sábado, 25 de junio de 2016

SUELOS



Le conozco tanto que solo viéndole andar puedo decir con bastante exactitud qué le sucede. Cada tipo de preocupación se refleja mediante determinados movimientos y gestos, que posiblemente a él mismo le pasan totalmente desapercibidos. Son ya muchos años de trato en los que he podido construir toda una teoría sobre su carácter, que se manifiesta de inmediato mediante signos externos, que en otros son menos evidentes. Cuando lo que le afecta es algo de orden moral o simplemente intelectual, su deambulación se hace más lenta y mira al suelo con insistencia, como si fuera precisamente de allí de donde debía llegarle la respuesta. Me refiero especialmente a los problemas abstractos, que pueden o no tener alguna relación con el mundo real. Puede tratarse de una cavilación que le lleva a plantearse, por ejemplo, el sentido de la vida, lejos de cualquier problema de índole práctica, o ser algo más relacionado con la vida cotidiana, como la conveniencia o no de legalizar el aborto o en qué casos. La cabeza inclinada hacia el pecho, los hombros caídos y un braceo mínimo al andar, son pues síntomas de que la mente de Alfredo está ocupada por asuntos de ese orden.
 Cuando, sin embargo los temas que le preocupan son de tipo estrictamente práctico, suele andar de una forma más ligera, con la cabeza erguida y con un braceo amplio y desinhibido, como si de esa manera fuera más fácil llegar a la solución que espera. De alguna manera, en ambas actitudes tan contrapuestas se hayan representadas las diferencias entre ambas situaciones. Las primeras, por lo visto, exigen mayor esfuerzo y concentración, y Damián solo parece buscar la respuesta en su propio caletre o bajo sus pies, como si ésta en un momento dado pudiera surgir del suelo como una emanación del manto terrestre, y quien sabe si aún de más adentro, donde se genera el magnetismo de la Tierra. En las otras, sin embargo, la solución parece provenir del aire, como si fuera la atmósfera  un arcano repleto de soluciones sencillas para problemas poco complejos, y él con su actitud se empeñara en captarlas de la misma forma que una veleta refleja de inmediato la dirección del viento. Sé que en los últimos tiempos le tienen preocupado y casi al borde de la obsesión, determinadas cuestiones no solo abstractas sino sorprendentes. Siendo un gran aficionado a las ciencias en general y en particular a la astronomía y la bioquímica, cavila sobre cual pueda ser la función de los seres humanos en el universo. Dice contemplar un sentido determinado en todo lo que observa, y supone que “de alguna manera” esto colabora al funcionamiento de un Ente superior. Dada la limitación de nuestra conciencia debida a la limitación de nuestros órganos sensoriales, solo cinco, está convencido de que no somos capaces de darnos cuenta de nuestro cometido exacto, y nos dedicamos a vagar y elucubrar sin sentido, al desconocer cual nuestra función primordial. Dada nuestra movilidad y el elevado porcentaje de agua en nuestros cuerpos, tiene la convicción de que formamos parte de un organismo vivo, pero lo desconocemos de la misma manera que una célula desconoce cual es la función del órgano al que pertenece, y se limita a cumplir solo su función específica.
En su opinión, y aprovecho para tirarle de la lengua los días en que le veo cariacontecido mirando al suelo con una insistencia preocupante, formamos parte de dos sistemas de ese Ente superior al que alude, pero todavía no sabe por cual decantarse. Los días que se siente contento y hasta feliz, está convencido de que formamos parte del sistema respiratorio y achaca sus buenas sensaciones al fluir del aire, o el elemento de que se trate en ese caso, por alvéolos, bronquios y pulmones. Los días, sin embargo, en que se nota con la moral más baja y los problemas afluyen en tromba a su mente como si se tratara de un pararrayos, se inclina por nuestra pertenencia al sistema sanguíneo y linfático, tratando la sangre o similar de abrirse paso a través de arterias, venas y vasos sanguíneos después de una comida copiosa o tras una larga caminata. En cualquier caso, ya cuando nos despedimos, me dice que deberíamos esforzarnos en cumplir nuestro cometido con empeño y precisión, pues de ello depende que el Ente funcione como es debido, y nuestra estancia aquí no haya sido en balde. Procuro distanciar nuestros encuentros, pues lo cierto es que su discurso resulta con frecuencia un tanto reiterativo y pesado, especialmente desde que insiste en que debo considerarme como un animal exclusivamente teleológico. Es decir, ajeno a lo inmediato.

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