sábado, 25 de junio de 2016

INSTRUCCIONES PARA NAVEGAR




Si usted vive en el desierto del Sahara abandone toda esperanza y ponga su ilusión en otra cosa. Claro que lo mismo podría sucederle si vive en el desierto de Gobi. O en los de Namibia, Atacama, Kalahari, Australiano o Arábigo, por mencionar solo unos cuantos. Navegar, tal como lo entiende la mayoría de la gente, necesita algo más que arena, un pedregal o una tierra yerma. Aunque si hay que decirlo todo, gran parte de estos lugares estuvieron en otra época cubiertos por el océano y fueron propicios para las ballenas, los tiburones y las sardinas. Pero ya no es el caso, y sería un tanto inútil intentarlo. Puede no obstante probar en un oasis, donde la laguna central a pesar de sus reducidas dimensiones quizás le ofrezca un mínimo de agua que lo haga posible. Son, además, lugares de una belleza arrebatadora que bien merecen una vela. Y digo vela por mencionar uno de los artificios más antiguos de los que se ha servido el hombre para alejarse de la costa. Queda así suficientemente claro que navegar en el sentido tradicional de la expresión, consiste en hacerlo sobre una superficie líquida, aunque no se nos escapa que a estas alturas, hay quienes llevados por una pasión deportiva o aventurera, se inventan artefactos más o menos insólitos para hacerlo por la arena del desierto o el césped de las praderas, con poco más que un patín.
Claro que si para empezar hablamos de “navegar”, estamos en cierta medida empezando la casa por el tejado, pues para ello son imprescindibles dos condiciones previas, definidas por los verbos flotar y deslizar. Toda navegación necesita una sustentación sobre un fluido (aquí descartamos la navegación aérea, objeto de otro artículo), y tal cosa se la proporciona como el agua, cuya densidad, ya se trate de la salada o la dulce, le permite hacerlo ateniéndose como es bien sabido al principio de Arquímedes, por más que en ocasiones no tengamos la certeza de que un trasatlántico de hierro de 200 metros de eslora y catorce cubiertas,  sea capaz. Pero hay que creérselo, puesto que los vemos amarrados a los muelles o navegando, y en ambos casos repletos de turistas. Pero ya que hemos hablado de velas, habrá que convenir que no es el único medio de propulsión (aunque sí el más poético), pues ahí están los remos (ya utilizados desde antiguo por las flotas mediterráneas del Mundo Antiguo), la propulsión mecánica a base de carbón, petróleo y la atómica, tan socorrida después de  la II G.M. en los submarinos, con sus hiroshimas en potencia. La profesión de remero no era nada aconsejable, teniendo en cuenta que debían hacerlo en condiciones desastrosas, dirigidos, vigilados y castigados si no lo hacía bien, por dos tipos con malas pulgas dotados de un tambor para marcar el ritmo, y un látigo aficionado a sus espaldas. Y con frecuencia, amarrados a la bancada, donde se sentaban (“Amarrado al duro banco de una galera turquesa…” como dicen los famosos versos de don Luis de Góngora y Argote).
Así pues, como hemos visto poco más arriba, la condición sine qua non para navegar es que la embarcación, sea del tipo que sea, flote, ateniéndose a las leyes de la física, que el sabio griego mencionado descubrió con total independencia de que por entonces Platón hablase de un mundo ideal que nadie percibía, y Aristóteles afirmara que el firmamento consistía en siete círculos de estrellas que rodeaban a la Tierra. A la larga, de todo ello, lo que él dijo resultó ser lo único verificable. Por otro lado, para comprobar que cualquier objeto sólido flota, basta con introducirlo en el agua. Si se va al fondo, podremos afirmar con todas las de la ley que el artefacto en cuestión no flota, si se hunde pero no llega al fondo tendremos a un batiscafo o un submarino, muy eficaz en las guerras modernas, y si se queda en la superficie, deberemos alegrarnos: flota. Si no tiene nada a mano para llevar a cabo el experimento, puede utilizar su propio cuerpo, siendo una piscina cubierta el lugar ideal si estamos en invierno y la latitud en la que habitamos ronda los 45º N. Se recomienda hacer la plancha o el muerto, porque la flotabilidad aumenta con la superficie de rozamiento, como usted debe saber si terminó el Bachillerato Superior. Si se hunde, recuerde que no tiene branquias, cierre la boca y acérquese al borde lo antes posible.
