miércoles, 1 de junio de 2016

AUTOBIOGRAFÍAS 5 (CHINAS)



Es temprano, apenas las siete de la mañana, pero como ya no tenía ganas de dormir, he decidido levantarme y ponerme en el ordenador a jugar a lo que se me ocurra, considerando el verbo jugar en el sentido más amplio que se pueda considerar. Desde abrir Word y escribir pequeños historias, a buscar información sobre los temas que me interesan y sobre otros que me tienen sin cuidado, pero que me hacen meterme en Google como si en ello me fuera la vida. Sin embargo, en los últimos tiempos me estoy aficionando a una nueva modalidad de utilización del hardware, y es su empleo como piano. Un tanto sui géneris, pero dado que tengo nociones de música, trato de interpretar Para Elisa, lo más simple de Beethoven, recurriendo a un empleo racional de las teclas agrupadas en unidades, que den la impresión de un teclado de piano, para lo cual, de una forma metódica, pinto algunas de blanco. Esto que llevo escrito por ejemplo, es el resultado en la pantalla, de una interpretación de la pieza en sí bemol, y no me está quedando nada mal, si usted que me lee encuentra coherente lo que estoy diciendo. Con más frecuencia, desde luego, me salen unos escritos espantosos sin ton ni son, aunque en ocasiones, una o dos líneas resultan de una bellaza delirante, momento en el que lloro y gimo quedamente, procurando no humedecer las teclas. Luego, una vez recuperado, prosigo con la composición que habitualmente recobra su sinsentido de inmediato, y hacen que me acuerde de Salvador Dalí y los caraduras que montan exposiciones del género y cobran la entrada. Además. Hoy, sin embargo, algo fuera del puro marco del ordenador, ha llamado mi atención. Se trata de una fotografía de familia numerosa que nos hicimos tres hermanos y mis padres, allá por los cincuentas. Excepto Julio, los demás parecemos próximos a componer un cuadro un tanto patético bajo la amenaza del fotógrafo de abrir fuego, algo que finalmente hizo y pasó lo que pasó. Nos cogió a todos con cara de pasmarotes ofuscados, próximos a los fusilamientos de Goya, sobre todo a mi padre con cara de guardia. José Luis tiene cara de chuleta perdonavidas un tanto somnoliento, mamá intenta sonreír pero se la ve un tanto lánguida y exangüe a la pobre, y Julito sonríe, ignorando los fusiles frente a él. Yo hago una mueca que pretende ser una sonrisa, pero en la que muestro descarnadamente mis orígenes orientales, posiblemente chinos o nipones. No cabe duda, debo ser un infiltrado, porque por más que busque detalles para desmentirlo, más se hace evidente que mis rasgos no proceden del homínido precámbrico ibérico, sino de una variante del homo erectus, que como se sabe fue quien originó las peculiares características del hombre asiático, de tez amarillenta y ojos rasgados. Esta constatación, me da alas para buscar en internet la posibilidad de cruzamientos imprevistos en la península ibérica, de hombres primitivos de diferente procedencia, de las que yo podría ser una muestra que haría palidecer los hallazgos de Atapuerca, y dejar al homo antecessor y los neandertales como dos insignificancias, comparadas con la antiquísima irrupción del hombre amarillo en la meseta castellana, como atestigua la fotografía delante de mis narices. Seguiré informando.

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