viernes, 17 de junio de 2016

PISCINAS



El profesor de Termodinámica nos había invitado a mi padre y a mí a la piscina del chalet que tenía en la sierra. Mi madre lógicamente también había sido invitada, pero con la misma lógica, decidio no ir alegando un pequeño resfriado veraniego, cuando la única verdad es que no aguantaba a la mujer del profesor, y temía que cinco o seis horas, comida incluida, podía suponerle un estrés del que no saliera con vida.
Mi padre y yo acabamos aceptando porque aquel hombre estaba muy pesado con su insistencia, y solo en el último momento disculpamos a mamá para no parecer maleducados. Lo cierto, es que a mí la mujer del físico no me parecía que tuviera un carácter especialmente perverso o enrevesado, por lo que llegué a imaginar que, en el fondo, entre ellas debía existir algún tipo de contencioso muy sutil, tan típico, en mi opinión, de bastantes mujeres. Llegamos al chalet de David después de dos horas para hacer sesenta kilómetros, lo que da una pista del atasco organizado en la carretera.
Nada más llegar nos salió a saludar el matrimonio, los dos muy cordiales, lamentando que mi madre no hubiera podido ir. Elena incluso añadió que era una pena, porque a veces ese tipo de afecciones se curan con un buen chapuzón, claro que no dijo que pasaba las veces que no se curaba. Mi padre y David eran colegas en la universidad, y esa era la razón de la invitación, y tengo la impresión de que también yo sacara unas notas que a mi modo de ver, no me correspondían, pues siempre me daba una puntuación por encima de mis méritos, cosa que yo agradecía, siendo como soy una persona en absoluto rígida conmigo mismo. Tras un somero aperitivo en una mesa de camping al lado de la piscina, nos metimos en el agua ipso facto, algo que nos hizo muy bien después del sofoco del viaje. Elena desde luego era muy coqueta, y llevaba un biquini exagerado para su edad, pero parecía estar muy orgullosa de su cuerpo, y yo francamente en alguna ocasión me vi tentado de cogerla por las caderas y darla un meneo, pero me contuve, sobre todo, porque casi con absoluta seguridad mis notas lo iban a reflejar a la baja.
Creo que empezaba a comprender la manía de mi madre por esta señora, pues mamá, a la que quiero muchísimo, sería incapaz de ponerse un biquini de esas dimensiones por razones obvias que no hacen al caso, pero fácilmente imaginables. Mi padre, a quien yo echaba un vistazo de cuando en cuando, parecía también bastante estimulado por el atuendo (o falta de él) de la señora del profesor de termodinámica, y en más de una ocasión le sorprendí contestando a su amigo con la boca, pero con sus ojos absolutamente absortos en el culo de su mujer. Después del chapuzón, que para más inri transparento el sujetador del biquini de Elena, haciéndonos ver dos pezones muy sugerentes durante un buen rato, llego el momento de la comida tras unos martinis, que nos devolvieron rápidamente del frescor del agua a la temperatura ambiente, que no bajaba de los treinta grados, y alguno más si cabe debido a los estímulos eróticos ya mencionadas. David debía darse cuenta de lo que allí se cocía algo por parte de su colega y de su alumno, pero parecía tenerle sin cuidado o incluso agradarle, como tratando de enviarnos un mensaje. A mí, algo a sí como: “mira chaval, a ver si a mi edad tienes a una como esta”; y a Luis, o sea a mi padre, otro del tipo: “le subo la nota a tu hijo pero tú te jodes con tu gordita que te quiere tanto”. Estos pensamientos me irritaban un tanto y empecé a considerar a David poco más que a un chulo que no se merece el respeto con el que le trataba. Tuve que contenerme echando mano de la razón, y diciéndome que después de todo, aquello era algo que pensaba yo, pero que podía no atenerse a la realidad en absoluto. De hecho, el profesor estaba muy amable conmigo, yo diría incluso que cariñoso, algo que también me sorprendía, porque en la Universidad me trataba de una forma bastante aséptica, como si no quisiera en absoluto que nadie, ni yo mismo, pudiera percibir que recibía un trato de favor por su parte. De todas maneras, en el fondo tampoco entendía muy bien el por qué de su evidente benevolencia con mis notas, pues mi padre y él, más allá de ser colegas, no eran amigos íntimos. Verdaderamente, mi padre solo tenía por tales, a quienes compartieran con él su entusiasmo por el Real Madrid, y a David no le gustaba el fútbol.
La comida en una mesa rústica debajo de un árbol inmenso fue estupenda, y no me hizo añorar para nada las de los domingos en casa, con lo que llegué a pensar que aquella buena señora no solamente estaba muy bien, sino que era una magnífica cocinera, algo que sin embargo ella misma al final tuvo la honradez de desmentir cuando la felicité, pues no se debía a ella, sino a un delicatessen del pueblo que preparaba unas comidas para llevar buenísimas. Con esto, todo hay que decirlo, Elena se apuntó un tanto que yo no tenía previsto darle, pues por otro lado me parecía bastante creída y pedante, algo que en ese momento tuve que reconsiderar. Terminamos pronto de comer y estuvimos un rato de sobremesa, en el que los dos abuelos, valga la expresión, se liaron a hablar de temas teóricos de sus asignaturas, lo que a mí me pareció una lata,  y prácticamente una falta de consideración para Elena, algo de lo que sin embargo, ambos nos resarcimos hablando de temas mundanos y de la prensa rosa, de la que era evidente que ella estaba muy al corriente.
Luego David y Luis, invadidos por el sopor de la temperatura y las copas que se habían metido en el cuerpo, decidieron que se iban a echar una pequeña siesta, con el ruego de que a eso de las siete les despertáramos. Elena y yo respetamos rigurosamente la petición de los profesores, pero aprovechamos las dos horas largas de su siesta para intimar y tener unas relaciones que verdaderamente tuvieron bastante que ver con la termodinámica y la mecánica de fluidos, algo que no debió pasar totalmente inadvertido  para David ni para mi padre, que al vernos un tanto alicaídos y con cara de cansados, nos reconvinieron cordialmente, diciéndonos lo bien que nos habría venido una siesta. De regreso a casa, papá me hizo algunas reflexiones sobre la pareja, y hasta llego decirme que no le extrañaría que el día menos pensado, a David le iban a salir más cuernos  que a un rebaño de ciervos. Yo de inmediato cambié de tema y le pregunté por Real Madrid, única forma de que papá se desentendiera del asunto y llegáramos a casa sin mayores incidentes.  

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