Su cuerpo
calloso a esas alturas del partido no estaba para bromas, y su cerebro dijo
basta, cansado de organizarse con una coherencia que Matías no merecía. Es
cierto que durante un tiempo actuó con una responsabilidad que, aunque
proveniente en exclusiva de la pura voluntad, hizo que su vida transcurriera
por unos cauces razonables y atendiera a sus hijos como a las criaturas
indefensas que entonces eran. Pero tal situación no duró, y no parece que tal
cosa le fuera achacable a su masa gris sino, por raro que parezca, a algún
orgánulo de difícil ubicación y extraño funcionamiento, dentro de su propia
anatomía.
Su esquema
corporal, como el de todo ser vivo que levante un palmo del suelo, era sencillo,
y a las tres partes en que comúnmente se le divide de arriba abajo, alguna se
escapaba, pues sondeando el cerebro hasta sus ínfimos detalles, nada había que
pareciera haberle empujado a una vida licenciosa como, a partir del momento en
que su último vástago tuvo la edad de la razón, ocho años según él, sucedió. Comenzó
inesperadamente una tarde en la que después de ingerir no menos demedio litro
de pura cazalla, le dio por subirse a los trenes de mercancía estacionados en
la estación del tren de vía estrecha de su localidad, para arengar a los ferroviarios ó a cualquier otro
transeúnte que pasara por allí por puro azar, tratando de convencerles de que
el cambio de agujas poco más arriba no se atenía a las normas de seguridad
establecidas por el Ministerio de Transporte. Conducido al Hospital Provincial
con un amago de catalepsia inducida por el alcohol, fue trasladado a su
domicilio al día siguiente, donde su mujer le acogió asombrada y temerosa de
que la situación se repitiera con posibles variantes a partir de entonces, pues
ya él le había advertido con anterioridad, que no iba a pasarse toda la vida de
niñera. Afortunadamente, pudo justificar su ausencia del trabajo aquel día, gracias
a la colaboración del médico de cabecera, que sin embargo le reconvino y
advirtió que, de copas, las justas.
No obstante, su
fama en la ciudad se había acrecentado de forma notable, pues su actuación fue
corta pero intensa, y hasta el propio alcalde tomó nota para proponerle como
posible orador en los próximos Juegos Florales. Efectivamente, como María Jesús
supuso, su marido a partir de aquellas fechas fue otro por razones
incomprensibles para ella y para los doctores, que en un momento dado, cuando
la cosa se complicaba e iba a mayores, se arremolinaron en torno a Enrique como
si se tratara de una cobaya, especialmente los psiquiatras y neurocientíficos, elaborando
cada cual las teorías que justificaran el súbito cambio de aquel hombre. Los
psicoanalistas especialmente, encontraron en él un buen ejemplo para justificar
las teorías de Freud trufadas por Winnicot y Melanie Klein, mientras los
biologicistas argumentaban en base a hemisferios cerebrales , lóbulos, tálamo,
amígdala, cerebelo, tronco y médula espinal, sin olvidar a las neuronas con
axones y dendritas sus correspondientes sinapsis y neurotransmisores. Aunque
hubo quien sostuvo que todo era más simple, y consistía en un encharcamiento
del líquido cefalorraquídeo y alteración de las meninges, recomendando la trepanación como única solución coherente.
El cura del
lugar, sin embargo, no estaba de acuerdo, y de hecho apoyaba a Enrique como un
visionario que podía hacer mucho bien en aquella sociedad tan descreída y
tecnificada. Eso fue al menos lo que declaró ante el juez cuando nuestro hombre
fue detenido en el púlpito de la
iglesia, soltando un sermón durante unos oficios vespertinos, en los que
sustituyó al diácono encargado de ello. Habló del Sermón de la Montaña y las Bienaventuranzas,
haciendo mucho hincapié en la necesidad de cumplir con el precepto dominical y
de llevar una vida familiar ejemplar, algo que sorprendió enormemente a su
mujer, que últimamente le había perdido de vista. Otro rincón favorito donde
Enrique solía situarse para dirigirse a los transeúntes, era el Parque
Municipal, un bonito jardín próximo a la vía del tren, que con frecuencia
interrumpía sus intervenciones con los pitidos de salida ó entrada de los
convoyes en agujas, ya cerca de la estación. Este era el lugar en el que aprovechaba
para aleccionar a los viandantes sobre la conveniencia del respeto a las
plantas, y en general a todos los seres vivos, haciendo disfrutar a la
concurrencia con sus conocimientos de botánica, pues era capaz de nombrar a
todas las familias de árboles y arbustos del lugar sin pestañear. Recomendaba
la ecología como la forma más adecuada de colaborar en la preservación de la
naturaleza.
