viernes, 17 de junio de 2016

VOLVER



Al fin nos volvemos a ver después de tantos años.  Aunque una vez dicho esto debo puntualizar la inexactitud de la cita, pues, de hecho, algunos de entre nosotros nos vemos con regularidad e incluso con frecuencia.  No obstante lo anterior, lo cierto es que,  independientemente de que algunos hayamos prolongado nuestra amistad juvenil a través del tiempo, este grupo en concreto no se veía después de muchos años, tantos,  que remontarnos al momento en que coincidimos por primera vez no es exagerar. Éramos entonces casi unos adolescentes que empezábamos a afeitarnos, y nuestras mentes se hallaban ocupadas con pensamientos que otros nos habían imbuido; después de todo,  nada especial, pues a esa edad no es corriente tener ideas propias, aún no paso el tiempo suficiente como para que nosotros mismos dilucidáramos quienes éramos y qué pensábamos realmente por nosotros mismos.
El miedo que tengo, sin embargo, ahora que vamos a reunirnos, es que nada haya cambiado sustancialmente, es decir, que en buena medida seamos como éramos,  y que nada nuevo hayamos añadido de nuestra propia cosecha.  Ya sé que para algunos esa fidelidad a los orígenes supone un orgullo y un estímulo, para ellos el hecho de añadir nuevos datos y puntos de vista a los de entonces,  supone una especie de traición, cómo si lo realmente importante en la vida consistiera en ser fiel a lo que nos llevo a un camino en el que cualquier desvío es visto con malos ojos, como si la sabiduría consistiera exclusivamente en persistir en aquello que nos unio de entrada, más allá de acontecimientos posteriores.  Por eso, junto a la alegría de saludar de nuevo a aquellos que perdí de vista,  tengo el vago presentimiento de la desazón  de malencontrarnos,  de sentarnos a la mesa y saber que aquél grupo que en su día penso estar constituido por un grupo de héroes, no es sino el triste destilado de un afán desmesurado,  que el tiempo devolvio a su verdadero valor, es decir: lo justo.  Como tantos que siendo jóvenes piensan que van a devorar al mundo, que van a añadirle una savia nueva, cuando la triste realidad es que desde hace ya mucho tiempo todo está dicho, aunque el simple deseo de vivir lo infunda de un valor para el que no hay Troyas que resistan.  Pobres Aquiles, Héctores y Ajax empeñados en luchar al pie de la muralla cuando el traicionero caballo ya se prepara y Paris aún no sabe su derrota. ¿Qué conquistar entonces, si el enemigo se hurta, o se rinde o no existe? ¿Dónde poner la energía que desborda y los músculos que quisieran entrar en combate, cuando las puertas ya se han abierto y los sitiados nos dan la bienvenida? Espadas blandiéndose en vano y cabezas que ruedan para nada,  y la sangre que cubre la tierra vanamente, porque no existe enemigo mas que el que queramos inventarnos.
Qué difícil es vivir sin enemigos, aquellos que decimos diferentes para nosotros permanecer unidos, qué duro es disolverse en la conciencia de que, después de todo, todos jugamos el mismo juego: ser diferente o ser el mejor o ser de los elegidos.  Por eso,  al brindar, cuando ya el encuentro se diluya y los postres dejen lugar al champán, deberíamos, como al principio, mirarnos a los ojos, conjurarnos, y buscar una causa por la que valga la pena disentir, y de este modo,  acordar reunirnos un día de los de por venir,  muy de mañana y partir juntos hacia un horizonte que prometa aventuras, batallas, amores, desastres, héroes, funerales y acciones de gracias. ¿Qué otro sentido puede tener la vida? 

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