viernes, 17 de junio de 2016

PEQUINÉS



Los domingos por la mañana, solía despedirme temprano en la puerta de su casa, vestida solo con su braguita y la perrita pequinesa en brazos. Lo hacía así porque de inmediato volvía a la cama y recuperaba las horas de sueño que Eros nos había robado. La pequinesa en brazos no se debía a ninguna coquetería final, sino que era la única forma de que comprendiese que su ama no la dejaba sola, pues de lo contrario, se ponía a ladrar con desesperación. A mí, gustándome esa estampa final, no dejaba de extrañarme que Laika se desesperara de tal manera, como si no supiera que Raquel no acostumbraba a salir de casa desnuda. Siendo este tipo de animales tan perspicaces, darme cuenta de esto introdujo en mí un pensamiento absurdo ¿sería posible que Raquel saliera de noche desnuda de su casa? Sabía que era una idea descabellada, pues conociéndola, la osadía no me parecía una de sus cualidades, pero quien sabe si abajo alguien la esperaba en un coche con el motor encendido y se iniciaba para ella una aventura que yo desconocía. Me parecía poco probable, pero en mi mente surgieron otras alternativas y quizás lo que hacía, una vez que comprobaba mi salida del portal el oír la puerta cerrándose, es iniciar una especie de festival autoerótico a lo largo del pasillo frente a la puerta principal de su casa, teniendo en cuenta que en el primer piso era la única vecina.
Siendo lo dicho poco imaginable y solo fruto de un desvarío, se colaron en mi cabeza algunos pensamientos que me hicieron verla no solo como a la mujer culta y  refinada que conocía, sino como a alguien que ocultaba bajo un barniz convencional, a un ser más lujurioso y lúbrico de lo que había imaginado. Sin embargo, no se de qué me extrañaba tanto, después de conocerla durante años, y estar al corriente de sus gustos cultos.  Determinados detalles que ella ocultaba y solo mostraba en la intimidad, podían haberme dado pistas, que hasta entonces achaqué a sus preferencias más o menos exóticas , o en ocasiones al placer de motivarme. Nunca llevaba las misma bragas,  y cada vez sus modelos competían en sofistificación y clase, pues alternaba las juveniles tipo slip con otras tanga absolutamente sexys que dejaban al descubierto sus caderas y dibujaban con precisión la suave prominencia de su sexo y su monte de Venus, rodeados por un entramado finísimo de encaje de distintos colores, casi siempre llamativos, que hacían que la mirada no buscara nuevos alicientes no estimara que había otros lugares que mereciesen la pena. El sujetador a juego era menos importante, y rápidamente pasaba a ser un elemento decorativo sobre la cama: me gustaba sus pezones rodeados de una areola oscura como una diana, en la que únicamente cabía era chupar. Aquella mañana al despedirme, me fijé que llevaba unas zapatillas caseras rojas con tacones y un pompón amarillo de escaso gusto, por lo que por un instante tuve la impresión de una madama despidiendo a un cliente y diciéndole que le esperaba pronto. Este nuevo elemento añadido a la perrita, me hizo suponer durante un rato, que en el fondo yo era un ingenuo, y que Raquel recibía por horas y cita previa, y que fue eso lo que le hizo urgirme salir pronto.
”Servicio  24 horas”, pensé, y de pronto ya en la calle me eché a temblar,  pensando que quizás tenía una idea muy equivocada de esa mujer, suficientemente educada y lista para manejar a los hombres de acuerdo a un programa meticulosamente estudiado, en el que entraban los temas a tratar según el individuo, la dosificación de horarios, las pausas, y en general la capacidad para hacer pasar como normales relaciones emparentadas con Hipatía y determinadas aficiones de las bacantes. De esta manera empezaban a tener sentido su colección de juguetes que no era lógico reservara solo para mí, pues cuando estábamos juntos, también recurríamos con frecuencia en nuestros delirios eróticos a elementos decorativos de su colección de objetos africanos, a la repostería de cierto nivel, a los zumos y jugos y a los productos de la huerta,  después de abandonar el frigorífico. Además en alguna ocasión comprobé que todos los aparatos de apoyo contaban con sus pilas AAA nuevas, o al menos en perfecto estado, algo incompatible con los procesos de sulfatación que experimentan cuando no son utilizadas con frecuencia. Y no digamos nada de una caja de preservativos abierta en el cajón de su mesilla de noche.
Apremiado por estos pensamientos negativos, decidí emprender una estrategia que pudiera sacarme de dudas,  sin que ello supusiera nada que pudiera resultar lesivo  o vejatorio. Cada vez que nos veíamos,  me presentaba en su casa, habiendo tenido conmigo mismo relaciones personales íntimas, de tal manera que llegado el momento era incapaz de satisfacerla alegando males difusos o muy precisos, según la ocasión,  como la ingesta de pastillas, alcohol, depresión, dolor de cabeza o lo que fuera. Todo de muy buenas maneras, y sustituyendo los embates amorosos por la lectura de poesía simbolista francesa, que a ella le gustaba, y a algunas composiciones propias, relatos breves, haikus, epigramas, aforismos, etc, de tal manera que aún recurriendo a alternativas del acto amoroso básico, ella pudiera quedarse insatisfecha,  no siéndole suficientes mis recursos líricos. Si se quejaba me parecería lógico, pero el día que lo aceptase y afirmara su preferencia por las justas literarias a media noche, habría llegado para mí el momento de considerar la evidencia de otras intervenciones.
Claro que lo que realmente paso después de todo un trimestre de experimentación, y cuando el volumen de mis obras literarias sobrepasaba el de una carpeta tipo folio,  fue una variante, pues decidio que  debía continuar con mi producción literaria que la inspiraba sobremanera, y que el mero hecho de oírme narrar o declamar, la llevaban , con las ayudas pertinentes del arsenal del que disponía,  a cimas que nunca creyo alcanzar por los métodos habituales: estaba convencida de que mis composiciones y el tono de mi voz alcanzaban su sistema límbico (sic), aupándola a cielos que antes desconocía. Y añadía”así, además, cerrando los ojos, dejo vagar mi mente por lejanas playas tropicales bañadas por la tibia luz del sol que declina,  mientras escucho el susurro del mar y siento unas manos que me acarician todo el cuerpo…”. Después de esto, no supe como reconducir la situación, pues ella era todo lo que necesitaba, y yo ya estaba terminando con mi biblioteca de poetas famosos y cada vez me costaba más estrujarme la mollera para escribir algo potable, y no terminar haciendo simplemente aleluyas que sabía que, dado su escaso nivel, ella no aceptaría. Nuestras veladas se extendieron a lo largo de la noche, y es cierto que las velas, el perfume y el vino dulce las hacen agradables y un tanto mágicas, pero ya no me despide desnuda en la puerta con la perrita en brazos. Después del certamen literario de madrugada, cuando me voy a ir, ni se levanta, desde la cama, simplemente extiende un brazo hacia fuera y me dice “ya sabes el camino, mañana quiero más de esto…”. A veces ya en la calle, pienso  que con frecuencia las estratagemas que uno urde tienen también sus inconvenientes, aunque en mi caso,  de momento,  no haya pensado abandonar la poesía.

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