miércoles, 1 de junio de 2016

CAPONES



Nada ha sido como había supuesto. El lugar donde nos cito el Patillas era un tugurio de mala muerte, un chiringuito que sin embargo quiere dárselas de local de diseño, y de diseño nada. Pero no me extraña, porque el propietario es un bicho raro de cojones, un tiarrón imponente que sin embargo se las da delicado y sensible, y que al sentarnos nos leyo el menú casi como quien dice misa, haciendo unos gestos muy significativos con las manos, y atusándose el pelo cada dos por tres, cuando la puta  verdad es que le quedan cuatro mal contados. Para mí, que a pesar de ser un armatoste, es más maricón que un palomo cojo. Bueno, pues como empecé diciendo, de lo dicho nada, lo cierto es que he encontrado al Patillas hecho una mierda y con la moral por los suelos. Al parecer Lola le pone los cuernos con alguien, y el tío está hecho polvo pensando que otro tío se la trinca, aunque en algún momento creo que sugirio que podía tratarse de una tía, lo que, según él, ya sería la leche, pues eso demostraría que en el fondo ella durante todo este tiempo le había estado considerando como una fulana.
Jules y yo hemos tratado de remontarle la moral, diciéndole que son épocas, y que seguro que después todo irá mejor, pero que ella no debe notar que él se viene abajo, porque entonces se ceba y es peor. Me ha sorprendido el cabrón del Jules, siempre con esa pinta de no romper un plato, y hoy se presenta como si fuera un primo carnal de Al Capone, con sombrero de ala tipo gangster de Chicago, y un terno negro con unas rayas finísimas que le quedaba de puta madre. Y por descontado pañuelo blanco en el bolsillo de la chaqueta y un peluco de cortar el hipo, que me pregunto de donde habrá sacado el hijo puta la guita para agenciárselo e ir llamando la atención de ese modo. Total, que al fin ha sido él y no el Patillas el que ha tomado el mando y dirigido la orquesta, yo asombrado y sobando la pipa en la sobaquera con disimulo, no porque fuera a utilizarla, sino porque me da tanta tranquilidad como una pata de conejo. De hecho la Remington tiene unas cachas ultrafinas, suavísimas, casi como acariciarle la entrepierna a la parienta después de la ducha. Jules ha decidido que debemos de meternos de cabeza con las bandas de polacos y rumanos, que se dedican a reventar chalets por las urbanizaciones de los alrededores de Madrid. Olvidarnos de una puta vez de la gente de color, que son demasiado sentimentales y en cualquier momento cantan, y nos vemos todos en el trullo. Estos del Este que él viene tratando, son en su opinión la definición perfecta del hijo de puta, altos, fuertes, con ganas de forrarse y sin ningún problema de culpabilidades ni zarandajas, que si tienen que zurrarle la badana a su puta madre, pues que la buena señora se vaya preparando. El Patillas se ha puesto un poco sentimental, y ha dicho que nunca había contado con aliarse con semejantes salvajes, que no se fía de ellos, y que si son capaces de mandar al otro barrio a su mismísima madre, imaginaos que no harían con nosotros como les toquemos los güevos en un momento dado. La cosa ha quedado así hasta la próxima reunión que tiene que ser pronto, porque los atilas tienen prisa en saber si cuentan con nosotros o no. Al despedirnos, Jules y yo hemos sido cariñosos con el Patillas que casi gimoteaba, lo que conociendo a la golfa de su mujer no me extraña, pues tengo datos. No en vano hace años me propuso algo y yo me hice el loco.

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