domingo, 12 de junio de 2016

PRESIDENCIAS 1



Como de costumbre, el Presidente Director General llegó tarde al Consejo de Administración. Unos momentos antes, el Vicepresidente y Subdirector General había tomado la palabra para disculparle y hacer, no obstante, algún comentario, del que cualquiera un poco avispado podía inferir una crítica soterrada a su superior. La llegada del Director sorprendió a su subordinado en medio de una frase un tanto comprometida, a la que sin embargo el recién llegado no prestarle darle demasiada atención, cortándole en seco al decirle “cállate ya José Luis, que estos señores me están esperando”. Fue evidente la crispación del Subdirector que no pudo evitar un gesto de contrariedad mirando disimuladamente hacia otro lado. Tras el saludo de rigor, mostrándose de muy buen humor, el jefe hizo una serie de consideraciones generales sobre lo que se iba a tratar en la reunión, cediendo a continuación la palabra al Sr. Martínez (sic), que no era otro que el Subdirector. Este hizo un gesto de orgullo, como si en ese momento se hiciera evidente que allí quien era realmente importante era él, al que había que dar la iniciativa si se quería entrar en materia seriamente. Se refirió de inmediato al orden del día, y según iba hablando se iba percibiendo un engolamiento progresivo de su voz, queriendo de esta forma hacer patente al auditorio su gran responsabilidad e importancia que él mismo se arrogaba. De esta forma fue dando paso sucesivamente a la exposición de los diferentes miembros del Consejo, a cuya finalización, siempre se permitía añadir alguna coletilla matizando sus informes ó simplemente descalificándolos, adoptando una postura engallada ante la que el resto de miembros parecía achantarse. De repente, cuando, una vez más el Vicepresidente peroraba corrigiendo algunos aspectos de lo expuesto por el Vocal de Asuntos Internos, intervino de nuevo el Presidente que dirigiéndose a Martínez le espetó: “José Luis, ahora haz el favor de acercarte a la cocina y dile a los chicos que nos traigan el piscolabis”. José Luis pareció defenderse en un principio señalando vagamente a la secretaria, pero finalmente salió de la sala trastabillando y murmurando algo por lo bajo. Tras su salida, el ambiente pareció relajarse, y la Sala de Juntas en pocos minutos pareció convertirse en algo más parecido a una taberna a la hora del aperitivo, siendo el Presidente el principal animador, pues no desaprovechaba un momento para hacer un chiste ó soltar algunos chascarrillos bastante ocurrentes. El Vicepresidente volvió a aparecer a los diez minutos acompañado de varios camareros con botellas y bandejas cargadas de canapés y mariscos, dispuesto a colocarlos en una mesa aparte, preparada a tal efecto, pero el Presidente le dijo que no era preciso desplazarse y que lo dejaran allí mismo, sobre las mesas repletas de papeles. José Luis se mostró sorprendido por el inesperado giro que estaban tomando los acontecimientos, y en un momento dado hizo un amago de hacerse cargo de la situación, pero cuando estaba a punto de abrir la boca para llamar al orden y regresar al orden del día, el Presidente con la boca todavía llena con un canapé de anchoas, le dijo que no se hiciera el melindroso y le acercara una copa de vino tinto, a lo que no se atrevió a negarse a pasar de la cercanía de un camarero listo para servir. Empezaba a ser evidente para Martínez, que Ulises le consideraba más que como su segundo de a bordo, como una mera instancia subordinada de la que podía valerse para cualquier tipo de servicio, pues al ritmo que se estaban desarrollando los acontecimientos, era evidente que de un momento a otro podía mandarle a por tabaco ó a que le sacara unas entradas para el Auditorio Nacional. Pensó que debía reaccionar de alguna manera, si no quería verse claramente desprestigiado ante el resto de miembros del Consejo, por lo que contraatacó al cabo del rato, cuando las gambas y las cigalas se habían adueñado en buena medida del escenario, recordándole a Ulises que aún quedaban resoluciones sin tomar, aparte de la aprobación pendiente de la previsión de los presupuestos de la Entidad para el año siguiente. Enfrascado en esos momentos en una charla con algunos de los miembros más destacados del Consejo de Administración, sobre la posibilidad de que Rafael Nadal pasara de ejecutar el revés a dos manos a hacerlo con una sola, el Presidente no le prestó mayor atención, le cogió de los hombros, lo giró hacia un lado, y dirigiéndose a los otros, les