No me interesa,
de verdad, pero cuando llega no puedo dejar de mirarla. Es sin duda una mujer
llamativa, y además tengo la certeza de que es lo que pretende. En un ambiente
donde abundan los tonos grises y ocres en invierno, ella se resguarda de la
intemperie con vestidos ceñidos y de colores llamativos, que desde luego no dan
la impresión de querer pasar desapercibidos. Pero quizás soy demasiado crítico,
y en el fondo una actitud como la suya es digna de encomio, pues la verdad es
que vestir en tonos oscuros o desvaídos, como es costumbre por estos pagos, no
deja de ser un tanto triste. Siempre me pregunté por qué en otras latitudes más
meridionales, las mujeres suelen llevar trajes vistosos y de colores, y me he
dicho que es posible que todo sea una cuestión de luminosidad. Aunque parezca
mentira, la gente se identifica con el ambiente que vive, y aquí debe
considerarse que cuando proliferan las nubes y la luz es más bien escasa, lo
adecuado es no llevar la contraria al medio ambiente, y de alguna forma,
mimetizarse con él. Claro que tratándose de ella, la cosa no parece quedarse
ahí, ya que con independencia de lo dicho, no se trata solo de de su
vestimenta, sino de los adornos que la acompañan, pulseras, collares, sortijas
y dijes. Y del peinado que, desde luego, pretende llamar la atención, siendo
famosos sus golpes de melena para llevar su pelo azabache de un manotazo, a uno
u otro lado de la cabeza, como diciendo “aquí estoy yo”.
No es sin
embargo su indumentaria, sus adornos ni su pelo lo que a la larga acababan
llamando más la atención, sino su forma de gesticular, que traduce de inmediato
un carácter fuerte, no apto para soportar que le lleven la contraria. Eso al
menos es lo que me parece a mí al observarla día tras día, en los que la
acompañante parece poco más que una marioneta, asintiendo todo el rato,
temerosa sin duda de que la morena pueda desmelenarse, y terminar la situación
con algo más que con una simple subida del tono de su voz. Lo más llamativo son
sin dudas sus manos, situadas como es natural al final de sus brazos, pero que
en algunos momentos de máximo brío, parecen a punto de desprenderse y actuar
por si mismas, llevadas por una energía incapaz de mantenerlas en el lugar
adecuado. Normalmente se trata de la mano derecha que acerca con frecuencia al
rostro de la otra, que en general retrocede disimuladamente, evitando así que
el índice erguido acaba ocasionándola algún desperfecto. Y finalmente están sus
ojos y su boca. Los primeros proyectan una energía excesiva que cualquier
persona bien equilibrada tratará de evitar, pues su mirada oscura transmite un
enfado que más vale no contrariar, ni siquiera con la mejor de las intenciones.
Parece sentirse bien así, puesto que lo descrito corresponde a su actitud
habitual, no a salidas de tono esporádicas, y lo cierto es que consigue llamar
la atención de la gente que está a su alrededor, posiblemente como resultado
del exotismo y fiereza de su airada belleza. Lo último pero no menos importante,
son sus dientes blancos, purísimos, que ofrecen un contraste llamativo con la
piel morena y arrebolada de su cara, y que si a veces al sonreír le añaden un
toque desenfadado y hasta podría decirse que pasionalmente femenino, con más
frecuencia hacen temer que pudieran tener otros usos menos halagüeños. No me
interesa, lo dije al principio, y no porque deje de considerar que a su estilo
es una belleza como pocas, sino porque tengo el convencimiento que quien caiga
bajo su hechizo, más bien pronto que tarde, será para ella lo más parecido a
una presa.
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