miércoles, 1 de junio de 2016

AUTOBIOGRAFÍAS 12




Me dicen que pienso demasiado, y que en eso está el origen de mis problemas. Pero yo tengo la impresión de que no pienso tanto como dicen, o al menos que no pienso más que ellos, que son mis padres. Aunque también algún profesor del instituto me ha dicho algo parecido, y mi amigo Toño me dice que me complico la vida, y que debería centrarme en actividades prácticas y no en elucubraciones que no conducen a nada. Y creo que este es el que me dice las cosas de una forma más clara, pues lo que los mayores me quieren decir realmente no es que no piense tanto, sino que no piense determinadas cosas, posiblemente porque ellos mismos decidieron hace tiempo no pensar en ellas, o porque piensan demasiado, y saben que no es bueno darle vueltas a determinados temas que no tienen respuesta, o que la respuesta puede no ser agradable. Tengo quince años y debería limitarme a pensar en temas estrictamente reales, pero que me preocupe por el destino de Chili, mi perro de doce años, no les parece adecuado, supongo que porque es inútil y acabará pronto donde acaban todos los perros y supongo que nosotros mismos, que no lo somos. Ya me pasó con la gata tiempo atrás, que un día apareció reventada en el jardín, y durante muchos días anduve mustio y desesperado, sin comprender como era posible que tales cosas sucedieran.
Mi padre a veces se pone nervioso, y dice que la vida es lo que es, y que hay que aceptarla como venga. Yo entonces le digo que, en ese caso, qué sentido tiene el mero hecho de vivir, y ahí pincho en hueso porque la palabra “sentido” le desquicia y se pone hecho una fiera, aunque mi madre trata de calmarle diciéndole “por Dios, Luis, que vas a asustar al chico”, pero él no se calma hasta que se sirve dos vinos, uno encima del otro y mirándome a los ojos me grita desaforadamente: “¡esto es el sentido, te das cuenta, esto mismo, por ejemplo!”. Luego se sienta en el sillón de la sala d estar, y procura recobrar el resuello, pues tiene asma y estos sofocones no le vienen nada bien, por lo que cuando tiene un ataque yo me siento fatal, sobre todo cuando poco después entra de nuevo mamá en escena, y me dice “hijo mío, o te controlas o vas a llevar a tu padre a la tumba”. A veces, cuando todo se ha tranquilizado, mamá me llama aparte y trata de convencerme de que yendo a misa y creyendo en Jesús viviré otra vida mejor, donde quien sabe si encontraré a mi perro y mi gata. Yo trato de tranquilizarla, y pongo cara de comprender y estar dispuesto a seguir su camino, hasta que un día de nuevo por cualquier minucia, tengo uno de mis llamémosles pensamientos abstractos, y vuelve a organizarse otro rifirrafe.
Finalmente he acabado hablando con un cura de nuestra parroquia, al que creo que habían puesto en antecedentes de que yo era un chico problemático, sobre todo cuando se dieron cuenta, de hecho ya hacía tiempo que lo venían repitiendo, que me encerraba en el baño más tiempo del normal, para luego verme salir con una revista de moda que recibía mamá, y que debían tener claro que yo utilizaba para labores marginales que consideraban impropias. Con el cura me reunía en una salita que tenía en un piso de la casa parroquial, y allí ponía música clásica y trataba de sonsacarme mis pensamientos, deseos y expectativas ante la vida, además de desaconsejarme la masturbación, y recomendarme la castidad necesaria para acceder al llamado Reino de los Cielos. Un día, sin embargo, dejo de hablarme, pues cuando trataba de hacerme entender la esencia del Dios Uno y Trino, le dije que por qué no podía ser Cuádruple, encarnándose la cuarta persona en el Papa de Roma. Me despidió e informó a mis padres. Mamá se llevo un disgusto tremendo de de que su buen hijo tratara así a la Santa Madre Iglesia. Mi padre sin embargo no abrió la boca y me miro con algo que yo diría que se aproximaba a la complicidad.

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