domingo, 12 de junio de 2016

ELEMENTOS



Busco elementos diferentes. Apenas desciendo a la calle por la mañana y echo a andar, mis  sentidos, por más que estén concentrados en determinados problemas de mi exclusivo interés,  parecen ponerse en marcha  en otras direcciones, siguiendo un mecanismo que no puedo controlar. Busco en las cosas características especiales que destaquen sobre el fondo demasiado gris de lo cotidiano. Sin saberlo, mi mirada ausculta el horizonte más inmediato buscando señales nuevas,  un color, un movimiento sorprendente…algo que dé a mis ojos un calificativo diferente al de mera máquina supervivencia. Sé que en realidad no debería ser así, y que de hecho, es suficiente la pura discriminación de lo evidente: no tropezar con la acera, calcular la distancia entre peldaños, entrar en un local precisamente por las puerta, etc… Sí,  es cierto, y sin embargo se me hace poco, como si en otra fase de un proceso que no sé a dónde podría llevarme, mi mirada buscara escéptica, pero expectante, algo nuevo que me devuelva a un paraíso que una vez existió en alguna parte.
Quizás lo mío son puras ensoñaciones,  y me obstino en crear algo, que, de realizarse, haría que el mundo se pareciese más a un circo que a otra cosa. La calle recorrida por payasos haciendo sonar sus bocinas, y tropezando continuamente con sus enormes y relucientes zapatones negros, y sonriendo a los más pequeños que, como norma general, se echaran a llorar. Los árboles coronados de guirnaldas y lucecitas multicolores parpadeando, y los coches pintados a rayas o con dibujos chocantes y floripondios, mientras los transeúntes arrastran multitud de trastos llamativos sin ninguna utilidad precisa, y llevando sombreros de diseños extravagantes al tiempo que, llueva o    no, hay quienes no se privan de usar paraguas,  eso sí: o blancos o negros. Las nubes seguirían con frecuencia allá arriba, pero se multiplicarían sus formas y colores, y los cúmulos, nimbos, cirros  y estratos habituales, solo serían el vago recuerdo de un tiempo en que las posibilidades eran mínimas; el cielo no sería solo azul, sino que admitiría otros colores y tonalidades múltiples, y con frecuencia se volverían cobalto, magenta o    púrpura intenso, como si el oxígeno se hubiera vuelto loco combinándose con otros elementos de la tabla periódica, y esporádicamente llegara a provocar algunos incendios que anticipo nada dañinos. Surgirían fosforescencias, descamaciones en la piel del firmamento, dónde la luz del sol jugaría de forma continua al arco iris, tornasolando el horizonte y haciéndonos llegar aires o vientos a los que no estamos acostumbrados, pues no solo arrastrarían las hojas de los árboles en el otoño sino que, surgidas de lugares recónditos, arrastrarían por el cielo cometas y delicadísimos papeles de colores, que en un instante dado desaparecerían como pompas de jabón, sin dejar rastro.
Incluso en ocasiones, surcarían los cielos los papeles blancos de toda la vida, llenos de poesías, que varias computadoras inspiradas, lanzarían al aire sin cesar basándose preferentemente en los poetas clásicos y los románticos, aunque, llevados por estros desconocidos no les importaría fabricar poemas surrealistas que ellos mismos inventan, pues de tanta poesía que deben gestionar, son capaces finalmente de crear otras nuevas, aunque, para decirlo todo, su rima no siempre es la adecuada, y en ocasiones, se hace transparente que más que llevados por la inspiración, trabajan sobre todo con un voluntarismo entusiasta, que los transeúntes que las acaban recogiendo del suelo, aceptan agradecidos, sobre todo las embarazadas que se lo toman como un buen presagio para los peques que están por llegar. Aunque hay quienes, motivados por otras aficiones, los emplean preferentemente para echarlos a navegar en los arroyos y riachuelos que han surgido como por ensalmo, y en los pequeños lagos de los innumerables parques, o  bajo las fuentes que se han multiplicado en las confluencias de las avenidas.
El viento, cuando de verdad decidiera soplar, no lo haría únicamente con el mecánico ulular al que tan acostumbrados estamos, sino que cualquiera que prestase atención y tuviese buen oído, podría apreciar cambios de tono e intensidad y en algunas ocasiones nos recordarían  antiguas canciones que ya habíamos olvidado, pero que, sobre todo al doblar las esquinas o  al irrumpir en los zaguanes se harían. Evidentes. Incluso la materia de que están constituidas las cosas parecería haber sufrido un proceso de transformación, o más bien, estar en él, como si sus principales características no se atuvieran a valores fijos, sino que estuviesen empeñadas en jugar a engañarse mutuamente, adoptando superficies, volúmenes y hasta densidades diferentes, de forma que, al tocarlas, uno tendría la impresión de palpar texturas variadas, negándose a ser percibidas como conceptos inmutables, y que por lo tanto, una piedra,  por ejemplo, diera la impresión de poder ser al mismo tiempo una goma de borrar o un pez sorprendido bajo el limo.
Poco después caigo en la cuenta, sin embargo, que posiblemente,  a la larga, un mundo como el que concibo, en el que la operación más simple nos podía llevar de sorpresa en sorpresa, podría resultar inquietante e incluso terrorífico, y acabar agobiándonos, provocando lipotimias o subidas de tensión. Después de todo quizás el  que las cosas sean como son, no está tan mal, y solo con añadir pequeños detalles a nuestro panorama habitual sería suficiente. Subir y bajar continuamente en aeróstatos al azar de vientos incontrolados, o    salir de safari cada día antes del desayuno, puede resultar muy divertido, pero quizás acabe siendo algo excesivo para quienes no sean pilotos profesionales o  cazadores de leones. No es tan simple vivir de sobresalto en sobresalto.

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