domingo, 12 de junio de 2016

MISTERIOS DOS



Ayer murió Lala, y hoy la hemos enterrado. Mis hijos que han venido de fuera para el entierro, me han dicho antes de irse que me quede en casa e intente tranquilizarme. Isabel se va a quedar conmigo una semana. Siempre fue una buena chica, a pesar de tener mucho carácter. Deben creer que a mis noventa años quizás no pueda soportarlo. Les agradezco su apoyo y su presencia, aunque en el fondo no creo que me sirva de mucho. Han sido unos meses muy duros, en el que he tenido que hacer frente a una situación que en muchos momentos sentí que me sobrepasaba. María José, la hija que vive conmigo, tiene una grave dificultad psíquica y no me puede ayudar prácticamente en nada, es como una niña grande, que a sus cincuenta y tantos años también depende de mí. Es esquizofrénica y la medicación la mantiene sin crisis, pero totalmente alelada. Mi querido y joven amigo, me siento como un superviviente de una batalla que parece que llega a su fin, y que me entristece mucho. Lala enfermó de sus cosas mentales, poco después de tener al último de nuestros cuatro hijos. Un incendio en la casa con peligro para los niños, la trastornó totalmente, y se ha pasado la vida deprimida, ó con crisis de euforia que la empujaban a hacer todo tipo de locuras, algunas de las cuales la condujeron al borde de la muerte. Cuando nos casamos yo la adoraba, nunca había visto una belleza semejante, era  como una muñeca rubia, delicada y tremendamente cándida, de la que yo me encargué desde el principio como si fuera una niña. Luego llegaron los hijos, con los que ella se entusiasmaba hasta el punto que parecía  la mayor de ellos. Siempre la ayudaron, porque a pesar de su entusiasmo, parecía faltarle la energía para criarlos por si misma. Yo siempre fui una persona bastante autoritaria, mandona me decían mis hijos, pero a pesar de ello, siempre tuve una debilidad por Lala y las chicas, a las cuidaba y mimaba como si las estuviera llevando por un bosque tenebroso y lleno de peligros, cuando realmente ellas no hacían sino divertirse y gozar de todo. Querido amigo, no sabes la cantidad de cosas que se observan desde la atalaya de tantos años, y como se me encoge el corazón, cuando los seres más queridos se van despidiendo poco a poco y dejándote solo. Se piensa ahora en cuanta batalla inútil, cuanta agitación para llegar a esto, ser un pobre viejo decrépito sentado en una destartalada mesa de café, mientras la vida pasa a tu alrededor. Yo trato de aferrarme a los recuerdos, a los momentos que viví con ella en tantos lugares donde fuimos felices a pesar de nuestras diferencias, que como imaginarás, tampoco faltaron. A  veces, sin que ella se diera cuenta, me quedaba mirando sus ojos tan claros y luminosos, que con frecuencia parecían perderse en ensoñaciones que nunca  me contaba, como si habitara mundos que los demás no podíamos compartir con ella. Por entonces ya estaba enferma de melancolía, y aunque yo me empeñaba en sacarla de la situación forzándola a hacer determinadas cosas, ella se abandonaba en el sofá ó la cama, y lloraba amargamente un dolor que nunca pudo explicar. Pero esa fase, siendo amarga, era sin duda menos dura de la otra, en la que por temores, fantasías ó ilusiones exacerbadas, cometía todo tipo de locuras que la volvían irreconocible, convirtiendo su vida y la de los demás en un torbellino insoportable. No te doy detalles porque me da pudor, y posiblemente sepas de otros casos similares. Luego están los instantes de felicidad con los chicos, esa sensación de plenitud que te invade una tarde en un merendero cerca de la playa, cuando al verlos tienes la sensación de que aunque solo fuera por eso, contemplarlos jugando alegremente, el mundo ya tenía un sentido. Pero me sucede ahora, en algunos momentos que estoy perdido en mis divagaciones, que me doy cuenta que no soy capaz de recordar ciertos detalles que sabía que eran importantes. Como si al llegar a mis años, también comenzara a flaquear lo único que sirve para hacer el presente más dichoso. La puñetera vida, chaval, que cosa esta tan rara que llega sin haberla pedido, y la vives, y cuando te das cuenta ya te estás despidiendo. Tú me has visto con frecuencia emocionarme en este tiempo que nos conocemos, y compartimos el vinito del mediodía que tan bien sienta a los viejos, a pesar de los doctores, y habrás observado a veces un brillo especial en mi mirada, al evocar algo que sucedió hace mucho tiempo, y sin embargo, ni siquiera soy capaz de llorar y me quedo rememorando aquello con un nudo en la garganta y el pecho oprimido. Hasta las lágrimas se acaban, mi querido amigo. Mis hijos varones siempre fueron buena gente, más apegados a su madre que a mí, lo que es natural, pero además yo posiblemente me lo merezca, fui demasiado duro y exigente con ellos, quizás exigiéndoles una actitud ante la vida que fue la mía a su edad, tomarse las cosas en serio, ser estudiosos, formales y responsables y no dándoles oportunidad de acercarse a mí con confianza. Por eso, estos días cuando han venido para estar con su madre los últimos día, he creído percibir en ellos un reproche, como si yo estuviera allí, pero de alguna forma sobrara. No sabes qué sensación de tristeza ver así un fracaso tan evidente; aunque una tarde poco antes de morir Lala, me desmoroné y se acercaron a mí tratando de consolarme torpemente. Con las niñas fue diferente. Para mí, injustamente, las mujeres debían vivir como en un cuento de hadas maravilloso, y luego pasó lo que pasó, la mayor, que era una preciosidad a los dieciséis años se volvió loca, y la otra siempre hizo con su vida lo que le dio la gana, casada y divorciada no se cuántas veces, pero eso sí, siempre adorando a su mamá. Y estos días le agradezco mucho que se quede para echarme una mano. Espero seguir viéndote por aquí, pero descuida que intentaré no resultar pesado, porque a vosotros la gente joven no hay que atosigaros con añoranzas. En vuestro caso solo se trata de vivir, el porvenir es ancho y vuestros pasos os conducirán por muchos caminos que ahora ignoráis, los malos momentos olvídalos pronto y cuando llegue un momento de felicidad no pases sobre él ignorándolo como si fuera algo banal. Al llegar a mi edad solo se vive de eso. Que misterio este de la vida.

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