Para mí, qué
querés que te diga, solo existís vos y tu culo. Sí, podés añadirle si te gusta,
la trompita, esos labios carnosos que tenés y que desde el primer día que los
vi me hicieron suponer otras delicias, pero dejáme de momento concentrarme en
ese lugar que al verlo por primera vez, supe que no me haría falta otra cosa. Aunque
te dieras la vuelta y fueras una bruja o un dragón, yo aquello lo quería solo
para mí. Suponer mis manos masajeando aquella hermosura, y pensar en la
felicidad suprema fue todo uno. Claro que de mi
familia de panaderos me llega la afición por las harinas, pero no
importa, y estoy seguro que siendo un agente de seguros, fontanero o corredor
de bolsa, al ver lo que vos tenés, hubiera tirado mi carrera al carajo, y con
seguridad me hubiera dedicado a la
felicidad de tu popa. Y a mi propia felicidad, pues no puedo imaginar otro
lugar ni otro instrumento que me pudieran proporcionar tanta alegría y hacer
surgir tanto deseo. En ocasiones pienso que llegaste a mi vida en el momento
justo, cuando una despedida me tenía malherido, pero creéme, al verte y
calibrarte olvidé de inmediato ese dolor pasado, como si vos hubieras llegado
en el momento justo para sacarme de la cabeza a la otra, la que decidió que
aquél boludo estaba mejor armado o, andá vos a saber, que en ese sentido nunca
tuve dificultades, y mi natural modestia se equipara con el porcentaje
habitual. Vos me entendés. Sé que te puede herir verte considerada como un
objeto, pero te equivocás si lo pensás así, que afortunadamente cuando te diste
la vuelta y te vi por primera vez, supe que eras vos la que me estaba
destinada, pues ni rubia ni trigueña, totalmente morocha, y esa cara tan linda
que enseguida me sugirió otras excursiones, sabiendo que quien era así no podía
sino guardar secretos deliciosos para el hombre que la ama. Y ahora que ya me
conocés y puedo ser sincero, te diré que de tus ojos negros y tu boca enseguida
imaginé unos pechos firmes coronados de
unas areolas oscuras y grandes, en las que los pezones se ofrecían a mi boca como a la de un
lactante, sediento de vos misma. Que lo
pienso y me acuerdo de aquél día, y aun me entran escalofríos de placer, pues
raramente se ve uno enfrentado, de repente, a quien le sugiere tanto como vos a
mí aquel día. Luego es cierto, que los días pasaron y una vez establecida la
relación y consumada la pasión con un desenfreno diario, las cosas vuelven a su
curso habitual y se aminoran, y unos labios por muy sugerentes y ofrecidos que
sean, acaban siendo unos labios, y un pelo como el tuyo, negro azabache, por
más que siga valorándose su densidad y textura, acaba siendo un pelo no más, y
tus ojos oscuros de turca, que aúnan la
ternura y el fuego, serán siempre lindos, pero ojos al fin y al cabo. Y tus
piernas largas y bien torneadas, tus caderas como asas de ánforas griegas y tu cintura mínima. Y tus
oscuros pezones como ojos escrutadores cuya simple visión me provocaban una
especie de delirio, del que difícilmente podía regresar con el agua que,
riéndote, me arrojabas delicadamente a la cara para que los soltara. Todo ello,
apasionante, palidecía ante tu culo, que
me suscitaba solo con verlo, la sensación de sumergirme en un mar inacabable o en
un campo de algodón al sol de la mañana antes de que el de mediodía lo sofoque.
Atraparlo con las manos bien abiertas y acariciarlo lentamente con aceites
perfumados como si se tratara de una masa de harina, que solo espera la
levadura para fermentar y hacerse pan. Y no te digo abrirlo como a una fruta
madura, y encontrar allí, que sé yo, el Amazonas, el Paraná, el Orinoco, las
fuentes del Nilo, la perdición de los hombres, que solo buscan el regreso y
encuentran en esos humedales la puerta de acceso al paraíso. No te preocupés mi
amor, y pensés que algo ha variado. No me hagas gestos de tristeza porque
imagines que no te amo, bien al contrario, aunque debo reconocer que empecé al
revés de lo habitual, es decir por el culo, ahora es tu rostro el que no se me va de la cabeza.
domingo, 26 de junio de 2016
AGUJEROS
Que hayamos
decidido pasar cada cual las vacaciones por nuestra cuenta no quiere decir que
algo haya cambiado entre nosotros, María Luisa. Recuerda que siempre dijimos
que entre los novios, o las parejas, como a ti te gusta decir, siempre es conveniente
que corra un poco de aire, lo que finalmente colabora a que se sientan más
unidas. Me dices en tu último correo que te parezco demasiado taciturno, y que
a tu edad cuando ya se percibe el crepúsculo (perdona la cursilada, de mi
cosecha), son preferibles las personas optimistas que ven el futuro con
esperanza. Y siempre te dije que estabas en lo cierto, recuerda. Aunque luego
añadiera que siempre se han dado casos de quienes al saltar, antes de llegar al
suelo daban vivas a la vida y al porvenir, ignorando la resistencia del suelo a
ser penetrados por los cuerpos sólidos en caída libre en función de la altura.
Me dices también
que te parece increíble que siga llamando a mi perrita María Luisa, y aquí
tengo que recordarte una vez más que la conocí a ella antes que a ti, y que
haberla cambiado de nombre entonces no
hubiera sido demasiado ético. María Luisa, los animales son dignos de respeto,
y si yo le hubiera cambiado su nombre de la noche a la mañana, el nuevo le
hubiera resultado incomprensible después de tanto tiempo, y no me hubiera hecho
ningún caso, con grave riesgo de su propia vida en determinadas ocasiones (es
propensa a atravesar los pasos de peatones con el semáforo en rojo si yo no le advierto
antes. De los pasos de cebra ni te quiero contar). Lo que ya me parece por tu
parte verdaderamente cruel es que me digas que la mayor prueba de mi amor por
ti sería que la sacrificara y me la comiera en pepitoria, como si se tratase de
una gallina o un pollo. Ya sé que hace tiempo un japonés en París descuartizó a
su pareja, y se la comió después como testimonio de la veneración que la
profesaba, queriendo incorporarla a su sistema digestivo, pero ese no es mi
caso, teniendo en cuenta, además, que las cosas no se detienen en ese punto,
como sin lugar a duda sabes.
Por otro lado,
en tu correo me reprochas mi interés por los agujeros, y que me pase buena
parte del día leyendo ensayos sobre el tema, como si en la vida no existieran
otros más interesantes y menos morbosos. Creo, sin embargo, María Luisa, que
además de pecar de reduccionista, no te has detenido con la suficiente atención
en el significado de esa palabra, que como todas, no se detiene en sí misma,
sino que apunta a un objeto tan común en nuestra vida cotidiana. Y cuando digo
objeto, me gustaría que pensases que no solo es eso, sino también un concepto
que abarca otras realidades, algo mucho mayor que el que pudiera sugerir, por
ejemplo, la palabra “alcantarilla”, que no deja de ser un agujero muy largo.
Piensa en la caverna de Platón, por decir solo algo.
María Luisa,
cariño (y te hablo a ti y no a la perrita), tú sabes como yo, aunque nos duela,
que nuestros cuerpos, es decir nuestro organismo, está esencialmente compuesto
por agujeros. Agujeros que nos facilitan la vida y sin los cuales ni siquiera
nos habríamos conocido ¿lo imaginas? Piensa en ello libremente y sin escrúpulos,
que después de todo derivan de un falso concepto de la pureza, algo que no se
da en absoluto en el mundo que habitamos. Y tampoco en la fontanería. Por otro
lado, la pureza es un concepto que, sin indagar demasiado, tiene, en el sentido
que habitualmente se le atribuye en occidente, una connotación cristiana que ha
hecho de ella casi su paradigma, como si fuera el desideratum de la virtud.
Los agujeros, es
cierto, casi siempre remiten a “abajo”, posiblemente porque solo en la pura
tierra se da la posibilidad de su existencia. No se da tal posibilidad en los
espacios siderales, con independencia de los agujeros negros, pero eso, como ya
sabes se trata de otro cosa, y aquí te remito a la cosmología, la relatividad
general y Stephen Hawking, si quieres hacerte una idea aproximada. Sí, ya sé
que de los agujeros salen las alimañas que pueblan los bosques, y los tan denigrados
detritus, que, sin embargo, nos permiten seguir comiendo al día siguiente sin
demasiadas complicaciones.
Preferirías, me
dices, que me interesase por los cielos, ese lugar sobre nuestras cabezas del
que un día descendió el maná sobre el pueblo elegido, o del que se descolgaron
las llamas de la sabiduría sobre la cabeza de los apóstoles en Pentecostés, o
la paloma de la paz con su ramita de olivo en el pico, simbolizando la paz y el
final del diluvio. O en el que buscamos inspiración levantando la cabeza cuando
los problemas nos abruman. Pero ignoras un tanto cándidamente, que de él
proceden también la tormenta y el rayo que origina el fuego devorador que asola
las cosechas. Y el pedrisco.
Busca en mí
aspectos que nos acerquen y no te empeñes en encontrar los que nos distancian. De
ser así, cada día serán mayores las vacaciones que tengamos que tomarnos cada
cual por su lado, y el agujero entre nosotros, por hablar de lo mismo, se
tornará una sima insondable que ninguno seremos capaces de saltar sin correr un
peligro que se me antoja excesivo.
DISCURSOS
La ceremonia
tuvo lugar en el llamado patio de armas, lugar en el que desde tiempos remotos
se celebraban los actos estrictamente castrenses como los desfiles, y otros de
significado relevante. Como de costumbre, el jefe del establecimiento, una vez
finalizaron los actos habituales, tomó la palabra para cerrar el acto. Vestía
como el uniforme reglamentario de gala, que sorprendentemente para los no
acostumbrados daba la sensación de ser una mezcla de los de un general con
mando en plaza, un obispo en activo, y un campesino cogido al azar (detalle
solo perceptible en el uso de boina en lugar de gorra, y alpargatas). El hombre
se había situado sobre un estrado en una tribuna, en la que asistían al acto
los dignatarios de otros países y las altas autoridades nacionales. Además de su atuendo, sorprendió que de
entrada, y una vez situado en el sitio, tardara todavía unos minutos en
dirigirse a la concurrencia, como si con tal actitud quisiera provocar la
atención de sus oyentes, o tuviera alguna dificultad de cualquier índole para
abrir la boca. Finalmente, tras una pequeña carraspera, cuando la inquietud empezaba
a apoderarse de los presentes, el Comisionado (que también se llamaba así a
esta autoridad) hizo un vago gesto sobre su cabeza con la mano que blandía su
bastón de mando, como si de esa manera quisiera apartar de sí mismo alguna idea
contradictoria, y empezó a hablar. Dijo en principio tras saludar a la
audiencia, entre la que por cierto para nada nombró a las señoras, que el
hombre era un animal ridículo, que siempre lo había sido, y que en su opinión,
aún lo era más en aquellos momentos con la invención de la telegrafía sin
hilos, los ordenadores y los teléfonos móviles. Comprendía, dijo, que tuvieran
que celebrarse actos como el que les había reunido en aquellos momentos, pero
no porque verdaderamente estuvieran cargados de un sentido preciso, sino porque
con hechos como aquel la humanidad trataba que su existencia no fuera un
absurdo, evitando de tal manera la guerra permanente y los suicidios en masa.
Tales palabras,
que otros años eran escuchadas con indolencia que su trivialidad habitual,
generaron entre los asistentes un malestar evidente, que pronto se hizo patente
en un murmullo creciente a medida que el jefe del establecimiento avanzaba en
su perorata, teniendo sobre todo en cuenta de que no hablaba en su propio
nombre sino en representación del Presidente de la República, y que, por lo
tanto, sus palabras estaban cargadas con un significado más allá de la inanidad
de los discursos oficiales, sino que contaban con la aquiescencia de la máxima
autoridad del país, presente en el lugar más destacado de la tribuna de
autoridades.
A medida que el
discurso avanzaba haciéndose paulatinamente más enrevesado y prácticamente
ininteligible, el Comisionado comenzó a introducir una gesticulación exagerada,
que pronto se transformó en aspavientos, lo que como es natural hizo que lo de
menos fueran las palabras que pronunciaba, sino la singularidad de sus movimientos.
Estos parecían apoyar lo que manifestaba
no en cuanto a la literalidad de lo expresado, sino en el énfasis que ponía en
determinadas expresiones, que a los asistentes les resultaban imposibles de
descifrar. Detrás de la tribuna empezó a percibirse cierto movimiento de las
gorras blancas de los servicios médicos, sin duda a requerimiento de la
superior autoridad y posiblemente del Arzobispo de la archidiócesis, temiendo
que el orador pasara a mayores y confesara su ateísmo militante (del que
presumía en petit comité al poco de tomar la segunda copa) y su anarquismo
militante.
Para un
observador imparcial la reacción oficial iba a llegar demasiado tarde, dada la
actitud del individuo, que pronto se desprendió de la chaqueta y camisa del
uniforme y comenzó a golpearse el pecho con ambos puños. Era evidente que el
Comisionado había perdido los papeles, o en todo caso había adoptado la actitud
de un gorila macho ante un peligro o en época de celo, algo a lo que daba mayor
verosimilitud la amplia mata de vello oscuro y enrevesado que cubría su torso
por completo. Los Servicios Sanitarios, desafortunadamente para los espíritus
más cultivados y las señoras pusilánimes o de misa diaria, llegaron demasiado
tarde, y a pesar del revuelo que se originó en el estrado, aún se pudo ver al
Comisionado abriéndose la bragueta del pantalón del uniforme de gala, sacando
sus genitales y exhibiéndolos ante el respetable muy ufano al parecer de los
mismos.
La copa de vino
español que se dio a continuación a pesar del lamentable espectáculo, fue como
es natural mucho más interesante y movida que en años anteriores, y en ella se
llegó a comentar que aquel tipo debía estar efectivamente sufriendo un proceso
de metamorfosis acelerado de hombre a gorila, y no solo por su actitud y el
vello profuso en todo su cuerpo, sino por la pequeñez de su aparato
reproductor, más propio, por raro que parezca, de un espalda plateada que de un
varón adulto de origen caucasiano.
INGRESOS
He ingresado de
nuevo en el sanatorio. Esta vez ha sido de forma voluntaria. Les he dicho que
me mareo y se me va la cabeza, que es lo que suelo decir cuando siento que
empiezo a ponerme de mal genio. Y cuando digo “mal genio”, quiero decir, como
bien saben ellos, que en cualquier momento puedo perder los papeles y empezar a
hacer todo tipo de barbaridades. Barbaridades para los demás quiero decir, porque
a mí nunca me he causado el menor rasguño, aunque dice el doctor que no hay que
descartarlo en un futuro más o menos inmediato. Soy una persona rara pero no
tonta, y aprovecho la mínima oportunidad para enterarme de los que dicen a mis
espaldas. Realmente a lo mío se le pueden llamar ataques. No es algo que yo
pueda prever de antemano.
De todos modos, en el asilo o la residencia esta
donde siempre me traen no se está mal. Me
dan bastantes pastillas, pero la mayoría de las veces las tiro por el retrete o
hago que me las tomo pero las escondo en la boca y me deshago de ellas en
cuanto puedo. Lo que más me gusta de todo es el jardín. Hay muchos bancos donde
puedo sentarme a reflexionar y muchos caminos por los que paseo hasta agotarme.
Y muchos árboles, sobre todo abetos y eucaliptos, algo que agradezco y
aborrezco al mismo tiempo, pues dando sombra y cumpliendo las funciones que se
suponen a dos miembros distinguidos del
reino vegetal, me hiere profundamente que ambos sean de importación. Unos del
norte de Europa y los otros ni más ni menos de Australia, aquí al lado. Cómo si
en a península ibérica no tuviéramos una población arbórea autóctona. Chopos,
álamos, pinos, encinas y todo lo que usted quiera. Me desquicia porque creo que
la reforestación a la que fue sometido nuestro suelo se debe a intereses
monetarios vergonzosos. Cuando caigo en la cuenta estoy a punto de que me dé un
repente y plantarme en dirección para que se enteren. Puestos a ello, podían
haberse traído también algún koala que se alimenta de las hojas del eucalipto,
si no me confundo. O algún canguro. Después de todo, sus maneras no diferirían
demasiado de las nuestras, pues aquí quien más quien menos andamos de una forma
un tanto original. Y cuando digo original quiero decir lamentable, que quede
claro.
Claro que a
nuestros años tampoco se nos puede exigir demasiado, pues ya llevamos muchos
kilómetros en las piernas. Y al escribir esto me doy cuenta de cómo nuestro
lenguaje es debitario de nuestras aficiones. Yo siempre fui muy aficionado al ciclismo y
sin querer, ciertas expresiones acuñadas en él, se cuelan en mi forma de
escribir. Sea como sea, no estaría mal que nos permitieran desplazarnos en
bicicleta, al menos a aquellos que como yo aún estamos medianamente en forma.
Tendría su gracia una caterva de viejos trastornados con problemas de
deambulación, y aquí y allá otros tantos en sus bicicletas tratando de
sortearles. Además le daría mucha vida al ambiente un tanto melancólico del
jardín.
Pero no debo
engañarme con historias inverosímiles que a mí en el fondo ni me van ni me
vienen. Además no todo los internados son mayores. Hay gente de mediana edad,
gente joven, e incluso niños, algo que no llego a explicarme porque se trata de
personas con diferentes tipos de afecciones, que no creo que sea conveniente
que convivan en el mismo espacio con ellos. Entre los niños abundan los tristes,
unas personitas que a mí me enternecen porque dan siempre la impresión de estar
muy abatidos. Las enfermeras se empeñan todo el rato en que se muevan y se
rían, y no les dejan en paz proponiéndoles juegos que ellos parecen ignorar, o
enseñándoles continuamente unos juguetes extrañísimos que al parecer son el último
avance para el tipo de terapia que necesitan, aunque ellos no parecen estar de
acuerdo y no les hacen ningún caso o los tiran cuando se los dan. Los jóvenes
son en general todo lo contrario, y están permanentemente en un estado de
euforia, para el que les tienen que aplicar unas terapias radicales
consistentes en neurolépticos y charlas con los psicólogos de la institución y
el cura, que como es habitual les regaña y amenaza con todo tipo de males
futuros si no reaccionan como es debido y dejan de masturbarse. A los mayores,
normalmente nos dejan en paz y nos dan como casos perdidos con los que no
merece la pena intentar nada. Simplemente nos amontonan en unas salas enormes y
nos ponen la televisión. De todas maneras, existe un cuerpo de vigilantes que
cuando las cosas se ponen feas en cualquiera de los sentidos, intervienen con
los métodos previsibles en este tipo de profesionales. En su mayoría son ex
guardas jurados y vigilantes de discoteca reciclados, con lo que, en mi opinión
todo está suficientemente claro.
Algo que siempre
me llamó la atención, teniendo en cuenta que ingreso aquí un mínimo de dos
veces al año (y ya van más de diez), es que nunca he visto a una sola persona
de color, y mujeres raramente, por lo que no sé si son objeto de discriminación
o simplemente están menos locos que los hombres blancos.
En cualquier
caso a mí no me importa demasiado porque tengo la certeza que en unos días
vendrán a recogerme. El médico me suele llamar el día anterior y me dice que se
ha apreciado una notable mejoría en mi comportamiento, y que no tiene sentido
seguir allí más tiempo. Y que cuando esté
en casa no olvide de tomarme las medicinas que tanto provecho me han hecho, a
lo que suelo responder que no me las he
tomado, y que por lo tanto mi mejoría debe obedecer a otras causas. Él
invariablemente me dice que puede ser, se levanta, sonríe y me da la mano como
despedida. Sé que la razón verdadera es
que mi familia me echa de menos y me reclama. No pueden vivir sin mí.
.
LA OVEJA-LOBO (un cuento para Maya y Marcos)
Una oveja fue
abandonada muy temprano por sus padres entre una camada de jóvenes lobos. Era
de pelaje oscuro, así que pasó desapercibida entre los cachorros, aprendiendo
de ellos su destreza y valentía, incluso su ferocidad. La camada de pequeños
cachorros, acostumbrada a su presencia, no se cercioró de su diferencia
radical. ¡Ni ella misma en principio pudo darse cuenta!
