Lucas creyo durante
mucho tiempo, que aludir al lado oscuro
de la luna era poco más que una metáfora que se utilizaba de forma convencional,
refiriéndose a la parte menos clara o evidente de algo, incluso desconocida o invisible,
sin haberse preocupado nunca si realmente se refería a algo literalmente
cierto. Los temas astronómicos no le interesaron nunca, y no tenían para él más sentido que el
comúnmente empleado para hacer alusión a distancias enormes, o en ocasiones, a
su modo de ver de una forma bastante cursi, para hacer poesía. El día que, sin
embargo, alguien le comento que realmente nunca veíamos la otra cara de la Luna,
le parecio chocante, porque no llegaba a entender como era posible que la velocidad
del giro sobre sí misma, coincidiera con
el tiempo exacto en dar una vuelta alrededor de la Tierra. Tenía la
impresión de que los astrónomos apañaban un poco las cifras para que todo
resultara más sorprendente. De todas formas, tampoco el tema le interesaba
demasiado, aunque poco después se entero de que el eclipse total de sol, se da
porque el tamaño de la luna y su distancia
a la Tierra hace que, dada la distancia de esta al Sol, hagan que ambas
circunferencias coincidan casi milimétricamente, y que por tanto la luna oculte
al sol cuando ambas se superponen, y también de que un rayo de luz proveniente
de la luna, tarde casi exactamente un segundo, etc. Seguramente, puestos a
ello, se encontrarían otras mediciones sorprendentes, o ya existían y él las
desconocía. Como sin embargo, era un hombre dado a la elucubración sobre
cualquier tema que le pareciera interesante, o le sugiriera otras asociaciones,
pronto volvio sobre el hecho de no ver más que la parte de nuestro satélite que
una conjunción de datos astronómicos hacían posible, en este caso esencialmente
la atracción ejercida por nuestro planeta sobre ella, debida a la gravedad que
ralentizaba mucho su giro. Todo esto hizo que con el paso del tiempo se fuera
interesando por este tipo de temas, que empezaron a parecerle apasionantes, y
que le hicieron conocer en detalle las características del Cosmos, empezando
por nuestro sistema solar, siguiendo por la Vía Láctea, y continuando por la
teoría de la Relatividad o el principio antrópico. Había más que suficiente
para empezar a relegar los temas esotéricos, y ceñirse a la increíble realidad
que se iba descubriendo paulatinamente con el método científico y los
telescopios. Pero, por otro lado, era incapaz de ceñirse a los temas
estrictamente académicos, por lo que llevado de sus naturales inclinaciones
filosóficas, empezo a ampliar lo que estas cuestiones le sugerían hasta la
esfera de lo personal, especialmente a
aquellos aspectos en los que creía que esta disciplina podían tener mucho
sentido. En concreto, el lado oscuro de la luna le sugirio puntos de vista no
habituales en la antropología, de tal forma que el ser humano, al igual que la
Luna, era un ente del que solo conocemos la parte que normalmente muestra, y
olvidamos lugares recónditos de su naturaleza que preferimos ignorar, o a los
que nos referimos como si aludiéramos a características ocultas e
indescifrables del mismo, con las que tratamos de seguir adelante sin
interesarnos conocer más. Son los tópicos que a lo largo de los años nos acompañan,
sin que nadie se haya tomado la molestia de tratar de averiguar. Algo de esto
señalo Freud en su teoría del psicoanálisis, y su alusión al inconsciente como
la parte desconocida de la psique humana, que es, sin embargo, la que motiva la
mayor parte sus acciones. No bastaba ya, por lo tanto, mirar al otro frente a
frente y sacar conclusiones, pues, según él, la cara no es el reflejo del alma,
sino en buena medida, la máscara que espera que los demás vean de él. La mirada
y los gestos pueden no tener demasiado que ver con su auténtica personalidad,
sino solo con su forma de presentarse ante el mundo, y por lo tanto, los otros.
