Ayer murió Lala, y hoy la hemos
enterrado. Mis hijos que han venido de fuera para el entierro, me han dicho
antes de irse que me quede en casa e intente tranquilizarme. Isabel se va a
quedar conmigo una semana. Siempre fue una buena chica, a pesar de tener mucho
carácter. Deben creer que a mis noventa años quizás no pueda soportarlo. Les
agradezco su apoyo y su presencia, aunque en el fondo no creo que me sirva de
mucho. Han sido unos meses muy duros, en el que he tenido que hacer frente a
una situación que en muchos momentos sentí que me sobrepasaba. María José, la
hija que vive conmigo, tiene una grave dificultad psíquica y no me puede ayudar
prácticamente en nada, es como una niña grande, que a sus cincuenta y tantos
años también depende de mí. Es esquizofrénica y la medicación la mantiene sin
crisis, pero totalmente alelada. Mi querido y joven amigo, me siento como un
superviviente de una batalla que parece que llega a su fin, y que me entristece
mucho. Lala enfermó de sus cosas mentales, poco después de tener al último de
nuestros cuatro hijos. Un incendio en la casa con peligro para los niños, la
trastornó totalmente, y se ha pasado la vida deprimida, ó con crisis de euforia
que la empujaban a hacer todo tipo de locuras, algunas de las cuales la
condujeron al borde de la muerte. Cuando nos casamos yo la adoraba, nunca había
visto una belleza semejante, era como
una muñeca rubia, delicada y tremendamente cándida, de la que yo me encargué
desde el principio como si fuera una niña. Luego llegaron los hijos, con los
que ella se entusiasmaba hasta el punto que parecía la mayor de ellos. Siempre la ayudaron, porque
a pesar de su entusiasmo, parecía faltarle la energía para criarlos por si
misma. Yo siempre fui una persona bastante autoritaria, mandona me decían mis
hijos, pero a pesar de ello, siempre tuve una debilidad por Lala y las chicas,
a las cuidaba y mimaba como si las estuviera llevando por un bosque tenebroso y
lleno de peligros, cuando realmente ellas no hacían sino divertirse y gozar de
todo. Querido amigo, no sabes la cantidad de cosas que se observan desde la
atalaya de tantos años, y como se me encoge el corazón, cuando los seres más
queridos se van despidiendo poco a poco y dejándote solo. Se piensa ahora en
cuanta batalla inútil, cuanta agitación para llegar a esto, ser un pobre viejo
decrépito sentado en una destartalada mesa de café, mientras la vida pasa a tu
alrededor. Yo trato de aferrarme a los recuerdos, a los momentos que viví con
ella en tantos lugares donde fuimos felices a pesar de nuestras diferencias,
que como imaginarás, tampoco faltaron. A
veces, sin que ella se diera cuenta, me quedaba mirando sus ojos tan
claros y luminosos, que con frecuencia parecían perderse en ensoñaciones que
nunca me contaba, como si habitara
mundos que los demás no podíamos compartir con ella. Por entonces ya estaba
enferma de melancolía, y aunque yo me empeñaba en sacarla de la situación
forzándola a hacer determinadas cosas, ella se abandonaba en el sofá ó la cama,
y lloraba amargamente un dolor que nunca pudo explicar. Pero esa fase, siendo
amarga, era sin duda menos dura de la otra, en la que por temores, fantasías ó
ilusiones exacerbadas, cometía todo tipo de locuras que la volvían irreconocible,
convirtiendo su vida y la de los demás en un torbellino insoportable. No te doy
detalles porque me da pudor, y posiblemente sepas de otros casos similares.
Luego están los instantes de felicidad con los chicos, esa sensación de
plenitud que te invade una tarde en un merendero cerca de la playa, cuando al
verlos tienes la sensación de que aunque solo fuera por eso, contemplarlos
jugando alegremente, el mundo ya tenía un sentido. Pero me sucede ahora, en algunos
momentos que estoy perdido en mis divagaciones, que me doy cuenta que no soy
capaz de recordar ciertos detalles que sabía que eran importantes. Como si al llegar
a mis años, también comenzara a flaquear lo único que sirve para hacer el
presente más dichoso. La puñetera vida, chaval, que cosa esta tan rara que
llega sin haberla pedido, y la vives, y cuando te das cuenta ya te estás
despidiendo. Tú me has visto con frecuencia emocionarme en este tiempo que nos
conocemos, y compartimos el vinito del mediodía que tan bien sienta a los
viejos, a pesar de los doctores, y habrás observado a veces un brillo especial
en mi mirada, al evocar algo que sucedió hace mucho tiempo, y sin embargo, ni
siquiera soy capaz de llorar y me quedo rememorando aquello con un nudo en la
garganta y el pecho oprimido. Hasta las lágrimas se acaban, mi querido amigo.
Mis hijos varones siempre fueron buena gente, más apegados a su madre que a mí,
lo que es natural, pero además yo posiblemente me lo merezca, fui demasiado
duro y exigente con ellos, quizás exigiéndoles una actitud ante la vida que fue
la mía a su edad, tomarse las cosas en serio, ser estudiosos, formales y
responsables y no dándoles oportunidad de acercarse a mí con confianza. Por
eso, estos días cuando han venido para estar con su madre los últimos día, he
creído percibir en ellos un reproche, como si yo estuviera allí, pero de alguna
forma sobrara. No sabes qué sensación de tristeza ver así un fracaso tan
evidente; aunque una tarde poco antes de morir Lala, me desmoroné y se
acercaron a mí tratando de consolarme torpemente. Con las niñas fue diferente.
Para mí, injustamente, las mujeres debían vivir como en un cuento de hadas
maravilloso, y luego pasó lo que pasó, la mayor, que era una preciosidad a los
dieciséis años se volvió loca, y la otra siempre hizo con su vida lo que le dio
la gana, casada y divorciada no se cuántas veces, pero eso sí, siempre adorando
a su mamá. Y estos días le agradezco mucho que se quede para echarme una mano.
Espero seguir viéndote por aquí, pero descuida que intentaré no resultar
pesado, porque a vosotros la gente joven no hay que atosigaros con añoranzas.
En vuestro caso solo se trata de vivir, el porvenir es ancho y vuestros pasos
os conducirán por muchos caminos que ahora ignoráis, los malos momentos
olvídalos pronto y cuando llegue un momento de felicidad no pases sobre él
ignorándolo como si fuera algo banal. Al llegar a mi edad solo se vive de eso.
Que misterio este de la vida.
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