Un buen día, ya
casi convertida en una auténtica oveja mayor, se sintió indispuesta. No estaba
realmente enferma, porque por más que la auscultaban y la dieran toda clase de
remedios no mejoraba. Decidió, por lo tanto, tomar el asunto en propia mano con
las pocas fuerzas que le quedaban, y caviló si su mal no tendría otro origen
que el puramente físico. Con alguna dificultad se encaramó frente al espejo, se
miró de frente y de costado, luego la cara muy de cerca, la nariz, los ojos, la
boca y los dientes “¡Qué raro -pensó- me parece que soy bastante diferente de
mis hermanos”. Intentó después, aprovechando que los otros habían salido de
caza, aullar como desde pequeñita le habían enseñado, y para su estupefacción
le salió un aullido extrañísimo, blando, pastoso. Algo que le hacía recordar
más a un ¡beeeeee! que a un ¡auuuuu! Se quedó aterrada ¿qué le pasaba? Era una
auténtica metamorfosis. De pronto, temblándole todo el cuerpo, se dio cuenta
mirándose aún más de cerca en el espejo, que sus ojos, su nariz, sus patas y su
pelo, pero sobre todo su boca y sus dientes tenían realmente muy poco que ver
con los de su familia.
Era extraña,
distinta; descubrió despavorida que era más débil… pero sobre todo ¡Oh, Dios!
¿cómo no se habían dado ellos cuenta? …¡era una oveja! Una oveja ¡cielo santo!
Justo lo que comerían los demás cuando regresaran de la caza, como tantas
veces. Pero ellos, hoy se iban a dar cuenta, descubrirían el secreto de su
enfermedad: su distinta naturaleza y su miedo. Desde pequeña se esforzó en
imitarles ¡y lo hizo tan bien que les engañó! Había sido un lobo-oveja astuto,
sagaz, arrogante, fuerte, ágil, valiente, y hasta sanguinario… pero ahora no
podría continuar siéndolo. Había llegado el momento que su alma escondida de
animal pacífico, bondadoso y débil había emergido por encima de todo su
aprendizaje.
“A toda prisa,
antes de que regresen –pensó para sí misma- debo huir de aquí, debo buscar a mi
gente, mi rebaño, mis ovejas…” Sacó fuerzas de flaqueza ante el temor de ser
definitivamente descubierta, y salió de la guarida por la entrada falsa ¡tanto
temía ser sorprendida por los lobos al regresar de la caza! ¡Y quizás con su presa preferida, una oveja
suave y blandita entre sus fauces! ¡Qué horror! El miedo le dio alas. Conocía
más allá de las colinas del sur algunos rebaños bien resguardados del lobo muy
en sus rediles, en donde los lobos no podían penetrar, pues, además, temían al
hombre como a la peste. Así que pronto estuvo en las inmediaciones de sus
hermanas ¡Hermanas! pensó para sí indignada ¡Yo hermana de esas desgraciadas
inútiles! Blandas, fofas, sin brío ni la fuerza que tanto admiraba en los lobos
¡Con esa mirada lánguida, estúpida, ese balido lamentable y su lanita en
bucles!
¡Béeeee!
¡Béeeee! El rebaño, aunque mantenía una actitud de cierto recelo y se movía
intranquilo, parecía dar la bienvenida a la recién llegada. Faltarían unos
metros para unirse a él, y sintió que una furia intensa le subía a la cabeza.
Su sangre de lobo despreciaba aquellos balidos miserables y vulgares ¡os vais a
enterar de quien soy yo! ¡Yo, un lobo curtido en mil batallas! Y para demostrarlo,
infló los pulmones y soltó un ruido extrañísimo, una especie de ¡béeauuuubée! Las
ovejas, incluida ella misma, se quedaron perplejas. Algunas, despavoridas, se
refugiaron rápidamente, otras, inquietas, dudaban en darle la bienvenida o
salir huyendo. Solo tres o cuatro, sin duda las más viejas y experimentadas,
permanecieron inmutables, y continuaron triscando los brotes que más les
gustaban tranquilamente. ¡Qué vejación! ¡Ya ni si quiera aullaba! Y de nuevo lo
intentó aún con más fuerza, pero no había solución. Su ¡béeauuuubée! dejaba
impávidas a las tres o cuatro mencionadas.
Se acercó a ellas
resuelta a ser respetada ¡Respetado! ¡Un lobo es un lobo! se dijo para sus
adentros ¡se van a enterar! Intentó todo tipo de amenazas, pero no dio
resultado en absoluto, hasta que al final se cansó y pensó en volver con los
lobos. ¡Si hasta ahora no la habían descubierto por qué iban a darse cuenta
ahora! Se puso en camino, pero al poco rato empezó de nuevo a sentirse enferma,
las patas le temblaban terriblemente y casi no podía tenerse en pie ¡qué
agotamiento! Se hallaba a mitad de camino ¿qué hacer? Decidió detenerse y pasar
la noche en un roquedal rodeado de matas que le servían de refugio y eran un
buen camuflaje.
Y allí
permaneció días y días, semanas, meses…En algunas ocasiones se acercaban hasta
allí los lobos, y ella en un esfuerzo supremo, lograba aullar dignamente y
mostraba tal agilidad y destreza que estos no sospecharon nada. Eso sí, se
enteró que algunos la llamaban “el lobo raro”, porque se había ido a vivir solo
abandonando la manada, que era lo natural y más conveniente para estar bien
alimentado. Incluso en alguna ocasión alguna de aquellas ovejas intrépidas que
no se amedrentaron cuando las visitó, se acercaron a su refugio y pudo darse
cuenta que no la temían en absoluto, lo que hería su orgullo de raza. ¡De raza,
de raza de raza!..¡Oh, Dios! ¿Qué raza? pensó. ¡Qué disparate! También se
enteró que entre las ovejas, que cada vez la visitaban con más frecuencia, la
llamaban “la oveja tonta” por no irse a vivir con ellas en la seguridad de sus
pastos bajo la protección del pastor.
El tiempo
pasaba, y ahora al problema de su identidad se añadía el de su soledad. Le
aterraba relacionarse con los lobos y despreciaba hacerlo con las ovejas. ¿Qué
hacer?
Continuará.
Escrito por el abuelo Carlos en 1981
LA OVEJA - LOBO final
Lo cierto es que el lobo raro o la oveja
tonta, como queráis llamarlo, permaneció mucho tiempo en su refugio, esperando
decidirse en uno u otro sentido. Sin
embargo, la verdad es que no le resultó sencillo, pues si unas veces se sentía
como un auténtico lobo, en otras su
corazón de oveja reprimida se manifestaba claramente, y deseaba incorporarse de
inmediato al rebaño. Sucedió, sin embargo, que un día se presentó el pastor, que
estuvo un buen rato allí intentándose comunicarse con ella. Le acompañaban una
de las ovejas que no la temían, y un perro al que había visto en ocasiones
guardar al rebaño. Un San Bernardo. Finalmente, el pastor, a pesar de la
resistencia que ella mantuvo durante un rato, logró echarle una soga al cuello
y llevársela con él, pues según parecía deducir de los gritos que daba, pretendía
que le ayudara.
Aunque al
principio no le pareció entender nada, pronto tuvo claro que el pastor quería
aprovecharse de sus dos naturalezas, que finalmente no parecían ser
incompatibles para lo que él pretendía. Como lobo, ejercería las funciones de
perro guardián, y como oveja actuaría en cada momento tratando de comprender las
reacciones del rebaño sin ser excesivamente agresivo, al comprender las
motivaciones de sus hermanas para actuar a su manera. El perro que era
inteligente y bastante entrado en años no puso ninguna objeción ni se mostró
celoso, por lo que a partir de aquel momento los dos colaboraron en el cuidado
del rebaño. En algunos momentos cuando veía a la manada de antiguos compañeros
merodear por la zona para ver si alguna de las ovejas se despistaba, dejaba
actuar al San Bernardo que a pesar de su edad tenía las suficientes malas
pulgas como para mantenerlos alejados. Así fue como la oveja abandonada logró
conciliar sus dos naturalezas tan opuestas, y logró el respeto de ovejas y
lobos, que por raro que pueda parecer en secreto llegaron a envidiarla.
DESCAMPADOS
Me encontraba
solo en un descampado de las afueras de una población, a la que hacía un rato
había llegado en un tren procedente de la meseta. Parecía el lugar idóneo para
encontrar lo que buscaba, y el único, pero grave, problema que tenía en esos
precisos instantes, era que no me acordaba de qué se trataba. Sin duda de algo
muy importante para mí, pues de otra manera no me hubiese molestado en viajar.
Como por más que lo intenté no fui capaz de ello, acabé sentándome en el suelo
con un cuaderno en el que iba apuntando los posibles objetivos de mi búsqueda.
Cuando estaba en
plena faena, pasaron cerca de mí dos señoritas que a primera vista parecían
azafatas de aviación por el uniforme que llevaban, que incluía un gorrito azul
con unas alas zurcidas en su parte delantera. Sentí la tentación de preguntarles
si a ellas se les ocurría alguna idea que pudiera ayudarme, pero como no me
hicieron el menor caso y no quise hacer el ridículo, no me atreví y seguí
trabajando. Lo hice de forma metódica y por orden alfabético. Cuando llegué a
la O, no dudé en escribir “oro” en primer lugar, pues aunque lo cierto es que
hoy en día ese metal está bastante devaluado para lo que fue en otra época,
tampoco era cuestión de ponerse exquisito. Pensemos en la fiebre del oro
americana: cuanto sacrificio y cuantas vidas. Pero no debía tratarse de eso,
porque además no tenía ningún utensilio que pudiera servirme de ayuda, que
sería lo lógico en tal caso. Qué menos que una piocha. Al comenzar la P, de
inmediato escribí “perla”, pero me di cuenta que buscarlas allí sería totalmente
absurdo porque no estábamos en el fondo del mar, y lógicamente no hay ostras en
otro sitio. Ostras vivas, quiero decir, impensables en aquel lugar aunque en su
día pudiera haber formado parte de la Atlántida.
Descansé un buen rato tratando de recobrar el
resuello. Estaba nervioso y muy agitado, y traté de relajarme contemplando el
horizonte, una línea un tanto difusa con elevaciones, crestas y depresiones,
sin duda debido a turbulencias atmosféricas en la lejanía. O quien sabe si a
las ondas gravitacionales llegadas del cosmos, algo que al parecer estaba muy
de moda, y cuya presencia, sin embargo, acababa de ser desmentida después de
confirmarse su hallazgo tan solo unos días antes. No importaba. Quizás se trataba
de mi vista. Finalicé la libreta sin resultados prácticos. No se trataba de
ninguno de los elementos de la tabla periódica de Mendeleiev (que siempre llevo
conmigo), ni de cualquier otro compuesto líquido, sólido o gaseoso. Ni por
tanto del petróleo, mineral fósil acumulado por los restos del krill en los
fondos marinos a través de los eones, cuya presencia subterránea en aquel lugar
sería perfectamente inútil para mí en aquellos momentos, no siendo yo en
absoluto espeleólogo ni nada que se le parezca.
