sábado, 25 de junio de 2016

VOLÚMENES



Ayer he hecho un descubrimiento maravilloso. He percibido por primera vez con total nitidez que vivimos en un mundo con volumen. Ya sé que a mucha gente esto le parecerá una boutade, una majadería de alguien que no tiene mucho que hacer, y se dedica a propalar extravagancias tratando de epatar a sus conciudadanos. Y que conste que lo comprendo, y que va a ser difícil convencer a nadie de mi hallazgo, entre otras cosas porque sólo me atañe a mi mismo y no supone para ellos una novedad. Acostumbrados como están a las tres dimensiones, les parecerá imposible y ridículo que alguien afirme haberse pasado media vida en las dos de una hoja de papel. A este respecto argumentarán que de haber sido así, yo habría tenido muchas dificultades para haberme desenvuelto sin problemas en un mundo tridimensional, algo que sin embargo desmiente mi realidad, pues jamás han tenido noticia de nada parecido, y por poner un ejemplo, saben que yo bajaba y subía las escaleras con total normalidad, algo prácticamente imposible en un caso como el mío. Nada en mi comportamiento dejaba traslucir que me hallaba encerrado en un mundo plano, y mi anatomía no difería en nada sustancial con la de los demás, lo que en opinión del común de la gente desdice mi afirmación, por lo que llegará un momento en que empezaran a considerarme como una persona con determinadas afecciones cerebrales. Y ahí es donde yo quiero llevarles, pues es evidente que tengo de mi aspecto externo la misma opinión que ellos mismos, pero, y ahí está la clave del problema, algo en mi cerebro me hacía percibir el mundo que me rodeaba de forma parecida a como alguien puede contemplar un folio en el momento de escribir, valga el ejemplo. Algo en él no funcionaba con la normalidad habitual, y ha hecho que durante todo este tiempo, haya tenido que aprender a desenvolverme en una realidad que verdaderamente no comprendía, pero a la que me adapté desde muy niño, imitando a los demás. Podría poner muchos ejemplos, pero expondré solo uno que hace a los demás redundantes. Lo que habitualmente el común de la gente toma por caminar, yo lo percibía como un deslizamiento, y tenía la impresión de que mis recién descubiertas piernas reptaban a lo largo de la acera, algo que ya de niño me reprochaba mi madre, al ver como arrastraba los pies por el suelo sin casi despegarlos. Esa debe ser la razón por la que siempre ejercieron sobre mí un tremendo magnetismo las líneas rectas, los planos y, en general, todas las superficies. Para explicarlo puedo recurrir a la geometría, donde el punto de fuga y la perspectiva consiguiente, hacen que al observar cierto dibujo, uno tenga la sensación de que existe una profundidad, sin embargo, inexistente. Lo mismo podría decirse del cubismo, tendencia pictórica de principios del siglo veinte, que encumbró a famosos pintores en la memoria de todos, donde se trata de suscitar la sensación de un volumen que no existe. Así ha transcurrido mi vida hasta hace unas fechas, en las que inopinadamente al acariciar un rostro bello, tuve la clara percepción de que se trataba de algo más que una lámina. Fue quizás la emoción del instante la que disparó en mi interior la aparición de una dimensión desconocida por mí hasta ese momento. Como un nuevo Einstein a escala reducida, vivo ahora en un espaciotiempo que me fascina, aunque por momentos sienta una extraña nostalgia de un pasado que ya no volverá. Pero debo ser razonable y aceptar lo que me ha trasladado a un mundo nuevo en el que la caricia y el abrazo ya tienen un sentido. Quien sabe si hasta ahora estuve sin enterarme condenado a vivir en una cárcel solo hecha a mi medida. Después de todo, para consolarme, me digo finalmente, que es posible que en algunos momentos, todos vivamos en mundos ajenos. Mundos, sin embargo, propios.

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