miércoles, 22 de junio de 2016

PALOMITAS



Karla me ha invitado unos días a su casa en Málaga. Hace unos meses que se fue de aquí y dice que me echa de menos, aunque sabe que lo nuestro no era nada definitivo.

Durante unos días dudo en hacerlo. Pienso que pueda interpretar que quiero mantener un tipo de vínculo que verdaderamente no me interesa más que como una simple amistad.

Por fin me decido y el viernes después de comer cojo el tren y me planto en Málaga poco después. El AVE ha sido un gran acierto.

Cuando llego no está en casa. La llamo por teléfono y me dice que la espere en la cafetería de abajo media hora. Ha tenido que salir con urgencia “por unos asuntos” de su hijo Omar. Un chico al que no conozco porque antes vivía con su padre.

Les espero en la cafetería que me ha dicho. Se llama “Realidad Virtual”. Ellos viven en un apartamento en el quinto piso de la calle Río Amazonas. Una hora después llega ella sola. Tiene mal aspecto y parece agitada. Omar se ha ido directamente a casa. Al parecer ha dormido mal y tiene sueño.

Después de charlar un rato subimos al apartamento. Karla no es capaz de decirme exactamente lo que ha pasado con su hijo. “Cosas de Omar” me dice resumiendo. Yo tengo que imaginar lo que quiera, esto lo pienso yo. Luego añade “ya sabes la manía que tiene con los ordenadores y esas cosas”, añade poco después. La verdad es que yo no tenía ni idea.

Subimos a su casa y nos ponemos cómodos. Ella de hecho se queda en bragas y sujetador. Omar se debe haber metido en su habitación y no se oye nada. No puedo saludarle. “Debe estar muy ocupado” dice su madre, olvidando, al parecer, que tenía mucho sueño.

Hacia las nueve bajamos al bar de abajo a tomar algo. Es un snack y solo tiene bocadillos y sándwiches. Omar no baja, sigue en su habitación con sus cosas o durmiendo, quien sabe. Karla parece tener un apetito feroz, pues se toma tres sándwiches mixtos dobles. Yo un muslito de pollo con patatas, lo único que había además de lo mencionado antes. Y entre los dos nos ventilamos una botella de vino tinto de Rioja.

Cuando subimos todas las luces de la casa están encendidas y Karla afirma que sin duda ha sido Omar, que a veces tiene miedo de que haya espíritus escondidos y hay que descubrirlos. Cosas de chicos, añade.

Me siento algo inquieto porque tengo la sensación, o más bien la certeza, de que ese chico no anda bien de la cabeza. Karla vuelve a su atuendo anterior y sin hacerme mucho caso se pone a comer palomitas frente al televisor. Ponen “Gran hermano”, y dice que le entusiasma. Que no solo es entretenido sino más intelectual de lo que parece.

A la media hora le digo que si no le parece mal, me voy a duchar y a la cama. Me responde que le parece un plan perfecto, y que en un rato estará conmigo.

Ya en la cama poco después la oigo hablar con Omar a través de la puerta de su habitación. No entiendo nada. Son como susurros acompañados por lo que me parecen golpecitos con los nudillos sobre la misma.

Definitivamente creo que en esa casa no solo Omar está mal de la cabeza, sino también su madre, a la que no obstante creía conocer de algo.

Soy incapaz de dormirme. A las dos horas llega Karla que sigue comiendo palomitas de una bolsa enorme. Además fuma un puro descomunal y dice que espera que el humo no me moleste. Ella es incapaz de dormir sin hacerlo todas las noches. Es como su valium.

Cuando por fin se mete en la cama y apaga la luz, me quedo en silencio y espero a que ella tome alguna iniciativa. Pero al cuarto de hora, la oigo roncar pesadamente.

Sudo como un lechón en el horno, y me pregunto qué diablos hago yo en aquella casa con aquellos dos personajes. No sé que hacer. Me dan ganas de vestirme a la carrera y salir disparado.

Hacia las cuatro de la mañana la puerta de la habitación se entreabre y me llevo un susto de muerte. Asoma la cabeza de quien supongo que es Omar destacando contra la luz del pasillo. Me hago el dormido pero puedo observarle. No entra pero dice en voz baja algunas cosas que no entiendo con una voz rarísima. Algo así como “Unda tras kundalini fosque malego…” eso es todo lo que puedo entender. Luego desaparece pero no cierra la puerta.

Hacia las cinco de la mañana me quedo finalmente transpuesto a pesar de la taquicardia que me ha originado la situación anterior. Poco después Karla me despierta y me dice que cree que su hijo está inquieto y me pide que le acompañe a verle. No le digo nada de su visita.

Entramos en la habitación de Omar, está a oscuras, aunque en la mesilla de noche brilla la luz tenue de una lámpara. Lo suficiente para verle tumbado desnudo sobre la cama. No duerme y aunque está vuelto de espalda yo juraría que se está masturbando.

“Hijo, deja eso-dice Karla- cabes que es malo para el corazón, y en cualquier caso sabes que él no lo va a entender”. Yo no sé quien es “él”, aunque sospecho que se trata del ordenador que Omar tiene metido en la cama acariciándolo con la mano izquierda, la mano libre.

Omar se tapa con la sábana y gimotea. Carla se sienta en una banqueta al lado de la cama. Se ha quitado el sujetador y habla a su hijo con dulzura. Le repite una y otra vez “Hijo, ya sabes que te comprendo”. A los diez minutos salimos de la habitación.

Nos vamos al cuarto, pero Karla me dice que necesita calmarse viendo un rato la televisión. “A estas horas ponen los programas que más me gustan. Sobre todos los magos, los anuncios y La tienda en casa”. Yo me quedo en la habitación. Hace un calor insoportable.

No puedo ni quiero dormirme, dispuesto a largarme de aquel manicomio en cuanto amanezca. Al poco rato aparece Omar. Sigue desnudo y se echa a mi lado. Yo me levanto de un salto y me quedo de pie al lado de la cama observándole.

Se pliega como un feto y permanece en esa postura unos momentos como si tratara de dormir, pero poco antes de salir de la habitación veo que se pone en cuclillas y hace una caca enorme sobre las sábanas. “Ya está- dice- y no es para nada virtual” afirma mirándome con una sonrisa beatífica.

¡Dios mío! Me digo, esto es una locura. En el salón, ajena a todo, Karla sigue viendo la televisión. La televisión o lo que sea porque la pantalla está en blanco con puntitos. Abro la puerta la puerta de la calle pero alcanzo a oírle decir “Seguro que ha sido un niño. Omar es así”.

Me encuentro a oscuras en el descansillo de la escalera del edificio. Me ha dado tiempo a coger la cartera con el billete de vuelta. Estoy en calzoncillos. Son las seis de la mañana.




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