Ayer he hecho un descubrimiento maravilloso. He percibido por primera vez
con total nitidez que vivimos en un mundo con volumen. Ya sé que a mucha gente
esto le parecerá una boutade, una majadería de alguien que no tiene mucho que
hacer, y se dedica a propalar extravagancias tratando de epatar a sus
conciudadanos. Y que conste que lo comprendo, y que va a ser difícil convencer
a nadie de mi hallazgo, entre otras cosas porque sólo me atañe a mi mismo y no
supone para ellos una novedad. Acostumbrados como están a las tres dimensiones,
les parecerá imposible y ridículo que alguien afirme haberse pasado media vida
en las dos de una hoja de papel. A este respecto argumentarán que de haber sido
así, yo habría tenido muchas dificultades para haberme desenvuelto sin
problemas en un mundo tridimensional, algo que sin embargo desmiente mi
realidad, pues jamás han tenido noticia de nada parecido, y por poner un
ejemplo, saben que yo bajaba y subía las escaleras con total normalidad, algo
prácticamente imposible en un caso como el mío. Nada en mi comportamiento
dejaba traslucir que me hallaba encerrado en un mundo plano, y mi anatomía no
difería en nada sustancial con la de los demás, lo que en opinión del común de
la gente desdice mi afirmación, por lo que llegará un momento en que empezaran
a considerarme como una persona con determinadas afecciones cerebrales. Y ahí
es donde yo quiero llevarles, pues es evidente que tengo de mi aspecto externo
la misma opinión que ellos mismos, pero, y ahí está la clave del problema, algo
en mi cerebro me hacía percibir el mundo que me rodeaba de forma parecida a
como alguien puede contemplar un folio en el momento de escribir, valga el
ejemplo. Algo en él no funcionaba con la normalidad habitual, y ha hecho que
durante todo este tiempo, haya tenido que aprender a desenvolverme en una
realidad que verdaderamente no comprendía, pero a la que me adapté desde muy
niño, imitando a los demás. Podría poner muchos ejemplos, pero expondré solo
uno que hace a los demás redundantes. Lo que habitualmente el común de la gente
toma por caminar, yo lo percibía como un deslizamiento, y tenía la impresión de
que mis recién descubiertas piernas reptaban a lo largo de la acera, algo que
ya de niño me reprochaba mi madre, al ver como arrastraba los pies por el suelo
sin casi despegarlos. Esa debe ser la razón por la que siempre ejercieron sobre
mí un tremendo magnetismo las líneas rectas, los planos y, en general, todas
las superficies. Para explicarlo puedo recurrir a la geometría, donde el punto
de fuga y la perspectiva consiguiente, hacen que al observar cierto dibujo, uno
tenga la sensación de que existe una profundidad, sin embargo, inexistente. Lo
mismo podría decirse del cubismo, tendencia pictórica de principios del siglo
veinte, que encumbró a famosos pintores en la memoria de todos, donde se trata
de suscitar la sensación de un volumen que no existe. Así ha transcurrido mi
vida hasta hace unas fechas, en las que inopinadamente al acariciar un rostro
bello, tuve la clara percepción de que se trataba de algo más que una lámina. Fue
quizás la emoción del instante la que disparó en mi interior la aparición de
una dimensión desconocida por mí hasta ese momento. Como un nuevo Einstein a
escala reducida, vivo ahora en un espaciotiempo que me fascina, aunque por
momentos sienta una extraña nostalgia de un pasado que ya no volverá. Pero debo
ser razonable y aceptar lo que me ha trasladado a un mundo nuevo en el que la
caricia y el abrazo ya tienen un sentido. Quien sabe si hasta ahora estuve sin
enterarme condenado a vivir en una cárcel solo hecha a mi medida. Después de
todo, para consolarme, me digo finalmente, que es posible que en algunos
momentos, todos vivamos en mundos ajenos. Mundos, sin embargo, propios.
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