hizo algunas puntualizaciones técnicas de tipo biomecánico,  sirviéndose de su cuerpo como pivote. El Subdirector General intentó recobrar su posición natural, pero finalmente se mantuvo en la de modelo deportivo ante la petición del Presidente: “aguanta un momento José Luis, que enseguida te dejo, creo que estos señores están en un error al considerar factible el cambio de un momento angular a otro lineal sin pérdida de eficacia”. El señor Martínez, pudo al cabo de dos interminables, minutos recuperar el dominio de su cuerpo, pero en aquellos momentos juzgó que era imprescindible tomarse dos vasos de vinos prácticamente sin respirar, para recuperar un prestigio al que se creía acreedor después de tantos años de entrega a la Entidad. Para su sorpresa e inopinadamente, Ulises hizo de nuevo que todo el mundo se sentara y recobrase su posición para continuar la interrumpida sesión, sin que para ello se limpiasen las mesas y el lugar tomara de nuevo el aspecto de una Sala de Juntas en pleno funcionamiento. Incluso el Presidente continuó con la servilleta colgando del cuello de su camisa, y no se privó de comerse una croqueta de bacalao en el instante preciso de ordenar que se reanudase  la sesión. Los miembros y consejeros no parecían estar por la labor, y la algarada festiva se hizo patente cuando de nuevo Ulises le dio la palabra a José Luis, que por primera vez en la tarde empezaba a considerar los beneficios de una reunión de este tipo con medio litro de Rioja en el cuerpo. Intentó, no obstante, continuar su discurso metódico y un tanto mordaz de la primera parte, tratando de infringir algún tipo de daño a sus compañeros de reunión, a base de pullas y alusiones más ó menos soterradas a aspectos de la vida personal de los mismos, que nada tenían que ver con el funcionamiento de la Entidad, pero que él, sin duda estimulado por la presencia del alcohol etílico en su torrente sanguíneo, consideraba ahora necesario traer a colación como una forma de hacer ver al resto de la sala, la influencia de lo privado en lo público. De hecho, en un momento dado, imitando la actitud de su jefe, fulminó una copa de Valbuena 5º año, pasó un brazo por encima de sus hombros, y mirándole fijamente dijo: “porque como Ulises sabe muy bien, al final Penélope volvió con él, pero diga Homero lo que diga, nuestro héroe no dejaba de ser un lamentable cornudo”. Creyó que con esto iba a quedar zanjada definitivamente la momentanea contienda jurisdiccional, y el jefe iba a apreciar su auténtico valor ante una alusión tan directa, pero su frustración fue mayúscula cuando Ulises retomando lo dicho por él, añadió “y no solo cornudo, sino maricón, que en aquella época en Grecia ya se sabe lo que pasaba, y según mis informaciones, acabó también liado con alguno de los pretendientes de su mujer”.  La morcilla del jefe fue festejada por el colectivo de forma entusiasta, dando pie a palmetazos sobre la mesa y un pateo evidente, que hizo que el vino, los restos de canapés y los bigotes de los mariscos, buscaran aposento por los suelos y sobre los papeles. El Presidente Director General hizo después algunos comentarios positivos por el buen ambiente que había presidido aquella reunión y la coincidencia general de pareceres, que de hecho, y si nadie objetaba nada en contra, hacía que quedase aprobado por unanimidad el proyecto de presupuestos para el año entrante. Añadió, además, que aquel día habían tenido la oportunidad de corroborar la valía y eficacia de José Luis no solo como profesional, sino para para darse a conocer como un magnífico humorista, hasta entonces enmascarado solo en la ironía y sorna de algunos de sus comentarios, pero que a partir de esos momentos, como un consumado artista del “humor a quemarropa”, pues intentar llamarle cornudo cuando era soltero, era algo que realmente le había hecho más gracia que la facilidad con la que había introducido variantes en la vida del héroe griego. José Luis supo entonces que tenía que echarle correa a la situación, y recoger el guante que le había lanzado Ulises al tratar ahora de desprestigiarlo en otro orden de cosas  y minimizar su ataque. La reunión se había dado por terminada, pero todos permanecían en sus sitios a la espera de que el pugilato se prolongase un poco más, pues no es lo habitual que este tipo de reuniones adquieran la deriva que aquella había tomado, por el hasta entonces solapado enfrentamiento entre los dos capitostes de la Entidad. José Luis vio el cielo abierto cuando cayó en la cuenta de que el propio