-No se que
pintamos mi mujer y yo en esta casa a la que hemos llegado intencionadamente, pero
que no conocemos en absoluto, una vez que una criada con cofia nos ha abierto
la puerta y hecho pasar. Esperamos de pie en un recibidor sorprendente, pues su
único mueble consiste en un destartalado perchero de madera y unas banquetas en
el centro de la sala, que por otro lado, tiene todo el aspecto de haber
aguantado un seísmo de no menos de 6 en la escala de Richter ó sufrido un
ataque de los vándalos.”Los señores están en el jacuzzi”, nos dice la fámula
regresando de improviso.”Pueden acompañarles, estarían encantados, ó dar un
paseo y regresar en media hora”.
Decidimos irnos
y dejar a nuestros desconocidos anfitriones con sus supuestos devaneos
acuáticos, con el íntimo convencimiento de que allí no hay jacuzzi ni nada que
se le parezca. Volvemos a la media hora, y cuando la sirvienta inicia otro discurso, nos abalanzamos hacia
el interior de la casa, que como nos temíamos, está vacía, y en la única
habitación que parece utilizada, podemos ver un camastro miserable, una silla
de madera rudimentaria y unos pantalones plegados sobre el respaldo.”Los
señores han tenido que salir”, dice la mucama con voz enérgica y total
convicción. “Pueden ustedes si lo desean dormir la siesta aquí” añade señalando
la miserable cama sobre la que reposa un colchón lleno de rotos y manchas que
parecen orines. Mi mujer y yo abandonamos de nuevo la casa y salimos a la
calle, desde donde contemplamos el edificio. Se trata de una vieja construcción
de principios de siglo XX, que en su día fue sin duda remozada, pero que en la
actualidad tiene un aspecto de lo más decadente. De un color indefinido, y
llena de churretones parduzcos, las
paredes, repletas de desconchados, se abren aquí y allá mediante unas ventanas
con marcos de madera totalmente desvencijados , de los que varios cuelgan sobre
el exterior a punto de desprenderse .La vista no nos dice ni recuerda nada, pero hemos sido guiados hasta
allí por una fuerza desconocida que ha hecho que durante todo el itinerario nos
hayamos sentidos muy conjuntados, como si ambos tuviéramos claro nuestro
destino, nada fácil de alcanzar por otro lado, pues habíamos hecho, con toda
precisión, eso sí, varios transbordos de Metros y autobuses para llegar.
Decidimos
regresar de nuevo al piso en cuestión, y apretarle las tuercas un poco más a la
doncella para ver si por fin podemos aclarar algo. Nos abre de nuevo, esta vez
sonriente y felicitándonos por la afición que hemos cogido al sitio, a pesar de
la ausencia de los señores. Ha cambiado y dejado su clásico uniforme de
empleada del hogar ancien régime, por un chandal de felpa con un aspecto nada
elegante. Le pedimos algunas referencias pero se disculpa y ausenta con
rapidez; no hacemos caso a su desplante,
y nos adentramos de nuevo en las estancias del interior. El cuarto de baño está
en un estado lamentable, y uno debe abstenerse de entrar allí si no quiere
verse precisado a buscar otro donde quitarse la roña del primero. Lo que más
nos sorprende, sin embargo, es encontrar una habitación enorme totalmente llena
de cajas de puré de patatas de cartón vacías, prueba indudable de que aquello
servía de almacén, ó que las personas que pudiesen habitar allí se
alimentaban exclusivamente del famoso tubérculo. También había algunas bolsas
gigantes de plástico, también vacías, de patatas chips de Matutano. Las patatas
en aquel lugar eran indudablemente no una afición sino un vicio. La cocina
parecía que hacía tiempo que no se utilizaba, y solo una cacerola grande y un
cucharón de madera, daban testimonio de pretéritas cocciones del puré de
patatas de la habitación contigua. La criada se asomó a la puerta y nos dijo
que iba a hacer su diaria sesión de jogging, y que era posible que los señores,
según sus últimas noticias, no regresaran hasta el día siguiente. Nos quedamos
un tanto perplejos, aunque de inmediato nos dijimos que no había lugar para
ningún tipo de asombro posible después del registro ocular del piso,
indudablemente deshabitado hacía tiempo, y que lo único que realmente nos quedaba por
averiguar, era el por qué de nuestra presencia allí y la de aquella mujer tan
especial.
Decidimos que
era el momento de recopilar datos y reflexionar sobre lo ocurrido, para lo cual
lo más adecuado nos pareció bajar a la calle y buscar un restaurante
confortable, en el que trazarnos unas líneas de acción claras para la tarde, pues
era evidente que no podíamos continuar en aquel estado de extrañamiento, pues
ni siquiera sabíamos con certeza donde nos encontrábamos. Antes de salir, sin
embargo, decidimos echar un último vistazo por las habitaciones en busca de
otras pistas que no dijeran algo de sus antiguos inquilinos, a los que por
cierto debíamos conocer, ya que éramos nosotros los que les habíamos ido a
visitar, cosa que a ambos nos tenía atónitos y un tanto inquietos. Pronto nos
dimos cuenta que habíamos dejado sin registrar un armario empotrado en la
habitación del dormitorio, algo que sin embargo rápidamente justificamos por la
dificultad de su localización, totalmente camuflado en una pared cochambrosa. Al
abrirlo, casi tuvimos que sentarnos de la impresión. Estaba totalmente repleto
de artículos religiosos, crucifijos de todos, los tamaños, misales, cálices, velas
nuevas y utilizadas, candelabros, paños de sacristía, casullas e incluso una gran
colección de ex-votos y gran cantidad de estampas y representaciones de la
Virgen María bajo todas las advocaciones imaginables. También encontramos bajo
unos papeles de periódico amarillentos, varias fotos antiguas enmarcadas en
plata, de una mujer mayor con buen aspecto, muy tradicional con peineta y
mantilla, así como, por increíble, que parezca, dos cajas de preservativos
marca Durex, natural comfort, y un consolador de latex de buen tamaño, lo que
nos hizo soltar una carcajada, pues no imaginábamos a aquella buena señora en
tal lid.
Ya en el
restaurante, un lugar cómodo y con un ambiente muy agradable, comentamos que
quizás los utilizaba la criada, que, puestos a imaginar, supusimos que debía
tratarse de una okupa que de alguna forma se había enterado de que el piso en
cuestión estaba vacío, y que lo utilizaba como picadero ó algo parecido. Claro
que muchas cosas no encajaban, pero era una opción a tener en cuenta desconociendo
absolutamente su identidad. Por otro lado era evidente que seguíamos en Madrid,
pero debía ser un barrio periférico, sobre el que no quisimos indagar para no
resultar sospechosos, al estar muy recientes algunos atentados terroristas, no
fueran a creer que teníamos algo que ver. Nos resultaba bastante creíble que el
antiguo inquilino del piso, hubiera sido un cura, pues de otra manera raramente
se justificaba la presencia en el armario de tanta quincallería religiosa.
Claro que también podía tratarse de un ladrón, aunque lo que vimos no nos
pareció de suficiente calidad como para venderlo. La última posibilidad que
consideramos fue la de que se tratase de un pirao que le daba por coleccionar
objetos de culto a granel, como alguien que padeciera el síntoma de Diógenes en
versión sagrada. Claro que a esto se unía el consumo masivo de puré de patatas
(habíamos llegado a la conclusión de que no se trataba de un almacén por lo
visto en la cocina), lo que daba al antiguo ocupante un perfil aún no descrito en los modernos
tratados de psiquiatría. Prolongamos la sobremesa tratando de imaginar otras
posibilidades, pero lo cierto es que ambos teníamos cierta dificultad en pensar
con coherencia y nos costaba hilar supuestos más verosímiles ó en algún momento
nos perdíamos en disquisiciones que no venían al caso e interrumpíamos el
relato con temas que nada tenían que ver con el que nos ocupaba. En mí era
frecuente relacionar la situación de lo ocurrido por la mañana con el paradero
desconocido de mi hija María, mientras que
mi mujer apuntaba que después de todo ella era solo una acompañante.
Como no sacamos
nada en claro, al final, tras dos chupitos de hierbas por cabeza, decidimos
volver a subir y ver lo que daba de sí la situación. Por una razón que en ese momento
no supimos justificar decidimos subir a pié los cinco pisos, algo que hicimos a
buen ritmo, apreciando que las escaleras parecían prácticamente nuevas y nada
tenían que ver con el estado astroso del resto del inmueble. No le comenté nada
a ella de la efigie de un senador romano en el primer rellano, ni de las
hornacinas con estatuas de la Virgen y los preciosos estucados del cuarto, no
fuera a ser que empezara a formarse sobre mí una impresión que nada tuviera que
ver con la anterior. La puerta de la casa estaba entreabierta ,y nada más
acceder al hall, oímos lo que indudablemente no e trataban de gemidos de dolor
sino de placer, pues venían rítmicamente acompañados por otros más graves, que
no suele proferir el maltratador. Nos sentamos en las banquetas un tanto
estupefactos, a la espera de que los acontecimientos se desarrollaran por sí
mismos, siguiendo la doctrina de no intervención, ó quizás mejor la del “laissez faire”, que los economistas teóricos
también achacan al capitalismo rampante. Efectivamente diez minutos después
salió del fondo del pasillo un hombre joven y bien parecido subiéndose los
pantalones, y saludándonos como si tal cosa, al tiempo que se abrochaba la
bragueta de botones tranquilamente delante de nosotros.”¿Qué, dando otra vueltecita
por aquí?, ¿no se habrán dejado algo hace tiempo y por casualidad no lo
encuentran?”.”No tenemos ni idea de qué nos está hablando”, le respondí .En ese
momento apareció la criada vestida de policía, con la gorra puesta y la placa
bien visible sobre el pecho.”No les hagas ni puto caso, Julián -exclamó-¿si no
hubiera gato encerrado, qué coño hacen subiendo y bajando continuamente? .Está
claro que buscan algo y no pararán hasta que lo encuentren”.Desgraciadamente ni
Olga ni yo teníamos encima ningún documento que testificara nuestra identidad, así que en un abrir y cerrar de
ojos nos vimos esposados y de pié mirando a la pared. Miré a Olga angustiado y
ella me devolvió la misma mirada diciéndome “¡Coño, Tomás, di algo!”, pero yo
no sabía que decir, excepto que, en ese preciso momento, me di cuenta de que
aquella mujer no era la mía, pues yo hacía mucho tiempo que me había divorciado
y vivía solo con mi hija. ”¡Exactamente-interrumpió el poli guapetón, poniendo
cara de pocos amigos-Tomás Díaz Expósito, el amigo en otro tiempo de Agustín Mateos, el mediocura que mató a su
madre cuando ella descubrió que se dedicaba a robar objetos de culto de todas
la iglesias de la diócesis!”.
Sin duda alguna
aquella madrugada Olga y yo nos habíamos excedido con las pilulas, y vivíamos
una especie de trance que se estaba mezclando con una realidad poco agradable, pues
para mí empezaban a hacerse indistinguibles. Afortunadamente poco después, Olga
recobró de manera fulminante la lucidez y hizo una declaración en regla, con todo
tipo de datos. La irrupción enérgica de la Policía y sus ribetes eróticos
habrían obrado en ella el milagro de un antídoto. Les contó que buscábamos a mi
hija María, una buena chica con inclinaciones a las plantas exóticas como su
padre, que había desaparecido una semana antes. Cuando me recobré pude
explicarles que efectivamente conocí a Agustín a la salida de una Parroquia
hacía mucho tiempo, dónde yo me había resguardado para librarme de un sol
justiciero a medio día, cuando él me abordó para contarme la felicidad que le
embargaba al celebrar los misterios del Señor, y acabamos liados a copas, de
las que él tomaba exclusivamente vermut de grifo y moscateles, que le evocaban
al que los curas tomaban en misa. Ni siquiera nos trasladaron a Comisaría, porque
la situación les parecía bastante verosímil, por lo que al poco rato, tras
firmar unas declaraciones hechas precipitadamente sobre unos papeles rayados de
bloc, nos dejaron irnos, cerrando tras nosotros la puerta. Las escaleras en
esos momentos habían recobrado una cutrez que supuse habitual, y los estucos, hornacinas
y estatuas habían dejado paso a lo que una vez debía haber sido un pasamanos.
Permanecimos un momento en el rellano tratando de recuperarnos de la
impresiones del día, pero al pronto volvimos a oír en el interior del piso un
ajetreo nada laboral, que nos hizo pensar en la robustez y estabilidad de
algunos muebles antiguos, y nos ofreció nuevos puntos de vista sobre la
eficacia de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado.
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