miércoles, 22 de junio de 2016

DESENCUENTROS




1)     

 Tengo una crisis de identidad. No me reconozco. Me miro en el espejo, y es evidente que el rostro que veo tiene para mí algo de familiar, pero de una forma vaga, como si solo se tratara de de un conocido o de alguien con quien me he cruzado alguna vez y apenas recuerdo. Incluso mi voz me suena extraña cuando frente a él trato de pronunciar algunas frases al azar, o recito unos versos que me vienen a la cabeza de forma impensada. La situación debería provocarme cierto miedo, pero no es así. En todo caso un poco de aprensión, pues tengo la sensación de estar con un desconocido, y nunca me han gustado las compañías forzosas. Cuando me pasa esto, me tumbo un rato en la cama tratando de saber que me sucede, si es que me sucede algo, claro está, pues en ese momento soy consciente de que nunca he tenido una idea de mí muy precisa. Paso la yema de mis dedos sobre mis brazos y mi pecho, queriendo percibir en mi piel alguna textura, suavidad o aspereza, eso no me importa demasiado, pero de hecho tras hacerlo, tengo la desagradable sensación de acariciar un cuerpo extraño que realmente no me transmite nada especial, como si se tratara de un cuerpo de caucho o escayola. Lo relaciono con algunas ocasiones en las que después de un buen rato conduciendo, he tenido la sensación de que el automóvil se movía con total independencia de mi voluntad, como si no fuera yo quien estuviera al volante y pisara el acelerador. Resulta un tanto angustiante, aunque por otro lado me maravilla tener la sensación de deslizarme sobre la calzada, pues ni siquiera oigo el ruido del motor ni los neumáticos rodando sobre la carretera. Quizás no deba darle tantas vueltas. Después de todo, esto no es algo totalmente nuevo para mí. Me sucede periódicamente y se me acaba pasando, aunque en esta ocasión tenga la impresión de que va a prolongarse más de la cuenta, y eso me inquiete. Afortunadamente, ahí están los demás, y si el asunto se hace verdaderamente grave, podré dirigirme a ellos y preguntarles quien soy. Estoy seguro que deben tener ciertas claves, y algunos una idea bastante precisa. Ya me dirán.  Sólo tendré que escucharles con atención y hacerles caso.

2)      

Me saludan al pasar, y eso me extraña. Hace ya demasiado tiempo que me fui para que me recuerden. Al principio intento disimular, mirar hacia otro lado, hacerme el distraído, pero no me sirve de gran cosa porque insisten. De hecho,en algunas ocasiones en las que verdaderamente he tomado una actitud despreciativa y hasta chulesca, han redoblado sus esfuerzos, ajenos totalmente a mis desplantes, e incluso me han seguido alborozados en los momentos en los que claramente les he dado la espalda o me he perdido por callejuelas recónditas. No lo entiendo y me irrita porque mi regreso pretendía pasar inadvertido, y de esa forma poder observar minuciosamente algunos rostros, que me dijeran algo de los tiempos remotos en los que vivía aquí. Pero todo parece inútil, y cuento más lo intento más parecen motivados en redoblar sus gestos de bienvenida, como si siempre me hubieran tenido muy presente.
Parecen haberse vuelto locos, porque a decir verdad, no he reconocido a nadie, ni uno solo entre los cientos o quizás miles con los que me he cruzado. Hay quienes incluso se dirigen a mí efusivamente, abriendo los brazos y amagando un abrazo, aunque sin embargo no parezcan muy afectados cuando me zafo y me evado rápidamente. Deben confundirme con alguien, otro del que guardan un grato recuerdo y que son incapaces de olvidar. O quizás se trata simplemente de que se sienten solos o abandonados o perdidos en un mundo que se les hace demasiado grande o demasiado inhóspito. Lo siento, pero no quiero ni puedo hacer nada. Quien sabe si necesitan un guía que les abra los ojos y les conduzca por el camino de la felicidad y la ventura. No soy yo el profeta que puedan estar esperando, y de seguir con esa actitud, creo que voy a acabar marchándome y abandonándoles a su suerte. No se puede dar la mínima esperanza a la gente del páramo. Los conozco desde hace mucho tiempo y a la larga, si se les decepciona, son capaces de reaccionar agresivamente e incluso con violencia. Entre tantos parabienes, ya me ha parecido percibir algunas miradas aviesas.


3) 

Estuvimos un rato charlando de forma un tanto imprecisa,  tratando de llevar la conversación a terrenos que nos eran apropiados para nuestras intenciones personales, y en los que nos sentíamos más cómodos para transmitir al otro nuestra propia forma de ver las cosas. Sin embargo, pese a nuestra buena voluntad, al poco de iniciar un tema, uno de los dos se zafaba de lo tratado, y se salía por la tangente mediante una hábil maniobra, que dejaba al otro no solo perplejo, sino desarmado. Daba siempre la impresión de que ambos escuchábamos con atención las propuestas del contrario, pero cuando queríamos reaccionar, nos veíamos envueltos en una maraña de palabras que nada tenían que ver con lo que habíamos pretendido. Podría decirse que éramos auténticos amigos del desmarque, de forma que en cualquier momento mediante algún artificio verbal o semántico, llevábamos nuestra conversación a una encrucijada, en la que el otro no tenía demasiado que decir.
 Actuábamos, no obstante, con tal sutileza, que cuando tratábamos de reaccionar ya era demasiado tarde, y nos sentíamos mutuamente ajenos a los asuntos que verdaderamente nos interesaban. Si uno hablaba de mariposas, por ejemplo, el otro se aferraba a un concepto que interpretaba como demasiado etéreo, y divagaba sobre las libélulas o en el colmo de la amplitud de conceptos, sobre la facilidad de vuelo de los aviones sin motor. En alguna ocasión intentábamos con denuedo encontrar puntos de encuentro, sabedores de que de seguir así no habría manera de llegar a ninguna conclusión que nos dejara a ambos satisfechos, o a que tuviéramos que llegar a considerar el hecho de romper definitivamente nuestra relación por un desacuerdo evidente. Pero incluso en tales ocasiones, cuando todo dejaba patente nuestro esfuerzo por entendernos, al poco divergíamos, y terminábamos sin saber con certeza qué era lo que el otro pretendía, por lo que posiblemente lleguemos a la conclusión de que lo más sabio será de ahora en adelante permanecer en silencio. Quien sabe si entre nosotros, lo que sobraba eran las palabras.

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