Los hechos sucedieron de la manera
siguiente
1) Nada
más levantarse Augusto recordó que ese día debía sacarse sangre con motivo de
su revisión anual, por lo que se vistió de inmediato, incluso sin ducharse como
era su costumbre, cogió el coche y se dirigió de rápidamente al hospital donde
le realizaban los análisis de forma habitual. Al llegar, se dio cuenta que se
le había olvidado que también debía llevar la orina, por lo que decidió no
salir del vehículo, y se fue directamente a desayunar a la cafetería de
costumbre. Se olvidó del asunto, dejándolo para otro día, y engulló dos
cruasanes de gran tamaño con el café, haciendo caso omiso a su exceso de
colesterol y su diabetes en ciernes.
2) Al
poco de levantarse, Augusto recordó que debía acudir al dispensario para
realizarse los análisis de sangre y orina habituales en tales fechas.
Desgraciadamente, en ese preciso momento se dio cuenta que ya se había tomado
un café con leche y dos magdalenas además del jarabe para la tos, por lo que de
inmediato se relajó, pensando que tiempo habría los días siguientes para seguir
el protocolo que le había ordenado el médico de cabecera.
3) Lo
primero que Augusto sintió nada más despertar fue que sus pies le estaban
transmitiendo un mensaje nada habitual, pero solo fue al levantarse y dar un
alarido al poner los pies en el suelo, cuando se enteró de que lo que le
sucedía era que padecía una fascitis plantar o, alternativamente, un espolón en
el calcáneo, pues tuvo que trasladarse hasta el cuarto de baño a cuatro patas, ante
la imposibilidad de mantenerse erguido. Recordó en esos momentos que
precisamente esa mañana debía acudir al laboratorio del hospital para sacarse
sangre, algo que nunca le había agradado en absoluto, por lo que en su fuero
interno agradeció a su sistema músculo esquelético las dificultades que estaba
teniendo, porque de tal manera prolongaría sine die la extracción de su sangre
nada azul.
4) Augusto
decidió no levantarse aquel día. Tenía una sensación extraña, aunque nada en la
media luz de su habitación a esas horas de la mañana, le hiciera ver algo
diferente de lo habitual. Se trataba de él mismo, lector empedernido de Franz
Kafka, sobre el que escribió una tesis
de doctorado que mereció un sobresaliente cum laude en la Facultad. Tenía miedo
de haber sufrido una metamorfosis durante la noche, como Gregorio Samsa, y
haberse convertido en un bicho repulsivo, por lo que ni siquiera levantó las
sábanas para comprobarlo, y mantuvo sus manos fuera del embozo. Recordaba que
tenía que acudir al sanatorio para los análisis anuales, pero no se atrevió,
pues estaba convencido de que de no haberse convertido en un monstruo a ojos
vista, su fórmula sanguínea o alguno de los parámetros de su sangre, delatarían
al ser repugnante en el que se había convertido.
5) Nada
más levantarse, Augusto se duchó y se lavó los dientes como era su costumbre
desde chico, y puso especial cuidado en no tragar agua en ninguno de ambos
casos, pues estaba convencido de que el champú o la pasta dentífrica podían
alterar gravemente los resultados del análisis de sangre que iba a hacerse
inmediatamente después en el laboratorio, lógicamente en ayunas. Le iba a
realizar la extracción una técnico-sanitaria, a la que, para establecer una
relación cordial, le preguntó su nombre al poco de acomodarse para la extracción.
Al oír su contestación-señorita Gelabert- no pudo reprimir un gesto de desdén y
se levantó furibundo, dejándola con la jeringa en las manos. “Hasta ahí
podíamos llegar”, dijo, y abandonó la sala.
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