La solución debía estar por lo tanto por
encima del suelo, y me puse a cavilar de qué podría tratarse aparte del oxígeno
que, afortunadamente no escaseaba a pesar de la elevada temperatura. Cuando
estaba en esas, vi acercarse a buen paso a un tipo que braceaba ostensiblemente
y miraba en todas direcciones como si algo le inquietara o si, como yo, no
tuviera demasiada idea de donde estaba. Pensé que se iba a dirigir a mí pues
casi me arrolla, pero pasó a mi lado a
toda velocidad sin ni siquiera mirarme, por lo que empecé a pensar que solo
cabían dos soluciones. O bien aquellas personas eran cortas de vista, o mi
presencia era tan insignificante que me hacía prácticamente transparente. Por
cierto, aquel tipo también iba vestido con el uniforme de una compañía aérea,
por lo que llegué a plantearme si no se trataría de un avión siniestrado en aquel
páramo. Algo que descarté de inmediato porque sin lugar a dudas ya habría oído
pasar a los bomberos, que no se distinguen por su discreción, y visto la típica
columna de humo elevándose hacia el cielo. Y, sin duda, a los helicópteros de
emergencias.
La presencia de
estas personas, la interpreté poco después como una metáfora de que lo que
buscaba debía efectivamente de encontrarse en el aire, lo que me dio nuevas
energía para seguir intentando descifrar aquel misterio. Quizás la
despreocupación de los visitantes hacia mi persona era debida a que me veían
como a un rival, alguien a quien no se debía dar ningún dato, tratando de pasar
lo más desapercibidos posible. Quien sabe si éramos los concursantes de un
programa de televisión con una misión específica que cumplir, y cada cual debía
apañárselas por sus propios medio. Claro que en tal caso también era casualidad
que los concursantes fueran todos de una compañía de aviación, aunque con la
crisis y las reducciones de plantilla cualquier cosa era posible.Lo absurdo de
mi situación me hizo pensar si el objetivo de mi búsqueda podría ser de otro
tipo. Era posible que mi pretensión, en esos momentos olvidada, fuese
convertirme en un anacoreta, y mi visita a aquel páramo una oportunidad única
que no debía desaprovechar. O simplemente, ante el vacío de mi existencia, un
impulso súbito me había empujado a buscar mi vena poética en un paraje tan
desolado. Todo era en aquellos momentos posible.
Desgraciadamente
cuando me hallaba cavilando sobre estas extrañas posibilidades, vi a lo lejos a
los tres aviadores acercándose a la carrera, dando voces y haciendo aspavientos,
indudablemente agitados y nerviosos. A unos pocos metros de mí se detuvieron, y
cuando me dirigí a ellos para saber qué pasaba, el hombre se adelantó unos
pasos señalándome, y gritó en dirección a las chicas, “sin duda se trata de
este”, para de inmediato sacar una pistola del bolsillo y apuntarme con ella.
¿Tienes algo que
alegar? me preguntó. Ante esta nueva
vuelta de tuerca de mi situación, no supe qué responderle, y lo único que en
aquellos momentos se me ocurrió fue pensar que verdaderamente era una lástima
que una situación, que hasta esos momentos tenía todas las apariencias de un
vodevil surrealista, fuera de inmediato a convertirse en una tragedia de la
cual yo era la víctima, aunque posiblemente ese era el único sentido de mi
presencia allí.
TOBÍAS
Tobías es un
tipo muy raro, y si tiempo atrás se le podía encontrar en cualquier lugar
abandonado de la mano de Dios, hoy sucede todo lo contrario. Sería inútil
tratar de dar con él en un desierto o un páramo. Ni siquiera en un descampado.
Y menos aún en unas tierras baldías, que diría el cursi de T.S, Elliot. De
repente adora la presencia de otros, y
lo normal es verde rodeado de amigos o perdido entre la multitud.
Frecuenta por lo tanto las grandes avenidas
abarrotadas de gente, las aglomeraciones y los fines de semana las grandes superficies y
los centros comerciales, donde se le puede observar entre la multitud con cara
de arrobo, casi de éxtasis: hasta tal punto llega su querencia por las masas,
su adoración por los otros cuerpos, sin importarle que le sean totalmente
ajenos. Se une a todo tipo de manifestaciones, donde para él lo de de menos es
su significado o lo que se reivindique, si es que se reivindica algo. Le es
suficiente la cercanía de los otros y el calor animal de la multitud
arrastrándose por el asfalto, donde llega a gritar consignas que verdaderamente
le tienen sin cuidado. Se le ha visto en manifestaciones de la extrema derecha
y del partido comunista alternativamente el mismo día, y en ambas con el mismo
fervor, ignorando sus acompañantes que realmente a Tobías le importa un rábano
el honor de la patria, el exceso de emigrantes o el porvenir de la clase
obrera.
El asunto es
sentirse acompañado, disfrutar de la sensación de formar parte de la masa, ser
un solo cuerpo del que se disfruta con la fruición con la que uno puede mirarse
al espejo un día en que se esté especialmente bien consigo mismo. En ocasiones,
sobre todo en épocas en la que la conflictividad social es elevada, no da
abasto para asistir a todo tipo de reuniones y mítines, en las que en algunas
ocasiones llega a tomar la palabra y suelta una arenga sin demasiado sentido,
que suele dejar sorprendidos a los pocos participantes que le presten atención,
por lo novedosos de sus términos y su difícil encaje con las circunstancias.
Es por lo tanto
normal hallarle también en maratones y carreras populares, en las que para él
lo de menos es el rendimiento, por lo que ya desde el principio, ayudado sin
duda por sus escasas condiciones físicas, se deja caer a las últimas
posiciones, donde se arrastra con la satisfacción de haber participado, y
aprovecha la situación para disfrutar del hecho de formar parte del nutrido
pelotón de cola. Aprovecha también esas situaciones (cuando su aliento se lo
permite), para mantener breves conversaciones con sus acompañantes, a los que
trata de hacer ver la maravilla que supone participar en deportes colectivos, y
su desdén por los excesivamente individualistas, entre los que destaca una
desmesurada fobia al tenis, por razones no del todo claras. Su afición por el
deporte le hace participar desde la grada en los grandes acontecimientos
deportivos, a los que raramente falta, y en los que en algunas ocasiones se le
ha visto con las hinchadas más furibundas, concretamente los ultrasur del
Madrid y los boixos nois del Barcelona.
En verano
frecuenta exclusivamente las playas más concurridas, donde se ubica
preferentemente en las cercanías de los grupos familiares más numerosos,
disfrutando inmensamente de la proximidad de los bañistas, e incluso del sudor
y los efluvios de las cremas solares, que se elevan sobre la muchedumbre como
un manto de fácil percepción pero de dudoso gusto. Siendo soltero, suele comer
en restaurantes de segunda, e incluso en
chiringuitos de precio módico, donde disfruta de la presencia masificada de la
gente, aunque le resulte complicado abrirse paso hasta la barra, donde suele
conformarse con un sándwich vegetal o un bocadillo de embutido o de jamón y
queso, acompañados de un vino de la casa. Es uno de los mayores placeres que
suele ofrecerse, y raramente se sienta solo en el comedor, por mucho que los
camareros (ajenos a su recién adquirida idiosincrasia) insistan en la comodidad
que tal situación comporta.
Tobías sin duda ha cambiado. Ya no es aquel
solitario que nos tenía a todos en vilo, y por el que en más de una ocasión,
hubo que organizar partidas para rescatarlo de la soledad de los picos más
agrestes o de los desiertos más inhóspitos. Todos nos congratulamos ahora acompañándole,
como si se tratara del desenlace feliz de una situación que en muchos momentos
nos llegó a inquietar. Aunque, si todo hay que decirlo, algunos comienzan a
decir sotto voce, que su actitud actual tampoco resulta del todo normal. Veremos
que nos depara finalmente este individuo. Quien sabe si todavía tiene un as
escondido en la manga, y nos sorprende cualquier día con un cambio de rumbo
inesperado.
sábado, 25 de junio de 2016
INSTRUCCIONES PARA CERRAR LOS OJOS
Antes de
empezar, quiero que vaya por delante una advertencia para los no avisados: las
instrucciones a las que se refiere el título de esta nota pueden ser
redundantes o inútiles, pues los llamados ojos suelen cerrarse por sí mismos
sin ninguna ayuda especial. Todo el mundo tiene la experiencia los días en los
que no es asaltado por el insomnio, de que los párpados clausuran el estado de
vigilia con una naturalidad que haría trivial el empeño que uno ponga en ello.
Claro que ya
aquí cabe hacer otra advertencia para continuar con pleno sentido. Para
verificarla y facilitar la conclusión, colóquese frente a un espejo (no hace
falta que sea de cuerpo entero), y trate literalmente de “cerrar los ojos”.
Comprobará de inmediato su imposibilidad, ya que, en todo caso, podrá cerrar
los párpados, pero los ojos permanecerán igual a sí mismos independientemente
de su deseo. Como mucho, podrá observar en ellos en ciertas variaciones según
la bilis que en ese momento le habite, que le hará mirar de una u otra forma, debido
al parecer a la variable concentración de conos y bastoncillos (solo observables
por un oftalmólogo). Podrá también mirar hacia arriba, hacia abajo o al bies,
según su antojo y su cordura. Las puertas, sin embargo, sí se cierran, al poder
ser colocadas ellas mismas en diferentes posiciones, algo que sin embargo no
está entre las habilidades de los ojos, incapaces de voltearse, y como mucho
dotados de la facultad un tanto inútil que uno tenga de hacerse el bizco
mirándose la punta de la nariz. O hablando con propiedad: de hacer el idiota.
A todo esto
podría añadírsele otro fenómeno que, dada la velocidad a la que tiene lugar,
nos pasa en general inadvertido. Se trata, como todo el mundo sabe, del
parpadeo. Esa facultad de gran parte de los animales mediante la cual se
humedece la superficie de los ojos al tiempo que, como si se tratara de los
limpiaparabrisas de un vehículo en los días de lluvia o niebla, mantienen
limpios los cristales. En cualquier caso, y a modo de excurso, me asalta aquí
una duda ¿les sucede lo mismo a los insectos? ¿limpian ellos de la misma manera
sus ocelos? Y en caso negativo ¿por qué? No voy a consultar la enciclopedia ni
a meterme en google. Quizás son menos coquetos o aseados, y no le importa dejar
al albur de las circunstancias tal cometido. Quien sabe. Para una araña, con
ocho ojos, tal cosa supondría un verdadero engorro. Pero estaríamos hablando de
un artrópodo.
Y volviendo a nuestra
especie, se puede afirmar que con dedicación y cierto empeño, sí podemos ser
conscientes del parpadeo de nuestro interlocutor (difícilmente del propio),
pero para ello debemos mirarle a los ojos fijamente, lo que al cabo de pocos
minutos puede dar lugar a una situación conflictiva. Hacerlo, según los
psicólogos conductistas, solo puede significar dos cosas, atracción o desafío,
y tales afectos (en el amplio sentido de
la palabra) se dan en contadas ocasiones. Sabiendo esto, que cada cual
considere el riesgo que corre si persevera en su experimentación, pues en algunas
circunstancias, tales situaciones puedan terminar a todo correr en la
habitación de unos apartamentos por horas, o en el sentido contrario, en el
campo de honor, que tiene menos gracia.
Cerrar los ojos
no es pues algo tan simple como podía parecer a primera vista (incluso con los
ojos cerrados, valga la paradoja), y si en ocasiones la dificultad se debe a
una pura cuestión mecánica, otras ha de considerarse estrictamente como
metáforas, sobre las que volveremos más adelante.
Dos afecciones oculares
de diferente gravedad pueden corroborar estos hechos en el primero de ambos
casos. De entrada debemos considerar la blefaritis, inflamación en general leve
del tejido conjuntivo alrededor de los ojos, pero con consecuencias poco agradables,
entre las que se cuenta la dificultad de despegar los párpados (sobre todo por
la mañana). Y a pesar de que sería lo indicado, no me parece apropiado ponerse
aquí a hablar de legañas. En los casos más llevaderos, se trata de aplicar
jabón diariamente (a poder ser con ph neutro o champú para bebés). La miastenia
gravis, sin embargo, es otra cosa, pues la debilidad muscular no solo afecta a
los párpados sino a todo el cuerpo. Quien la sufre, aparte de muchas otras
dificultades, se verá con la engorrosa sensación de no poder tener los ojos
abiertos porque los párpados se cierran a pesar de la voluntad que ponga en
sentido contrario. Para estos enfermos, “cerrar los ojos” tal como se entiende
habitualmente puede parecer un sarcasmo, puesto que ellos por sí mismos ya
tienden a hacerlo sin ningún necesidad (y sin tener sueño el propietario).
Para continuar y decir algo que no se quede en
un mero juego de palabras o humorístico, digamos que en estas instrucciones
deben considerarse algunos factores que faciliten el hecho al que nos
referimos, dejando de lado matices o sutilezas verbales. Cerrar los ojos
precisa antes de nada, de una voluntad que lo facilite, y tal cosa puede darse
en circunstancias de la vida que no solo se refieran al lenguaje figurado (las
metáforas mencionadas con anterioridad), algo que, sin embargo, todos hemos
empleado alguna vez. “No quiso verlo y cerró los ojos”, es una expresión que pertenece
al lenguaje popular. En otras ocasiones se nos recomienda fervientemente lo
contrario, “permanecer con los ojos bien abiertos”. Esta facultad, y es obvio
que se trata de otra metáfora, se hace una sorprendente realidad en ciertos
individuos, capaces de permanecer sin parpadear durante largos períodos de
tiempo. Hablamos de los psicópatas, gente poco recomendable, a pesar de que
cierta literatura los describa como poseedores de una “mirada penetrante”. Ante
casos así, procure poner tierra de por medio lo antes posible. Estos tipos son
capaces de pasarle a cuchillo, y punto seguido pedir una cerveza y una ración
de gambas en el establecimiento que tengan más a mano sin ningún remordimiento.
Cerrar los ojos,
y ya hablamos aquí de un acto que requiere una implicación personal de quien lo
haga, exige, como sin duda se dará cuenta si lo intenta, el empleo de un buen
número de los músculos de la cara, especialmente la frente y las mejillas. Este
hecho hace que sea empleado por algunas personas sabedoras de que tal cosa le
da al rostro cierta vis cómica muy divertida, y si no recuerdo mal fue
utilizado con frecuencia por la actriz americana Shirley Mclaine en alguna de
sus (cuando lo eran) divertidas películas. Surte más efecto si se hace varias
veces seguidas y se arruga la nariz al mismo tiempo. También ha sido muy utilizado
por algunos payasos. Con otro objetivo, los niños lo emplean a veces en el
famoso juego del “veo veo” (*).
Hay personas que
en lugar de cerrar los ojos se los tapan con las manos en situaciones azarosas
y en algunos juegos de sociedad en los que sin embargo se suele hacer trampa
dejando que los dedos adquieran una soltura indebida para ver entre ellos como
si se tratara de una rejilla. Para entrever.Hay, sin embargo, una situación muy
específica en la que realmente cerrar los ojos es una misión imposible, por
mucho empeño que el supuesto interesado pudiera poner en ello. Se trata de los
cadáveres, personas que sin duda en su inmensa mayoría querrían continuar con
ellos abiertos y no perderse nada de lo que sigue aconteciendo a su alrededor,
pero a los que desgraciadamente la voluntad les ha abandonado definitivamente.
Mala suerte, chico/a, puede que les diga el alma benemérita que se los cierre,
queriendo ignorar que tiempo adelante ella misma será la protagonista (pasiva,
claro está). Llegados a este punto, el lector comprenderá que no haya mucho más
que decir, pues con la situación mencionada se clausuran todas las
posibilidades futuras del interesado. Si acaso, a modo de colofón, dedicar un
afectuoso recuerdo a los tuertos, y a todos aquellos que por enfermedades o
desafortunados acontecimientos quisieron clausurar sus ojos motu proprio
mediante algún artificio. Destacar, en este sentido, a la princesa de Éboli y
su famoso parche, y a los fotofóbicos, parapetados permanentemente tras unas
gafas casi opacas, aptas incluso para contemplar los eclipses de sol.
(*) Esto no es
totalmente cierto, pues las manos se suelen poner sobre los ojos ya cerrados,
algo que puede parecer redundante, pero que es recomendable. Pruebe usted a
hacerlo con los ojos abiertos y verá que no resulta agradable. Otro tanto podría
decirse de “un, dos tres, al escondite inglés”.
La “gallinita
ciega” y la “piñata” son otra cosa, precisan de un pañuelo o una venda.
INSTRUCCIONES PARA BEBER
Como todo el
mundo tiene una idea bastante aproximada de lo que se quiere decir con el
título que encabeza estas líneas, no nos entretendremos tratando de explicarlo,
pues aunque es posible que haya un porcentaje que no lo tenga claro, no sería
significativo. Estando de acuerdo en esto, puede, sin embargo, existir gente
que dude del significado exacto de lo enunciado, porque una cosa es
estrictamente beber, y otra “empinar el codo”, como popularmente se dice. En
cualquiera de ambos casos, nos atrevemos a afirmar, que lo que debe hacerse en
esa tesitura es beber algo en estado líquido, quedando prohibidos los sólidos y
los materiales gaseosos. Y esto de ninguna de las maneras puede considerarse
una discriminación, sino debido a la estructura de de la garganta y el aparato
digestivo, pero sobre todo, a los diferentes estados de la materia sobre la
superficie del planeta y su utilidad para los seres que lo habitan. Otro
aspecto que cabe aquí considerar, antes de meternos en la cuestión a fondo, es
que una vez que se decide beber, debe evaluarse de antemano la viscosidad del
líquido (que no llegue a la de la silicona, por decir algo evidente), y que no
sea venenoso, por lo que se desaconsejan la lejía, el amoniaco, y en general,
los líquidos desatascadotes, el matarratas. Y el sidol. Dicho esto a modo de
advertencia previa, podemos seguir adelante con la seguridad de no haber
inducido a error a los lectores que creyesen que podían beber cualquier tipo de
líquido, con independencia de su composición. Y no es así, por lo que se ruega
encarecidamente que tampoco beban ácido sulfúrico.
Para empezar
vaya por delante que para beber debe usted tener boca, algo que puede comprobar
de varias maneras, como por ejemplo, llevándose una mano hacia la zona de la
cara, debajo de la nariz, donde suele estar ubicada, y empujando varios dedos
hacia adentro. Si logra penetrar, está claro: sí la tiene, aunque para ello
haya tenido que apartar los dientes. Otra forma posible es mirarse al espejo,
separar los labios, y comprobar que existe un agujero. Si es así, no le dé más
vueltas: se trata de eso. Otra manera posible, sería verificar si sabe hacer lo
que en el diccionario de la Real
Academia de la Lengua (y otros) define como “tragar”. Para ello debe realizar
una serie de movimientos (parecidos al peristaltismo intestinal) al fondo de
esa estructura que acabamos de mencionar, y comprobar que “sucede algo” en la
parte delantera del cuello. Bien, pues a eso se llama tragar, acción
fundamental para poder beber y para cualquier otro tipo de deglución. En los
varones tal cosa resulta más sencilla al estar dotados de una nuez prominente,
y resultar más visible el fenómeno. En cualquier caso, si quiere ahorrar tiempo
y movimientos innecesarios, pruebe, por ejemplo, a decir “veintisiete”, si lo
logra, no lo dude: usted tiene boca. Incluso si solo acierta a decir “mu”, como
al parecer suele ser su costumbre. Si a pesar de todo, no quiere soportar las
mínimas molestias de cualquiera de las acciones mencionadas más arriba, trate
de recordar si esta mañana ha desayunado. En caso afirmativo: boca confirmada.
En otro caso, no se alarme y proceda según lo indicado, teniendo en mente que
en el peor de ellos podría ser hidratado por sonda.Y para terminar este
apartado, le recordamos que la boca tiene labios, dientes, lengua, cielo de
paladar y úvula, pero no se demore observándolos, porque a poco que lo haga
podría morir de sed.
