Tengo problemas
de relación. Mi familia no me soporta porque entiende que mi actitud no es la
de una persona que mantiene un comportamiento adecuado para cumplimentar
debidamente aquello que es normalmente conocido como “lazos familiares”. Con frecuencia
me ven absorto en cualquier lugar, aunque preferentemente en el sofá o la cama,
con los ojos cerrados y, al parecer, presa de una ensoñación de la que
previamente les he advertido que no me distraigan. Puedo parecer dormido pero
no lo estoy; de hecho: nada más lejos de la realidad. Es precisamente en esos
momentos cuando mi mente trabaja imaginando mundos ajenos al habitual, o
inventando historias muy elaboradas que la mínima distracción puede hacerme
olvidar. En resumidas cuentas, en esos momentos soy prisionero de un estro
creativo desaforado, que me capacita para imaginar mundos, historias o fantasías
sumamente complejas, que trazo con toda prolijidad de detalles, y que, una vez
concluidas, me gusta trasladar por escrito a la realidad. Hay, pues, en esos
instantes, un creador inspirado que se deja llevar por laberintos que nada
tienen que ver con mi actividad cotidiana de funcionario del Ministerio de
Agricultura. Comprenda, por lo tanto, lo penoso que para mí resulta ser
interrumpido en la afluencia de imágenes que traspasan mis meninges en esos
instantes, teniendo en cuenta que no hay dos situaciones similares, y que esa
corriente creativa no se repite dos veces. Ser interrumpido significa para mí,
pura y simplemente hacerme perder una inspiración momentánea que no volverá a
repetirse, perder fatalmente de tal manera una idea o una situación que ya no
verán la luz.
Mis allegados,
no obstante, me reprochan estos raptos de inspiración que me sorprenden en los
lugares más insospechados. Afortunadamente, al ser yo una persona muy casera,
suelen ocurrir dentro de mi domicilio, aunque en ocasiones me hayan tenido
absorto en la sala de espera de una estación, sentado a la mesa en mi oficina o
desayunando en una cafetería. Dicen que lo mío son puras invenciones con las
que trato de disuadirles, o que de lo que realmente se trata es de una narcolepsia,
un ataque fulminante de sueño que trato de disimular con la poesía de un
ensueño literario, que no se creen en absoluto. Pero no es así, se equivocan
aunque a estas alturas ya ni siquiera trate de convencerlos, e incluso esté
dispuesto a visitar al médico, como me insisten.
No duermo, les
digo, e invento mundos maravillosos, muy alejados de esta vida rutinaria y
monótona que nos ha tocado vivir. Pero ellos no se dejan convencer, dado lo
parco de mi lenguaje y mi expresividad reducida. Me piden que si es cierto lo
que les cuento, que escriba, que escriba una novela y saque cierto rendimiento
de lo que en su opinión no es sino una pura y lamentable pérdida de tiempo, una
simple patraña o una enfermedad grave. Pero no puedo, soy escritor, de eso no
tengo ninguna duda, pero soy incapaz de trasladar al papel o a la pantalla del
ordenador los mundos que me habitan, preñados de una belleza que
lamentablemente permanecerá oculta para las generaciones venideras. A ellos sí
puedo decirles de corazón lo que sí soy capaz de poner por escrito: de verdad,
lo siento.
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