domingo, 12 de junio de 2016

ENVESES 1



Lucas creyo durante mucho tiempo, que  aludir al lado oscuro de la luna era poco más que una metáfora que se utilizaba de forma convencional, refiriéndose a la parte menos clara o evidente de algo, incluso desconocida o invisible, sin haberse preocupado nunca si realmente se refería a algo literalmente cierto. Los temas astronómicos no le interesaron nunca,  y no tenían para él más sentido que el comúnmente empleado para hacer alusión a distancias enormes, o en ocasiones, a su modo de ver de una forma bastante cursi, para hacer poesía. El día que, sin embargo, alguien le comento que realmente nunca veíamos la otra cara de la Luna, le parecio chocante, porque no llegaba a entender como era posible que la velocidad del giro sobre sí misma, coincidiera con  el tiempo exacto en dar una vuelta alrededor de la Tierra. Tenía la impresión de que los astrónomos apañaban un poco las cifras para que todo resultara más sorprendente. De todas formas, tampoco el tema le interesaba demasiado, aunque poco después se entero de que el eclipse total de sol, se da porque el tamaño de la luna  y su distancia a la Tierra hace que, dada la distancia de esta al Sol, hagan que ambas circunferencias coincidan casi milimétricamente, y que por tanto la luna oculte al sol cuando ambas se superponen, y también de que un rayo de luz proveniente de la luna, tarde casi exactamente un segundo, etc. Seguramente, puestos a ello, se encontrarían otras mediciones sorprendentes, o ya existían y él las desconocía. Como sin embargo, era un hombre dado a la elucubración sobre cualquier tema que le pareciera interesante, o le sugiriera otras asociaciones, pronto volvio sobre el hecho de no ver más que la parte de nuestro satélite que una conjunción de datos astronómicos hacían posible, en este caso esencialmente la atracción ejercida por nuestro planeta sobre ella, debida a la gravedad que ralentizaba mucho su giro. Todo esto hizo que con el paso del tiempo se fuera interesando por este tipo de temas, que empezaron a parecerle apasionantes, y que le hicieron conocer en detalle las características del Cosmos, empezando por nuestro sistema solar, siguiendo por la Vía Láctea, y continuando por la teoría de la Relatividad o el principio antrópico. Había más que suficiente para empezar a relegar los temas esotéricos, y ceñirse a la increíble realidad que se iba descubriendo paulatinamente con el método científico y los telescopios. Pero, por otro lado, era incapaz de ceñirse a los temas estrictamente académicos, por lo que llevado de sus naturales inclinaciones filosóficas, empezo a ampliar lo que estas cuestiones le sugerían hasta la esfera de lo  personal, especialmente a aquellos aspectos en los que creía que esta disciplina podían tener mucho sentido. En concreto, el lado oscuro de la luna le sugirio puntos de vista no habituales en la antropología, de tal forma que el ser humano, al igual que la Luna, era un ente del que solo conocemos la parte que normalmente muestra, y olvidamos lugares recónditos de su naturaleza que preferimos ignorar, o a los que nos referimos como si aludiéramos a características ocultas e indescifrables del mismo, con las que tratamos de seguir adelante sin interesarnos conocer más. Son los tópicos que a lo largo de los años nos acompañan, sin que nadie se haya tomado la molestia de tratar de averiguar. Algo de esto señalo Freud en su teoría del psicoanálisis, y su alusión al inconsciente como la parte desconocida de la psique humana, que es, sin embargo, la que motiva la mayor parte sus acciones. No bastaba ya, por lo tanto, mirar al otro frente a frente y sacar conclusiones, pues, según él, la cara no es el reflejo del alma, sino en buena medida, la máscara que espera que los demás vean de él. La mirada y los gestos pueden no tener demasiado que ver con su auténtica personalidad, sino solo con su forma de presentarse ante el mundo, y por lo tanto, los otros. La falta total de simetría anteroposterior del cuerpo, era sin embargo, una dificultad muy grande para tratar de sacar conclusiones certeras observando la parte de atrás de la personas, esencialmente porque hemos aprendido a referenciarnos y sacar conclusiones por la observación de los órganos de los sentidos, casi todos asentados en la cara. Lo cierto, a pesar de ello, es que una observación detallada desde atrás, puede proporcionar ciertos indicios sobre la persona observada, a poco que se sepa como interpretarlos. Es frecuente, por ejemplo, a partir de cierta edad, que la retrovisión del cuerpo humano nos diga algo de su estado psicofísico general, pues se hacen patentes los decaimientos de ánimo según la posición elevada o caída de los hombros, de su salud capilar, por la existencia de coronilla o ralerías zonales, e incluso, en la parte de atrás de las orejas, la existencia o no de lobanillos y verrugas que suelen indicar la edad y estado de la piel  del propietario. En la deambulación, pueden diagnosticarse padecimientos del tren inferior por el arrastre indebido de los pies, la rigidez de las caderas y la falta de flexión de las rodillas, que si bien pueden también ser observados por delante, con frecuencia no los apreciamos al centrarnos en el rostro. También desde esa ubicación posterior, puede observarse la cadencia  y amplitud del braceo, que suele dar datos fidedignos sobre la vitalidad de la persona en cuestión, pues en caso de decaimiento y en ciertos tipos de padecimientos, suele existir mucha menor soltura. También es la retaguardia el  lugar más adecuado para mediciones craneoencefálicas, según el desarrollo de lóbulo occipital del cerebro, para valorar la dolicocefalia o braquicefalia imperante, que ha generado no pocos estudios de las características psíquicas de los individuos, hoy prácticamente desechadas, al atribuirse  casi todas las funciones superiores del cerebro al cortex frontal. A pesar de ello, se sabe que determinadas (supuestas) etnias, están muy satisfechas con la fisonomía de sus cogotes, como si eso supusiera un rasgo de distinción muy valorado en función de la superioridad que se atribuyen. Personalmente, Lucas se quedaba con el cogote de merluza. La ropa nos suministra asimismo datos. La parte anterior de la indumentaria nos puede dar información de interés sobre el usuario, reflexionaba, por ejemplo, la existencia de rodilleras o lamparones, pero en general, es en la parte posterior donde, al servirnos normalmente de asiento, más se dejan notar los estragos del tiempo en culeras, coderas y brillos desusados de las prendas, así como en el tacón de las suelas de los zapatos, cuya pobreza habla en principio de economías venidas a menos o de caracteres muy descuidados. Algo de lo que nos habla también el cuello de las camisas, cuyo uso excesivo se hace más evidente en su parte posterior. Pertrechado con este repertorio de criterios, Lucas se dedico durante un tiempo a la observación desde atrás de las personas, conocidos y amigos incluidos, tratando de verificar algunos de los supuestos contemplados con anterioridad, lo que al cabo de cierto tiempo le dio una información complementaria sobre ellos, que en algunos casos hizo que variara sustancialmente su opinión sobre los mismos, al añadir ciertas características que hasta ese momento le había pasado inadvertidas en su mera observación frontal, como el de un conocido que se las daba de bien situado, en el que llego a determinar que se cambiaba de camisa cada tres días, pues al tercero la impresión que causaba con esta nueva óptica era lamentable, a pesar de presumir de acabar de comprarse un  BMW 4x4. Ahora ya se sabía de donde procedía el ahorro, y eso que las prendas interiores no resultaban visibles. Cada cual disimula o aparenta como puede. Es cierto, de todas maneras, que su afición a la astronomía motivada por la conocida frase del lado oscuro de la luna, le estaban llevando por unos derroteros cuanto menos sorprendentes, pues por entonces, ya era frecuente que cuando estaba con gente, buscara ubicaciones desde las que pudiera percibir su parte de atrás, cosa que algunos empezaron a tomar como una chaladura, y quienes, incluso, sospechando actitudes poco edificantes, giraban al tiempo que Lucas trataba de rodearles con un disimulo que cada vez le iba siendo más difícil de mantener. Andando con alguien por la acera, se hacía el rezagado, y sometía a su acompañante a un escrutinio detallado de las zonas apropiadas para delatar actitudes o características ocultas, y desde luego, si por casualidad coincidía detrás de otra persona, se mantenía en esa situación para observar con fruición los signos delatores, lo que llego a provocar algún malentendido, pues el puro instinto de defensa del animal que seguimos siendo, hace que no nos guste que alguien ande tras nosotros manteniendo la distancia. Varias personas se volvieron y le miraron fijamente de forma inquisitiva, y otros, incluso llegaron a recriminarle su actitud, por lo que optaba por “dejarse caer” un poco hacia atrás, acortando el paso y sobrepasándoles cuando tenía ya toda la información deseada. Afortunadamente, Lucas fue capaz de rectificar a tiempo, y siendo consciente de la extrañeza que causaba, decidio cambiar, dedicándose a otro tipo de actividades  psicológicas y no espaciales, que se mencionaron al principio, pues lo que sí tenia claro era su necesidad de añadir algo a la evidencia del otro, urdiendo estrategias para su conocimiento. A esas alturas, ya resultaba para él suficientemente claro la importancia de la otra parte, aquella que la gente cuida menos, dada la relación cara a cara que habitualmente mantiene: la parte de atrás era la parte del “no”, lo no visto. Pero en el comportamiento de las personas, también  existe un envés que se empeñan en no mostrar, empleando un método de ocultación no tan claro de percibir, pero que, a poco que  uno agudice sus sentidos, percibirá. Existen áreas de la personalidad que procuramos que permanezcan ocultas, mediante el procedimiento de no mencionarlas en absoluto. No hablar de algo, no mirar, no tocar y no oír, se vuelven tan significativos como el uso en positivo de dichos sentidos, pero esta vez con una intención de engaño o disimulo, que supone una elaboración muy sofisticada de los mismos, pues lo natural sería utilizarlos para algo, y no dejar de hacerlo, que sin embargo puede significar lo mismo. O algo diferente pero relevante. En este sentido, aún recordaba Lucas lo que en cierta ocasión le dijo una novia que tuvo, Raquel, después de asistir a una cena en casa de su mejor amigo, en compañía de otras parejas: “No confíes demasiado en tu amigo Raúl, que te quiere poner los cuernos: NO me ha mirado en toda la noche”. Y luego le explico lo que, según ella, era una evidencia, cuando alguien tiene una actitud evitativa con otro, pueden pasar varias cosas, pero en su caso, sabiendo que estaba de buen ver, estaba claro: no la miraba porque le gustaba demasiado, y además era la novia de su mejor amigo. Fue la primera vez que le parecio que Raquel decía algo coherente, en un tema que entendía, pues aunque no tenía demasiadas luces, a los hombres no les importaba demasiado, teniendo otros desarrollos francamente llamativos de los que sacaban sus propias conclusiones. Otro caso que recordaba, era el de un conocido del barrio, borrachín profesional, que sin embargo, cuando comía con él ni probaba el alcohol, diciendo que ni una gota, que aquello  era puro veneno. ¡Si lo sabría él! pensaba Lucas. A partir de ese momento, se dedico a experimentar con sus amistades, para verificar que  su teoría era cierta, para lo cual en algunas charlas que mantenía con ellos, se dedicaba a provocarles, para ver cuanto tiempo tardaban en despedirle con viento fresco. En las conversaciones, y como quien no quiere la cosa, introducía temas de los que ni por asomo se les ocurriría a ellos traer a colación. Para empezar, una tarde en que terminaron una partida de dominó, se dirigio a Sergio y le pregunto con toda naturalidad, cual era su opinión sobre la teoría de las mónadas de Leibniz, y cuando el otro le pregunto a qué se refería, se lo explico someramente, a lo que Sergio respondio que ni idea, que esas cosas no le interesaban, algo que Lucas ya sabía con antelación, por lo que en su fuero interno se dio por satisfecho con la siguiente conclusión  “estaba en lo cierto, este tipo no habla de filosofía porque no le interesa en absoluto”. Claro que a continuación, le parecio que para llegar a tal conclusión no había hecho falta recurrir a su método de deducción negativa, lo que empezo de alguna forma a socavar los fundamentos de su innovadora teoría. Otra tarde, sin embargo, tuvo un éxito casi total, pues logro sentar a su mesa del bar a Eulogio, abstemio de toda la vida, y del que sospechaba que su negativa radical a beber una gota de alcohol, se debía a que temía perder los estribos y dar a conocer su auténtica personalidad de extremista, que ocultaba haciéndose pasar por una persona seria y equilibrada. Logró, mediante artificios de auténtico sofista, que su amigo se metiera una botella de Rioja crianza para el cuerpo, dando lugar acto seguido a un momento bochornoso y épico, en el que de pié sobre la mesa, arengo al auditorio y dio varios hurras a la dictadura y a su Excelencia el Generalísimo, amenazando con el cuchillo de cortar jamón a un vejete  que se negaba a entonar el Cara al Sol. Ese día se le cayo la careta, y fue conocido en adelante como “Paquito “, en honor al laureado  general. Días después, a pesar de que todo parecía apuntar en la dirección supuesta por él mismo, Lucas cayo presa de su propia experimentación, pues se dijo que si aquello era cierto, su afán investigador también debía obedecer a razones tan oscuras como el lado oscuro de la luna, lo que le hizo caer en un estado de estupor profundo después de su última actuación, que consistio en poner a toda pastilla en su transistor,  la quinta Sinfonía de Mahler, para comprobar que el auditorio no hablaba de música clásica porque le tenía sin cuidado. E incluso la odiaba, debió añadir, de acuerdo con los abucheos que aquella tarde se escucharon en el bar.

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