llegando en ocasiones a mirarle si no con desdén, sí con una mirada que un
espectador imparcial podría calificar como suspicaz. E incluso torva.
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