De todas
maneras, como ya se apuntó más arriba, puede no tratarse de beber strictu
sensu, sino de su necesidad imperiosa de darse una alegría a base de alcoholes
en cualquiera de sus formas, ya sean por maduración o destilado. En ese caso
sepa que verdaderamente “beber” se emplea como una metáfora de su significado
primordial, aquel que se refiere al hecho de introducir agua en nuestro organismo
para seguir vivos. Para evitar confusiones, en determinados países de América
latina, cuando se trata de esta modalidad, se opta por el verbo “tomar”. De
todas maneras, trate de no confundir el agua de manantial con la ginebra, el
resultado en caso de una ingesta masiva y precipitada de una botella de esta,
le puede llevar a Urgencias con diagnóstico incierto. Fíjese en la etiqueta,
suele figurar bien claro. En caso de beber agua del grifo no hay problema,
porque no es habitual que el Canal suministre líquidos aguardentosos por esa
vía. Sepa, en cualquier caso, que en las canalizaciones al efecto, viven (y, al
parecer, disfrutan) millones de bacterias que puede resultarle perjudiciales si
no está habituado. Se desaconseja vivamente beber directamente ( a morro) del
grifo, porque en sus proximidades las susodichas parecen estar más alteradas y
ser más peligrosas (y lo mismo podría decirse de las cantimploras poco
utilizadas).
También pueden
ingerirse otros tipos de líquidos beneficiosos para el organismo, siempre que
sean tomados en cantidades discretas, a saber: refrescos de distintos sabores,
té, infusiones variadas como el poleo, el mate, la manzanilla, y el café. Con este
sin embargo ha de procurar ser comedido, si quiere irse a la cama sin riesgo de
insomnio y la tensión por las nubes. Y lógicamente coca-cola envasada o a
granel, en cualquiera de sus modalidades. Si el líquido resulta ser
estrictamente blanco, casi con toda seguridad se trata de leche, un extraño
producto que se obtiene de las vacas jalando con energía de sus ubres, algo que
se ha vuelto habitual en Occidente desde hace centenares de años,
convirtiéndose así sus habitantes en los únicos seres vivos que siendo adultos
hacen tal cosa. Pregúntele a los leones, si tiene alguna duda. Los japoneses
también son reacios a hacerlo a pesar de la presión a la que son sometidos por
las industrias lácteas en la actualidad, pero afortunadamente prefieren
quedarse son su bebida nacional, el sake. Y ante el peligro en ciernes, parece
que el emperador se va a dirigir a la nación para que persevere en la
veneración de sus tradiciones nacionales: los samurais y los kamikazes. Pero
sobre todo, ese ancestral licor, que tantos héroes ha proporcionado a la nación
del Sol Naciente (y sin el cual es posible que los anteriores no hubieran
existido).
INSTRUCCIONES PARA AMAR
El título de
este artículo puede parecer una contradicción, puesto que el amor para la
mayoría de la gente es algo natural, que ni se aprende ni puede ser enseñado.
Pero eso es algo que las líneas que siguen tratarán de demostrar que es falso,
o que, teniendo un punto de verdad, no es toda la verdad. Hablar de amor es
decir palabras mayores, y sin embargo es algo en lo que casi todo el mundo se
cree un experto, y de lo que es capaz de hablar casi sin límites. Sin embargo,
en mi opinión, se trata de un sentimiento muy complejo que en general trata de
reducirse a algunas emociones que sentimos a lo largo de nuestras vidas. Por
ello creo que es fundamental establecer pronto unos criterios para saber que
cuando hablamos de amor, estemos hablando de lo mismo. Lo que decía Raymond
Carver en el título de su libro (una colección de relatos) “De qué hablamos
cuando hablamos de amor”.
En mi opinión se
ha tendido a trivializarlo, incluyendo bajo ese concepto toda una gama de emociones
que pueden estar muy alejadas de su verdadero sentido (si es que existe). Pero
hay que ir poco a poco. Por mi parte, adelantaré que el amor es un sentimiento,
es decir un afecto muy elaborado que sale de uno y se deposita en un objeto
exterior, sea este cual sea (aunque ¿puede uno amar a un gato? ¿y a un árbol?).
Amar implica por lo tanto una relación (es un verbo transitivo), pero una
relación compleja, por más que en el lenguaje popular se hable con frecuencia
del “amor a primera vista”, que debe ser otra cosa. El amor no es un instinto,
y en ese sentido podemos llegar a afirmar que los animales no “aman”, sino que
simplemente “necesitan”. Su cerebro es muy elemental y está centrado en la
supervivencia. Nuestras mascotas posiblemente nos “adoran”, pero lo hacen
porque han creado una dependencia muy fuerte de nosotros, en la que se juegan
nada menos que sus vidas.
Estoy seguro que
aquí mucha gente disentiría de mí. Posiblemente dicho así lo que acabo de
expresar es una simplificación, pero no le dé de comer a su perro durante días
o trátele a patadas y verá cuanto tiempo tarda en buscarse otro amo (si lo
encuentra, y sin que esto se interprete como una aprobación de los malos
tratos). Aquí entramos en la famosa dicotomía amor/necesidad que tantas parejas
tratan de dilucidar a lo largo de los años: ¿me quieres o me necesitas? Ni que
decir tiene que quien pregunta espera que le digan que le quieren, porque en
otro caso sentirá que el otro no está con él/ella por lo que “es”, sino por lo
que le “proporciona”. La necesidad aparece por lo tanto, en este tipo de
relación bajo sospecha, cuando sin embargo es, en principio lo más básico.Un
bebé no quiere a su mamá, aunque suene fuerte decirlo; esencialmente, la
necesita (de una forma parecida a como las mamás le necesita a él, misterios al
parecer de la oxitocina, si no recuerdo mal). En cualquier caso, esta mala
prensa de la que goza la necesidad debe tener su origen en la enorme influencia
que ha tenido el amor romántico (amor novelesco, etimológicamente), en
comparación con el cual, cualquier otro tipo es menos considerado. La cantidad
de tinta que se ha vertido, y de imágenes y música que se han creado en base a
esa relación tan especial, que se genera cuando uno está bajo la influencia del
llamado enamoramiento (esa sensación de felicidad exultante que algunos
experimentan, y que Freud definió como un tipo de enfermedad). De todas maneras,
creo que la tan denostada necesidad, bajo ese punto de vista, es fundamental, incluso
más importante que el amor, porque está en la base de la supervivencia, sin la
cual ni siquiera este se podría dar. Resumiendo para acabar con esta dicotomía,
creo que se puede decir que cada uno de ambos conceptos tiene su campo de
aplicación, y que mientras la necesidad es la base, el amor es un complemento
magnífico, pero que puede no llegar a acontecer
en la vida de muchas personas.
A lo largo de
los años se ha entendido como amor a una serie de emociones diferentes que se
experimentan frente al otro, lo que hace difícil que pueda ser definido con
precisión. No todos los afectos positivos son amor, y por eso resulta
sospechoso lo que con frecuencia se observa en determinadas personas que
manifiestan su amor a la humanidad, como si tal cosa fuera posible (tiene
gracia lo que dicen algunos artistas en el escenario después de los aplausos
“¡os quiero a todos!”). Uno solo puede querer a seres concretos, no a imágenes
colectivas, aunque estas pueden actuar como metáforas de ciertas personas a las
que sí amamos. De hecho, el artista en el escenario llevado por la emoción de
los aplausos sería mas sincero si dijese “os necesito” (¿puro narcisismo para
prolongar una sensación de euforia?) Pero esta aparente confusión tiene una
base muy firme arraigada en nuestro interior desde la primera infancia. Como
decíamos más arriba, el bebé no quiere a su mamá, pero la necesita “a muerte”
en el sentido literal de la expresión; sin ella (o quien haga su papel) moriría,
y el apego que crea tal dependencia es tan intenso que más adelante tenderá a
confundirse con el de otro tipo de relaciones, esencialmente con la
sentimental.
Aunque pueda
parecer una exageración, posiblemente sea esa la razón por la que determinadas
personas se sientan literalmente morir o lleguen a desesperarse cuando son
abandonados por su pareja. La semilla ya estaba sembrada y llega la confusión.
A esa dependencia absoluta se la considera en muchas ocasiones como el amor
verdadero, algo totalmente equivocado por mucho que se pueda vivir ese proceso
como algo desgarrador o insoportable. Aún recuerdo una novela, luego fue
llevada al cine, donde un “amor” de este tipo condujo al enamorado hasta la
muerte (Los reyes del mambo cantan canciones de amor).
Parece pues
llegado el momento de precisar qué entendemos por amor, y lo primero que en mi
opinión cabe decir es que no se trata de un sentimiento específico o exclusivo,
sino que con los matices pertinentes puede darse en diferentes tipos de
relaciones. El primero de ellos es el dirigido a los hijos, cuya característica
principal es la de ser “protector”, algo basado en el instinto directamente
relacionado con la supervivencia de la especie. Se da como bien es sabido en
todo tipo de animales, y dura un cierto tiempo hasta que aquellos puedan
defenderse por sus propios medios. De hecho en determinadas especies los
progenitores llegan a expulsar a su prole con una actitud agresiva. En los
seres humanos el tiempo de dependencia es mayor y la relación más compleja, lo
que hace que el vínculo se prolongue (con los matices que se quiera) durante
toda la vida. Otro tipo de amor que se puede considerar en cierta medida
relacionado con este es el que se tiene a los padres, que en la vejez recobra
ciertos aspectos del mencionado, esencialmente en su cuidado y protección. Los
amigos íntimos merecen también ser incorporados en alguna medida a este
sentimiento, son personas con las que uno llega a sentir una gran empatía y a
las que llegado el caso haría lo posible para ayudarlas. Y antes de entrar en
el amor de pareja, al que se ha dado en llamar sentimental, podemos finalmente
considerar, a pesar de lo dicho más arriba, el amor “universal”, ese que llegan
a sentir algunas personas por los seres humanos en su conjunto, bien porque se
han llegado identificar con lo que hay de común en todos ellos, o por un mero
ejercicio intelectual que les lleva a sentirse de alguna manera responsables,
aunque no tenga ningún vínculo con ellos, y a emprender acciones concretas que
están en la mente de todos. En todos estos tipos de relaciones es fundamental
la empatía, la identificación con el otro, algo que debe estar codificado en
nuestros genes, aunque antes de seguir adelante y estudiar el amor de pareja,
se puede añadir que lo dicho no deja de ser una visión idealista, y que
desgraciadamente, por unos u otros motivos, las cosas a veces no son tan idílicas
como han sido presentadas. Todo el mundo es consciente de ello y conoce
numerosos ejemplos en ese sentido.
