domingo, 26 de junio de 2016

DISCURSOS



La ceremonia tuvo lugar en el llamado patio de armas, lugar en el que desde tiempos remotos se celebraban los actos estrictamente castrenses como los desfiles, y otros de significado relevante. Como de costumbre, el jefe del establecimiento, una vez finalizaron los actos habituales, tomó la palabra para cerrar el acto. Vestía como el uniforme reglamentario de gala, que sorprendentemente para los no acostumbrados daba la sensación de ser una mezcla de los de un general con mando en plaza, un obispo en activo, y un campesino cogido al azar (detalle solo perceptible en el uso de boina en lugar de gorra, y alpargatas). El hombre se había situado sobre un estrado en una tribuna, en la que asistían al acto los dignatarios de otros países y las altas autoridades nacionales.  Además de su atuendo, sorprendió que de entrada, y una vez situado en el sitio, tardara todavía unos minutos en dirigirse a la concurrencia, como si con tal actitud quisiera provocar la atención de sus oyentes, o tuviera alguna dificultad de cualquier índole para abrir la boca. Finalmente, tras una pequeña carraspera, cuando la inquietud empezaba a apoderarse de los presentes, el Comisionado (que también se llamaba así a esta autoridad) hizo un vago gesto sobre su cabeza con la mano que blandía su bastón de mando, como si de esa manera quisiera apartar de sí mismo alguna idea contradictoria, y empezó a hablar. Dijo en principio tras saludar a la audiencia, entre la que por cierto para nada nombró a las señoras, que el hombre era un animal ridículo, que siempre lo había sido, y que en su opinión, aún lo era más en aquellos momentos con la invención de la telegrafía sin hilos, los ordenadores y los teléfonos móviles. Comprendía, dijo, que tuvieran que celebrarse actos como el que les había reunido en aquellos momentos, pero no porque verdaderamente estuvieran cargados de un sentido preciso, sino porque con hechos como aquel la humanidad trataba que su existencia no fuera un absurdo, evitando de tal manera la guerra permanente y los suicidios en masa.
Tales palabras, que otros años eran escuchadas con indolencia que su trivialidad habitual, generaron entre los asistentes un malestar evidente, que pronto se hizo patente en un murmullo creciente a medida que el jefe del establecimiento avanzaba en su perorata, teniendo sobre todo en cuenta de que no hablaba en su propio nombre sino en representación del Presidente de la República, y que, por lo tanto, sus palabras estaban cargadas con un significado más allá de la inanidad de los discursos oficiales, sino que contaban con la aquiescencia de la máxima autoridad del país, presente en el lugar más destacado de la tribuna de autoridades.
A medida que el discurso avanzaba haciéndose paulatinamente más enrevesado y prácticamente ininteligible, el Comisionado comenzó a introducir una gesticulación exagerada, que pronto se transformó en aspavientos, lo que como es natural hizo que lo de menos fueran las palabras que pronunciaba, sino la singularidad de sus movimientos. Estos parecían apoyar  lo que manifestaba no en cuanto a la literalidad de lo expresado, sino en el énfasis que ponía en determinadas expresiones, que a los asistentes les resultaban imposibles de descifrar. Detrás de la tribuna empezó a percibirse cierto movimiento de las gorras blancas de los servicios médicos, sin duda a requerimiento de la superior autoridad y posiblemente del Arzobispo de la archidiócesis, temiendo que el orador pasara a mayores y confesara su ateísmo militante (del que presumía en petit comité al poco de tomar la segunda copa) y su anarquismo militante.
Para un observador imparcial la reacción oficial iba a llegar demasiado tarde, dada la actitud del individuo, que pronto se desprendió de la chaqueta y camisa del uniforme y comenzó a golpearse el pecho con ambos puños. Era evidente que el Comisionado había perdido los papeles, o en todo caso había adoptado la actitud de un gorila macho ante un peligro o en época de celo, algo a lo que daba mayor verosimilitud la amplia mata de vello oscuro y enrevesado que cubría su torso por completo. Los Servicios Sanitarios, desafortunadamente para los espíritus más cultivados y las señoras pusilánimes o de misa diaria, llegaron demasiado tarde, y a pesar del revuelo que se originó en el estrado, aún se pudo ver al Comisionado abriéndose la bragueta del pantalón del uniforme de gala, sacando sus genitales y exhibiéndolos ante el respetable muy ufano al parecer de los mismos.
La copa de vino español que se dio a continuación a pesar del lamentable espectáculo, fue como es natural mucho más interesante y movida que en años anteriores, y en ella se llegó a comentar que aquel tipo debía estar efectivamente sufriendo un proceso de metamorfosis acelerado de hombre a gorila, y no solo por su actitud y el vello profuso en todo su cuerpo, sino por la pequeñez de su aparato reproductor, más propio, por raro que parezca, de un espalda plateada que de un varón adulto de origen caucasiano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario