domingo, 12 de junio de 2016

D: DECIBELIOS



Viajar a provincias en temporada baja puede parecer poco interesante, sobre todo para aquellos que conciben los ratos de ocio como momentos dedicados a pasear en manga corta, tomar el sol y bañarse en el mar. Es cierto que en nuestro país el tiempo suele ir con las estaciones, y que por lo tanto uno debe aceptar la inclinación del eje de la Tierra y su influencia en el clima, pues de eso, y no de otra cosa se trata las variaciones de pluviosidad, horas de sol y temperatura. Pero para los que, llegados a cierta edad nos tienen sin cuidado los baños de mar, y preferimos la ducha o la bañera de fácil acceso, resulta aleccionador observar la vida diaria de las poblaciones, en las que sus habitantes se afanan en sobrevivir, a base de ajetreos de aquí para allá para ganarse el sustento personal y familiar. Observar sus caras crispadas y en general poco risueñas, incapaces aún de concebir el mundo como puede hacerlo un animalito del bosque, a base de una dieta vegetal de fácil acceso, y de un habitat acogedor para sus cuerpos, adaptados al mismo por la selección evolutiva. Uno puede a determinadas horas, acceder a bares, cafeterías y restaurantes con la seguridad de no encontrarse con las aglomeraciones del verano, siempre que se respeten la horas del desayuno y bocadillo de media mañana de los oficinistas, y si el restaurante es de menú, cogiendo sitio sin demasiados inconvenientes. De todos modos, resulta curioso y digno de un trabajo de campo pormenorizado, armarse de paciencia,  establecerse como un antropólogo en tierra virgen, y observar las costumbres tan raras de este espécimen de australopiteco  sin pelo. Lo que más llama la atención, y pude recordarnos tiempos pretéritos, es percibir la necesidad compulsiva que tiene de hablar sin parar, para, en general, transmitir cosas ya sabidas por los demás o que a nadie interesan, pero que se obstinan en hacer evidentes mediante todo tipo de artimañas, pues está claro que cada cual busca la ocasión para hacer constar su cuota parte en el discurso general, que al final, suele constituir un galimatías de lugares comunes exentos de interés. Otra cosa que puede llamar la atención, es la gran capacidad de esta especie de animales para gesticular sin cesar, posiblemente para cumplir funciones que colaboran en su supervivencia, pero que observadas con cierta imparcialidad y desapego, pueden resultar grotescas. Es cierto que la cara tiene tal cantidad de músculos que mantenerlos inactivos largo rato podría conducir a una parálisis facial irreversible, pero desde mi punto de vista, no veo la necesidad de movilizarlos de la manera desenfrenada con que lo hacemos. Basta con observar una vaca o incluso a otros ungulados de superior status evolutivo, para darse cuenta que su gama de gestos es bastante reducida, y no digamos nada si a todo esto le añadimos el hecho de que no hablan, o como mucho, en todo caso emplean sonorizaciones muy rudimentarias, tirando a ruidos. De hecho, como todos sabemos, existe un lenguaje no verbal que suele ser con frecuencia, mucho más esclarecedor que los discursos prolongados y densos del homo sapiens. No es por lo tanto mala idea, o al menos así lo consideramos nosotros, darse una vuelta hacia cualquiera de los puntos cardinales de la península ibérica para comprender que la proliferación verbal indiscriminada de los signos del alfabeto, implica más que nada un aumento de decibelios sin sentido, que poco tiene que ver con la calidad de lo expresado.
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