Me desazona no
saber de qué está hecho el instante, ese átomo del tiempo inaprensible. Ese
momento fugaz en que fui feliz o desgraciado, poco después quebrado como una
hoja de cristal, o desaparecido como una pompa de jabón. Y sin embargo de ellos
está constituida nuestra vida. Quarks de nuestra infancia y juventud, de
nuestra madurez: evanescencias. La vida está hecha al parecer de transiciones,
pasos de un momento a otro, chispazos que se nos escapan por mucho que intentemos
detenerlos. Sin embargo, no me resigno, y de la misma manera que otros tratan
de aprehender las entrañas de la materia, yo ensayo mecanismos que por fin
hagan evidente lo que subyace bajo la engañosa piel del tiempo. Quien sabe si a
la postre ambos son la misma cosa percibida con criterios diferentes por
nuestros sentidos. Más allá de Einstein, quizás llegue a descubrirse que el
tiempo y el espacio no solo se influyen mutuamente, sino que son lo mismo, como
un Jano bifronte.
Trato de idear
estrategias que me permitan acceder al otro lado del espejo, supongo que
compuesto solamente por retales de vacío donde todo se congela y deja de
existir. Para ello, en mi modestia, recurro a ardides que quizás puedan
ayudarme. Me mantengo en silencio y escucho atentamente, como si tal cosa
pudiera sorprender esa nada detrás de la apariencia, ese primer aliento que a
pesar de su insignificancia hace que el mundo exista. Me detengo agitado después de caminar
a buen ritmo y agudizo el oído, escucho convencido de que lo que aún no existe se incuba allí mismo, y
está a punto de hacerse realidad, restallando como un fogonazo en la noche de
mi ignorancia. Pero nada sucede, ningún fondo de microondas se hace aparente y me
habla de un instante remoto o aún por nacer. Me agoto esperando sin que nada se
manifieste, como una parusía abortada, antes siquiera de ser concebida.
Decido que ha
llegado el momento de experimentar con mi propia vida. Recurro entonces a las
imágenes, entro en las cabinas de los fotomatones y me hago series de
fotografías, tratando de comprobar si en alguna logro captar lo que se esconde
tras el flash que me deslumbra, y lo único que logro con frecuencia es no
reconocerme, verme como no soy, contemplar a un desconocido. Si quiero
aproximarme a esa chispa que apenas prendida acaba constituyendo el universo,
tendré que detenerme, vivir cada instante como si él mismo fuera la realidad,
lo único existente. El “aquí y ahora” enseñado por todos los maestros de
Oriente, abismarme en lo minúsculo, esas briznas de tiempo que unidas
constituyen cada una de nuestras acciones, la urdimbre de nuestras vidas. De
esta manera no espero lo que más tarde llegará ineluctablemente, y me ensimismo
en quehaceres mínimos que de esa manera cobran para mí una magnitud desconocida,
y se vuelven una finalidad en sí mismos. Camino por las calles y miro al cielo
con la certeza que solo esa mirada existe, y que nuestra existencia, después de
todo, cabe en un solo segundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario