miércoles, 22 de junio de 2016

YOES



Preguntarse por la frontera del yo presenta un problema fundamental, y consiste en saber con seguridad si tal ente existe, o es una mera formulación de nuestra mente. No quiere esto decir, desde luego, que no tengamos de nosotros  una idea determinada que agrupe las características que nosotros mismos nos asignamos, ya sean de orden físico o mental. Es posible que esta estrategia sea algo connatural al puro hecho de sentirse vivo, con todo lo que ello trae aparejado. En los animales de orden “inferior”, esta conciencia tiene como finalidad su propia supervivencia para reaccionar ante determinados estímulos, realizando las funciones básicas: comer, dormir, defenderse, huir, etc. El ser humano, según investigaciones no tan recientes, no puede zafarse de tal necesidad, aunque en función de su cerebro superior, puede embarcarse en otros cometidos aparentemente sin sentido, como por ejemplo plantearse preguntas que a tales efectos parecen inútiles.
Quienes, sin embargo, como ciertos seres considerados muy “espirituales” (pensemos en Teilhard de Chardin o  Swami Vivekananda, cada cual a su manera), supongan que tenemos una finalidad superior, emprenderán una serie de “actividades” para llevarlas a cabo. Este tipo de personas dotan al “espíritu” humano de una teleología, sea esta cual sea, hacia la cual deben enfocar sus vidas, ya sea ir al cielo, reencarnarse en el tigre de las nieves, unirse a Brama, diluirse en el Espíritu Cósmico o el Punto Omega. Sin embargo, ya entre ellos algunos afirman que ese “yo” es una ilusión, y que todo el trabajo de esta vida consiste en desprenderse del velo de ignorancia, maya, que nos lo presenta como algo diferenciado. Ese otro “yo” más familiar, que es el que casi todos percibimos en nosotros mismos, no deja de ser un conglomerado de ideas, sensaciones y percepciones que no son más que “emanaciones” de nuestra mente, un sistema creado por nuestro propio cerebro que podría reducirse al conjunto de características que nos trasmiten nuestras neuronas con sus axones, dendritas, neurotransmisores y sinapsis, que nos hacen “vernos” como diferentes a los demás.
Resumiendo: tener una idea “sólida” de nuestro yo, nos facilita la vida en este mundo material, en el sentido de que nos permite dotarnos de unas reglas que hagan más placentera la coexistencia de siete mil millones de seres que han comprendido, por ejemplo, que en un vehículo de cinco plazas no puede entrar todos. Y desde un punto de vista mental, quizás también valga la pena que sea así, pues con frecuencia disentimos y nos metemos en altercados muy desagradables como las dos guerras mundiales del siglo pasado.
Quizás haya que acabar aceptando que si fuera de otra manera y todos estuviéramos de acuerdo, las tardes de los domingos, inaguantables por definición, alcanzarían un nivel de tedio que resolvería la pregunta que se hizo Camus (*) hace tiempo. El suicidio tendría sentido, y la filosofía habría alcanzado la finalidad para la que, según él, existía.

(*)  “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio”. Albert Camus, en “El mito de Sísifo”.

Postdata
Contemplo, no obstante, la humildad de mis espinillas, poco más arriba de los tobillos, e imagino lo desagradable que debe ser tropezarse de improviso con un cuerpo sólido, digamos una barra de hierro o una roca de granito, y de inmediato desaparece de mí la desazón que pueda causarme no saber a ciencia cierta cuál es la frontera que separa mi “yo” de otro ajeno. 
MAÑANA: el concepto del cálculo diferencial en Leibniz. Imprescindible tomar apuntes.

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