miércoles, 22 de junio de 2016

HECHOS



Los hechos sucedieron de la manera siguiente

1)     Nada más levantarse Augusto recordó que ese día debía sacarse sangre con motivo de su revisión anual, por lo que se vistió de inmediato, incluso sin ducharse como era su costumbre, cogió el coche y se dirigió de rápidamente al hospital donde le realizaban los análisis de forma habitual. Al llegar, se dio cuenta que se le había olvidado que también debía llevar la orina, por lo que decidió no salir del vehículo, y se fue directamente a desayunar a la cafetería de costumbre. Se olvidó del asunto, dejándolo para otro día, y engulló dos cruasanes de gran tamaño con el café, haciendo caso omiso a su exceso de colesterol y su diabetes en ciernes.
2)     Al poco de levantarse, Augusto recordó que debía acudir al dispensario para realizarse los análisis de sangre y orina habituales en tales fechas. Desgraciadamente, en ese preciso momento se dio cuenta que ya se había tomado un café con leche y dos magdalenas además del jarabe para la tos, por lo que de inmediato se relajó, pensando que tiempo habría los días siguientes para seguir el protocolo que le había ordenado el médico de cabecera.
3)     Lo primero que Augusto sintió nada más despertar fue que sus pies le estaban transmitiendo un mensaje nada habitual, pero solo fue al levantarse y dar un alarido al poner los pies en el suelo, cuando se enteró de que lo que le sucedía era que padecía una fascitis plantar o, alternativamente, un espolón en el calcáneo, pues tuvo que trasladarse hasta el cuarto de baño a cuatro patas, ante la imposibilidad de mantenerse erguido. Recordó en esos momentos que precisamente esa mañana debía acudir al laboratorio del hospital para sacarse sangre, algo que nunca le había agradado en absoluto, por lo que en su fuero interno agradeció a su sistema músculo esquelético las dificultades que estaba teniendo, porque de tal manera prolongaría sine die la extracción de su sangre nada azul.
4)     Augusto decidió no levantarse aquel día. Tenía una sensación extraña, aunque nada en la media luz de su habitación a esas horas de la mañana, le hiciera ver algo diferente de lo habitual. Se trataba de él mismo, lector empedernido de Franz Kafka,  sobre el que escribió una tesis de doctorado que mereció un sobresaliente cum laude en la Facultad. Tenía miedo de haber sufrido una metamorfosis durante la noche, como Gregorio Samsa, y haberse convertido en un bicho repulsivo, por lo que ni siquiera levantó las sábanas para comprobarlo, y mantuvo sus manos fuera del embozo. Recordaba que tenía que acudir al sanatorio para los análisis anuales, pero no se atrevió, pues estaba convencido de que de no haberse convertido en un monstruo a ojos vista, su fórmula sanguínea o alguno de los parámetros de su sangre, delatarían al ser repugnante en el que se había convertido.
5)     Nada más levantarse, Augusto se duchó y se lavó los dientes como era su costumbre desde chico, y puso especial cuidado en no tragar agua en ninguno de ambos casos, pues estaba convencido de que el champú o la pasta dentífrica podían alterar gravemente los resultados del análisis de sangre que iba a hacerse inmediatamente después en el laboratorio, lógicamente en ayunas. Le iba a realizar la extracción una técnico-sanitaria, a la que, para establecer una relación cordial, le preguntó su nombre al poco de acomodarse para la extracción. Al oír su contestación-señorita Gelabert- no pudo reprimir un gesto de desdén y se levantó furibundo, dejándola con la jeringa en las manos. “Hasta ahí podíamos llegar”, dijo, y abandonó la sala.


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