miércoles, 1 de junio de 2016

NENÚFARES




Me recibe en salto de cama con toda naturalidad y me siento muy desconcertado, pues habiendo quedado en su casa para realizar un trabajo conjunto sobre el verdadero significado de la filosofía en la actualidad, no me parece el atuendo más adecuado para iniciar cualquier debate que no sea de orden erótico. Así se lo digo al poco de sentarnos en su mesa de estudio, donde ella ha preparado una auténtica panoplia de libros y bibliografía ad hoc. Me contesta que se siente cómoda, y que de hecho, de esta manera tiene la placentera sensación de trabajar en la cama, algo que siempre pretendió pero que nunca había logrado, y que mi visita, sin embargo, le parecía un buen momento para ello, pues tenía la impresión de llevar la cama consigo.
Del siglo veinte nos interesaba especialmente la filosofía analítica positivista del Círculo de Viena con Bertrand Russell a la cabeza, y sobre todo la filosofía del lenguaje de Wittgenstein, que suponía en cierto modo el asesinato del resto de la filosofía, con la metafísica a la cabeza. Metidos en harina, sin embargo, me costaba seguir los razonamientos, por otro lado espléndidos de Silvia, y su apreciación de que el filósofo se había pasado, pues el lenguaje figurado, metafórico o puramente especulativo no tenían por qué no significar nada, sino hacerlo en un ámbito en el que la matemática no es aplicable. En un momento, dado un pezón desbordo el sucinto límite en el que mi amiga había encerrado su cuerpo, y atraído por la magia de aquella especie de dedal oscuro, dejé de prestar la mínima atención a su discurso, al tiempo que la zona más interesada de mi fisonomía se alertaba a pesar de la resistencia de mis Levis 501 recién estrenados. Silvia continuaba su perorata convencida de que yo la seguía, en el mismo instante que el otro pezón pegó un brinco ostensible siguiendo los enérgicos movimientos con los que pergeñaba con vehemencia en un papel el hallazgo fundamental del Tractatus Logicus-Philosophicus: la carencia de significado de todo discurso no positivo. Mi mente, sin embargo, tomaba otras derivas sin poder quitar la vista de aquellas dos gemas con areolas del doble tamaño al de un antiguo napoleón, que me sugerían una vuelta inmediata a la lactancia, por más que en un esfuerzo supremo, y después de desabrocharme la bragueta, logré contraatacar manifestándole que el filósofo vienés en sus Investigaciones Filosóficas, había modificado en buena medida lo dicho en su obra anterior. Sorprendida por mi réplica, Silvia insistió no obstante, en la vigencia del Tractatus y, contradiciendo lo que había expresado poco antes, abominando de las Investigaciones, que a ella siempre le había parecido un libro vergonzante, de alguien incapaz de soportar la presión de sus colegas, y que lo que podía haber hecho en su lugar era haberse callado como reza uno de sus famosos aforismos hablando de lo que se ignora. La situación se hacia tensa en la medida en que llevada de su furor explicativo, Silvia había dejado caer su delicada prenda hasta las caderas, y mostraba en todo su esplendor sus pechos que reclamaban a gritos ser atendidos de inmediato. Me di por vencido, y tuve que confesarle que en tales circunstancias me era imposible continuar, y que solo la descarga de mi libido podría hacer que continuara nuestro trabajo académico. Abriéndose su mínima lencería, me dijo que estaba de acuerdo conmigo, momento que entré en un delirio nada filosófico que me hizo agradecer al Circulo de Viena la oportunidad que me había ofrecido de verificar los postulados del mundo estrictamente real y verificable, coincidente en buena medida con la fenomenología de Husserl. El momento álgido tuvo lugar con ella a horcajadas sobre mí, sentado en una silla, sin abandonar ambos un cierto aire académico, que ni siquiera perdimos cuando las convulsiones finales hicieron que el horizonte frente a nosotros olvidara su horizontalidad, dibujando arabescos y pinturas que podían recordar a las del neoexpresionismo abstracto americano, en especial a Pollock. Exhaustos reposamos las cabezas un rato sobre las notas y apuntes de Silvia, que como consecuencia de las efusiones precedentes, parecían dibujar en esos momentos lo que a alguien bienintencionado y con vista cansada, podían recordarle a los nenúfares de Monet. Al despedimos acordamos vernos con más frecuencia en las mismas circunstancias, para tratar asuntos que, visto lo visto, estuvimos de acuerdo en que fueran de tema libre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario