domingo, 12 de junio de 2016

PATATAS



-No se que pintamos mi mujer y yo en esta casa a la que hemos llegado intencionadamente, pero que no conocemos en absoluto, una vez que una criada con cofia nos ha abierto la puerta y hecho pasar. Esperamos de pie en un recibidor sorprendente, pues su único mueble consiste en un destartalado perchero de madera y unas banquetas en el centro de la sala, que por otro lado, tiene todo el aspecto de haber aguantado un seísmo de no menos de 6 en la escala de Richter ó sufrido un ataque de los vándalos.”Los señores están en el jacuzzi”, nos dice la fámula regresando de improviso.”Pueden acompañarles, estarían encantados, ó dar un paseo y regresar en media hora”.
Decidimos irnos y dejar a nuestros desconocidos anfitriones con sus supuestos devaneos acuáticos, con el íntimo convencimiento de que allí no hay jacuzzi ni nada que se le parezca. Volvemos a la media hora, y cuando la sirvienta  inicia otro discurso, nos abalanzamos hacia el interior de la casa, que como nos temíamos, está vacía, y en la única habitación que parece utilizada, podemos ver un camastro miserable, una silla de madera rudimentaria y unos pantalones plegados sobre el respaldo.”Los señores han tenido que salir”, dice la mucama con voz enérgica y total convicción. “Pueden ustedes si lo desean dormir la siesta aquí” añade señalando la miserable cama sobre la que reposa un colchón lleno de rotos y manchas que parecen orines. Mi mujer y yo abandonamos de nuevo la casa y salimos a la calle, desde donde contemplamos el edificio. Se trata de una vieja construcción de principios de siglo XX, que en su día fue sin duda remozada, pero que en la actualidad tiene un aspecto de lo más decadente. De un color indefinido, y llena de churretones  parduzcos, las paredes, repletas de desconchados, se abren aquí y allá mediante unas ventanas con marcos de madera totalmente desvencijados , de los que varios cuelgan sobre el exterior a punto de desprenderse .La vista no nos dice  ni  recuerda nada, pero hemos sido guiados hasta allí por una fuerza desconocida que ha hecho que durante todo el itinerario nos hayamos sentidos muy conjuntados, como si ambos tuviéramos claro nuestro destino, nada fácil de alcanzar por otro lado, pues habíamos hecho, con toda precisión, eso sí, varios transbordos de Metros y autobuses para llegar.
Decidimos regresar de nuevo al piso en cuestión, y apretarle las tuercas un poco más a la doncella para ver si por fin podemos aclarar algo. Nos abre de nuevo, esta vez sonriente y felicitándonos por la afición que hemos cogido al sitio, a pesar de la ausencia de los señores. Ha cambiado y dejado su clásico uniforme de empleada del hogar ancien régime, por un chandal de felpa con un aspecto nada elegante. Le pedimos algunas referencias pero se disculpa y ausenta con rapidez; no  hacemos caso a su desplante, y nos adentramos de nuevo en las estancias del interior. El cuarto de baño está en un estado lamentable, y uno debe abstenerse de entrar allí si no quiere verse precisado a buscar otro donde quitarse la roña del primero. Lo que más nos sorprende, sin embargo, es encontrar una habitación enorme totalmente llena de cajas de puré de patatas de cartón vacías, prueba indudable de que aquello servía de almacén,  ó que  las personas que pudiesen habitar allí se alimentaban exclusivamente del famoso tubérculo. También había algunas bolsas gigantes de plástico, también vacías, de patatas chips de Matutano. Las patatas en aquel lugar eran indudablemente no una afición sino un vicio. La cocina parecía que hacía tiempo que no se utilizaba, y solo una cacerola grande y un cucharón de madera, daban testimonio de pretéritas cocciones del puré de patatas de la habitación contigua. La criada se asomó a la puerta y nos dijo que iba a hacer su diaria sesión de jogging, y que era posible que los señores, según sus últimas noticias, no regresaran hasta el día siguiente. Nos quedamos un tanto perplejos, aunque de inmediato nos dijimos que no había lugar para ningún tipo de asombro posible después del registro ocular del piso, indudablemente deshabitado hacía tiempo, y  que lo único que realmente nos quedaba por averiguar, era el por qué de nuestra presencia allí y la de aquella mujer tan especial.
Decidimos que era el momento de recopilar datos y reflexionar sobre lo ocurrido, para lo cual lo más adecuado nos pareció bajar a la calle y buscar un restaurante confortable, en el que trazarnos unas líneas de acción claras para la tarde, pues era evidente que no podíamos continuar en aquel estado de extrañamiento, pues ni siquiera sabíamos con certeza donde nos encontrábamos. Antes de salir, sin embargo, decidimos echar un último vistazo por las habitaciones en busca de otras pistas que no dijeran algo de sus antiguos inquilinos, a los que por cierto debíamos conocer, ya que éramos nosotros los que les habíamos ido a visitar, cosa que a ambos nos tenía atónitos y un tanto inquietos. Pronto nos dimos cuenta que habíamos dejado sin registrar un armario empotrado en la habitación del dormitorio, algo que sin embargo rápidamente justificamos por la dificultad de su localización, totalmente camuflado en una pared cochambrosa. Al abrirlo, casi tuvimos que sentarnos de la impresión. Estaba totalmente repleto de artículos religiosos, crucifijos de todos, los tamaños, misales, cálices, velas nuevas y utilizadas, candelabros, paños de sacristía, casullas e incluso una gran colección de ex-votos y gran cantidad de estampas y representaciones de la Virgen María bajo todas las advocaciones imaginables. También encontramos bajo unos papeles de periódico amarillentos, varias fotos antiguas enmarcadas en plata, de una mujer mayor con buen aspecto, muy tradicional con peineta y mantilla, así como, por increíble, que parezca, dos cajas de preservativos marca Durex, natural comfort, y un consolador de latex de buen tamaño, lo que nos hizo soltar una carcajada, pues no imaginábamos a aquella buena señora en tal lid.
Ya en el restaurante, un lugar cómodo y con un ambiente muy agradable, comentamos que quizás los utilizaba la criada, que, puestos a imaginar, supusimos que debía tratarse de una okupa que de alguna forma se había enterado de que el piso en cuestión estaba vacío, y que lo utilizaba como picadero ó algo parecido. Claro que muchas cosas no encajaban, pero era una opción a tener en cuenta desconociendo absolutamente su identidad. Por otro lado era evidente que seguíamos en Madrid, pero debía ser un barrio periférico, sobre el que no quisimos indagar para no resultar sospechosos, al estar muy recientes algunos atentados terroristas, no fueran a creer que teníamos algo que ver. Nos resultaba bastante creíble que el antiguo inquilino del piso, hubiera sido un cura, pues de otra manera raramente se justificaba la presencia en el armario de tanta quincallería religiosa. Claro que también podía tratarse de un ladrón, aunque lo que vimos no nos pareció de suficiente calidad como para venderlo. La última posibilidad que consideramos fue la de que se tratase de un pirao que le daba por coleccionar objetos de culto a granel, como alguien que padeciera el síntoma de Diógenes en versión sagrada. Claro que a esto se unía el consumo masivo de puré de patatas (habíamos llegado a la conclusión de que no se trataba de un almacén por lo visto en la cocina), lo que daba al antiguo ocupante un  perfil aún no descrito en los modernos tratados de psiquiatría. Prolongamos la sobremesa tratando de imaginar otras posibilidades, pero lo cierto es que ambos teníamos cierta dificultad en pensar con coherencia y nos costaba hilar supuestos más verosímiles ó en algún momento nos perdíamos en disquisiciones que no venían al caso e interrumpíamos el relato con temas que nada tenían que ver con el que nos ocupaba. En mí era frecuente relacionar la situación de lo ocurrido por la mañana con el paradero desconocido de mi hija María, mientras que  mi mujer apuntaba que después de todo ella era solo una acompañante.
Como no sacamos nada en claro, al final, tras dos chupitos de hierbas por cabeza, decidimos volver a subir y ver lo que daba de sí la situación. Por una razón que en ese momento no supimos justificar decidimos subir a pié los cinco pisos, algo que hicimos a buen ritmo, apreciando que las escaleras parecían prácticamente nuevas y nada tenían que ver con el estado astroso del resto del inmueble. No le comenté nada a ella de la efigie de un senador romano en el primer rellano, ni de las hornacinas con estatuas de la Virgen y los preciosos estucados del cuarto, no fuera a ser que empezara a formarse sobre mí una impresión que nada tuviera que ver con la anterior. La puerta de la casa estaba entreabierta ,y nada más acceder al hall, oímos lo que indudablemente no e trataban de gemidos de dolor sino de placer, pues venían rítmicamente acompañados por otros más graves, que no suele proferir el maltratador. Nos sentamos en las banquetas un tanto estupefactos, a la espera de que los acontecimientos se desarrollaran por sí mismos, siguiendo la doctrina de no intervención, ó quizás mejor la del  “laissez faire”, que los economistas teóricos también achacan al capitalismo rampante. Efectivamente diez minutos después salió del fondo del pasillo un hombre joven y bien parecido subiéndose los pantalones, y saludándonos como si tal cosa, al tiempo que se abrochaba la bragueta de botones tranquilamente delante de nosotros.”¿Qué, dando otra vueltecita por aquí?, ¿no se habrán dejado algo hace tiempo y por casualidad no lo encuentran?”.”No tenemos ni idea de qué nos está hablando”, le respondí .En ese momento apareció la criada vestida de policía, con la gorra puesta y la placa bien visible sobre el pecho.”No les hagas ni puto caso, Julián -exclamó-¿si no hubiera gato encerrado, qué coño hacen subiendo y bajando continuamente? .Está claro que buscan algo y no pararán hasta que lo encuentren”.Desgraciadamente ni Olga ni yo teníamos encima ningún documento que testificara nuestra  identidad, así que en un abrir y cerrar de ojos nos vimos esposados y de pié mirando a la pared. Miré a Olga angustiado y ella me devolvió la misma mirada diciéndome “¡Coño, Tomás, di algo!”, pero yo no sabía que decir, excepto que, en ese preciso momento, me di cuenta de que aquella mujer no era la mía, pues yo hacía mucho tiempo que me había divorciado y vivía solo con mi hija. ”¡Exactamente-interrumpió el poli guapetón, poniendo cara de pocos amigos-Tomás Díaz Expósito, el amigo en otro tiempo de  Agustín Mateos, el mediocura que mató a su madre cuando ella descubrió que se dedicaba a robar objetos de culto de todas la iglesias de la diócesis!”.
Sin duda alguna aquella madrugada Olga y yo nos habíamos excedido con las pilulas, y vivíamos una especie de trance que se estaba mezclando con una realidad poco agradable, pues para mí empezaban a hacerse indistinguibles. Afortunadamente poco después, Olga recobró de manera fulminante la lucidez y hizo una declaración en regla, con todo tipo de datos. La irrupción enérgica de la Policía y sus ribetes eróticos habrían obrado en ella el milagro de un antídoto. Les contó que buscábamos a mi hija María, una buena chica con inclinaciones a las plantas exóticas como su padre, que había desaparecido una semana antes. Cuando me recobré pude explicarles que efectivamente conocí a Agustín a la salida de una Parroquia hacía mucho tiempo, dónde yo me había resguardado para librarme de un sol justiciero a medio día, cuando él me abordó para contarme la felicidad que le embargaba al celebrar los misterios del Señor, y acabamos liados a copas, de las que él tomaba exclusivamente vermut de grifo y moscateles, que le evocaban al que los curas tomaban en misa. Ni siquiera nos trasladaron a Comisaría, porque la situación les parecía bastante verosímil, por lo que al poco rato, tras firmar unas declaraciones hechas precipitadamente sobre unos papeles rayados de bloc, nos dejaron irnos, cerrando tras nosotros la puerta. Las escaleras en esos momentos habían recobrado una cutrez que supuse habitual, y los estucos, hornacinas y estatuas habían dejado paso a lo que una vez debía haber sido un pasamanos. Permanecimos un momento en el rellano tratando de recuperarnos de la impresiones del día, pero al pronto volvimos a oír en el interior del piso un ajetreo nada laboral, que nos hizo pensar en la robustez y estabilidad de algunos muebles antiguos, y nos ofreció nuevos puntos de vista sobre la eficacia de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario