Conocí a Mari Luz al poco
de salir de la Universidad. Bueno, si he de ser sincero a poco de abandonarla, porque
en tercero de Filosofía y Letras me dije que aquello no merecía la pena, y que
siendo heredero del negocio familiar por ser hijo único, más valía dejarlo. Por
otro lado, teniendo una mentalidad eminentemente práctica, perder el tiempo con
lo que entonces se me antojaban majaderías sobre el lenguaje y la historia de
la filosofía, me parecía absurdo, así que me enrolé en la empresa de
construcción de mi padre, un hombre que desde peón albañil, había logrado con
el tiempo llegar a ser jefe de Obra, y poco después montar su propia empresa. La
verdad es que, una vez que se convirtió en propietario, dejó de interesarme. A
mi me gustaba aquel tipo que siendo yo un crío, salía para la obra con buzo y
alpargatas y volvía a casa reventado, pero trayendo consigo una cierta épica de
héroe ó de superviviente que me estimulaba, y me hacía admirarle muchísimo.
Pero los acontecimientos se sucedieron con cierta celeridad y cuando quise
darme cuenta, ya de chico, yo era el hijo del jefe, un tipo hecho a sí mismo
que había triunfado e la vida y contaba con una empresa de cuarenta
trabajadores. Por aquel entonces empezó a estar mucho menos tiempo en casa,
pues todo se le iba en el trabajo burocrático de la oficina y la inspección de
las obras. Fue en aquella época de mi vida, cuando conocí a Mari Luz, como dije
mas arriba, de la que me quedé totalmente prendado nada más verla. Comprendo
que no era para tanto, pues físicamente, siendo una mujer guapa, no era ninguna
maravilla, más bien chaparra y regordeta, pero, por lo que fuera, a partir de
ese momento las demás dejaron de existir para mí. Digo eso y no exagero. No me
importaba que otras fueran mucho más guapas, vistosas ó incluso simpáticas y
divertidas; Mari Luz me dio a probar un elixir del que no he podido
desprenderme en toda mi vida. Era su manera de mirarme ó quizás su forma de
moverse ó la manera tan familiar de tratarme las que hicieron que estableciera
con ella in vínculo indeleble, sólido y profundo que tengo claro que no obedece
a razones lógicas, sino posiblemente a una necesidad mía que solo ella era
capaz de colmar. En la empresa de mi padre yo hacía algo así como el papel de
“doble”, estando al corriente de obras, contrataciones, ventas, etc. De hecho,
manera mi padre quería prepararme para el porvenir en el que suponía que yo
seguiría sus pasos al mando de la nave. Y así fue, pues el hombre falleció
repentinamente sin cumplir los sesenta, teniendo que hacerme cargo de aquel embolado
en unos momentos en los que atravesaba un período bastante difícil. Por aquel
entonces yo ya me había casado con Mari Luz, y había tenido tiempo de darme
cuenta que lo que parecía de soltera, resultaba holgadamente serlo de casada, pues
desde luego, no se limitaba a ser mi mujer y llevar una buena vida, sino que la
gustaba meter baza en mis negocios, dar su opinión e incluso tomar algunas
decisiones por mí, algo que después de todo, yo agradecía, pues si debo decir
la verdad, me aburrían muchísimo todas las complicaciones que generaba una
pequeña empresa como la nuestra, y hacía que me agarrase unos berrinches
indebidos, sobre todo cuando al poco tiempo, tuve que empezar a despedir a
gente y enfrentar un sinfín de problemas
no solo laborales, sino de conciencia. Al cabo de un tiempo Mari Luz decidió
que aquella empresa no era rentable en absoluto y que debíamos venderla y
“dedicarnos” a otra cosa, lo que hicimos en unas condiciones bastante buenas,
pues encontramos a un gañán dispuesto a quedarse con ella. Creo que fue una
decisión acertada, a pesar de que tiempo más tarde me enteré que el tipo aquel
había logrado sacarla adelante y establecerse como una de las empresas del
sector mejor colocadas de la región, lo que me hizo pensar que no siempre hay
que fiarse de las primeras impresiones, pues el que en principio me dio la
