Lo cierto es que el lobo raro o la oveja
tonta, como queráis llamarlo, permaneció mucho tiempo en su refugio, esperando
decidirse en uno u otro sentido. Sin
embargo, la verdad es que no le resultó sencillo, pues si unas veces se sentía
como un auténtico lobo, en otras su
corazón de oveja reprimida se manifestaba claramente, y deseaba incorporarse de
inmediato al rebaño. Sucedió, sin embargo, que un día se presentó el pastor, que
estuvo un buen rato allí intentándose comunicarse con ella. Le acompañaban una
de las ovejas que no la temían, y un perro al que había visto en ocasiones
guardar al rebaño. Un San Bernardo. Finalmente, el pastor, a pesar de la
resistencia que ella mantuvo durante un rato, logró echarle una soga al cuello
y llevársela con él, pues según parecía deducir de los gritos que daba, pretendía
que le ayudara.
Aunque al
principio no le pareció entender nada, pronto tuvo claro que el pastor quería
aprovecharse de sus dos naturalezas, que finalmente no parecían ser
incompatibles para lo que él pretendía. Como lobo, ejercería las funciones de
perro guardián, y como oveja actuaría en cada momento tratando de comprender las
reacciones del rebaño sin ser excesivamente agresivo, al comprender las
motivaciones de sus hermanas para actuar a su manera. El perro que era
inteligente y bastante entrado en años no puso ninguna objeción ni se mostró
celoso, por lo que a partir de aquel momento los dos colaboraron en el cuidado
del rebaño. En algunos momentos cuando veía a la manada de antiguos compañeros
merodear por la zona para ver si alguna de las ovejas se despistaba, dejaba
actuar al San Bernardo que a pesar de su edad tenía las suficientes malas
pulgas como para mantenerlos alejados. Así fue como la oveja abandonada logró
conciliar sus dos naturalezas tan opuestas, y logró el respeto de ovejas y
lobos, que por raro que pueda parecer en secreto llegaron a envidiarla.
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