domingo, 12 de junio de 2016

APEGOS



Conocí a Mari Luz al poco de salir de la Universidad. Bueno, si he de ser sincero a poco de abandonarla, porque en tercero de Filosofía y Letras me dije que aquello no merecía la pena, y que siendo heredero del negocio familiar por ser hijo único, más valía dejarlo. Por otro lado, teniendo una mentalidad eminentemente práctica, perder el tiempo con lo que entonces se me antojaban majaderías sobre el lenguaje y la historia de la filosofía, me parecía absurdo, así que me enrolé en la empresa de construcción de mi padre, un hombre que desde peón albañil, había logrado con el tiempo llegar a ser jefe de Obra, y poco después montar su propia empresa. La verdad es que, una vez que se convirtió en propietario, dejó de interesarme. A mi me gustaba aquel tipo que siendo yo un crío, salía para la obra con buzo y alpargatas y volvía a casa reventado, pero trayendo consigo una cierta épica de héroe ó de superviviente que me estimulaba, y me hacía admirarle muchísimo. Pero los acontecimientos se sucedieron con cierta celeridad y cuando quise darme cuenta, ya de chico, yo era el hijo del jefe, un tipo hecho a sí mismo que había triunfado e la vida y contaba con una empresa de cuarenta trabajadores. Por aquel entonces empezó a estar mucho menos tiempo en casa, pues todo se le iba en el trabajo burocrático de la oficina y la inspección de las obras. Fue en aquella época de mi vida, cuando conocí a Mari Luz, como dije mas arriba, de la que me quedé totalmente prendado nada más verla. Comprendo que no era para tanto, pues físicamente, siendo una mujer guapa, no era ninguna maravilla, más bien chaparra y regordeta, pero, por lo que fuera, a partir de ese momento las demás dejaron de existir para mí. Digo eso y no exagero. No me importaba que otras fueran mucho más guapas, vistosas ó incluso simpáticas y divertidas; Mari Luz me dio a probar un elixir del que no he podido desprenderme en toda mi vida. Era su manera de mirarme ó quizás su forma de moverse ó la manera tan familiar de tratarme las que hicieron que estableciera con ella in vínculo indeleble, sólido y profundo que tengo claro que no obedece a razones lógicas, sino posiblemente a una necesidad mía que solo ella era capaz de colmar. En la empresa de mi padre yo hacía algo así como el papel de “doble”, estando al corriente de obras, contrataciones, ventas, etc. De hecho, manera mi padre quería prepararme para el porvenir en el que suponía que yo seguiría sus pasos al mando de la nave. Y así fue, pues el hombre falleció repentinamente sin cumplir los sesenta, teniendo que hacerme cargo de aquel embolado en unos momentos en los que atravesaba un período bastante difícil. Por aquel entonces yo ya me había casado con Mari Luz, y había tenido tiempo de darme cuenta que lo que parecía de soltera, resultaba holgadamente serlo de casada, pues desde luego, no se limitaba a ser mi mujer y llevar una buena vida, sino que la gustaba meter baza en mis negocios, dar su opinión e incluso tomar algunas decisiones por mí, algo que después de todo, yo agradecía, pues si debo decir la verdad, me aburrían muchísimo todas las complicaciones que generaba una pequeña empresa como la nuestra, y hacía que me agarrase unos berrinches indebidos, sobre todo cuando al poco tiempo, tuve que empezar a despedir a gente y enfrentar un sinfín  de problemas no solo laborales, sino de conciencia. Al cabo de un tiempo Mari Luz decidió que aquella empresa no era rentable en absoluto y que debíamos venderla y “dedicarnos” a otra cosa, lo que hicimos en unas condiciones bastante buenas, pues encontramos a un gañán dispuesto a quedarse con ella. Creo que fue una decisión acertada, a pesar de que tiempo más tarde me enteré que el tipo aquel había logrado sacarla adelante y establecerse como una de las empresas del sector mejor colocadas de la región, lo que me hizo pensar que no siempre hay que fiarse de las primeras impresiones, pues el que en principio me dio la impresión de llegar del pueblo de arrear ganado resultó ser un lince de cuidado. Con el dinero que obtuve de la venta y las propiedades de mi padre la verdad es que podía haberme dedicado el resto de mi vida a haraganear, cosa que hice durante unos meses hasta que Mari Luz un día se me enfrentó y me llamó “poco hombre” por mi indolencia laboral, por lo que tuve que ponerme manos a la obra y buscar alguna actividad que me entretuviera y fuese rentable, pues con aquella mujer, a pesar de nuestros comienzos esencialmente candorosos más valía andarse con cuidado. Conecté con un grupo Editorial y multimedia que me encargó la realización de una serie de capítulos para televisión sobre diversos temas del arte y la literatura españolas a través de la historia. Yo tenía bastante idea de aquellos temas de mi época de estudiante, pero no desde luego para hacer un estudio suficientemente amplio de nada de lo que se me ofrecía, por lo que acabé fichando a un realizador novel, un jovencito que además era el mejor amigo de mi hijo mayor, y en el que yo tenía mucha confianza de algunas conversaciones que había tenido con él cuando venía a casa. De esta manera me introduje en este mundo de una forma casi casual, espoleado por Mari Luz, que capitaneaba la empresa desde la sombra y que seguía empleando el yo mayestático en cualquier actividad que realizáramos como familia, algo que enseguida amplió también a nuestros hijos, Gonzalo del que ya he hablado y Yolanda que se dedicaba al diseño gráfico y había montado una pequeña sociedad con una amiga. Debo reconocer que por aquella época conservando toda mi devoción por mi mujer sus maneras comenzaron a producirme cierto resquemor e irritación, aunque era incapaz de decírselo y ni siquiera de hacérselo sentir de alguna manera. Me sentía totalmente dependiente de aquella mujer, aunque en determinadas ocasiones tuviera la impresión de vivir al lado de un sargento de caballería. Mi hijo se incorporó pronto al Grupo Editorial para el que realizaba trabajos de doblaje y cámara. Mis series tuvieron bastante éxito y se vendieron también a varias televisiones sudamericanas. Cuando mi actividad me lo permitía hacía algunas escapadas a algunas ciudades europeas y americanas, siempre en compañía de Mari Luz, que lógicamente elegía los destinos sin que yo pudiera hacer valer mis preferencias, con lo que me quedé sin viajar hacia Oriente, pues todo lo que no fuera cristiano le producía rechazo. Sentía aversión por chinos, moros ó negros, como ella decía, a los que consideraba  pertenecientes a un grupo de bípedos que nada tenían que ver con los que aquí habían podido producir a Santa Teresa de Jesús ó al Papa de Roma, y de nada servía que intentase explicarle los avatares históricos ó geográficos de esas culturas. Se cerraba en banda por más que yo le hablase de Buda, Confuncio, Ghandi ó Mandela. La verdad es que empecé a sentirme tiranizado y tenía necesidad de hacérselo saber minimamente con pequeños detalles que la martirizasen un poquito. Como al llegar a los cincuenta empecé a hacer deporte moderadamente para estar en forma y quitarme algo de estrés, empecé a utilizar unos chandals horrorosos de un tejido malísimo que enseguida se deterioraba, pero que yo justificaba diciendo que eran los que mejor me venían porque eran muy suaves. Y no solo eso, que seguía utilizándolos cuando prácticamente estaban para e cubo de la basura, algo que realmente la martirizaba por el aspecto de impresentable que yo ofrecía al vecindario, pero que a mí me tenía sin cuidado al consultar los balances y las cuentas corrientes. Además intentaba pasear con ella del bracete vestido así aprovechando alguna circunstancia que le hiciera imposible zafarse, de manera que tuviera que verme a su lado prácticamente en harapos, que por otro lado yo sabía que los vecinos achacaban a su avaricia, los pobres, ignorantes de mi sutilísima venganza. Pero a pesar de todo, lo cierto es que por otro lado esa mujer puede hacer de mí lo que quiera y me siento profundamente enamorado a pesar de los años transcurridos, hasta el punto que no sé si en mi interior es eso lo que precisamente no me perdono, y trato de infringirla pequeñas derrotas y puyas delicadísimas para que al menos se merezca mi entrega incondicional. Por ejemplo en casa trato de dejar desordenado el salón ó espachurrado de mala manera el tubo de pasta dentífrica ó levantada la tapa del retrete ó pelos abandonados sobre el lavabo, etc. Intento hacerle comprender que todo eso forma parte de mi idiosincrasia que no tiene demasiada importancia y que después de todo nadie es perfecto. En el barrio sé que hay quien ha llegado a bromear diciendo que parece que tenemos un único cerebro que compartimos, incapaces de ser alguien por nuestra propia cuenta. Me siento algo humillado cuando me llegan estos chismes, pero después de todo me conformo pensando que la envidia tiene muchas formas de manifestarse, aunque muy adentro de mi mismo no deja de darles un pocota razón, porque creo que ambos somos incapaces de pensar lo que sea sin tener al otro e cuenta, pero no solo eso, sino que he llegado a pensar en una de esas pequeñas crisis internas que al menos yo no soy capaz de pensar por mi mismo para mi mismo, sino que estoy como invadido por su voluntad hasta el extremo que tengo la impresión de que de alguna forma su cerebro de alguna manera, forma parte de mi propia geografía, momentos en que mi moral se viene un tanto abajo, y en los que si puedo me pongo el más deteriorado de mis chandals y las zapatillas de deporte  más cochambrosas y voy a dar una vuelta por los alrededores después de pasearme por delante de ella y hacerle ver mi estado lamentable a pesar de que en esos momentos soy consciente de que ella intenta apartar la vista y no mirarme, teniendo en cuenta además que suelo buscar el lugar adecuado para que sea más hiriente, por ejemplo el salón Luis XIV ,donde el brillo de sillas, mesas y bibliotecas contraste con el estado miserable de mi indumentaria, que en ocasiones suelo complementar yendo despeinado y con la barba canosa de tres días. Empecé a darme cuenta que en buena medida Mari Luz comenzaba a sentir vergüenza de mí, pues lo cierto es que nunca he sido nadie bien parecido y tengo un tipo titando a lamentable, pero hasta entonces ella parecía contentarse con el recuerdo de nuestros primeros tiempos y el estado de las cuentas corrientes, una de las cuales estaba a su nombre y contaba con una parte significativa de mis ingresos. Lo que sucedió a partir del momento en que yo comencé a ensañarme con ella haciéndola objeto de vejaciones como las relatadas más arriba, es algo con lo que yo no contaba en absoluto. Mari luz, que habitualmente no salí ,una tarde me dijo que se iba con unas amigas a charlar y tomar una copa, cosa que en principio solo me sorprendió en la medida de que no era nada habitual, pero que me alarmó al ver la manera con la que se había vestido. Y digo vestido, por guardar las formas estrictamente literarias al hecho de no estar en cueros, pero quizás fuera más adecuado decir “con la manera con que se había disfrazado, pues para nada e parecía a la buena señora que me acompañaba  el resto de las tardes. De entrada se había calzado unos zapatos que aunque no tenían tacón de aguja no les faltaba mucho pues su alzada no era inferior a los diez centímetros, a continuación vestía un traje gris muy elegante y ajustado que dibujaba las  curvas que habitualmente ocultaba bajo vestidos muy amplios ó mandiles tipo familiar, rematada por una piedra verde brillante y gruesa como un puño en la solapa, la cara parecía un mapamundi de colores pues al rimel normal había añadido aquí y allá colores que sin duda echarían en falta la paleta de no pocos pintores. Se había hecho las cejas estilizándolas como si fuera a salir al escenario y sus ojitos verde que tanto me inspiraron en mi juventud, venían sombreados bajo unas pestañas de no menos de dos centímetros. Los labios merecerían un capítulo aparte, pues simplemente no parecían los suyos. Y cuando ya salía con un gesto impertinente dispuesta a coger un taxi, me dijo al despedirse.”No te asombres porque la semana que viene me hago el cuello y la papada, y por cierto, no me esperes que seguramente vuelva tarde. Al irse me quedé sentado en mi sillón del salón todavía conmocionado, pensando en que estaba sucediendo. No tenía del todo claro si aquella inesperada puesta en escena obedecía a orden natural de las cosas ó tenía más bien que ver con las pequeñas crueldades a las que la venía sometiendo en los últimos tiempos. Fuere como fuere, el hecho es que me quedé inquieto y preocupado, temiendo que se produjera un cambio real y significativo en nuestra relación, aunque poco después, ayudado por dos whiskys, pensé que después de todo quizás la cosa no tenía la importancia que yo le estaba dando, aunque la  vuelta de Mari Luz hacia las cuatro de la mañana totalmente borracha, me hizo ver que aquello no iba en broma y que algo importante estaba sucediendo en nuestra relación. Para más inri, durmió en otra habitación, algo que no había sucedido nunca en nuestros treinta años juntos y que elevaba la cota de nuestro desencuentro a unas alturas absolutamente inesperadas. La tarde del día siguiente a la vuelta de la oficina Mari Luz me recibió muy acicalada y me dijo que me estaba esperando y que teníamos que hablar, algo que me sorprendió de nuevo, porque hasta entonces nuestras conversaciones habían girado en torno a nuestros hijos ó el trabajo de una forma natural y sin ningún tipo de protocolo. El salón Luis XIV fue testigo de la declaración de mi mujer en la que me proponía el divorcio inmediato, pues para ella era evidente que hacía ya tiempo se había producido e nosotros un alejamiento que e su opinión era insalvable, y que desde luego por su parte no tenía ninguna intención de reconsiderar. Me quedé tan perplejo que permanecí mudo no menos de cinco minutos mientras ella seguía en la silla muy compuesta esperando unas palabras de mi parte que no llegaban, en vista de lo cual retomó la palabra y me aclaró un poco más la situación diciéndome “mira, pitufín, yo estoy igual de sorprendida que tú. Y si alguien hace unos meses alguien me llega a decir que esto podía producirse, le hubiera dicho que estaba loco, pero la vida es lo que es. Tú sabes que últimamente las cosas no marchaban como antes, a ver si te crees que no me he dado cuenta de tus pequeñas maldades para zaherirme. Así que la situación ya era conflictiva, reconócelo, y en este tiempo he conocido a un hombre, propietario de un asador vasco muy renombrado con el he congeniado mucho y, que quede claro, pienso irme a vivir por mi cuenta, no con él, que también está casado, pero quiero ser libre por lo que pueda pasar.” Miré a aquella mujer con la incredulidad que puede mirarse a uno de los personajes de Toulouse-Lautrec que entren en tu casa  y se instalen a sus anchas en el salón, y actúen con una naturalidad absoluta sin considerar que están en una propiedad ajena y que el cardado de su pelo no es algo con lo que se pueda vivir sin sufrir las consecuencias. Me dio por reírme y solté una carcajada que dejó estremecida a la chaparra, desternillándome de haber entregado mi vida y hacienda a aquella insignificancia de mujer, que ahora pretendía hacerse pasar por una cantante de ópera ó una reinona de la pasarela. Chaparra, efectivamente, no había otro nombre que mejor la cuadrara, cuando su cuerpo había adquirido unas dimensiones simplemente irrisorias en comparación con la mata de pelo que se le había venido encima. Cuando me calmé, sin embargo, me dio por gimotear recordando los tiempos de mi juventud cuando la había conocido, y me pareció el ser más fascinante de la Creación. Además, pensé, sin ella no se que va a ser de mí, pues más allá de sus abusos y autoritarismo me había acostumbrado a su presencia, y al puro  hecho de que fuese ella la que organizase mi vida hasta en los detalles más ínfimos. Pero como tantas veces se ha repetido, los hechos son los hechos, etc…  así que a los tres meses me había divorciado de Mari Luz, que a pesar de sus afirmaciones previas, se había ido a vivir con el aizkolari a un chalet de Majadahonda. Pero eso no era lo peor, pues lo cierto es que conservaba en propiedad el que tenía al lado del mío, en nuestra urbanización de Arturo Soria, y algunos fines de semana organizaba barbacoas, a las que asistían sus amistades, e incluso algunos personajes del mundo del deporte y el espectáculo. Mis hijos estaban de acuerdo conmigo, y me apoyaban, pareciéndoles incalificable la actitud de su madre, a la que sin embargo yo seguía adorando, a pesar del tufo a carne a la brasa que me llegaba del chalet de al lado, y las voces de la bulla que se organizaban hasta bien entrada la madrugada. Mi hija, poco después, me puso al corriente de que su madre se había establecido por su cuenta en una especie de bar de copas cerca del de su amante, que al parecer este le había comprado para que se entretuviera y se sintiese realizada, y a dónde mandaba a sus clientes después de cenar, asegurándoles que era el mejor lugar de todo Madrid para margaritas y  daiquiris. Lo que por entonces me desquiciaba es que, en buena medida, Mari Luz se aprovechaba del dinero y las propiedades que yo en mi inopia había puesto a su nombre sin posibilidad de retrocesión, aunque si debo ser sincero eso era lo de menos, pues mi dependencia de ella seguía siendo absoluta, y con frecuencia, a pesar de todo, la seguía llamando para pedirle consejo sobre mis negocios y forma de vida, a lo que siendo auténtico, debo confesar que seguía atendiendo con una entrega que me hacía concebir esperanzas cara a un futuro que a los sesenta años cada vez se me antojaba más oscuro. Cuando pocos años después tuvimos nietos, nuestras posiciones se acercaron al compartir algunos fines de semana la comida familiar con nuestros hijos y los críos, uno de los cuales, el de mi hija, sin embargo, tenía un parecido extraordinario con el vasco, algo que a pesar de la aleatoriedad de las leyes de Mendel, me hizo preguntarle cuántos años hacía que conocía a aquel individuo con el que ahora compartía su vida, dejándome desquiciado cuando me dijo que veintitantos, aproximadamente los mismos en que ambos fuimos a cenar allí por primera vez, pues de esa forma me dejaba claro que quizás la filiación familiar de nuestra progenie no estable claramente establecida, dijera lo que dijera el Registro Civil. Pasado el tiempo, sin embargo, algo debió a empezar a ir mal con el abertzale, pues sus llamadas telefónicas y visitas al chalet de al lado empezaron a hacerse más frecuentes, al tiempo que mi hijo me aseguró que “mamá está pasando una mala racha”,algo que traté de confirmar acercándome una tarde al club que regentaba que, para mi sorpresa, más que estar lleno de clientes del Asador, lo estaba de señoritas de la vida alegre, entre las cuales Mari Luz trataba de establecer cierta disciplina a la antigua usanza, fijando el orden de salida del establecimiento para cumplir funciones al porcentaje, ó la utilización de unas cabinas en  el interior, a sesenta euros los diez minutos. Volví a casa descorazonado, pues nunca pensé que Mari Luz acabara regentando un local de tales características, aunque debo decir que, no obstante,  me alegré de su saber hacer ,y antes de irme me tomé con ella un daiquiri que me sentó maravillosamente, hasta el punto que le prometí volver con frecuencia después de un rato tan agradable, en el que incluso pude disfrutar gratis de de los servicios que ofrecían, prometiéndole que repetiría todas las semanas, e incluso invirtiendo cierto dinero para relanzar un negocio que parecía venir a menos, una vez que el corricolari había decidido limitarse a las chuletas y el chacolí, olvidándose enteramente de mi adorada Mari Luz.

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