Hay que
reconocer, sin embargo, que a partir de cierto momento, empezó a tener algunos
lapsus y se quedaba en blanco, bajándose de la banqueta sobre la que se
instalaba normalmente, y despidiéndose del respetable alzando el sombrero, que
solía utilizar para causar más efecto durante sus intervenciones. En ocasiones
mezclaba al azar los temas y lo mismo hablaba de Dios subido a un vagón, que
ponderaba la belleza de los encinares en la iglesia ó peroraba sobre el trazado
de los ferrocarriles en el parque. Se iba haciendo evidente que, cuerpo calloso
,hipotálamo ó raquis, la cabeza de nuestro hombre empezaba a tener demasiadas
goteras .El Alcalde, para tranquilidad de la Junta Municipal, finalmente aceptó
que Matías probablemente no era la persona más idónea para dirigir la gala de
los Juegos Florales, pues su capacidad lírica estaba en esos momentos más que
en entredicho, pues como se sabe, lo que se necesitaba para la ocasión era una
especie de vate que fuera capaz de relacionar la belleza de la Reina de los
Juegos con cualquier elemento inspirador de la poesía amorosa, y no con la
caseta del guardagujas ó un alcornoque, que era lo más previsible que hiciera
él hiciera.
Sus hijos, que
por entonces tenían once y ocho años, no sabían exactamente que le ocurría a su
padre, aunque María Jesús les llegó a
convencer de que papá había cambiado de profesión, y de trabajador empleado en
una fábrica de neumáticos, había pasado a Relaciones Públicas del Ayuntamiento,
algo que el mayor fingió creer por amor filial, y ante lo que el
pequeño pareció entusiasmado, aunque llegó a sugerir con esa crueldad
inocente de los niños que creía que aún estaría mucho mejor si se daba un poco
de colorete en la cara y se ponía su nariz de payaso, lo que hizo que su madre
estuviera a punto de darle un azote.
Matías parecía
contento con su nuevo status, inconsciente de que la gente del lugar se lo
tomaba a chirigota, pero lo cierto es que en los bares que frecuentaba le
invitaban continuamente, lo que le estimulaba a seguir en la misma línea para
desesperación de sus más allegados, y contento de ciertas autoridades
sanitarias regionales que veían en él un filón para todo tipo de experimentos,
lo que también a él le agradaba, haciéndole sentirse una persona muy especial.
Le pasaron innumerables test y le hicieron todo tipo de pruebas, en una de las
cuales le raparon al cero para verificar la posibilidad de una energía estática
en el cráneo superior a la normal. La situación llegó al punto en que,
sintiéndose alguien realmente especial, comenzó a abordar a las personas
individualmente, tratando de cualquier tema que se le ocurriera en ese momento,
y teniéndole sin cuidado que su interlocutor no le interesara en absoluto, lo
que empezó a causarle ciertos problemas, pues las voces y los empellones
empezaron a proliferar, y en más de una ocasión se vio por el suelo. María
Jesús, mientras tanto, se había mudado con los niños a casa de la madre, pues
últimamente Matías se mostraba irascible y exigía a los dos chavales que en su
presencia permanecieran de pie y si le hablaban, que le trataran de usted, algo
que colmó el vaso de la paciencia de su mujer. Sin embargo los acontecimientos
pronto experimentarían un cambio radical e inesperado.
Cuando todo
hacía imaginar que Matías sufría un proceso degenerativo irreversible, hasta el
punto que fue ingresado en el Psiquiátrico Provincial con camisa de fuerza
incluida, el paciente incurable que parecía ser, sufrió un proceso curativo
asombroso y en una semana hubo que ponerle en la calle. Había hablado con el
psiquiatra que le atendía en unos términos absolutamente coherentes,
demostrando que por un proceso inexplicable pero evidente, se había curado de
forma espontánea, pues ni siquiera probó las pastillas que le dieron, e incluso
escribió de su puño y letra una carta personal al Director del Centro, que
luego este comentaría con su círculo de amigos íntimos, confesándoles que aquella misiva estuvo a punto de hacerle
llorar, aunque nunca aclaró su contenido. Al mes pues del ingreso en el
Psiquiátrico, Matías estaba de nuevo en casa, llevando una vida ejemplar como
padre, acompañando a sus hijos con frecuencia a los lugares que le hicieron
famoso como orador. María Jesús no podía creer lo que estaba viviendo, y tenía
la vaga impresión de que realmente aquel era otro hombre, por lo que solía
siempre vigilarle con el rabillo del ojo, y recordaba lo que al principio había
dicho un médico que luego desapareció, la posible existencia en Matías de un
raro orgánulo de difícil ubicación y extraño funcionamiento.
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