Le conozco tanto
que solo viéndole andar puedo decir con bastante exactitud qué le sucede. Cada
tipo de preocupación se refleja mediante determinados movimientos y gestos, que
posiblemente a él mismo le pasan totalmente desapercibidos. Son ya muchos años
de trato en los que he podido construir toda una teoría sobre su carácter, que
se manifiesta de inmediato mediante signos externos, que en otros son menos
evidentes. Cuando lo que le afecta es algo de orden moral o simplemente
intelectual, su deambulación se hace más lenta y mira al suelo con insistencia,
como si fuera precisamente de allí de donde debía llegarle la respuesta. Me
refiero especialmente a los problemas abstractos, que pueden o no tener alguna
relación con el mundo real. Puede tratarse de una cavilación que le lleva a
plantearse, por ejemplo, el sentido de la vida, lejos de cualquier problema de
índole práctica, o ser algo más relacionado con la vida cotidiana, como la
conveniencia o no de legalizar el aborto o en qué casos. La cabeza inclinada
hacia el pecho, los hombros caídos y un braceo mínimo al andar, son pues
síntomas de que la mente de Alfredo está ocupada por asuntos de ese orden.
Cuando, sin embargo los temas que le preocupan
son de tipo estrictamente práctico, suele andar de una forma más ligera, con la
cabeza erguida y con un braceo amplio y desinhibido, como si de esa manera
fuera más fácil llegar a la solución que espera. De alguna manera, en ambas
actitudes tan contrapuestas se hayan representadas las diferencias entre ambas
situaciones. Las primeras, por lo visto, exigen mayor esfuerzo y concentración,
y Damián solo parece buscar la respuesta en su propio caletre o bajo sus pies,
como si ésta en un momento dado pudiera surgir del suelo como una emanación del
manto terrestre, y quien sabe si aún de más adentro, donde se genera el
magnetismo de la Tierra. En las otras, sin embargo, la solución parece provenir
del aire, como si fuera la atmósfera un
arcano repleto de soluciones sencillas para problemas poco complejos, y él con
su actitud se empeñara en captarlas de la misma forma que una veleta refleja de
inmediato la dirección del viento. Sé que en los últimos tiempos le tienen
preocupado y casi al borde de la obsesión, determinadas cuestiones no solo
abstractas sino sorprendentes. Siendo un gran aficionado a las ciencias en
general y en particular a la astronomía y la bioquímica, cavila sobre cual
pueda ser la función de los seres humanos en el universo. Dice contemplar un
sentido determinado en todo lo que observa, y supone que “de alguna manera”
esto colabora al funcionamiento de un Ente superior. Dada la limitación de
nuestra conciencia debida a la limitación de nuestros órganos sensoriales, solo
cinco, está convencido de que no somos capaces de darnos cuenta de nuestro
cometido exacto, y nos dedicamos a vagar y elucubrar sin sentido, al desconocer
cual nuestra función primordial. Dada nuestra movilidad y el elevado porcentaje
de agua en nuestros cuerpos, tiene la convicción de que formamos parte de un
organismo vivo, pero lo desconocemos de la misma manera que una célula
desconoce cual es la función del órgano al que pertenece, y se limita a cumplir
solo su función específica.
En su opinión, y
aprovecho para tirarle de la lengua los días en que le veo cariacontecido
mirando al suelo con una insistencia preocupante, formamos parte de dos
sistemas de ese Ente superior al que alude, pero todavía no sabe por cual
decantarse. Los días que se siente contento y hasta feliz, está convencido de
que formamos parte del sistema respiratorio y achaca sus buenas sensaciones al
fluir del aire, o el elemento de que se trate en ese caso, por alvéolos,
bronquios y pulmones. Los días, sin embargo, en que se nota con la moral más
baja y los problemas afluyen en tromba a su mente como si se tratara de un
pararrayos, se inclina por nuestra pertenencia al sistema sanguíneo y linfático,
tratando la sangre o similar de abrirse paso a través de arterias, venas y
vasos sanguíneos después de una comida copiosa o tras una larga caminata. En
cualquier caso, ya cuando nos despedimos, me dice que deberíamos esforzarnos en
cumplir nuestro cometido con empeño y precisión, pues de ello depende que el
Ente funcione como es debido, y nuestra estancia aquí no haya sido en balde.
Procuro distanciar nuestros encuentros, pues lo cierto es que su discurso
resulta con frecuencia un tanto reiterativo y pesado, especialmente desde que
insiste en que debo considerarme como un animal exclusivamente teleológico. Es decir,
ajeno a lo inmediato.
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