sábado, 25 de junio de 2016

CHASQUIDOS



Me pregunto que hago aquí con esta señora. Y no me lo pregunto solo ahora, que también, sino hace mucho tiempo. De hecho, desde que poco después de conocernos decidimos irnos a vivir juntos. Creo recordar que incluso entonces ni siquiera lo hice de buena gana, sino movido por un impulso que todavía lamento. El hecho, por otro lado, es que tengo la impresión que a ella le sucede lo mismo, y que me soporta porque no se le ocurre nada mejor. De todas maneras, lo cierto es que jamás hablamos de ello y aparentemente nos llevamos bien. Posiblemente desde afuera incluso podemos parecer un matrimonio ejemplar. No digo yo que nadie nos fuera a tomar por lo que pudiera interpretarse el paradigma de la pareja bien avenida, pero sí que no pocos aceptarían de buen grado llegar a esta edad en nuestras condiciones.
A lo largo de los años hemos desarrollado un mecanismo sutilísimo de apariencias, de tal manera que ni en las situaciones más violentas dejamos traslucir la ira que sin lugar a dudas nos invade. Yo hablo por mi mismo, que duda cabe, pero he desarrollado una sensibilidad extraordinaria para percibir lo que de verdad siente ella, diga lo que diga su boca. El famoso lenguaje no verbal, que con frecuencia nos traiciona, y que en nuestro caso es sin duda el verdaderamente importante. Posiblemente a ella le suceda lo mismo, y sea capaz de captar mis engaños o mis fingimientos, aunque debo decir que, temeroso de ser descubierto, he adoptado una serie de medidas conducentes a enmascarar lo que verdaderamente siento o pienso. Soy capaz, por ejemplo, de sonreír ampliamente en momentos en los que siento un odio africano invadir mis neuronas, o de mostrar un gesto indiferente en los escasos momentos en que me siento satisfecho. Esta forma de actuar es posible que la despiste, aunque seguramente por su parte ha urdido estratagemas similares, que para sí quisieran las hienas.
Debo confesar, sin embargo, que hay momentos en los que como hoy tengo la sensación de que no voy a poder aguantar más, y le voy a soltar todo lo que estos años me he venido callando. Es posible que me sorprenda aceptando de buen grado todo lo que puede caerle encima, y que, no contenta, contraataque con toda su artillería, que no es poca. Quien sabe si de cara al futuro una refriega en toda regla sería lo aconsejable, pues sin duda tal vaciamiento de rencor, haría que nos sintiéramos como nuevos, capaces de afrontar el poco tiempo que nos quede juntos, con un optimismo del que carecemos en estos momentos. Claro que eso no deja de ser uno de los supuestos, de hecho, el más favorable, pero quizás sería conveniente no desdeñar de buenas a primeras el menos favorecedor, aquel que nos estimule a obrar en adelante con verdadera mala fe y una inquina sin solución, que sin duda nos llevaría a las páginas de sucesos.
Es posible que lo más adecuado para los dos sea tener una conversación relajada, en la que ambos nos hagamos ver mutuamente los agravios y desencuentros que hemos mantenido en silencio tantos años, y que de esa manera podrían encauzarse de forma positiva. Tengo la impresión de que la sinceridad nunca fue una de nuestras mayores virtudes, pero quien sabe si todo va a cambiar de ahora en adelante. La diré, por ejemplo, con mucha mano izquierda, cuanto me mortifica, esa manía de pasarse un dedo sobre la oreja para arreglarse el pelo, y no digamos nada de ese chasquido irritante que emite cada vez que termina de decir algo, como, para mi desgracia, acaba de hacer en este preciso momento.

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