Me reprocha usted, a la
vista de los originales que le envié, mi incapacidad para tomar algo en serio, como
si, para mí, la vida fuera una especie de carnaval en el que todos tenemos que
disfrazarnos de personajes más o menos grotescos. Dice que apreciando mi prosa,
piensa en la manera lamentable con que desaprovecho mi capacidad para escribir
algo con más fuste, y que lamenta lo indecible que la desperdicie en tracas,
gargarismos y fuegos de artificio. Me pone como ejemplo a escritores, tanto
clásicos como contemporáneos, que limitan el humor a los momentos precisos en
que el argumento lo requiere, que en nada se parece al circo al que yo parezco
abonado. Abunda en sus impresiones, diciéndome que tiene la convicción, de que
me atenaza un temor muy profundo a considerar la realidad de las cosas en su
simplicidad, como si el hacerlo desmereciera de la inteligencia del autor que,
al parecer, se considera alguien “au
dessus de la melée”. Se refiere usted a mí, claro está. En su opinión, con
frecuencia comienzo mis relatos con la intención de llevarlos a cabo de una
manera equilibrada y sobria, pero no puedo evitar, llegado a cierto punto, el
“salirme por la tangente” (sic), como un ejercicio que pretendiendo resultar
interesante, lo que hace es despistar al lector mediante una finta supuestamente
original o ingeniosa, quebrando el relato lamentablemente. En ocasiones le
parezco pretencioso, pues en su opinión esos cambios de ritmos o hallazgos de
cualquier tipo, pretenden exclusivamente llamar la atención del lector,
traicionando así a la propia narración. Mi escritura es por lo tanto falsa, y
sólo intenta asombrar a quien lo lee, abandonando el autor a sus personajes,
que de este manera, parecen totalmente artificiales. Lamenta por lo tanto, de
momento, no poder atender a mi pretensión de publicar en su editorial, pues por
más interés que se ha tomado, no ha encontrado en que tipo de colección podría
encajar. Le agradezco que vea usted en mi prosa unas posibilidades de futuro innegables,
a poco que decida coger al toro por los cuernos, y enfoque mi escritura hacia
objetivos más concretos, que usted piensa que de momento, no tengo claros.
Asimismo me sugiere que sea más lineal, y no me desvíe continuamente de la
trama en historias secundarias, que hacen que el lector se sienta perdido y no
sepa bien a qué atenerse, o abandone la lectura, incapaz de saber en un momento
dado donde se encuentra. Cree de la misma manera que abuso de los adjetivos,
que queriendo enfatizar determinados aspectos del objeto tratado, llegan a
desfigurarlo por acumulación de epítetos, cosa que al parecer también me sucede
con las oraciones, que enlazo
excesivamente, subordinando las unas a las otras hasta extremos que las hacen
farragosas y prácticamente incomprensibles. Me aconseja, por lo tanto,
sobriedad y cierto laconismo, abandonando un exceso de forma que, por barroca,
acaba dando la impresión que se desentiende de la trama o que, en todo caso, el
argumento es sólo un pretexto para el lucimiento del autor. Claro que usted no
se queda ahí, y a pesar de que, como me dice, valora mi prosa como una de las
más interesantes con la que se ha topado en los últimos tiempos, no deja de
señalarme otros aspectos que juzga en ella deficientes, aunque espera que en un
futuro más o menos inmediato se corrijan. Menciona, en línea con lo expresado, el desarrollo
insuficiente de la acción, quedando con frecuencia tanto ella misma como los
personajes en meros esbozos, pinceladas
que no logran atinar con una descripción justa. Y no sólo eso, estima que los
protagonistas de mis relatos son seres en exceso ensimismados, condenando al
resto, si los hay, a puras marionetas forzadas a moverse en un mundo solipsista
excesivamente agobiante. Mis personajes, según usted, recuerdan de alguna forma
a los “héroes” de Kafka, seres torturados, que no logran en ningún momento
averiguar la causa de su congoja. En su opinión, ese tipo de relato está
totalmente periclitado, y nada hay que añadir de relevante desde los del
escritor de Praga. Por otro lado, al igual que en sus relatos, los personajes
femeninos juegan el papel de meros comparsas, de los que podía prescindirse en
cualquier momento. La mujer, o no existe o aparece como un ser circunstancial,
en papeles que oscilan desde lo claramente tivial a lo estrictamente deleznable,
como seres desnortados y sin cabeza, expuestos a las veleidades de su amo. “Hay
pues un trasfondo machista en su narrativa, que condena a la mujer a un papel secundario, típico de los
escritores que no pueden ocultar su vena misógina”. Me encierro con frecuencia,
en su opinión, en un manierismo de filigrana que desvirtúa la acción, como si
el hallazgo de una palabra o frase que juzgo deslumbrantes, me llevara a perder
el hilo de la narración, que en muchas ocasiones da la impresión de terminar
bruscamente o con ciertas prisas, como si antes ellos, yo mismo me dijera
“después de esto, cualquier cosa que diga, será superflua” ( Après moi, le
deluge?). Podría seguir enumerando sus puntualizaciones y consejos, que
posiblemente otro tomaría abiertamente por críticas e incluso enmiendas a la
totalidad, pero créame si le digo que no es mi caso, que siempre acepto de buen
grado todas las opiniones que me lleven a pulir mi escritura. De todas formas,
sí me gustaría agradecerle de corazón que se haya tomado la molestia de leer
mis escritos con el detalle que parece deducirse de su carta, algo que siendo
solamente un escritor en ciernes sin nada publicado, me halaga hasta niveles
que no puede ni imaginar, por lo que acabo deduciendo que a pesar de sus
objeciones, no debe haberle parecido tan mal como podría deducirse de la
lectura de sus seis folios, de los cuales apenas he esbozado aquí una pequeña síntesis. Creo,
no obstante, que tiene usted bastante razón en casi todos los puntos, esencialmente
en aquellos que hacen referencia a mi incapacidad de deshacerme de un
alambicamiento y prolijidad, que hacen de leerme algo parecido a una tortura. Y
mire que lo siento, pues al ponerme a escribir, me inspiro con frecuencia en
los conceptistas españoles, e incluso permitiéndome una licencia absoluta, en
los escritores del realismo sucio americano, tan amantes de la frases cortas y
la creación de climas intensos con solo cuatro palabras. Debo pues excusarme,
además, por ser incapaz de llevar adelante el plan que me fijo al comenzar,
resultándome imposible controlar mis dedos, que se vuelcan sobre el teclado sin
control, queriendo hacer endechas y sonetos cuando debía dedicarme a las
aleluyas y los pareados. Espero con ansiedad nuevas entregas de sus opiniones,
y le prometo enviarle otra remesa de mis escritos, que me asaltan
impensadamente, y a los que debo dar salida de alguna manera con personas como
usted, voraz lector, al parecer, de todo tipo de literaturas, incluso como en
mi caso, de las manifiestamente mejorables o rematadamente malas. Un cordial
saludo.
P.S. - Si se toma la molestia de releer mi carta,
verá que, a pesar de haber sido revisada, cae en los defectos de los que digo
tomar nota, por lo que no estaría de más, considerarme como un caso sin
solución posible.
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