Nada ha sido como había supuesto. El
lugar donde nos cito el Patillas era un tugurio de mala muerte, un chiringuito
que sin embargo quiere dárselas de local de diseño, y de diseño nada. Pero no
me extraña, porque el propietario es un bicho raro de cojones, un tiarrón
imponente que sin embargo se las da delicado y sensible, y que al sentarnos nos
leyo el menú casi como quien dice misa, haciendo unos gestos muy significativos
con las manos, y atusándose el pelo cada dos por tres, cuando la puta verdad es que le quedan cuatro mal contados. Para
mí, que a pesar de ser un armatoste, es más maricón que un palomo cojo. Bueno, pues
como empecé diciendo, de lo dicho nada, lo cierto es que he encontrado al
Patillas hecho una mierda y con la moral por los suelos. Al parecer Lola le
pone los cuernos con alguien, y el tío está hecho polvo pensando que otro tío
se la trinca, aunque en algún momento creo que sugirio que podía tratarse de
una tía, lo que, según él, ya sería la leche, pues eso demostraría que en el
fondo ella durante todo este tiempo le había estado considerando como una
fulana.
Jules y yo hemos tratado de
remontarle la moral, diciéndole que son épocas, y que seguro que después todo
irá mejor, pero que ella no debe notar que él se viene abajo, porque entonces
se ceba y es peor. Me ha sorprendido el cabrón del Jules, siempre con esa pinta
de no romper un plato, y hoy se presenta como si fuera un primo carnal de Al
Capone, con sombrero de ala tipo gangster de Chicago, y un terno negro con unas
rayas finísimas que le quedaba de puta madre. Y por descontado pañuelo blanco
en el bolsillo de la chaqueta y un peluco de cortar el hipo, que me pregunto de
donde habrá sacado el hijo puta la guita para agenciárselo e ir llamando la
atención de ese modo. Total, que al fin ha sido él y no el Patillas el que ha
tomado el mando y dirigido la orquesta, yo asombrado y sobando la pipa en la
sobaquera con disimulo, no porque fuera a utilizarla, sino porque me da tanta
tranquilidad como una pata de conejo. De hecho la Remington tiene unas cachas
ultrafinas, suavísimas, casi como acariciarle la entrepierna a la parienta
después de la ducha. Jules ha decidido que debemos de meternos de cabeza con
las bandas de polacos y rumanos, que se dedican a reventar chalets por las
urbanizaciones de los alrededores de Madrid. Olvidarnos de una puta vez de la
gente de color, que son demasiado sentimentales y en cualquier momento cantan,
y nos vemos todos en el trullo. Estos del Este que él viene tratando, son en su
opinión la definición perfecta del hijo de puta, altos, fuertes, con ganas de
forrarse y sin ningún problema de culpabilidades ni zarandajas, que si tienen
que zurrarle la badana a su puta madre, pues que la buena señora se vaya
preparando. El Patillas se ha puesto un poco sentimental, y ha dicho que nunca
había contado con aliarse con semejantes salvajes, que no se fía de ellos, y
que si son capaces de mandar al otro barrio a su mismísima madre, imaginaos que
no harían con nosotros como les toquemos los güevos en un momento dado. La cosa
ha quedado así hasta la próxima reunión que tiene que ser pronto, porque los
atilas tienen prisa en saber si cuentan con nosotros o no. Al despedirnos,
Jules y yo hemos sido cariñosos con el Patillas que casi gimoteaba, lo que
conociendo a la golfa de su mujer no me extraña, pues tengo datos. No en vano
hace años me propuso algo y yo me hice el loco.
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