Antes de
empezar, quiero que vaya por delante una advertencia para los no avisados: las
instrucciones a las que se refiere el título de esta nota pueden ser
redundantes o inútiles, pues los llamados ojos suelen cerrarse por sí mismos
sin ninguna ayuda especial. Todo el mundo tiene la experiencia los días en los
que no es asaltado por el insomnio, de que los párpados clausuran el estado de
vigilia con una naturalidad que haría trivial el empeño que uno ponga en ello.
Claro que ya
aquí cabe hacer otra advertencia para continuar con pleno sentido. Para
verificarla y facilitar la conclusión, colóquese frente a un espejo (no hace
falta que sea de cuerpo entero), y trate literalmente de “cerrar los ojos”.
Comprobará de inmediato su imposibilidad, ya que, en todo caso, podrá cerrar
los párpados, pero los ojos permanecerán igual a sí mismos independientemente
de su deseo. Como mucho, podrá observar en ellos en ciertas variaciones según
la bilis que en ese momento le habite, que le hará mirar de una u otra forma, debido
al parecer a la variable concentración de conos y bastoncillos (solo observables
por un oftalmólogo). Podrá también mirar hacia arriba, hacia abajo o al bies,
según su antojo y su cordura. Las puertas, sin embargo, sí se cierran, al poder
ser colocadas ellas mismas en diferentes posiciones, algo que sin embargo no
está entre las habilidades de los ojos, incapaces de voltearse, y como mucho
dotados de la facultad un tanto inútil que uno tenga de hacerse el bizco
mirándose la punta de la nariz. O hablando con propiedad: de hacer el idiota.
A todo esto
podría añadírsele otro fenómeno que, dada la velocidad a la que tiene lugar,
nos pasa en general inadvertido. Se trata, como todo el mundo sabe, del
parpadeo. Esa facultad de gran parte de los animales mediante la cual se
humedece la superficie de los ojos al tiempo que, como si se tratara de los
limpiaparabrisas de un vehículo en los días de lluvia o niebla, mantienen
limpios los cristales. En cualquier caso, y a modo de excurso, me asalta aquí
una duda ¿les sucede lo mismo a los insectos? ¿limpian ellos de la misma manera
sus ocelos? Y en caso negativo ¿por qué? No voy a consultar la enciclopedia ni
a meterme en google. Quizás son menos coquetos o aseados, y no le importa dejar
al albur de las circunstancias tal cometido. Quien sabe. Para una araña, con
ocho ojos, tal cosa supondría un verdadero engorro. Pero estaríamos hablando de
un artrópodo.
Y volviendo a nuestra
especie, se puede afirmar que con dedicación y cierto empeño, sí podemos ser
conscientes del parpadeo de nuestro interlocutor (difícilmente del propio),
pero para ello debemos mirarle a los ojos fijamente, lo que al cabo de pocos
minutos puede dar lugar a una situación conflictiva. Hacerlo, según los
psicólogos conductistas, solo puede significar dos cosas, atracción o desafío,
y tales afectos (en el amplio sentido de
la palabra) se dan en contadas ocasiones. Sabiendo esto, que cada cual
considere el riesgo que corre si persevera en su experimentación, pues en algunas
circunstancias, tales situaciones puedan terminar a todo correr en la
habitación de unos apartamentos por horas, o en el sentido contrario, en el
campo de honor, que tiene menos gracia.
Cerrar los ojos
no es pues algo tan simple como podía parecer a primera vista (incluso con los
ojos cerrados, valga la paradoja), y si en ocasiones la dificultad se debe a
una pura cuestión mecánica, otras ha de considerarse estrictamente como
metáforas, sobre las que volveremos más adelante.
Dos afecciones oculares
de diferente gravedad pueden corroborar estos hechos en el primero de ambos
casos. De entrada debemos considerar la blefaritis, inflamación en general leve
del tejido conjuntivo alrededor de los ojos, pero con consecuencias poco agradables,
entre las que se cuenta la dificultad de despegar los párpados (sobre todo por
la mañana). Y a pesar de que sería lo indicado, no me parece apropiado ponerse
aquí a hablar de legañas. En los casos más llevaderos, se trata de aplicar
jabón diariamente (a poder ser con ph neutro o champú para bebés). La miastenia
gravis, sin embargo, es otra cosa, pues la debilidad muscular no solo afecta a
los párpados sino a todo el cuerpo. Quien la sufre, aparte de muchas otras
dificultades, se verá con la engorrosa sensación de no poder tener los ojos
abiertos porque los párpados se cierran a pesar de la voluntad que ponga en
sentido contrario. Para estos enfermos, “cerrar los ojos” tal como se entiende
habitualmente puede parecer un sarcasmo, puesto que ellos por sí mismos ya
tienden a hacerlo sin ningún necesidad (y sin tener sueño el propietario).
Para continuar y decir algo que no se quede en
un mero juego de palabras o humorístico, digamos que en estas instrucciones
deben considerarse algunos factores que faciliten el hecho al que nos
referimos, dejando de lado matices o sutilezas verbales. Cerrar los ojos
precisa antes de nada, de una voluntad que lo facilite, y tal cosa puede darse
en circunstancias de la vida que no solo se refieran al lenguaje figurado (las
metáforas mencionadas con anterioridad), algo que, sin embargo, todos hemos
empleado alguna vez. “No quiso verlo y cerró los ojos”, es una expresión que pertenece
al lenguaje popular. En otras ocasiones se nos recomienda fervientemente lo
contrario, “permanecer con los ojos bien abiertos”. Esta facultad, y es obvio
que se trata de otra metáfora, se hace una sorprendente realidad en ciertos
individuos, capaces de permanecer sin parpadear durante largos períodos de
tiempo. Hablamos de los psicópatas, gente poco recomendable, a pesar de que
cierta literatura los describa como poseedores de una “mirada penetrante”. Ante
casos así, procure poner tierra de por medio lo antes posible. Estos tipos son
capaces de pasarle a cuchillo, y punto seguido pedir una cerveza y una ración
de gambas en el establecimiento que tengan más a mano sin ningún remordimiento.
Cerrar los ojos,
y ya hablamos aquí de un acto que requiere una implicación personal de quien lo
haga, exige, como sin duda se dará cuenta si lo intenta, el empleo de un buen
número de los músculos de la cara, especialmente la frente y las mejillas. Este
hecho hace que sea empleado por algunas personas sabedoras de que tal cosa le
da al rostro cierta vis cómica muy divertida, y si no recuerdo mal fue
utilizado con frecuencia por la actriz americana Shirley Mclaine en alguna de
sus (cuando lo eran) divertidas películas. Surte más efecto si se hace varias
veces seguidas y se arruga la nariz al mismo tiempo. También ha sido muy utilizado
por algunos payasos. Con otro objetivo, los niños lo emplean a veces en el
famoso juego del “veo veo” (*).
Hay personas que
en lugar de cerrar los ojos se los tapan con las manos en situaciones azarosas
y en algunos juegos de sociedad en los que sin embargo se suele hacer trampa
dejando que los dedos adquieran una soltura indebida para ver entre ellos como
si se tratara de una rejilla. Para entrever.Hay, sin embargo, una situación muy
específica en la que realmente cerrar los ojos es una misión imposible, por
mucho empeño que el supuesto interesado pudiera poner en ello. Se trata de los
cadáveres, personas que sin duda en su inmensa mayoría querrían continuar con
ellos abiertos y no perderse nada de lo que sigue aconteciendo a su alrededor,
pero a los que desgraciadamente la voluntad les ha abandonado definitivamente.
Mala suerte, chico/a, puede que les diga el alma benemérita que se los cierre,
queriendo ignorar que tiempo adelante ella misma será la protagonista (pasiva,
claro está). Llegados a este punto, el lector comprenderá que no haya mucho más
que decir, pues con la situación mencionada se clausuran todas las
posibilidades futuras del interesado. Si acaso, a modo de colofón, dedicar un
afectuoso recuerdo a los tuertos, y a todos aquellos que por enfermedades o
desafortunados acontecimientos quisieron clausurar sus ojos motu proprio
mediante algún artificio. Destacar, en este sentido, a la princesa de Éboli y
su famoso parche, y a los fotofóbicos, parapetados permanentemente tras unas
gafas casi opacas, aptas incluso para contemplar los eclipses de sol.
(*) Esto no es
totalmente cierto, pues las manos se suelen poner sobre los ojos ya cerrados,
algo que puede parecer redundante, pero que es recomendable. Pruebe usted a
hacerlo con los ojos abiertos y verá que no resulta agradable. Otro tanto podría
decirse de “un, dos tres, al escondite inglés”.
La “gallinita
ciega” y la “piñata” son otra cosa, precisan de un pañuelo o una venda.
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