No sabes cuanto te agradecería que a partir de este instante intentases
verme como en puridad soy: un cerebro desencarnado que ha tenido que recurrir a
determinados artificios para hacerse presente. Artificios, no obstante, que han llegado a tomarse por lo esencial, no
siendo sino unas prótesis en buena medida prescindibles. Recuerda Lisboa, por ejemplo y aquella tarde,
cuando que en el Chiado buscábamos una casa de fados. Nos trasladaron hasta
allí sin duda nuestras piernas y cierta melancolía, pero ambos, siendo tan
diferentes, no eran sino aditamentos absolutamente prescindibles, puntos de
apoyos para los lóbulos frontales, que lo mismo hubieran podido valerse de
otras ingenierías o emociones con resultados igualmente satisfactorios. Podrían, por ejemplo, haber
inventado la rueda biónica, sin esperar miles de años, dando así un paso
adelante en la historia de la biotecnología.
Imagina la emoción de una ascensión propulsados por ingenios rodantes
desarrollando la circular belleza de
unas piernas devanándose a sí mismas. Supón, de igual manera, que esa tristeza hallada en el lamento, respondiera en verdad a ciertos logaritmos que
nada tuviesen que ver con la nostalgia; y que una vez que llega pudiéramos
igualmente abandonarla a nuestro antojo, como un sombrero viejo del que uno se
sirve ó se despoja con idéntica facilidad.
Todo es pues aleatorio excepto las circunvoluciones cerebrales, para las
que no se halla recambio aunque podemos imaginarlas más bellas. Suponer, por ejemplo, que nada tienen que ver con esa
masa gris y viscosa alojada en el cráneo.
Imaginar que se trata más bien de un jardín colmado de rosas una tarde a
principios de Mayo; rosas olorosas que
mece la brisa y desatan sinapsis sin neurotransmisores, conexiones puramente
aromáticas que desencadenarán las reacciones adecuadas. Pero esas no dejan de ser ensoñaciones, pues
somos esclavos de una fabricación que nos es ajena, encadenados como estamos a
una cinta rodante de la que desconocemos el principio. Estamos pues condenados a no ser en exceso
exigentes imaginando situaciones que escapan a nuestra fantasía. Tomémonos como lo que en esencia somos: una
masa oblonga y compacta de poco mas allá de un kilo y trescientos gramos,
configurada por no se sabe quién-quizás
ella misma-que se traslada sobre la superficie del planeta, sacando
conclusiones no siempre acertadas. Amémonos
tal como somos, antes de que llegue alguien y nos encierre en un frasco de
cristal para futuras investigaciones. Dejémonos
llevar, pues, por los impulsos de esa masa gelatinosa que nos constituye, y
aceptemos que quizás del mal el menos, pues por razones que no se nos alcanzan,
lo que llanamente podría ser descrito
como desagradable, es capaz de trasmitir a los lugares secundarios que la apuntalan, sensaciones en ocasiones
gratas, que debieran hacernos sentir agradecidos.
Cuando me mires, cuando me hables, recuerda bien quien soy, como creo ha quedado ya claro: mis expectantes
neuronas acechan tus voz y tu mirada con avidez, dispuestas a realizar su
trabajo y trasladar a otros ámbitos de
mi anatomía más propicios, electricidades, inervaciones, destilaciones que me
harán olvidar su procedencia, elevándome a cotas en las que la materia se
diluye para inventar lo que hace tiempo se dio en llamar espíritu. Espero que para ti sea lo mismo y compartamos
de ese no solo la concepción de nuestro ser, sino sus implicaciones más placenteras. Digamos
la poesía y un amor sin límites.
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