miércoles, 22 de junio de 2016

MARCIANOS



He tenido un marciano. Qué le vamos a hacer. De todas formas, estaba preparada y era lo que esperaba. Afortunadamente, porque si algo bueno supone el paso de los años, es que ya prácticamente nada te coge de improviso. De otra manera sería demasiado fuerte. Así que Tomasín  ha sido lo esperado, un bebé con pinta de alienígena, al que he acogido con el amor y la ternura que se espera de una madre, y más de una primeriza como yo, a pesar de mi edad, eso que conste, que ya no cumpliré los cuarenta. Le miro (¿lo miro?) y trato de no sorprenderme, aunque me resulte difícil aceptar que ese ser ha estado tantos meses en mi tripa. Francamente, tengo la impresión de que lo que podía sobrevenir una vez pasado ese tiempo, era algo más evolucionado, aunque si digo la verdad, otra cosa me hubiera sorprendido. De hecho, Tomasito, (su padre y yo aún no nos hemos puesto de acuerdo), ha venido al mundo con algunas características no tan frecuentes, entre otras un pelo fino, eso sí, pero muy tupido y de tres o cuatro centímetros, que ha dejado inquieta a la mismísima comadrona. Yo, por mi lado y sin querer, no he podido evitar recordar aquella famosa película de Polansky, en que el recién nacido resultaba ser ni más ni menos que el hijo de Belcebú, con todas las consecuencias que tal suceso podía traer aparejadas, entre ellas hallarse de inmediato con una serie de entusiastas devotos en su propia vecindad. A pesar de su tupé exagerado y oscuro, Tomasín a mi no me recuerda para nada a esa especie de seres inquietantes, sino, y sigo con la filmografía de la segunda mitad del siglo veinte, al nasciturus envuelto en una burbuja que sale en los últimos fotogramas de “2001, una odisea del espacio”, y que debía significar algo así como la más sublime de las creaciones del mundo natural. Vaya usted a saber: la culminación del principio antrópico del universo.
Intentaré que estas confesiones, que me atrevo a poner por escrito, no lleguen a nadie que tenga de mí una idea corriente, pues no quiero introducir en sus mentes normalizadas conceptos que les hagan imaginar que, o bien no estoy en mis cabales o ellas mismas estan muy equivocadas. Sé, sin embargo, que existen mujeres que al leer esto se pueden sentir aliviadas, pues coincide con lo que en su día no se atrevieron a confesar. Posiblemente les desculpabilice, y sirva a las generaciones futuras, para que afronten su vida con la entereza de quienes no consideran demasiado terrible, haber introducido en nuestro mundo a un nuevo extraterrestre. Le cojo en brazos con frecuencia, para que tenga la sensación de estar unido a algo cálido, y que de esta manera entre en el mundo de los vivos, con la sensación de ser bien acogido, aunque en los primeros momentos no pueda evitar sentir cierto repelús, como si me hubieran puesto sobre el vientre a un animalito al que  no puedo dejar de mirar con cierto recelo, como si no tuviera demasiado que ver conmigo. Además, y sé que aquí soy muy egoísta, debo decir a quien me lea y no se deshaga de inmediato de mis confesiones, que Tomasito me ha destrozado las tetas, pues en su ansia por sobrevivir me ha dado unos mordiscos tremendos en los pezones, y me los ha dejado hechos una pena y llenos de grietas, a mí, que en la intimidad, por su textura y diseño, siempre me he sentido orgullosa de ellos.
Pero bueno, sé estoy siendo muy dura con el chico, ya que después de todo, él no tiene ninguna culpa de ser como es, que, por otro lado, no se diferencia en nada de los anteriores y, estoy segura, de los que están por venir. En las pocas ocasiones en las que me dejan sola con él, le miro y definitivamente pienso que llegará a ser una persona extraordinaria, aunque solo sea por llevar la contraria a una madre, que en sus primeros tiempos no fue excesivamente comprensiva con él, llegando en ocasiones a mirarle si no con desdén, sí con una mirada que un espectador imparcial podría calificar como suspicaz. E incluso torva.

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