El segundo factor imprescindible para que un objeto navegue, es que pueda deslizarse sobre la superficie de un líquido, para lo cual son necesarias dos condiciones añadidas, la primera que la densidad del mismo sea la idónea, y la segunda, que su estructura le permita hacerlo. Afortunadamente la primera de ellas es la que impera en todo el mundo, pues que se sepa no abundan los mares de mercurio ni de puré de guisantes, que harían el deslizamiento más trabajoso, como sin duda se comprende. La segunda condición requiere que la parte de delante del mencionado artefacto le permita hacerlo con facilidad, razón por la cual la proa de los barcos suele ser afilada (de hecho en nomenclatura marinera se llama tajamar). Recuerde esto si, llevado de sus aficiones, decide construirse un yate para pasar las vacaciones de verano. Si a pesar de su buena voluntad, le sale la proa muy ancha, no se preocupe, dé la vuelta al artefacto y ya tiene la popa. Hay que ser prácticos. Teniendo todo lo anteriormente en cuenta, hay sin embargo que considerar que no todo lo que flota y se desliza sobre el agua, navega. Usted, por ejemplo, si es un hombre joven, y se mete en el agua de cualquier playa en pleno verano, para a continuación adentrarse en el mar vigorosamente, no podrá decir que “navega”, sino que “nada”, diferencia que puede tener su razón de ser en el hecho de que los barcos no tienen brazos. Algo no obstante un tanto discutible si se tiene en cuenta que aún existen embarcaciones a remo, que no teniéndolos, lo parece. Estas nociones tan elementales, no lo son tanto para los niños de determinado país de la cuenca mediterránea, en el que, cuando sus mamás les enseñan un barco por primera vez, al parecer les suelen preguntar, por raro que parezca, “si tienen piernas” (*), a lo que estas suelen contestar en plan afirmativo para no contrariarles o meter en sus tiernas cabecitas conceptos demasiado abstractos. Son niños muy delicados, aunque al crecer no hayan dudado en organizar revoluciones que han pasado a la historia.
Con lo dicho con anterioridad creo que ya es suficiente para que usted pueda embarcarse en un barco de recreo, un buque de la Armada o un yate de lujo, sin que forzosamente tenga que hacer el ridículo. No obstante, a continuación se añade un apéndice que esperamos pueda ayudarle a mantener un nivel discreto ante los consumados lobos de mar que uno se encuentra con frecuencia en ciertos pantalanes, y en casi todos los bares de copas de cierto nivel de la capital de España.

APENDICE:    NOMENCLATURA MARINERA MÍNIMA

PROA: Parte delantera de un barco.
POPA: Parte de atrás.
COSTADOS: ambos lados.
BABOR: Parte izquierda del barco cuando este avanza.
ESTRIBOR: Parte derecha del mismo en esa situación.
AMURA: Cualquiera de los costados del barco próximas a la proa.
ALETA: Lo mismo en su parte próxima a la popa
ESLORA: Longitud del barco.
MANGA: Anchura máxima del mismo (Manga por hombro no tiene nada que ver).
OBRA VIVA: Parte del barco por debajo de la línea de flotación.
OBRA MUERTA: Lo mismo por encima de la línea de flotación
OJO DE BUEY/ TAPACOÑOS y CONDÓN DEL OBISPO: Ver wikipedia.
CABECEO: Movimiento del barco en sentido longitudinal.
BANDAZO: Movimiento lateral del mismo.

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