sábado, 25 de junio de 2016

TECNOLOGÍAS




Me cuesta acostumbrarme, esa es la verdad aunque de momento no pienso decírselo a mis hijos. Se empeñaron en que lo que me proponían me vendría muy bien, y no quise disgustarlos ni que llegaran a pensar que era un retrógrado, incapaz de aceptar las novedades que la tecnología ha introducido en nuestro mundo. Todo empezó con el video y el dvd, y siguió con el ordenador, el teléfono móvil, el libro electrónico, el ipad y toda esa parafernalia que se va agregando sin parar desde hace quince años. Desde entonces nunca he tenido inconvenientes en utilizarlos cuando veía que podrían serme de alguna utilidad, aunque lo cierto es que siempre he limitado su uso a lo que realmente me ha interesado, que verdaderamente no es gran cosa. Los he incorporado a mi vida de una forma natural, pero no me han condicionado en absoluto, y desde luego prescindo de ellos cuando me viene en gana.
Lo que me propusieron mis hijos hace un par de años fue algo más comprometido, hasta el punto que en principio me cerré en banda y me negué totalmente, aunque hace unos meses me empezó a picar la curiosidad y poco a poco me fui abriendo a la posibilidad de utilizarlo. Se trata de un microchip que se implanta en el lóbulo frontal del cerebro de una forma muy simple y absolutamente incruenta, que te permite crear a tu alrededor el mundo en el que prefieres vivir. Tanto en el interior de tu propio domicilio, como afuera, en la calle. La verdad es que apenas llevo dos mesas en fase de experimentación probando el equipo, que aparte del microchip cuenta con un aparato receptor/transmisor, que se puede llevar tranquilamente en el bolsillo o dejarlo cerca donde más te convenga. Hay una característica que me inquieta, pues al cabo de cierto tiempo utilizándolo, uno empieza a vivir en el mundo que ha elegido y no hay marcha atrás para volver a la realidad cotidiana, el cerebro acaba adaptándose a la realidad que uno ha querido transmitirle y ya no es capaz de regresar a la habitual. Sé que es poco tiempo y que el periodo de acostumbramiento nunca es menor de un año, pero intento mantenerlo siempre encendido para que el cambio se haga lo más rápido posible.
En resumidas cuentas el funcionamiento consiste en  hacer funcionar el microchip a partir de impulsos neuronales que uno mismo crea por el mero hecho de desear algo, lo que hace que el microchip active zonas del cerebro hasta entonces desactivadas y que el exterior se transforme a nuestro antojo. Este sistema hace que podamos transformar todo cuanto nos rodea en un inmenso escenario. Las pantallas a partir de ahora no serán necesarias, pues el mismo aire servirá para que proyectemos en él lo que queramos a voluntad de nuestro deseo. Es realmente maravillosa la capacidad de este sistema para modificar el exterior a nuestro antojo, de tal manera que podemos hacer que un día gris y desapacible se convierta en otro soleado, con una temperatura muy agradable y una ligera brisa. Lo no quiere decir, claro está, que la realidad en sí misma se transforme, sino que nosotros podamos percibirla de otra manera. Ciertamente que esto presenta algunos problemas que según me cuentan están hoy en día en fase de estudio, porque evidentemente si en la calle está lloviendo a mares y uno se empeña en imaginarse en una playa del Caribe, el resultado será que volveré a casa empapado a menos que haya utilizado paraguas y ropa de agua. Pero al parecer son solo detalles y aseguran que pronto estarán resueltos.
Mis hijos se empeñan en que dentro de casa trate de imaginar que tengo una decoración minimalista, y que prácticamente no tengo libros, cuadros ni bibelots, que según ellos la hacen cada vez más intransitable. De esta manera, dentro de un tiempo habré incorporado ese hábito a mi vida y modificado mi entorno, con lo que todo me resultará más sencillo, aunque me advierten, eso sí, que ellos aprovecharán tal circunstancia para deshacerse de toda esa cacharrería tan molesta e inútil. Esto me entristece un poco porque tengo cierto cariño a cientos de libros y recuerdos amontonados a través de los años, pero quizás deba hacerles caso y considerar que eso son sensiblerías indignas de una persona que se dice de este siglo. Ya veremos, a lo mejor se equivocan, las cosas no resultan tan simples como  imaginan, y pasado cierto tiempo ellos mismos sienten la comezón de la nostalgia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario