domingo, 12 de junio de 2016

PUBERTAD



De la antigua cafetería aquella en frente de la cual esperaba al autobús que nos llevaba a casa después del Instituto, solo recuerdo su denso olor a café y a unas señoras muy empigorotadas merendando. El autobús solía pasar hacia  las seis de la tarde cuando la luz en aquél pueblón en  invierno ya se ocultaba. Recuerdo, sin embargo, con suma precisión el día en que una de ellas me  indicó con un gesto entre desagradable y risueño, que siempre he recordado, que se me veían los güevos por debajo del pantalón corto, como si los cojones fueran al tiempo un objeto detestable y divertido. No contenta con eso, otros días me miraba con una reprobación que no creo que mereciera un simple despiste. O merecieran unos cojones desmesurados para un chico de mi edad, a quien su madre todavía prohibía  ponerse pantalones largos. Me armé de paciencia y a pesar de mis años, no creo que pasara de catorce, pude percibir que su mirada cambiaba con  los días, pasando del reproche al interés con un punto de picardía, que pronto entendí como una forma de estimularme, ya que dada la diferencia de edad, estaba seguro que sería incapaz de expresarlo de una manera más franca. Yo me masturbaba desde los ocho años, y las gotitas de semen del principio, ya habían dado paso a una torrentera seminal que estaba seguro causaría la admiración de aquellos viejos pellejos. Al llegar a casa, después de verla, me encerraba en el baño y me masturbaba pensando en su cara. Un día ,cuando iba a los Servicios, me crucé con ella en un pasillo en el sótano poco iluminado,  y cuando se paró para mirarme fijamente, antes de que abriera la boca, le dije “si mañana viene por aquí a la misma hora le enseño la picha”, y salí corriendo no queriendo ni imaginar la cara que habría puesto, y temiendo que se lo contara a mi madre, que de vez en cuando se dejaba caer por allí. La verdad es que no sé que le pasó, pero durante varios días no volví a ver a la buena señora, aunque al llegar a casa me la imaginaba chupándomela, y me hacía unas pajas fenomenales. Cuando ya esperaba que hubiera decidido no volver para no tener que ver a un crío tan atrevido como yo, apareció de nuevo, y la verdad es que tuve la impresión de que  había rejuvenecido .Vestía de una forma más juvenil y casi me sonrojo al darme cuenta que me observaba con disimulo, y que era evidente que estaba interesada por lo que me colgaba entre las piernas pues no le quitaba ojo. Además llevaba un traje sastre con una blusa, camisa ó lo que fuera, que dejaban entrever el canalillo de las tetas, que  parecían firmes y abundantes. Bajé rápidamente a los Servicios y me hice dos pajas casi sin respirar; al terminar, no me atrevía a salir, pues tenía la impresión de oír unos tacones en el pasillo, y tenía miedo de encontrármela, pues además, después de las pajas, me encontraba desinflado y sin ganas. Fue al día siguiente, sin embargo, cuando realmente coincidimos allí abajo. Al verme me dijo medio histérica “¡enséñamela, enséñamela!”,y de un empujón me metió en un cuartito a oscuras que debía conocer y que servía para guardar los víveres del bar. Allí fue visto y no visto: se metió el artilugio en la boca y se lo tragó todo, luego se compuso un poco el pelo y la chaqueta y salió escopetada a merendar con sus amigas. Desapareció un tiempo, pero volvió a reaparecer pasados unas semanas en compañía de mi madre, que después  me dijo que era amiga suya, y que pronto se incorporaría a la partida de pinacle que una vez por semana tenía lugar en casa. Yo me callé como un difunto, y pensé que algo iba a salir mal, pues estaba seguro que ella intentaría aprovechar algún momento para comerme la polla ó cualquier otra variante que se le ocurriera, y aunque solo pensarlo me enloquecía de deseo, tenía mucho miedo de que aquello pudiera costarme caro, aunque lo evidente era que la mayor era ella y que era ella quien manejaba el asunto, y no yo. Su incorporación a las partidas de cartas de mi madre se produjo con una normalidad que en el fondo me dejó un tanto frustrado, pues esperaba que de una forma u otra tuviera hacia mí algún detalle que me hiciera ver que me tenía presente. Aunque yo desde mi habitación les escuchaba hablar, y llegaba a distinguir su voz, por lo que con frecuencia me la pelaba pensando en ella. Me tumbaba en la cama, me la sacaba y me hacía un buen pajote recordando el sótano de la cafetería donde habíamos tenido el primer encuentro .Me imaginaba su cara de viciosa chupándomela como si en ello le fuera la vida, y su salida a la carrera para que sus amigas no se extrañaran. Mamá, algunos día cuando veía mi cama revuelta a esas horas, me decía que menos tumbarme y más codos ,no sabía la pobre lo que su hijo disfrutaba mientras ellas echaban una manita, pues de saberlo, en el fondo se hubiera alegrado de tener a un vástago dispuesto a pasar sus genes con entusiasmo  a las progenies venideras. Pero mi impaciencia, y en alguna medida desencanto que iba estableciéndose en mí, saltaron por los aires el día que Lola se presentó en casa casi una hora antes de lo previsto. Mi madre había salido y me había dicho que llegaría con un poco de retraso, y que hiciera de anfitrión con las que fueran llegando. Luisa la criada no se dio cuenta de su llegada, así que de inmediato nos metimos en mi cuarto. Yo me desentendí de las demás, y cerré por dentro la habitación. La buena señora se dejaba hacer, y yo tenía una erección casi dolorosa, así que antes de tumbarnos ya me había corrido. Pero a esa edad la escopeta estaba lista cinco minutos después, y la muy puta ya estaba más caliente que un horno de pan a las seis de la mañana. Se había quitado la falda y la chaqueta,”lo único que no puede arrugarse que luego lo iban a notarlas otras”,dijo, y se tumbó en la cama, tomando el mando de unas operaciones que yo sabía tenían que ser breves, pues si nos cogen aquello iba a ser la hostia. Me dijo con voz seductora pero autoritaria que cogiera una silla y me sentara frente a ella, al lado de la cama. ”Tomasín, te voy a enseñar algo que seguro que te va a gustar aunque al principio a lo mejor te parece extraño, pero verás como le coges gusto y ya no lo sueltas en la vida”. Y dicho y hecho ,se quitó las bragas y me enseño aquella cosa que en principio me pareció un monstruo antidiluvano que me dejó sobrecogido. Una mata de pelo en la que se dibujaba una raja carnosa que al principio me causó un cierto repelús, pero que cuando se empezó a tocársela y darle estopa, empezó a originar en mí algo parecido a lo que debe ser un huracán en el Caribe. Me había bajado los pantalones y tenía la polla más tiesa que un ladrillo. Estuvimos así diez minutos, ella gemía y me miraba a los ojos, yo intentaba no correrme, aunque el cacharro estaba a punto de reventar mientras ella seguía, y se metía uno, dos y hasta tres dedos en el floripondio aquél, que yo empezaba a venerar. Me dijo que me acercara y que se lo oliera, que me iba a gustar, cosa que hice de inmediato babeando como un puto crío antes de la papilla. ”¡Méteme la lengua, chico!”,me suplicó mientras movía las caderas como una aborigen de Hawai, y mi cara comenzaba a ser una caricatura  llena de churretones, dentro de aquella fuente en la que se había convertido el chumino de aquella loba, que por entonces había alcanzado unas dimensiones que por un momento creí que si empujaba un poco, acababa metiendo la cabeza. ¡Joder que número!. El asunto se prolongó otros diez minutos, en los que la muy cabrona, se dedicó a dejarme la polla más limpia que una patena. Cuando me quedé en la cama exhausto, empapado y con una taquicardia de cojones, ella se levantó, se puso la ropa, se miró a un pequeño espejo que llevaba en el bolso, y antes de salir sin mayores prevenciones, me miró y me dijo la muy hija de puta “¡has estado muy bien ,Tomasín, ya eres un hombre!”.Cuando llegó mi madre, ya estaban las otras reunidas en el salón. Eran todas mayorcitas, pero por primera vez en mi vida, empecé a discriminar y darme cuenta que siendo tan mayores ,algunas lo eran menos que otras, y sobre todo algunas estaban más buenas que otras, por lo que por un instante empecé a fantasear tener aventuras con ellas, que si resultaban todas iguales a la primera, no iba a dar abasto. Lola, por otro lado, no estaba allí y tuve que explicarle a mi madre que había llegado pronto y que le estuve enseñando la casa y hablando de mis libros de estudios, por los que se había interesado mucho, y que luego la había dejado en el salón y no sabía nada más. Ella puso cara de sorpresa pero no le dio más importancia, aunque hizo u comentario por lo bajo que no llegué a entender con claridad, pero que me pareció  se refería a problemas con el marido  ó algo así. El hecho es que Lola desapareció de mi vida, pues no volvió a casa ni a la cafetería, al menos en los momentos que yo esperaba al autobús. La vi una vez del brazo con un tipo con aspecto agitanado, y en una ocasión oí que mis padres hablaban de ella, y mi madre, bajando la voz, comentó “con mujeres como ella ,tenía que pasar”.Supuse que se había liado con el individuo, que desde luego no era su marido. A mí no me importaba, y aunque nunca volví a verla a solas, a ella le debo las mejores pajas de mi juventud. De hecho cuando follaba con Rosa, mi mujer tiempo adelante, aún imaginaba y echaba de menos su increíble chumino, que se me apareció como el Espíritu que Sobrevuela las Aguas una tarde de febrero del año mil novecientos cincuenta y nueve de Nuestro Señor.

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