sábado, 25 de junio de 2016

INSTRUCCIONES PARA LAVARSE LOS DIENTES



Los perros tienen dientes pero también tienen rabo, algo que no teniendo a primera vista ninguna relación, puede ser importante para ellos, como veremos más adelante. Claro que en este orden de cosas también podríamos afirmar que no todos los animales tienen rabo (ni siquiera dientes), pues la madre naturaleza les dotó con otro apéndice al que llamamos cola. Es igual pero no es lo mismo, algo que, como mucha gente sabe, ya se estudia en las matemáticas elementales, y que no debiera escapar a quien simplemente se mira al espejo para peinarse (si ha lugar). En cualquier caso, sea uno o la otra, no pocos los emplean para matar moscas, como dice la canción popular, ignorando los bonitos versos de Antonio Machado en los que la contemplación de los dípteros más que molestar, induce una cierta melancolía poética. Y no quiero abandonar este excurso fuera de lugar para hacer tres puntualizaciones de las que usted puede prescindir tranquilamente, sin que su vida se vea alterada en lo más mínimo.
Primera: Las ballenas, por hablar de un pescado (Ya sé que no es un pez, pero hay quien si se le deja, se las come) tienen cola, pero no tienen rabo. También tienen unos dientes muy raros que no son tales, y que para no complicarnos la vida, hemos dado en llamar “ballenas”, como a su propietaria (también se les llama “barbas”, que de barbas ni esto). Por otro lado, la cola de las ballenas no tiene nada que ver con el rabo.
Segunda: Los seres humanos no tenemos rabo ni cola, a no ser metafóricamente, y que cada cual busque su sentido. También tenemos dientes, y sin ellos los dentistas estarían en la ruina.
Tercera: Los caballos y los équidos en general, no tienen rabo, pero si cola. Y como en los  casos anteriores también tienen dientes, cuya misión principal es actuar como carnet de identidad en las ferias de ganado.
Valga lo dicho como preámbulo a lo que sigue que, recordemos, trataba de la forma apropiada de lavarse los dientes. Para empezar, digamos que no todo el mundo se los “lava” en el sentido literal de la palabra, sino que se los “limpia”, algo que al igual que con el rabo y la cola, siendo igual no es lo mismo. Lavárselos implica la utilización de agua, posiblemente porque es más higiénico que utilizar otros “dentífricos”. La hierba, la arena, la corteza de ciertos árboles y el bicarbonato podrían cumplir la misma función, pero posiblemente los estomatólogos no iban a dar abasto. Que quede claro que por mi parte no tengo inconveniente en que usted utilice los métodos alternativos que le venga en gana: la responsabilidad recaerá sobre usted exclusivamente. De hecho, que yo sepa, ningún bicho emplea el cepillo de dientes y ahí están, algo han debido hacer para no estar aquejados de piorrea masivamente. Otras alternativas: ácido ascórbico, bisulfito de sodio y sal marina. Allá usted.
Y metiéndonos ya plenamente en el tema que enunciaba el título, digamos de entrada que para proceder a su lavado, es necesario contar con el objeto del que venimos hablando. Es decir: los dientes. Los lactantes y los ancianos desdentados no se los lavan porque carecen de ellos; en el primero de los casos, por que su madre o el biberón sufrirían más de la cuenta, y en el segundo porque hacerlo con el contenido del vaso de agua en la mesilla de noche, no puede llamarse en propiedad tal cosa. Aunque lo laven. Si separa los labios los verá de inmediato, están ahí, son los guardianes de la cavidad que se oculta tras de ellos, y en ese sentido son los cancerberos de un mundo misterioso, que solo descubren las radiografías y las autopsias (abrir desmedidamente la boca está mal visto). Su color, como norma general es blanco, aunque se admiten varias tonalidades de los ocres en tonos discretos, que cuando viran decididamente al negro ya son otra cosa. Su función principal es preparar al alimento para pasar en condiciones adecuadas al aparato digestivo, ocupando de esta manera el primer lugar del mismo. Deben en primer lugar morder (cortar) y después masticar, que como se dijo a propósito de los rabos y las colas (y los dientes y las barbas), siendo parecidos no son lo mismo. Una precisión que lo aclarará: Drácula mordía a sus víctimas, pero, que se sepa, no las masticaba, claro que lo que le interesaba no era masticable como todo el mundo sabe, y no es cuestión en estos momentos trasladarse a los Cárpatos en busca de más detalles.
En los seres humanos la dentadura consta de treinta y dos piezas (muelas del juicio incluidas), situadas por igual en las mandíbulas superior e inferior. Los frontales, cumplen la función de morder y son más finos y cortantes que los situados más atrás, llamadas muelas que son más planas con una especie de meseta superior que les facilita la masticación y la formación del llamado “bolo alimenticio” para facilitar el paso de la comida por la garganta. En la naturaleza existen sin embargo animales que prescinden de estas sutilezas (con toda la razón del mundo), y se tragan a sus víctimas sin pasar por esta segunda función, ejemplo de los cuales podrían ser los leones. Algo, sin embargo, mucho más evidente en los cocodrilos y las boas constrictoras, que las engullen con cuernos y pezuñas sin escrúpulos de ningún tipo (en mi opinión los cocodrilos exageran, y su increíble dentadura solo puede obedecer a un error evolutivo o a una pura exhibición narcisista, y no difiere mucho del interés de algunos seres humanos por la física cuántica, que, en ese sentido, tampoco sirve para nada).
Los dientes (que no son móviles, los tiburones son un caso aparte) se fijan mediante unas raíces bastante profundas a través de las llamadas encías, mucosa firme pero delicada, que hay que cuidar con cierto mimo, si queremos evitar su sangrado, que no augura nada bueno. En los seres humanos, cumplen además otra función primordial entre los miembros de su especie, pues a través de los mismos se puede tener noticia de la relación cordial (o no) que mantengan entre ellos. Enseñarlos, como norma general, es una buena señal, pues suele acompañar a un gesto conocido como “sonrisa”, que indica que la relación es buena, aunque en ocasiones sean utilizados cínicamente para el engaño (como en la conocida expresión “¡dientes, dientes! que es lo que les jode), de tantas fotografías. Sin embargo, si quien le enseña a usted los dientes es un lobo o su perro de compañía, haría bien en mantener cierta distancia, e incluso disponer de un garrote o una pistola a mano. Se dice que las hienas sonríen, y que al hacerlo emiten un sonido sugerente, pero los científicos aseguran que es falso, y que uno no debe dejarse tentar por tal artificio si no quiere acabar convertido en menudillo (lo mismo cabe decir del cocodrilo y su simulación del llanto). La mayoría de los animales se valen, sin embargo, del rabo como sustituto para mostrar su estado de ánimo. Moverlo enérgicamente hacia los lados suele ser señal de alegría, como bien saben los amantes de los perros. En los hipopótamos, sin embargo, no es el caso, y suele ser utilizado para expeler sus excrementos en señal de desafío o desorden amoroso, lo cual no tiene nada que ver con lo expuesto anteriormente. Claro que a estas alturas hay que especificar que “enseñar los dientes” (normalmente se emplea en sentido contrario al que aquí se viene manteniendo) no siempre es señal de contento, pues este hecho viene más bien definido por la elongación de los músculos de la cara, que amplían la boca y achinan la mirada. Los animalitos también tienen músculos en la cara, pero no los emplean para esos menesteres, entre otras cosas porque, para ello, sus cerebros tendrían que ser capaces de definir con cierta precisión conceptos tales como “el ridículo”, “el absurdo”, “la contradicción”, etc, y no son capaces de hacerlo, dado su reducido volumen en relación a su peso corporal.
Para terminar, vayamos con las normas que en nuestra opinión colaboran a un buen cepillado, es decir a lavarse los dientes adecuadamente y con la mayor eficacia posible. En primer lugar, abra la boca e introduzca en la misma su cepillo de dientes, con la parte alícuota de pasta necesaria para tal función. Luego, puede mantenerla abierta o cerrada a voluntad. Coloque el cepillo delante de los dientes, y proceda a frotarlos con un movimiento de arriba hacia abajo y viceversa, a lo largo de ambas hileras (superior e inferior). No descuide, cuando haya terminado, de hacerlo asimismo sobre las mesetas de las muelas, ni con cierta fruición por los intersticios entre los dientes, el lugar más adecuado para que se amontonen las sobras de la comida y las bacterias, que son muy aficionadas a las mismas. Para ello es aconsejable, una vez repasada la parte posterior de los dientes, utilizar hilo dental en cualquiera de sus variantes (nylon, nylon con cera o nylon con filamentos) o el water-pik, un pequeño artilugio capaz de lanzar un chorro de agua con energía entre los dientes. De esta manera, usted podrá mantener lejos de su dentadura los peligros que la acechan: el sarro, las caries, la halitosis y la periodontitis, y postergará todo lo posible la dentadura postiza.

FIN DE ESTAS INSTRUCCIONES. Para más detalles, dirigirse a un dentista. En cualquier caso, al finalizar el lavado, es también recomendable cepillar con cuidado la lengua hacia el exterior, algo hasta hace poco solo practicado por los higienistas, los muy escrupulosos y los dados al vicio.


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