impresión de llegar del pueblo de arrear ganado resultó ser un lince de
cuidado. Con el dinero que obtuve de la venta y las propiedades de mi padre la
verdad es que podía haberme dedicado el resto de mi vida a haraganear, cosa que
hice durante unos meses hasta que Mari Luz un día se me enfrentó y me llamó
“poco hombre” por mi indolencia laboral, por lo que tuve que ponerme manos a la
obra y buscar alguna actividad que me entretuviera y fuese rentable, pues con
aquella mujer, a pesar de nuestros comienzos esencialmente candorosos más valía
andarse con cuidado. Conecté con un grupo Editorial y multimedia que me encargó
la realización de una serie de capítulos para televisión sobre diversos temas
del arte y la literatura españolas a través de la historia. Yo tenía bastante
idea de aquellos temas de mi época de estudiante, pero no desde luego para
hacer un estudio suficientemente amplio de nada de lo que se me ofrecía, por lo
que acabé fichando a un realizador novel, un jovencito que además era el mejor
amigo de mi hijo mayor, y en el que yo tenía mucha confianza de algunas
conversaciones que había tenido con él cuando venía a casa. De esta manera me
introduje en este mundo de una forma casi casual, espoleado por Mari Luz, que
capitaneaba la empresa desde la sombra y que seguía empleando el yo mayestático
en cualquier actividad que realizáramos como familia, algo que enseguida amplió
también a nuestros hijos, Gonzalo del que ya he hablado y Yolanda que se
dedicaba al diseño gráfico y había montado una pequeña sociedad con una amiga.
Debo reconocer que por aquella época conservando toda mi devoción por mi mujer
sus maneras comenzaron a producirme cierto resquemor e irritación, aunque era
incapaz de decírselo y ni siquiera de hacérselo sentir de alguna manera. Me sentía
totalmente dependiente de aquella mujer, aunque en determinadas ocasiones
tuviera la impresión de vivir al lado de un sargento de caballería. Mi hijo se
incorporó pronto al Grupo Editorial para el que realizaba trabajos de doblaje y
cámara. Mis series tuvieron bastante éxito y se vendieron también a varias
televisiones sudamericanas. Cuando mi actividad me lo permitía hacía algunas
escapadas a algunas ciudades europeas y americanas, siempre en compañía de Mari
Luz, que lógicamente elegía los destinos sin que yo pudiera hacer valer mis
preferencias, con lo que me quedé sin viajar hacia Oriente, pues todo lo que no
fuera cristiano le producía rechazo. Sentía aversión por chinos, moros ó
negros, como ella decía, a los que consideraba pertenecientes a un grupo de bípedos que nada
tenían que ver con los que aquí habían podido producir a Santa Teresa de Jesús
ó al Papa de Roma, y de nada servía que intentase explicarle los avatares
históricos ó geográficos de esas culturas. Se cerraba en banda por más que yo
le hablase de Buda, Confuncio, Ghandi ó Mandela. La verdad es que empecé a
sentirme tiranizado y tenía necesidad de hacérselo saber minimamente con
pequeños detalles que la martirizasen un poquito. Como al llegar a los
cincuenta empecé a hacer deporte moderadamente para estar en forma y quitarme
algo de estrés, empecé a utilizar unos chandals horrorosos de un tejido
malísimo que enseguida se deterioraba, pero que yo justificaba diciendo que
eran los que mejor me venían porque eran muy suaves. Y no solo eso, que seguía
utilizándolos cuando prácticamente estaban para e cubo de la basura, algo que
realmente la martirizaba por el aspecto de impresentable que yo ofrecía al
vecindario, pero que a mí me tenía sin cuidado al consultar los balances y las
cuentas corrientes. Además intentaba pasear con ella del bracete vestido así
aprovechando alguna circunstancia que le hiciera imposible zafarse, de manera
que tuviera que verme a su lado prácticamente en harapos, que por otro lado yo
sabía que los vecinos achacaban a su avaricia, los pobres, ignorantes de mi
sutilísima venganza. Pero a pesar de todo, lo cierto es que por otro lado esa mujer
puede hacer de mí lo que quiera y me siento profundamente enamorado a pesar de
los años transcurridos, hasta el punto que no sé si en mi interior es eso lo
que precisamente no me perdono, y trato de infringirla pequeñas derrotas y
puyas delicadísimas para que al menos se merezca mi entrega incondicional. Por
ejemplo en casa trato de dejar desordenado el salón ó espachurrado de mala
manera el tubo de pasta dentífrica ó levantada la tapa del retrete ó pelos
abandonados sobre el lavabo, etc. Intento hacerle comprender que todo eso forma
parte de mi idiosincrasia que no tiene demasiada importancia y que después de
todo nadie es perfecto. En el barrio sé que hay quien ha llegado a bromear
diciendo que parece que tenemos un único cerebro que compartimos, incapaces de
ser alguien por nuestra propia cuenta. Me siento algo humillado cuando me
llegan estos chismes, pero después de todo me conformo pensando que la envidia
tiene muchas formas de manifestarse, aunque muy adentro de mi mismo no deja de
darles un pocota razón, porque creo que ambos somos incapaces de pensar lo que
sea sin tener al otro e cuenta, pero no solo eso, sino que he llegado a pensar
en una de esas pequeñas crisis internas que al menos yo no soy capaz de pensar
por mi mismo para mi mismo, sino que estoy como invadido por su voluntad hasta
el extremo que tengo la impresión de que de alguna forma su cerebro de alguna
manera, forma parte de mi propia geografía, momentos en que mi moral se viene
un tanto abajo, y en los que si puedo me pongo el más deteriorado de mis
chandals y las zapatillas de deporte más
cochambrosas y voy a dar una vuelta por los alrededores después de pasearme por
delante de ella y hacerle ver mi estado lamentable a pesar de que en esos momentos
soy consciente de que ella intenta apartar la vista y no mirarme, teniendo en
cuenta además que suelo buscar el lugar adecuado para que sea más hiriente, por
ejemplo el salón Luis XIV ,donde el brillo de sillas, mesas y bibliotecas contraste
con el estado miserable de mi indumentaria, que en ocasiones suelo complementar
yendo despeinado y con la barba canosa de tres días. Empecé a darme cuenta que
en buena medida Mari Luz comenzaba a sentir vergüenza de mí, pues lo cierto es
que nunca he sido nadie bien parecido y tengo un tipo titando a lamentable, pero
hasta entonces ella parecía contentarse con el recuerdo de nuestros primeros tiempos
y el estado de las cuentas corrientes, una de las cuales estaba a su nombre y
contaba con una parte significativa de mis ingresos. Lo que sucedió a partir
del momento en que yo comencé a ensañarme con ella haciéndola objeto de
vejaciones como las relatadas más arriba, es algo con lo que yo no contaba en
absoluto. Mari luz, que habitualmente no salí ,una tarde me dijo que se iba con
unas amigas a charlar y tomar una copa, cosa que en principio solo me
sorprendió en la medida de que no era nada habitual, pero que me alarmó al ver
la manera con la que se había vestido. Y digo vestido, por guardar las formas
estrictamente literarias al hecho de no estar en cueros, pero quizás fuera más
adecuado decir “con la manera con que se había disfrazado, pues para nada e parecía
a la buena señora que me acompañaba el
resto de las tardes. De entrada se había calzado unos zapatos que aunque no
tenían tacón de aguja no les faltaba mucho pues su alzada no era inferior a los
diez centímetros, a continuación vestía un traje gris muy elegante y ajustado
que dibujaba las curvas que
habitualmente ocultaba bajo vestidos muy amplios ó mandiles tipo familiar, rematada
por una piedra verde brillante y gruesa como un puño en la solapa, la cara
parecía un mapamundi de colores pues al rimel normal había añadido aquí y allá
colores que sin duda echarían en falta la paleta de no pocos pintores. Se había
hecho las cejas estilizándolas como si fuera a salir al escenario y sus ojitos
verde que tanto me inspiraron en mi juventud, venían sombreados bajo unas
pestañas de no menos de dos centímetros. Los labios merecerían un capítulo
aparte, pues simplemente no parecían los suyos. Y cuando ya salía con un gesto
impertinente dispuesta a coger un taxi, me dijo al despedirse.”No te asombres
porque la semana que viene me hago el cuello y la papada, y por cierto, no me
esperes que seguramente vuelva tarde. Al irse me quedé sentado en mi sillón del
salón todavía conmocionado, pensando en que estaba sucediendo. No tenía del
todo claro si aquella inesperada puesta en escena obedecía a orden natural de
las cosas ó tenía más bien que ver con las pequeñas crueldades a las que la
venía sometiendo en los últimos tiempos. Fuere como fuere, el hecho es que me
quedé inquieto y preocupado, temiendo que se produjera un cambio real y significativo
en nuestra relación, aunque poco después, ayudado por dos whiskys, pensé que
después de todo quizás la cosa no tenía la importancia que yo le estaba dando, aunque
la vuelta de Mari Luz hacia las cuatro
de la mañana totalmente borracha, me hizo ver que aquello no iba en broma y que
algo importante estaba sucediendo en nuestra relación. Para más inri, durmió en
otra habitación, algo que no había sucedido nunca en nuestros treinta años
juntos y que elevaba la cota de nuestro desencuentro a unas alturas
absolutamente inesperadas. La tarde del día siguiente a la vuelta de la oficina
Mari Luz me recibió muy acicalada y me dijo que me estaba esperando y que
teníamos que hablar, algo que me sorprendió de nuevo, porque hasta entonces
nuestras conversaciones habían girado en torno a nuestros hijos ó el trabajo de
una forma natural y sin ningún tipo de protocolo. El salón Luis XIV fue testigo
de la declaración de mi mujer en la que me proponía el divorcio inmediato, pues
para ella era evidente que hacía ya tiempo se había producido e nosotros un
alejamiento que e su opinión era insalvable, y que desde luego por su parte no
tenía ninguna intención de reconsiderar. Me quedé tan perplejo que permanecí
mudo no menos de cinco minutos mientras ella seguía en la silla muy compuesta
esperando unas palabras de mi parte que no llegaban, en vista de lo cual retomó
la palabra y me aclaró un poco más la situación diciéndome “mira, pitufín, yo
estoy igual de sorprendida que tú. Y si alguien hace unos meses alguien me
llega a decir que esto podía producirse, le hubiera dicho que estaba loco, pero
la vida es lo que es. Tú sabes que últimamente las cosas no marchaban como
antes, a ver si te crees que no me he dado cuenta de tus pequeñas maldades para
zaherirme. Así que la situación ya era conflictiva, reconócelo, y en este
tiempo he conocido a un hombre, propietario de un asador vasco muy renombrado
con el he congeniado mucho y, que quede claro, pienso irme a vivir por mi
cuenta, no con él, que también está casado, pero quiero ser libre por lo que
pueda pasar.” Miré a aquella mujer con la incredulidad que puede mirarse a uno
de los personajes de Toulouse-Lautrec que entren en tu casa y se instalen a sus anchas en el salón, y
actúen con una naturalidad absoluta sin considerar que están en una propiedad
ajena y que el cardado de su pelo no es algo con lo que se pueda vivir sin
sufrir las consecuencias. Me dio por reírme y solté una carcajada que dejó
estremecida a la chaparra, desternillándome de haber entregado mi vida y
hacienda a aquella insignificancia de mujer, que ahora pretendía hacerse pasar
por una cantante de ópera ó una reinona de la pasarela. Chaparra, efectivamente,
no había otro nombre que mejor la cuadrara, cuando su cuerpo había adquirido
unas dimensiones simplemente irrisorias en comparación con la mata de pelo que
se le había venido encima. Cuando me calmé, sin embargo, me dio por gimotear
recordando los tiempos de mi juventud cuando la había conocido, y me pareció el
ser más fascinante de la Creación. Además, pensé, sin ella no se que va a ser
de mí, pues más allá de sus abusos y autoritarismo me había acostumbrado a su
presencia, y al puro hecho de que fuese
ella la que organizase mi vida hasta en los detalles más ínfimos. Pero como
tantas veces se ha repetido, los hechos son los hechos, etc… así que a los tres meses me había divorciado
de Mari Luz, que a pesar de sus afirmaciones previas, se había ido a vivir con
el aizkolari a un chalet de Majadahonda. Pero eso no era lo peor, pues lo
cierto es que conservaba en propiedad el que tenía al lado del mío, en nuestra
urbanización de Arturo Soria, y algunos fines de semana organizaba barbacoas, a
las que asistían sus amistades, e incluso algunos personajes del mundo del
deporte y el espectáculo. Mis hijos estaban de acuerdo conmigo, y me apoyaban, pareciéndoles
incalificable la actitud de su madre, a la que sin embargo yo seguía adorando,
a pesar del tufo a carne a la brasa que me llegaba del chalet de al lado, y las
voces de la bulla que se organizaban hasta bien entrada la madrugada. Mi hija, poco
después, me puso al corriente de que su madre se había establecido por su
cuenta en una especie de bar de copas cerca del de su amante, que al parecer
este le había comprado para que se entretuviera y se sintiese realizada, y a dónde
mandaba a sus clientes después de cenar, asegurándoles que era el mejor lugar
de todo Madrid para margaritas y daiquiris.
Lo que por entonces me desquiciaba es que, en buena medida, Mari Luz se
aprovechaba del dinero y las propiedades que yo en mi inopia había puesto a su
nombre sin posibilidad de retrocesión, aunque si debo ser sincero eso era lo de
menos, pues mi dependencia de ella seguía siendo absoluta, y con frecuencia, a
pesar de todo, la seguía llamando para pedirle consejo sobre mis negocios y
forma de vida, a lo que siendo auténtico, debo confesar que seguía atendiendo
con una entrega que me hacía concebir esperanzas cara a un futuro que a los
sesenta años cada vez se me antojaba más oscuro. Cuando pocos años después
tuvimos nietos, nuestras posiciones se acercaron al compartir algunos fines de
semana la comida familiar con nuestros hijos y los críos, uno de los cuales, el
de mi hija, sin embargo, tenía un parecido extraordinario con el vasco, algo
que a pesar de la aleatoriedad de las leyes de Mendel, me hizo preguntarle
cuántos años hacía que conocía a aquel individuo con el que ahora compartía su
vida, dejándome desquiciado cuando me dijo que veintitantos, aproximadamente
los mismos en que ambos fuimos a cenar allí por primera vez, pues de esa forma
me dejaba claro que quizás la filiación familiar de nuestra progenie no estable
claramente establecida, dijera lo que dijera el Registro Civil. Pasado el
tiempo, sin embargo, algo debió a empezar a ir mal con el abertzale, pues sus
llamadas telefónicas y visitas al chalet de al lado empezaron a hacerse más
frecuentes, al tiempo que mi hijo me aseguró que “mamá está pasando una mala
racha”,algo que traté de confirmar acercándome una tarde al club que regentaba
que, para mi sorpresa, más que estar lleno de clientes del Asador, lo estaba de
señoritas de la vida alegre, entre las cuales Mari Luz trataba de establecer
cierta disciplina a la antigua usanza, fijando el orden de salida del
establecimiento para cumplir funciones al porcentaje, ó la utilización de unas
cabinas en el interior, a sesenta euros
los diez minutos. Volví a casa descorazonado, pues nunca pensé que Mari Luz
acabara regentando un local de tales características, aunque debo decir que, no
obstante, me alegré de su saber hacer ,y
antes de irme me tomé con ella un daiquiri que me sentó maravillosamente, hasta
el punto que le prometí volver con frecuencia después de un rato tan agradable,
en el que incluso pude disfrutar gratis de de los servicios que ofrecían,
prometiéndole que repetiría todas las semanas, e incluso invirtiendo cierto
dinero para relanzar un negocio que parecía venir a menos, una vez que el
corricolari había decidido limitarse a las chuletas y el chacolí, olvidándose
enteramente de mi adorada Mari Luz.
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