Ulises, en plan autosuficiente, le había dado otra pista para corroborar lo que le había dicho respecto a Penélope, pues se puede ser cornudo por una mujer, ó por un tipo cuando uno ejerce de bujarrón. Era consciente, sin embargo, de que era él el que había roto las hostilidades de una forma evidente y ofensiva, pues lo cierto es que Ulises se había limitado a abusar de él, en buena medida, porque se había plegado a su voluntad de una forma que ahora consideraba no solo como humillante, sino impropia de una persona de su categoría, pues jamás se le había ocurrido que tal cosa llegaría a suceder cuando cursaba Ingeniería de Caminos. Se había sacrificado en una carrera tan dura para dar a su familia nivel decente, después de que sus padres le mandaran a estudiar a la Universidad desde Socuéllamos, para quitarse lo que consideraban un estigma ancestral en la familia, siempre dedicada a las faenas del campo, y por lo tanto, a doblar el espinazo delante  de los señoritos. Su objetivo desde que ingresó en la Entidad había sido ocupar uno de los altos cargos, y a estas alturas ya no se conforma con la Vicepresidencia: quería ser el PDG como Ulises, y a eso había dedicado todos sus esfuerzos los últimos veinte años. Sabía que su afán de llegar lo más arriba posible, no era más que una especie de venganza por su pasado agrario en el sentido peyorativo de la expresión, y por más que Ulises ahora le pusiera la proa, no estaba dispuesto a abdicar de un sueño que se remontaba a su época juvenil, cuando en alguna ocasión vio a su padre adoptando actitudes serviles para poder llevar algo de comer a casa. Se daba cuenta, sin embargo, que dentro de él mismo, existía un subordinado en toda regla, incapaz de rebelarse contra los de arriba, y lo que es peor, en el fondo contento de ser sumiso, como si con ello fuera merecedor de una recompensa y una palmada afectuosa en el hombro por parte del jefe. Luchaba, pues, en cierta manera contra sí mismo, ya que deseando llegar a lo más alto, se sentía sin embargo reconfortado cuando un superior le tomaba por amigo, cosa que desgraciada y desesperadamente no sucedía con Ulises, que aprovechaba la mínima para vejarle y ridiculizarle. Recordaba incluso una ocasión, al principio de conocerle, cuando le había dicho que creía que, con cierto tiempo y bastante empeño, conseguiría “quitarle el pelo de la dehesa”. Ulises, por su parte, debía reconocer en su fuero interno, que José Luis era una persona muy valiosa, no solo por su voluntad y motivación para escalar puestos en el escalafón, sino por su capacidad de trabajo y una inteligencia sobresaliente, por mucho que le molestara y optase por pisarle la cabeza a la mínima oportunidad, como este último día. Pertenecía a una familia de la burguesía madrileña bien situada hacía mucho tiempo, hasta el punto que de unos bisabuelos confiteros había pasado a abuelos y padres con carreras superiores y con una pequeña fortuna a base del sueldo del Estado y algunos negocios y chanchullos, que le habían hecho soñar en introducirse en los círculos aristocráticos de la capital. Pensaba seriamente, y posiblemente con más convencimiento que el mismísimo Darwin, en la realidad de la Evolución, no aplicándola en su caso a las especie, sino a los linajes por su ascendencia social y el rango adquirido mediante el esfuerzo y sobre todo el patrimonio familiar. Por eso le molestaba la ambición de advenedizo que siempre había mostrado José Luis, incapaz a su modo de ver de aceptar su condición de campesino, y dispuestos a combatir con él en un ámbito que, en su opinión, no le era propio. Tenía el firme convencimiento desde hacía mucho tiempo que su Vicepresidente intentaba por todos los medios a su alcance, subírsele a las barbas, lo que hacía que no desaprovechara la mínima oportunidad parea vejarle y tratar de hundirle, esperando que en un momento dado, su sistema psíquico no aguantara y tuviera que ser recluido en un psiquiátrico ó algo parecido. Pero José Luis se resistía y aguantaba todos los envites que le lanzaba con una resignación y combatividad que acababa desesperándole. Los miembros del Consejo de Administración se mantenían mientras tanto en su sitio a pesar de haber terminado oficialmente la Junta, como si estuvieran asistiendo a un combate de boxeo y hubieran pagado la entrada. En ellos, sin embargo, se había producido un cierto cambio, pues si al principio de la reunión todos parecían estar del lado del Presidente, ahora a algunos de ellos algo les había hecho movilizarse en otro sentido, ya fuera por la situación precaria de Martínez ó el puro hecho de que su victimismo hubiera encontrado el reflejo esperado. Al cabo de un rato, los dos bandos que acabaron formándose a ambos extremos de la sala, parecían debatir la estrategia a seguir, y no tanto en cuanto a acciones a tomar en el seno de la Entidad, sino a posicionamientos puramente emocionales; por un lado estaban quienes consideraban que la estructura social se correspondía más ó menos al dedillo a una supuesta ley natural, en la que los más dotados ocupaban los cargos más relevantes por razones no solo coyunturales sino en el fondo de auténtica valía personal, demostrada a través de generaciones. Los otros, que empezaron a ser llamados “los resentidos” por parte de sus oponentes, eran de la opinión que la estructura social, a pesar del progreso de los últimos tiempos, seguía reflejando el poder represor de las elites que condicionan ,y ponían todos los impedimentos posibles a la movilidad social ascendente, a través de mecanismos muy complejos y cada vez más sutiles, pero eficaces. Lo anterior se resumía en un apoyo incondicional de los miembros de ambos grupos a sus líderes respectivos, que, como si fueran boxeadores a a punto de ser noqueados, recibían en cada extremo del imaginario ring, todo tipo de apoyos y palabras de ánimo, uno para que continuara en su actitud dominante que bien se la merecía, y el otro, siendo reconfortado y estimulado a seguir en la brega a favor de sus derechos. La situación empezaba a resultar cómica, y nadie viendo el aspecto de la Sala de Juntas, podría imaginar que allí había tenido lugar algo más que un rifirrafe entre dos bandas callejeras. No faltaron, sin embargo, comentarios sesudos por uno y otro lado por parte de los más intelectuales, que buscaban apoyaturas a sus puntos de vistas en teorías socioeconómicas e incluso psicológicas. El grupo del Presidente Director General, argumentó que la actitud de sus contrarios no era nada nuevo, pues en el fondo no se trataba mas que de la actualización de la arquetípica  sublevación y muerte del padre por su hijos, supuestamente oprimidos, aludiendo también alguno de ellos a la filosofía del resentimiento, que ,según ellos, no era otra que la expresada por Marx, y que por lo tanto, la actuación del grupo disidente no dejaba de tener todas las connotaciones de una revuelta de las clases supuestamente menesterosas ante la autoridad establecida; y recalcaban lo de “supuestamente”, teniendo en cuenta que ninguno de los presentes tenía un sueldo inferior a los cien mil euros anuales, primas aparte. El grupo del Subdirector, contraatacaba reprochando al otro el haberse movilizado exclusivamente en defensa de sus privilegios ancestrales, basados en la opresión de las clases trabajadoras y con ello efectivamente, retomaban algunos aspectos del discurso marxista, aunque no faltaron alusiones a la Biblia en la figura de Abraham, al psicoanálisis freudiano y en concreto a un libro del sociólogo americano C. Wright Mills llamado “La elite  del poder”. Poco a poco los ánimos se fueron calmando, y muchos de los presentes acabaron sentándose de nuevo, posiblemente porque la tasa de alcohol en sangre había disminuido de forma notable, y los cerebros empezaban a sufrir un abotargamiento progresivo después de la euforia de los primeros momentos, a la que sin embargo podría achacarse, paradójicamente, el hallazgo de recursos semánticos por uno y otro lado, que en algunos momentos alcanzaron una brillantez en las que se echó de menos una grabación que pudiera servir de ejemplo para la oratoria mortecina y rutinaria del Congreso de los Diputados. Antes de abandonar la sala, Presidente y Vicepresidente lamentaron lo ocurrido, y se alegraron finalmente que algo de tipo estrictamente personal hubiera servido para poner de manifiesto la energía latente en el Consejo de Administración de la Entidad, esperando que en el futuro, esto serviría para dar a la misma un nuevo impulso en su capacidad de figurar definitivamente entre las punteras del sector. Los contendientes finalmente acabaron dándose la mano, y esperaron encontrarse en la próxima Junta, que tendría lugar en breve para aprobar definitivamente los presupuestos para el año siguiente. El Sr. Martínez, tras una breve consulta con el Presidente, y antes de que la gente empezara a desfilar, advirtió que muy posiblemente en la misma no habría copa, y por lo tanto ni vino, ni canapés, ni gambas.

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