Me cuesta acostumbrarme, esa es la verdad aunque de momento no pienso
decírselo a mis hijos. Se empeñaron en que lo que me proponían me vendría muy
bien, y no quise disgustarlos ni que llegaran a pensar que era un retrógrado,
incapaz de aceptar las novedades que la tecnología ha introducido en nuestro
mundo. Todo empezó con el video y el dvd, y siguió con el ordenador, el teléfono
móvil, el libro electrónico, el ipad y toda esa parafernalia que se va
agregando sin parar desde hace quince años. Desde entonces nunca he tenido
inconvenientes en utilizarlos cuando veía que podrían serme de alguna utilidad,
aunque lo cierto es que siempre he limitado su uso a lo que realmente me ha
interesado, que verdaderamente no es gran cosa. Los he incorporado a mi vida de
una forma natural, pero no me han condicionado en absoluto, y desde luego
prescindo de ellos cuando me viene en gana.
Lo que me propusieron mis hijos hace un par de años fue algo más comprometido,
hasta el punto que en principio me cerré en banda y me negué totalmente, aunque
hace unos meses me empezó a picar la curiosidad y poco a poco me fui abriendo a
la posibilidad de utilizarlo. Se trata de un microchip que se implanta en el
lóbulo frontal del cerebro de una forma muy simple y absolutamente incruenta,
que te permite crear a tu alrededor el mundo en el que prefieres vivir. Tanto
en el interior de tu propio domicilio, como afuera, en la calle. La verdad es
que apenas llevo dos mesas en fase de experimentación probando el equipo, que
aparte del microchip cuenta con un aparato receptor/transmisor, que se puede
llevar tranquilamente en el bolsillo o dejarlo cerca donde más te convenga. Hay
una característica que me inquieta, pues al cabo de cierto tiempo utilizándolo,
uno empieza a vivir en el mundo que ha elegido y no hay marcha atrás para
volver a la realidad cotidiana, el cerebro acaba adaptándose a la realidad que
uno ha querido transmitirle y ya no es capaz de regresar a la habitual. Sé que
es poco tiempo y que el periodo de acostumbramiento nunca es menor de un año,
pero intento mantenerlo siempre encendido para que el cambio se haga lo más
rápido posible.
En resumidas cuentas el funcionamiento consiste en hacer funcionar el microchip a partir de
impulsos neuronales que uno mismo crea por el mero hecho de desear algo, lo que
hace que el microchip active zonas del cerebro hasta entonces desactivadas y
que el exterior se transforme a nuestro antojo. Este sistema hace que podamos
transformar todo cuanto nos rodea en un inmenso escenario. Las pantallas a
partir de ahora no serán necesarias, pues el mismo aire servirá para que proyectemos
en él lo que queramos a voluntad de nuestro deseo. Es realmente maravillosa la
capacidad de este sistema para modificar el exterior a nuestro antojo, de tal
manera que podemos hacer que un día gris y desapacible se convierta en otro
soleado, con una temperatura muy agradable y una ligera brisa. Lo no quiere
decir, claro está, que la realidad en sí misma se transforme, sino que nosotros
podamos percibirla de otra manera. Ciertamente que esto presenta algunos
problemas que según me cuentan están hoy en día en fase de estudio, porque
evidentemente si en la calle está lloviendo a mares y uno se empeña en
imaginarse en una playa del Caribe, el resultado será que volveré a casa
empapado a menos que haya utilizado paraguas y ropa de agua. Pero al parecer
son solo detalles y aseguran que pronto estarán resueltos.
Mis hijos se empeñan en que dentro de casa trate de imaginar que tengo
una decoración minimalista, y que prácticamente no tengo libros, cuadros ni
bibelots, que según ellos la hacen cada vez más intransitable. De esta manera,
dentro de un tiempo habré incorporado ese hábito a mi vida y modificado mi
entorno, con lo que todo me resultará más sencillo, aunque me advierten, eso
sí, que ellos aprovecharán tal circunstancia para deshacerse de toda esa
cacharrería tan molesta e inútil. Esto me entristece un poco porque tengo
cierto cariño a cientos de libros y recuerdos amontonados a través de los años,
pero quizás deba hacerles caso y considerar que eso son sensiblerías indignas
de una persona que se dice de este siglo. Ya veremos, a lo mejor se equivocan,
las cosas no resultan tan simples como
imaginan, y pasado cierto tiempo ellos mismos sienten la comezón de la
nostalgia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario