sábado, 25 de junio de 2016

MUTISMOS



Habla poco. Eso es alguien que cualquiera que le conozca podrá testificar sin miedo a equivocarse. Prácticamente no abre la boca, aunque lo cierto es que tiene muchas amistades y conocidos, que en el fondo no deben considerar tal hecho como algo negativo, por sorprendente que pueda parecer. Incluso es frecuente que cuando se tropiezan con él en cualquier parte, se detengan y traten de mantener una conversación, en la que saben de antemano que serán los únicos participantes. Digo yo que algo habrá en su gesto o ademanes que les aliente a ello, aunque es posible que ante su mutismo se sientan tentados a hablar sin trabas, sabiendo que a pesar de todo, son escuchados por una persona que parece interesarse por sus cosas. Hasta tal punto esto es así, que es frecuente ver a su interlocutor no solo contando sus problemas, sino contestándolos a sí mismo ante la falta de respuesta. Actuando de esta manera, solo va a escuchar lo que quiere oír, es decir, a sí mismo, pues está claro que Tomás no va a intervenir, a nos ser con monosílabos, frases o gestos mínimos.
Tiene fama de ser una cabeza bien amueblada, razonable y con mucho sentido común, aunque no está claro como se ha llegado a tal conclusión, por lo que habrá que acabar aceptando que su parquedad supone para los demás una señal inequívoca de sabiduría, que él acepta con íntima satisfacción aunque no venga a cuento. La verdad es que Tomás tiene de si mismo una opinión totalmente diferente, y en el fondo se considera un acomplejado, que sabe administrar los tiempos muertos y los silencios, tan frecuentes en sus conversaciones, tomados por los demás como un síntoma inequívoco de seriedad y buen juicio. Recuerda con frecuencia momentos de un tiempo pasado en  que siendo el hermano más romo de una familia numerosa, su padre se dirigía a él frecuentemente con cajas destempladas, llamándole melón, lechuguino o mendrugo, y siente que a la larga se ha tomado la revancha, haciendo de su simpleza un arma valiosa. Cierto es, sin embargo, que los más avispados de quienes le tratan, sospechan que su austeridad y control ocultan a una persona de pocas luces, pero la inmensa mayoría se deja impresionar por su contención verbal, y llegan a suponer que tiene una vida interior muy rica, que no quiere dilapidar en conversaciones banales y faltas de verdadera sustancia.
Sabe que en el vecindario goza de un prestigio inmerecido, pero reconoce al mismo tiempo que tal hecho le hace la vida más agradable, pues para su asombro, se ve reconocido por lo que no es en absoluto, pues siempre se consideró una persona de corto alcance, aunque goce en su barrio de una opinión muy favorable, de la que presume ante su familia inmediata. Para ello, no obstante, se sirve de ciertas artimañas, que enmascaran si cabe aún más su indigencia mental. Sabe la importancia primordial del aspecto físico y la forma de vestir, por lo que jamás se permite relajarse en este aspecto, y se presenta ante los demás como un verdadero señor, con un terno sobrio pero elegante y siempre con corbata, y cuando ha lugar, un sombrero a tono con la estación, y un bastón de roble con una supuesta empuñadura de plata, que da el pego. En el trato nunca apea el usted, y procura que su actitud haga entender a los otros que exige lo mismo en correspondencia. Además, dos o tres veces al año organiza una fiesta en uno de los locales más decentes de la zona, a la que invita a las personas más relevantes, aunque a última hora, con buen ojo, hace pasar a cualquiera que esté por las inmediaciones. Al parecer, en estos acontecimientos se gasta íntegras sus dos pagas extraordinarias, pero lo da por bien empleado, pues tiene la certeza que su desprendimiento colabora grandemente a su prestigio en la zona. Su mutismo y falta de instrucción han colaborado de esta manera a que la vida gris de Tomás, funcionario jubilado del ministerio de agricultura, haya adquirido a lo largo de los años, el fuste que para sí quisieran otros señores de altos vuelos y mejor presupuesto.

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