La falta total de simetría anteroposterior del cuerpo, era sin embargo, una
dificultad muy grande para tratar de sacar conclusiones certeras observando la
parte de atrás de la personas, esencialmente porque hemos aprendido a referenciarnos
y sacar conclusiones por la observación de los órganos de los sentidos, casi
todos asentados en la cara. Lo cierto, a pesar de ello, es que una observación
detallada desde atrás, puede proporcionar ciertos indicios sobre la persona observada,
a poco que se sepa como interpretarlos. Es frecuente, por ejemplo, a partir de
cierta edad, que la retrovisión del cuerpo humano nos diga algo de su estado psicofísico
general, pues se hacen patentes los decaimientos de ánimo según la posición
elevada o caída de los hombros, de su salud capilar, por la existencia de
coronilla o ralerías zonales, e incluso, en la parte de atrás de las orejas, la
existencia o no de lobanillos y verrugas que suelen indicar la edad y estado de
la piel del propietario. En la deambulación,
pueden diagnosticarse padecimientos del tren inferior por el arrastre indebido
de los pies, la rigidez de las caderas y la falta de flexión de las rodillas,
que si bien pueden también ser observados por delante, con frecuencia no los
apreciamos al centrarnos en el rostro. También desde esa ubicación posterior,
puede observarse la cadencia y amplitud
del braceo, que suele dar datos fidedignos sobre la vitalidad de la persona en
cuestión, pues en caso de decaimiento y en ciertos tipos de padecimientos,
suele existir mucha menor soltura. También es la retaguardia el lugar más adecuado para mediciones
craneoencefálicas, según el desarrollo de lóbulo occipital del cerebro, para
valorar la dolicocefalia o braquicefalia imperante, que ha generado no pocos
estudios de las características psíquicas de los individuos, hoy prácticamente
desechadas, al atribuirse casi todas las
funciones superiores del cerebro al cortex frontal. A pesar de ello, se sabe
que determinadas (supuestas) etnias, están muy satisfechas con la fisonomía de
sus cogotes, como si eso supusiera un rasgo de distinción muy valorado en
función de la superioridad que se atribuyen. Personalmente, Lucas se quedaba
con el cogote de merluza. La ropa nos suministra asimismo datos. La parte
anterior de la indumentaria nos puede dar información de interés sobre el
usuario, reflexionaba, por ejemplo, la existencia de rodilleras o lamparones, pero
en general, es en la parte posterior donde, al servirnos normalmente de
asiento, más se dejan notar los estragos del tiempo en culeras, coderas y
brillos desusados de las prendas, así como en el tacón de las suelas de los zapatos,
cuya pobreza habla en principio de economías venidas a menos o de caracteres
muy descuidados. Algo de lo que nos habla también el cuello de las camisas,
cuyo uso excesivo se hace más evidente en su parte posterior. Pertrechado con
este repertorio de criterios, Lucas se dedico durante un tiempo a la
observación desde atrás de las personas, conocidos y amigos incluidos, tratando
de verificar algunos de los supuestos contemplados con anterioridad, lo que al
cabo de cierto tiempo le dio una información complementaria sobre ellos, que en
algunos casos hizo que variara sustancialmente su opinión sobre los mismos, al
añadir ciertas características que hasta ese momento le había pasado inadvertidas
en su mera observación frontal, como el de un conocido que se las daba de bien
situado, en el que llego a determinar que se cambiaba de camisa cada tres días,
pues al tercero la impresión que causaba con esta nueva óptica era lamentable,
a pesar de presumir de acabar de comprarse un
BMW 4x4. Ahora ya se sabía de donde procedía el ahorro, y eso que las
prendas interiores no resultaban visibles. Cada cual disimula o aparenta como
puede. Es cierto, de todas maneras, que su afición a la astronomía motivada por
la conocida frase del lado oscuro de la luna, le estaban llevando por unos
derroteros cuanto menos sorprendentes, pues por entonces, ya era frecuente que
cuando estaba con gente, buscara ubicaciones desde las que pudiera percibir su
parte de atrás, cosa que algunos empezaron a tomar como una chaladura, y quienes,
incluso, sospechando actitudes poco edificantes, giraban al tiempo que Lucas
trataba de rodearles con un disimulo que cada vez le iba siendo más difícil de
mantener. Andando con alguien por la acera, se hacía el rezagado, y sometía a
su acompañante a un escrutinio detallado de las zonas apropiadas para delatar
actitudes o características ocultas, y desde luego, si por casualidad coincidía
detrás de otra persona, se mantenía en esa situación para observar con fruición
los signos delatores, lo que llego a provocar algún malentendido, pues el puro
instinto de defensa del animal que seguimos siendo, hace que no nos guste que
alguien ande tras nosotros manteniendo la distancia. Varias personas se
volvieron y le miraron fijamente de forma inquisitiva, y otros, incluso
llegaron a recriminarle su actitud, por lo que optaba por “dejarse caer” un
poco hacia atrás, acortando el paso y sobrepasándoles cuando tenía ya toda la
información deseada. Afortunadamente, Lucas fue capaz de rectificar a tiempo, y
siendo consciente de la extrañeza que causaba, decidio cambiar, dedicándose a
otro tipo de actividades psicológicas y
no espaciales, que se mencionaron al principio, pues lo que sí tenia claro era
su necesidad de añadir algo a la evidencia del otro, urdiendo estrategias para
su conocimiento. A esas alturas, ya resultaba para él suficientemente claro la
importancia de la otra parte, aquella que la gente cuida menos, dada la
relación cara a cara que habitualmente mantiene: la parte de atrás era la parte
del “no”, lo no visto. Pero en el comportamiento de las personas, también existe un envés que se empeñan en no mostrar, empleando
un método de ocultación no tan claro de percibir, pero que, a poco que uno agudice sus sentidos, percibirá. Existen
áreas de la personalidad que procuramos que permanezcan ocultas, mediante el
procedimiento de no mencionarlas en absoluto. No hablar de algo, no mirar, no tocar
y no oír, se vuelven tan significativos como el uso en positivo de dichos
sentidos, pero esta vez con una intención de engaño o disimulo, que supone una
elaboración muy sofisticada de los mismos, pues lo natural sería utilizarlos para
algo, y no dejar de hacerlo, que sin embargo puede significar lo mismo. O algo
diferente pero relevante. En este sentido, aún recordaba Lucas lo que en cierta
ocasión le dijo una novia que tuvo, Raquel, después de asistir a una cena en
casa de su mejor amigo, en compañía de otras parejas: “No confíes demasiado en
tu amigo Raúl, que te quiere poner los cuernos: NO me ha mirado en toda la
noche”. Y luego le explico lo que, según ella, era una evidencia, cuando
alguien tiene una actitud evitativa con otro, pueden pasar varias cosas, pero
en su caso, sabiendo que estaba de buen ver, estaba claro: no la miraba porque
le gustaba demasiado, y además era la novia de su mejor amigo. Fue la primera
vez que le parecio que Raquel decía algo coherente, en un tema que entendía, pues
aunque no tenía demasiadas luces, a los hombres no les importaba demasiado, teniendo
otros desarrollos francamente llamativos de los que sacaban sus propias
conclusiones. Otro caso que recordaba, era el de un conocido del barrio, borrachín
profesional, que sin embargo, cuando comía con él ni probaba el alcohol,
diciendo que ni una gota, que aquello era puro veneno. ¡Si lo sabría él! pensaba
Lucas. A partir de ese momento, se dedico a experimentar con sus amistades,
para verificar que su teoría era cierta,
para lo cual en algunas charlas que mantenía con ellos, se dedicaba a
provocarles, para ver cuanto tiempo tardaban en despedirle con viento fresco. En
las conversaciones, y como quien no quiere la cosa, introducía temas de los que
ni por asomo se les ocurriría a ellos traer a colación. Para empezar, una tarde
en que terminaron una partida de dominó, se dirigio a Sergio y le pregunto con
toda naturalidad, cual era su opinión sobre la teoría de las mónadas de Leibniz,
y cuando el otro le pregunto a qué se refería, se lo explico someramente, a lo que
Sergio respondio que ni idea, que esas cosas no le interesaban, algo que Lucas
ya sabía con antelación, por lo que en su fuero interno se dio por satisfecho
con la siguiente conclusión “estaba en
lo cierto, este tipo no habla de filosofía porque no le interesa en absoluto”. Claro
que a continuación, le parecio que para llegar a tal conclusión no había hecho
falta recurrir a su método de deducción negativa, lo que empezo de alguna forma
a socavar los fundamentos de su innovadora teoría. Otra tarde, sin embargo,
tuvo un éxito casi total, pues logro sentar a su mesa del bar a Eulogio,
abstemio de toda la vida, y del que sospechaba que su negativa radical a beber
una gota de alcohol, se debía a que temía perder los estribos y dar a conocer
su auténtica personalidad de extremista, que ocultaba haciéndose pasar por una
persona seria y equilibrada. Logró, mediante artificios de auténtico sofista,
que su amigo se metiera una botella de Rioja crianza para el cuerpo, dando
lugar acto seguido a un momento bochornoso y épico, en el que de pié sobre la
mesa, arengo al auditorio y dio varios hurras a la dictadura y a su Excelencia
el Generalísimo, amenazando con el cuchillo de cortar jamón a un vejete que se negaba a entonar el Cara al Sol. Ese
día se le cayo la careta, y fue conocido en adelante como “Paquito “, en honor
al laureado general. Días después, a
pesar de que todo parecía apuntar en la dirección supuesta por él mismo, Lucas
cayo presa de su propia experimentación, pues se dijo que si aquello era cierto,
su afán investigador también debía obedecer a razones tan oscuras como el lado
oscuro de la luna, lo que le hizo caer en un estado de estupor profundo después
de su última actuación, que consistio en poner a toda pastilla en su transistor, la quinta Sinfonía de Mahler, para comprobar
que el auditorio no hablaba de música clásica porque le tenía sin cuidado. E
incluso la odiaba, debió añadir, de acuerdo con los abucheos que aquella tarde
se escucharon en el bar.
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