Primero llegó el
del bigote y el pelo ensortijado con gomina, anunciando la llegada inmediata de
sus compañeros de trabajo. Se trataba de una comida de empresa a la que no
tendría más remedio que asistir como si fuera uno más de los comensales, dado
que mi mesa estaba situada a escasos dos metros justo enfrente de la suya, y no
había otras libres. El recién llegado trató de inmediato al camarero con gran
familiaridad, lo que hacía evidente que era un habitual del lugar. Era un tipo
alto y con un cierto toque africano, que él adornaba con su curioso peinado,
que pretendía darse un aire desenfadado a pesar de la gomina, pues los rizos
daban la impresión de haber sido despreocupadamente sobre la frente. Pidió una
copa de vino- fuera del menú-advirtió, y casi de inmediato llegaron los
siguientes.
Dos tipos más
corrientes, que no podían disimular su profesión de oficinistas o ejecutivos de
medio pelo a pesar de sus ternos grises un tanto desvaídos, o precisamente por
ello, y los ademanes familiares con la que muchas veces se adornan las gentes
de empresa cuando se reúnen. Poco después llegó una pareja -hombre y mujer- que
se sentó sin casi abrir la boca tras un saludo protocolario. Por su actitud es
posible que fueran los jefes o al menos unos empleados de nivel superior, pues
de inmediato los demás parecieron adoptar una actitud menos festiva. Me llamó
la atención que todos se limitaran a pedir agua, sin duda siguiendo normas de la
empresa, o simplemente porque el alcohol estaba mal visto teniendo en cuenta
que después de un rato volverían al trabajo. Lógicamente, el del pelo
ensortijado ya había fulminado su vino, y había adoptado la actitud contenida
de los otros.
Apenas comenzado
el primer plato, todos parecieron animarse un poco, como si la mera ingesta de
calorías debida a las proteínas y las verduras (unos tomaban lentejas y otros ensalada)
hubiera actuado a modo de estímulo, lo que se le supone al alcohol al poco de
catarlo. En esos momentos la conversación era un tanto errática, pero era
evidente que la pareja llegada en último lugar trataba continuamente de dirigirla
hacia temas relacionados con el trabajo, algo a lo que era evidente que los
demás se resistían, aunque fueran incapaces de darle un giro significativo. Sin
embargo y sorprendentemente, al poco de comenzar el segundo plato, el primer
comensal, poniéndose muy solemne, sentenció que todos deberían tener en cuenta
que tanto en el ámbito de la empresa como en el privado “la forma es el fondo”, lo que hizo que sus
compañeros le miraran un tanto sorprendidos ante lo inesperado de aquel rapto
pseudo filosófico. Como todos se mantuvieron en silencio, el africano, supongo
que a modo de ejemplo, se atusó los bigotes
e hizo el ademán de peinarse, concluyendo que “desde ahora, si queremos
salir adelante, deberemos cuidar nuestra apariencia, pues una empresa de
relaciones públicas como la nuestra no puede permitirse el menor desaliño ni, desde
luego, un atuendo no acorde con sus objetivos”. Se hizo un silencio tenso en el
grupo, pues debieron entender que indudablemente las palabras del rizoso eran
una llamada de atención, y que ellos eran los primeros destinatarios.
Uno de los que
llegaron en segundo lugar tomó la palabra a continuación y añadió que “sin
saber con exactitud qué quería decir con eso, lo que para él sí era evidente es
que se vivía una época falta de valores, y por lo tanto necesitada de un cambio
de paradigma” (sic), y que en ese sentido estaba de acuerdo, para objetar a
continuación que “de todos modos no creía que en tal empresa se tuviesen que
llevar trajes de 600 euros, zapatos Lotus, corbatas de seda e ir repeinados”.
“Sobre todo yo-añadió su compañero de llegada- pues lo más que en mi caso
podría hacer es sacarle brillo a mi calva”, momento en el que pasó su mano por
su reluciente cráneo. Los supuestos jefes o ejecutivos de nivel superior
permanecieron en silencio, como si lo dicho hasta ese momento no fuera con
ellos o se consideraran “au dessus de la melée”, es decir por encima de lo
tratado, después de todo un debate de gente subordinada al que nada tenían que
objetar.
La mujer, sin
embargo, una rubia cuyo adjetivo más apropiado sería “despampanante”, miró a
los intervinientes con un gesto de suficiencia y se recolocó el peinado, dando
con ello a entender que eran temas obvios pero de menor rango que a ella le
traían sin cuidado, algo que su compañero, es decir su marido y al parecer
copropietario de la empresa, corroboró a continuación haciendo una vaga alusión
a los conceptos de la oferta y la demanda, relacionándolos con la importancia
fundamental de que el balance en caja fuera positivo. El pseudo africano y el resto
de personal subalterno asintieron de inmediato, algo lógico aunque solo se
tratara de mantener el puesto de trabajo, momento a partir del cual pareció
entablarse una disputa soterrada entre la propietaria y el primer comensal a
base de repetidas recolocaciones capilares, por las que ambos parecían competir.
A los postres,
la conversación generada por la última intervención pareció languidecer hasta
el momento en que el menos significado de todos, es decir, el último de los
llegados en segundo lugar, pidió al camarero una botella de Moët Chandon bien
frío, al tiempo que dirigiéndose a los demás justificaba el hecho exclamando
que tal bebida debería servir como celebración de aquella comida, en la que
finalmente “tras una tesis y una antítesis, se había llegado a una síntesis que
dejaría satisfecho al mismísimo Hegel” (sic). Los demás no supieron sino
aplaudir, celebrando que la empresa hubiera llegado a un nivel de entendimiento
que hacía recomendable que aquellos almuerzos se celebraran con mayor
frecuencia. No pudiendo en aquellos instantes reprimir mis ansias de formar
parte de un grupo tan bien avenido, adelanté mi silla y me incorporé al
condumio, solicitando rápidamente una copita de champán, momento en el que
entre los comensales se hizo un silencio expectante que me hizo tomar la
palabra para puntualizar que, visto lo visto, yo no me hacía cargo del importe
del champán. Y que, en cualquier caso, no tenía la impresión de que la empresa
debiera pagar tal dispendio.
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