Dijo mú, y luego
guardó silencio. Fueron inútiles las palabras de aliento de los más allegados,
y de nada sirvieron los gestos, las caricias o los regalos que le hicieron
llegar. Con ese monosílabo el alcalde de Pinto se sumió en un mutismo para el
que fueron vanas las argucias o estrategias que quienes le querían pusieron en
marcha. Hubo a partir de ese momento interpretaciones para todos los gustos,
pues mientras unos eran de la opinión de que solo se trataba de una obcecación
que pronto cedería, otros pensaban que era el primer síntoma de algo que no haría
sino empeorar. Lo llamativo, en todo caso, no fue esa primera declaración de
intenciones, si tal cosa puede llamarse al monosílabo pronunciado, sino el
hecho de que con una periodicidad aleatoria, volviera a exclamar lo mismo, si
bien los más atentos aseguraban que en cada caso la entonación era diferente.
Ese primer mú, en
su opinión, venía revestido en cada ocasión de una tonalidad diferente, como si
perteneciera a una fonética no occidental, en la que solo cabe el acento agudo.
El vocablo por lo tanto podía tener varias significados, incluso contrapuestos
según se pronunciara de forma labial, palatal, oclusiva, etc, incluso una
mezcla de todos ellos que no resultaba fácil de captar para oídos acostumbrados
a la solidez y reciedumbre del alfabeto hispano en nuestro caso. Algo
igualmente aplicable al resto de lenguas europeas con todas las matizaciones
que sus características fonéticas impongan. Mú, no obstante, de acuerdo con la
opinión generalizada de los entendidos en lenguas orientales, denomina al
principio creador, y constituye algo así como una metáfora del soplo primigenio
que hizo posible la creación del universo. En este sentido algunos consideraron
que Chindasvinto, emitiendo exclusivamente esa sílaba, no hacía sino realizar
el acto creador, y quien sabe si aún siendo ignorado por los simples oyentes,
generaba en otros lugares mundos paralelos e incluso mundos dentro de mundos. A
partir de esta interpretación omnicomprensiva, el prestigio de Chindasvinto
aumentó exponencialmente, y fue tratado a partir de entonces con deferencia por
la inmensa mayoría, aunque hay que reconocer que un grupo reducido pero
significativo se lo tomó a chacota, y de hecho se mofaba de él llamándole
Chindas y haciendo pareados. Vistas las consecuencias posteriores este no se arredró, sin embargo y siguió pronunciando
el famoso mú cada vez que le vino en gana, con una aleatoriedad que no permitía
sacar otras conclusiones. Con el paso del tiempo, mu,mú,mù,mû o comoquiera que
tal vocablo fuera en origen, se convirtió en el paradigma del lugar, de tal
manera que lo que empezó siendo una curiosidad profesional para filólogos,
semiólogos y en general personas interesadas en el mundo de la lengua y la
foniatría, se transformó en el motivo de un peregrinaje que adquirió cierta
notoriedad en la región y más tarde a nivel nacional. A todo ello Chindasvinto,
ya depuesto de sus funciones, permanecía prácticamente ajeno, y solo algunas
asociaciones municipales y culturales estaban interesadas en el fenómeno, y de
hecho eran las que organizaban convocatorias de simposios, congresos y mesas
redondas en los que se estudiaba el hecho. En alguna ocasión se trató de llevar
al mudo a alguno de estos eventos, algo que fue simplemente imposible en la
medida en que, interrogado una y otra vez al respecto, este solo respondía mú,
como era de esperar.
No obstante, a
lo largo de los años posteriores, la población registró un claro aumento de las
estancias y pernoctaciones debidas al turismo, posiblemente como consecuencia
de la fama que el hombre acabó alcanzando, no solo por las interpretaciones
múltiples que los teóricos daban a su comportamiento, sino por la propia
ausencia del interfecto, que al cabo de los años acabó convirtiéndose en un
misterio del mismo orden que en su día pudieron ser en la Grecia clásica la
Sibila o el Oráculo de Delfos. Lo que gran parte del público asistente a estas
reuniones y happenings esporádicos nunca llegó a saber, es que Chindasvinto,
sin duda hastiado de su silencio, comenzó a hablar por los codos, convirtiendo
el mú primigenio en un autentico torrente de palabras hilvanadas al azar, pero
de las que mediante un estudio concienzudo podía colegirse un sentido
perfectamente cabal. Sus interminables peroratas, sin embargo, solo fueron
conocidas por su familia y un círculo íntimo de amistades que lo mantuvieron en
silencio, temerosas de que de publicitarse, el negocio en que se había
convertido su mutismo se derrumbara como un castillo de naipes. A día de hoy,
no obstante, Chindas, recluido en el asilo del pueblo, alterna períodos de
euforia verborreica con otros de total silencio, algo de lo que la sabiduría
popular se ha apropiado, para inventar un refrán que sin duda alguna en algún
momento figurará en el porvenir como leyenda en una orla en el escudo de tan acrisolada población: “Mú,
lo que dijo y calló Chindasvinto, que fue alcalde de Pinto”.
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