sábado, 25 de junio de 2016

INSTRUCCIONES PARA CERRAR LOS OJOS



Antes de empezar, quiero que vaya por delante una advertencia para los no avisados: las instrucciones a las que se refiere el título de esta nota pueden ser redundantes o inútiles, pues los llamados ojos suelen cerrarse por sí mismos sin ninguna ayuda especial. Todo el mundo tiene la experiencia los días en los que no es asaltado por el insomnio, de que los párpados clausuran el estado de vigilia con una naturalidad que haría trivial el empeño que uno ponga en ello.

Claro que ya aquí cabe hacer otra advertencia para continuar con pleno sentido. Para verificarla y facilitar la conclusión, colóquese frente a un espejo (no hace falta que sea de cuerpo entero), y trate literalmente de “cerrar los ojos”. Comprobará de inmediato su imposibilidad, ya que, en todo caso, podrá cerrar los párpados, pero los ojos permanecerán igual a sí mismos independientemente de su deseo. Como mucho, podrá observar en ellos en ciertas variaciones según la bilis que en ese momento le habite, que le hará mirar de una u otra forma, debido al parecer a la variable concentración de conos y bastoncillos (solo observables por un oftalmólogo). Podrá también mirar hacia arriba, hacia abajo o al bies, según su antojo y su cordura. Las puertas, sin embargo, sí se cierran, al poder ser colocadas ellas mismas en diferentes posiciones, algo que sin embargo no está entre las habilidades de los ojos, incapaces de voltearse, y como mucho dotados de la facultad un tanto inútil que uno tenga de hacerse el bizco mirándose la punta de la nariz. O hablando con propiedad: de hacer el idiota.

A todo esto podría añadírsele otro fenómeno que, dada la velocidad a la que tiene lugar, nos pasa en general inadvertido. Se trata, como todo el mundo sabe, del parpadeo. Esa facultad de gran parte de los animales mediante la cual se humedece la superficie de los ojos al tiempo que, como si se tratara de los limpiaparabrisas de un vehículo en los días de lluvia o niebla, mantienen limpios los cristales. En cualquier caso, y a modo de excurso, me asalta aquí una duda ¿les sucede lo mismo a los insectos? ¿limpian ellos de la misma manera sus ocelos? Y en caso negativo ¿por qué? No voy a consultar la enciclopedia ni a meterme en google. Quizás son menos coquetos o aseados, y no le importa dejar al albur de las circunstancias tal cometido. Quien sabe. Para una araña, con ocho ojos, tal cosa supondría un verdadero engorro. Pero estaríamos hablando de un artrópodo.

Y volviendo a nuestra especie, se puede afirmar que con dedicación y cierto empeño, sí podemos ser conscientes del parpadeo de nuestro interlocutor (difícilmente del propio), pero para ello debemos mirarle a los ojos fijamente, lo que al cabo de pocos minutos puede dar lugar a una situación conflictiva. Hacerlo, según los psicólogos conductistas, solo puede significar dos cosas, atracción o desafío, y  tales afectos (en el amplio sentido de la palabra) se dan en contadas ocasiones. Sabiendo esto, que cada cual considere el riesgo que corre si persevera en su experimentación, pues en algunas circunstancias, tales situaciones puedan terminar a todo correr en la habitación de unos apartamentos por horas, o en el sentido contrario, en el campo de honor, que tiene menos gracia.

Cerrar los ojos no es pues algo tan simple como podía parecer a primera vista (incluso con los ojos cerrados, valga la paradoja), y si en ocasiones la dificultad se debe a una pura cuestión mecánica, otras ha de considerarse estrictamente como metáforas, sobre las que volveremos más adelante.

Dos afecciones oculares de diferente gravedad pueden corroborar estos hechos en el primero de ambos casos. De entrada debemos considerar la blefaritis, inflamación en general leve del tejido conjuntivo alrededor de los ojos, pero con consecuencias poco agradables, entre las que se cuenta la dificultad de despegar los párpados (sobre todo por la mañana). Y a pesar de que sería lo indicado, no me parece apropiado ponerse aquí a hablar de legañas. En los casos más llevaderos, se trata de aplicar jabón diariamente (a poder ser con ph neutro o champú para bebés). La miastenia gravis, sin embargo, es otra cosa, pues la debilidad muscular no solo afecta a los párpados sino a todo el cuerpo. Quien la sufre, aparte de muchas otras dificultades, se verá con la engorrosa sensación de no poder tener los ojos abiertos porque los párpados se cierran a pesar de la voluntad que ponga en sentido contrario. Para estos enfermos, “cerrar los ojos” tal como se entiende habitualmente puede parecer un sarcasmo, puesto que ellos por sí mismos ya tienden a hacerlo sin ningún necesidad (y sin tener sueño el propietario).

 Para continuar y decir algo que no se quede en un mero juego de palabras o humorístico, digamos que en estas instrucciones deben considerarse algunos factores que faciliten el hecho al que nos referimos, dejando de lado matices o sutilezas verbales. Cerrar los ojos precisa antes de nada, de una voluntad que lo facilite, y tal cosa puede darse en circunstancias de la vida que no solo se refieran al lenguaje figurado (las metáforas mencionadas con anterioridad), algo que, sin embargo, todos hemos empleado alguna vez. “No quiso verlo y cerró los ojos”, es una expresión que pertenece al lenguaje popular. En otras ocasiones se nos recomienda fervientemente lo contrario, “permanecer con los ojos bien abiertos”. Esta facultad, y es obvio que se trata de otra metáfora, se hace una sorprendente realidad en ciertos individuos, capaces de permanecer sin parpadear durante largos períodos de tiempo. Hablamos de los psicópatas, gente poco recomendable, a pesar de que cierta literatura los describa como poseedores de una “mirada penetrante”. Ante casos así, procure poner tierra de por medio lo antes posible. Estos tipos son capaces de pasarle a cuchillo, y punto seguido pedir una cerveza y una ración de gambas en el establecimiento que tengan más a mano sin ningún remordimiento.

Cerrar los ojos, y ya hablamos aquí de un acto que requiere una implicación personal de quien lo haga, exige, como sin duda se dará cuenta si lo intenta, el empleo de un buen número de los músculos de la cara, especialmente la frente y las mejillas. Este hecho hace que sea empleado por algunas personas sabedoras de que tal cosa le da al rostro cierta vis cómica muy divertida, y si no recuerdo mal fue utilizado con frecuencia por la actriz americana Shirley Mclaine en alguna de sus (cuando lo eran) divertidas películas. Surte más efecto si se hace varias veces seguidas y se arruga la nariz al mismo tiempo. También ha sido muy utilizado por algunos payasos. Con otro objetivo, los niños lo emplean a veces en el famoso juego del “veo veo” (*).

Hay personas que en lugar de cerrar los ojos se los tapan con las manos en situaciones azarosas y en algunos juegos de sociedad en los que sin embargo se suele hacer trampa dejando que los dedos adquieran una soltura indebida para ver entre ellos como si se tratara de una rejilla. Para entrever.Hay, sin embargo, una situación muy específica en la que realmente cerrar los ojos es una misión imposible, por mucho empeño que el supuesto interesado pudiera poner en ello. Se trata de los cadáveres, personas que sin duda en su inmensa mayoría querrían continuar con ellos abiertos y no perderse nada de lo que sigue aconteciendo a su alrededor, pero a los que desgraciadamente la voluntad les ha abandonado definitivamente. Mala suerte, chico/a, puede que les diga el alma benemérita que se los cierre, queriendo ignorar que tiempo adelante ella misma será la protagonista (pasiva, claro está). Llegados a este punto, el lector comprenderá que no haya mucho más que decir, pues con la situación mencionada se clausuran todas las posibilidades futuras del interesado. Si acaso, a modo de colofón, dedicar un afectuoso recuerdo a los tuertos, y a todos aquellos que por enfermedades o desafortunados acontecimientos quisieron clausurar sus ojos motu proprio mediante algún artificio. Destacar, en este sentido, a la princesa de Éboli y su famoso parche, y a los fotofóbicos, parapetados permanentemente tras unas gafas casi opacas, aptas incluso para contemplar los eclipses de sol.



(*) Esto no es totalmente cierto, pues las manos se suelen poner sobre los ojos ya cerrados, algo que puede parecer redundante, pero que es recomendable. Pruebe usted a hacerlo con los ojos abiertos y verá que no resulta agradable. Otro tanto podría decirse de “un, dos tres, al escondite inglés”.

La “gallinita ciega” y la “piñata” son otra cosa, precisan de un pañuelo o una venda.

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