Y finalmente
tenemos al amor sentimental, de pareja o como quiera llamársele. Amor entre adultos,
que incluye la relación erótica, que, por otro lado suele ser el origen de
buena parte de los mismos. Y si no estrictamente erótica, sí de una atracción
que normalmente acaba desembocando en ella. Pero como ya se ha dicho y
estudiado en cantidad de libros y artículos (y por otra parte es de
conocimiento general), la relación sexual decrece con el paso de los años, y la
unión de la pareja tiene que basarse en otro tipo de vínculos que van
adquiriendo mayor importancia. Es transcurrido ese tiempo cuando se puede
confirmar que tal amor existe. Es entonces cuando el otro se vuelve
verdaderamente “otro”, y los miembros de la pareja tendrán que hacer un
esfuerzo importante para comprenderse y seguir unidos. Y es aquí donde las
“instrucciones” del título de este artículo pueden tener algún sentido, pues se
empezará a ver que quien nos acompaña es alguien diferente de nosotros mismos,
al que no se le puede exigir que solo sea un reflejo de nuestros deseos o
necesidades. Es entonces (dicen que a partir de los siete años de convivencia
aproximadamente) cuando los integrantes de la pareja van a ser sometidos a una
prueba para la que a lo mejor no estaban preparados. Se acabaron entonces los
príncipes azules o las bellas durmientes, que no dejaban de ser puros egoísmos
mediante los que tratábamos de convertir al otro en el más fantasioso de
nuestros sueños juveniles, pura fantasía que suele romperse a pedazos. Y la
razón es que, llegado ese momento, este tipo de amor (el amor romántico) para
demostrarse auténtico tendrá que aceptar en el otro no solo su diferencia con
nosotros, sino su debilidad. Amar a alguien que “todo lo tiene” o a quien
admiramos en grado sumo, no tiene nada de poético ni de auténtico, después de
todo, puede incluso ser puro egoísmo: dame lo que a mí me falta. Por eso, y
aquí volvemos a algo que podíamos haber pasado por alto, quien no se ama a sí
mismo no puede amar al otro, porque lo que va a intentar es que éste complemente
lo que percibe en sí mismo como falta. De ahí la desesperación inconsolable de
ciertas personas en algunas roturas, cuando el otro en realidad era uno mismo.
De ahí posiblemente el contrasentido del maltrato, cuando los maltratadores son
capaces de matar “a lo que más querían” (en ocasiones, los hijos incluidos).
Quizás como corolario de esto último quepa incluir aquí una reflexión que me he
hecho al ponerme a escribir estas líneas: ¿se puede amar a quien realmente no
nos ama? (y, en mi opinión, no es tan difícil ser conscientes de ello). Las
parejas pueden mantenerse unidas durante toda la vida por muchos motivos (la
costumbre, el interés económico, el miedo a la soledad, etc), pero en mi
opinión creo que el amor, este amor, tiene que ser recíproco. Estar con alguien
que sabemos que nos desprecia, o nos envidia o nos tiene rencor, es desde luego
una opción perfectamente humana, pero no creo que pueda ser llamado amor.
Seguro que
todavía se podrían decir muchas cosas, pero como soy consciente de lo que acabo
de decir, pondré en práctica lo que se ha podido deducir de lo anterior. Voy a
dejarlo y a atender a mi mujer que me llama para cenar desde el salón. ¡Ja!. Se
me había olvidado: el amor sin humor tampoco es posible. Debe tratarse de otra
cosa.
INSTRUCCIONES PARA AYUDAR
Es posible,
aunque quizás no tan probable, que en algunos momentos de su vida sienta la
necesidad imperiosa de ayudar, y es importante que trate pronto de definir lo
que antes se llamaba (con todas las de la ley), complemento directo. Y para
ello es necesario hacerlo a priori de una forma genérica, porque no es lo mismo
ayudar a alguien fuera de nosotros que a nosotros mismos. A partir de ese
momento lo natural es que sintamos el impulso de echar una mano a alguien en
apuros, o a estudiar con detalle lo que nos vendría bien personalmente para
llevar una vida plena. Aunque pensándolo más a fondo, puede suceder que ambas
cosas coincidan en la medida en que ayudar a los demás suele ser muy
gratificante para quien lo hace. Etcétera.
Llegado a este
punto, quien quiere ayudar a los demás debe evaluar en qué consiste tal ayuda,
pues lo que para él puede suponer un problema, para otros resultar algo asumido
o incluso visto de forma positiva. Y no solo eso, sino que debe tenerse en
cuenta si la persona a quien trata de ayudar lo admite, pues como es bien
sabido, hay quienes lo consideran vejatorio, al estimar que la ayuda, en
determinados casos es una forma muy elaborada de desprecio. Posiblemente
también existen quienes prefieran vivir en alpargatas que ser ofendidos aceptando
unos zapatos Sebago, por decir algo; incluso merece la pena valorar de antemano,
si en el futuro el benefactor no será objeto por parte del otro de un profundo
rencor. Desvaríos de la mente humana, capaz de anteponer con frecuencia una
supuesta dignidad, al puro hecho de reconocer una necesidad y agradecer la
ayuda. Esta es la doble cara de la caridad, en ocasiones justamente denostada,
no solo porque no enseña al otro nada en concreto para defenderse en la vida (a
pescar, como tantas veces se ha dicho), sino que lo señala como alguien que,
después de todo, ha fracasado.
Ya sé que decir
esto es una simplificación, y que los pobres en las aceras, en las salidas de
los supermercados y en los semáforos, no están para estas sutilezas, y
agradecen sin dobleces unos céntimos, pero hay que advertirlo para que la
posible reacción negativa no nos coja por sorpresa. Esto no debe ser un
inconveniente para ciertos momentos en los que la ayuda resulta imprescindible
con independencia de toda consideración ética. Si alguien, por ejemplo, pide
socorro desde el agua agitando los brazos y al mismo tiempo tiene dificultades
para mantener la cabeza por encima de la misma, no debemos abismarnos en
profundas reflexiones de orden moral, ni pensar que a esa distancia de la
orilla, la persona en cuestión debe hacer pie y ella misma puede resolver su
situación. Si sabemos nadar, debemos arrojarnos al agua y tratar de acercarle a
la orilla, algo no siempre tan sencillo, pues en ocasiones el accidentado,
llevado por los nervios y la angustia, puede propinarnos un puñetazo y a partir
de ese momento ser dos las personas en apuros. Afortunadamente, en las piscinas
públicas es obligatoria la presencia de socorristas, que saben nadar con cierta
soltura, y han recibido un curso de información previo, o son diplomados en
salvamento y saben como actuar en esas ocasiones. Además, también es
obligatoria la instalación de salvavidas, que puedan ser lanzados al agua en
caso de apuro. Morir ahogado debe ser un trago difícil de soportar (e incluso
más de uno, valga el chiste). Otra posible solución sería que la persona en
cuestión estuviera dotada de branquias o fuera un anfibio, algo en el primer de
los casos, imposible, y en el segundo más que dudoso, por más que, al parecer,
los seres humanos salimos del mar hace
millones de años, al parecer, en forma de lagartos.
La ayuda que
suele ser requerida en más ocasiones es la de tipo afectivo o espiritual. Para
ello debemos estar preparados con una mente abierta y el corazón dispuesto a
transigir con situaciones de difícil encaje con nuestra personalidad. Ayudar a
los iguales suele ser relativamente fácil, pero hacerlo cuando somos requeridos
para ello por un individuo que dice sentir un deseo profundo de quitar de en
medio a su vecino, o patear el vientre de una embarazada, puede resultar complicado.
Sobre todo si somos nosotros mismos el vecino aludido, o nos encontramos en el
sexto mes de gestación. No obstante, excepto en esos casos u otros similares,
en lo que lo más adecuado resulta avisar a la policía y poner de inmediato
tierra de por medio. O quizás debemos templar nuestro espíritu y aprestarnos a
la ayuda solicitada (si tal es el caso), considerando la ventaja que supone
saber que nuestras neuronas tienen una plasticidad sorprendente hasta el mismo
día de nuestro óbito, y que por lo tanto, podremos hacer frente a las
situaciones aparentemente más disparatadas.
El yoga a base
asanas, el zazen, los estiramientos e incluso los masajes de un profesional
cualificado, pueden ayudarnos para acercarnos a quien lo requiera con el
espíritu dispuesto para la ayuda, considerando que, como dijo un famoso
filósofo, (estrábico para más señas) (1), “nada humano me es ajeno”. No es preciso
para ello ser un existencialista, e incluso uno puede abominar de Heidegger,
que en opinión de muchos de sus colegas, no sabía lo que decía (2), pero que,
sobre todo, era un perfecto hijo de puta (3), dicho esto en un castellano
diáfano del que sin duda no renegarían en Valladolid, ni por lo tanto, don
Miguel Delibes. Preparados pues de la forma antedicha, debemos escuchar a quien
lo requiera con una actitud relajada que facilite la relación, y que haga que
el otro se sienta cómodo y pueda confiarnos sus dificultades con la certeza de
que no va a ser juzgado. Pueden ser momentos difíciles, ante los cuales
haríamos bien en dejar de lado nuestros prejuicios, por más que lo que oigamos
pueda perturbarnos. En ese sentido sería conveniente eliminar previamente
algunas señales de nuestro lenguaje
corporal que pudieran poner al otro sobre aviso de nuestra disensión o malestar.
Atentos, pues a los movimientos incontrolados de nuestras extremidades, al
empleo excesivo de nuestras manos o nuestra gesticulación, y sobre todo a
ciertos tics que nos delatarían sin remedio, como el parpadeo excesivo (incluso
guiñando un ojo), el fruncimiento de la boca y el tocarse la nariz
reiteradamente sin venir a cuento.
No nos vendría
mal haber practicado con anterioridad la llamada “escucha pasiva” (4), algo muy
utilizado por lo psicoterapeutas cuando los pacientes se ponen pesados; es una forma aproximada de aquello que el
saber popular conoce como “por un oído me entra y por otro me sale”. Claro que
no debe pasar ni un momento más sin mencionar una palabra que abre todas las
puertas en el mundo de la comunicación afectiva. Se llama “empatía”, esa
facultad que nos hacer sentir como propios los sentimientos ajenos, y que le
facilita al otro abrirnos su corazón. Y esto no deja de ser interesante, pues
otro vocablo muy afín y con las mismas raíces, señala una situación muy
diferente, se trata de “patología”, que tiene que ver con las emociones alteradas,
y que convenientemente diagnosticado (o no), pueda uno acabar en un psiquiátrico
o tomando una ensalada de pastillas para mantenerse en sus cabales.
Y creo que
tratándose este artículo de una síntesis de las instrucciones elementales para
ayudar a nuestro prójimo, ya es suficiente con lo dicho. Queda para otro día la
segunda parte a la que se hizo alusión al empezar, la ayuda a nosotros mismos,
hoy tan de moda en tantos libros, dvds, yutubes. Se trata de una industria que,
independientemente de su eficacia, hace que con seguridad se sientan mejor sus
promotores, al proporcionarles un estatus que para sí quisieran los destinatarios
(quien tenga dudas que pregunte a Louise M. Hay, Paulo Coelho, y con matices, a
Eduardo y Elsa Punset en España). Si usted no sabe con certeza quien es
realmente, le recomiendo a algunos autores que podrían echarle una mano, por
ejemplo Sigmund Freud y Carl G. Jung, pero mal empezamos (5). Si usted tiene la
certeza de ser Napoleón o Jesucristo o su autor favorito se llama Ronald
Laing(6) (un psiquiatra importantísimo que introdujo una visión totalmente
diferente de la enfermedad mental), siento comunicarle que no puedo serle de
ninguna ayuda. Un cordial saludo, en cualquier caso.
(1) Se trata de
Jean Paul Sartre, uno de los padres de la corriente filosófica llamada
existencialismo. Era bizco, que es una forma de estrabismo.
(2) Quien tenga
alguna duda que intente leer “Ser y tiempo”, su obra capital.
(3) Heidegger, a
pesar de sus elaboradísimas teorías, entre ellas el famoso “dasein”, fue en
opinión de muchos colegas un ser humano repugnante que apoyó a Hitler y al
nazismo, colaborando de esa manera a un descenso significativo del número de
habitantes de este planeta.
(4) La escucha
pasiva es conocida en el mundo de la teoría psicoanalítica como la actitud del
psicoanalista mediante la cual, el profesional escucha lo que le dice el
paciente y se queda solo con lo esencial, de una forma conocida como “atención
flotante”.
(5) Carl G.
Jung, fue un famoso psiquiatra suizo discípulo de Freud, de quien pronto
disintió. No estaba de acuerdo con su maestro en que las enfermedades mentales
de sus pacientes empezaban en la alcoba de sus padres. Dos de sus conceptos más
conocidos fueron “el alma colectiva” y el “sí mismo”, que es lo que aquí viene
al caso.
(6) Ronald Laing
fue un importante psiquiatra inglés de los años setenta, conocido como el
creador “antipsiquiatría” y especialista en la esquizofrenia (*). Escribió dos
libros muy importantes de los que se vendieron miles de ejemplares, “El yo
dividido” y “El yo y los otros”. Uno de sus colegas, Joseph Berke ayudó a una
de sus pacientes, Mary Barnes, a escribir un libro que causó mucho impacto en
su día: “Aquí no tuve que volverme loca”. Trata de la experiencia de esta en
una casa de Londres, donde los antipsiquiatras
alojaban a sus pacientes en régimen muy especial. Uno de los
entretenimientos más terapéuticos de estos consistía, al parecer, en pintar las
paredes o a sí mismos con sus excrementos (sin: mierda).
(*) Un conocido
psiquiatra español (y cordobés), Carlos Castilla del Pino se ocupó también de
esta dolencia. Publicó en dos tomos una “Introducción a la psiquiatría” con
gran repercusión en la profesión (e incluso entre sus pacientes). Era de la
opinión que el delirio es un error necesario, y en tal sentido escribió un
ensayo con ese nombre. En él afirma que el ser humano, en determinadas
circunstancias, se ve obligado a delirar para ser “alguien”. Quizás, haciendo
un paralelismo, sea esa la razón última por la que siendo un comunista radical,
se permitió una vida muy acomodada con la venta de sus libros y los honorarios
de sus pacientes Lo que parece perfectamente lógico..
INSTRUCCIONES PARA AYUNAR
El ayuno es una
operación que ha contado con mucho predicamento en la historia de la humanidad.
La razón sin duda estriba en que llevarlo a cabo resulta extraordinariamente
sencillo, pues no comer es fácil: basta con no abrir la boca. Tal hecho, por
otro lado, facilitará el cumplimiento del famoso refrán, y las moscas no podrán
ser vilmente capturadas por esa trampa mortal que termina en los intestinos (y
nos quedamos cortos). Desgraciadamente, sin embargo, la boca tiene una
tendencia innata para abrirse lo que convierte lo anterior en algo parecido a
una broma de mal gusto.
No es este sin
duda el lugar adecuado para explicar en que consiste este conocido proceso, que
gozando con el favor de ciertas clases acomodadas hartas de calorías, puede, no
obstante, terminar de mala manera para quien se obceque en prolongarlo más allá
de lo adecuado. El hecho, frecuente hoy en día, es que existen ciertas personas
que al no estar de acuerdo con su imagen en el espejo, reducen la ingesta de
alimentos de forma muy importante, lo que al parecer, respetando ciertos
límites, acaba proporcionando al interesado/a la deseada. Una forma moderada
del ayuno es la dieta, que consiste en la reducción racional de la absorción de
alimentos, de acuerdo a determinadas reglas que hacen referencia a las
calorías, las proteínas, las grasas, los carbohidratos y una infinidad de
variables que no es este el lugar apropiado para detallarlas. Normalmente las
dietas se prolongan durante un tiempo limitado y tienen resultados dudosos,
aunque para decir toda la verdad, la inmensa mayoría de quienes las hacen,
acaba abandonándolas para repetirlas cada cierto tiempo, o para cambiarse a una
de otro tipo (de la del Dr. Atkins a la de Duncan, por poner un ejemplo). Es
esta sin duda una forma brillante de ganar dinero por parte de los médicos y endocrinólogos
que las inventan, cuyo mayor o menor éxito depende de un marketing exhaustivo a
base de libros de autoayuda y de publicidad. Los que finalmente la abandonan
para siempre, al mirarse de nuevo al espejo y contemplar su fracaso, podrán por
fin exclamar “yo, al menos lo intenté”, lo que no dejará de proporcionarles
cierto consuelo. Y vuelta a la buena vida.
El tsunami de
colesterol que arrasa en el mundo occidental, y comienza a surgir con fuerza en
los países emergentes, tiene su contrapartida evidente en algunas partes del
globo, donde aún sufren hambrunas que llevan a miles de personas a la tumba.
Hablamos sobre todo de ciertas regiones
de África donde el hecho de estar más que delgados, cadavéricos, no supone
ninguna victoria, sino el triste resultado de la falta de alimentos. Volveremos
sobre este tema más adelante.
Como ya se
apunto al principio de estas líneas, ayunar ha gozado desde tiempo inmemorial de una fama cuyo origen no siempre es evidente.
Sin ir más lejos en el Extremo Oriente, ya en la Edad Antigua proliferaban los
ayunadores, gente especial que deambulaba entre sus congéneres como remedos de
esqueletos, y que, sin embargo, contaban con su respeto y admiración. Tanto más,
si al mero hecho de comer de forma insignificante, añadían otras habilidades
tales como dormir sobre una cama de clavos, o atravesarse la cara u otra parte
del cuerpo con agujas de buen tamaño, sables o puñales. Como espectáculo no
debía tener mucha gracia, pero como se sabe, siempre hay aficionados para todo,
a lo que podríamos añadir aquí, por lo tanto, que el sadomasoquismo no fue una
invención del divino Marqués ni del autor de “La Venus de las pieles” (*).
En Occidente,
por otro lado, también ha abundado en este tipo de individuos, especialmente
desde los primeros tiempos del cristianismo, alcanzando su apogeo en la Edad
Media, donde algunos debieron pensar que era el mejor de los remedios contra la
peste negra. Tipos que decidían conocer a Dios y se retiraban a lo alto de un
monte, o a la profundidad de una cueva para purificarse. Al parecer un mundo
repleto (que lo dudo) de lechones y cabritos era una tentación demasiado fuerte,
y debían tomar medidas al respecto. Y no contentos con la dieta rigurosa a la
que se sometían, compuesta en líneas generales de raíces, grillos, caracoles y
supongo que esporádicamente de hojas de cardo y lechugas silvestres, se propinaban unas palizas fuera de toda
medida a base de zurriagos y cilicios, que supongo les ayudaban a triunfar en
su ascesis religiosa para llegar a conocer al Todopoderoso. Su empeño tenía
desde luego algo de heroico, pues aparte de constituir un delirio que hoy
figuraría en los libros de psiquiatría, su actitud era cuanto menos encomiable
en comparación con la nutrida cantidad de curas orondos que pueblan los libros
de aquella época, los de caballería incluidos. Y no decimos nada de otras
instancias superiores, obispos e incluso Papas, que con frecuencia preferían
dedicarse a otras labores más afines con el bajo vientre que con el vientre
propiamente dicho. Y no nos extenderemos con los Borgia, porque estos, ya
pertenecían al Renacimiento, época en que los cenobios y por ende los ascetas y
eremitas, no estuvieron muy de moda.
Hoy en día, sin
embargo, los anacoretas son escasos, al menos en el mundo occidental, aunque
sorprendentemente se dan algunas modalidades de ascetismo que, al parecer
(aunque hay una intensa controversia sobre el tema) tiene más que ver con el
adn que con otra cosa. Se trata de personas que deciden no comer de forma
voluntaria (o de restringir severamente su dieta) poniendo en peligro sus
vidas. Son las anoréxicas, mujeres en general jóvenes, que sienten al parecer
una intensa repulsión por la comida y por el hecho de poder estas gordas (es
así como se ven en el espejo). O, posiblemente, que rechazan tan intensamente
la gordura que deciden no comer. Pero como este es un tema muy serio, que al
parecer tiene más que nada que ver con la psiquiatría, lo dejamos aquí. Parece,
en cualquier caso, que el mundo de la moda con modelos sumamente delgadas tiene
bastante que ver con esta enfermedad. La cosa, si no recuerdo mal, empezó con
Twiggy y se ha prolongado hasta el presente, ignorando los modistos y sus
chicas que a los hombres todavía se les van los ojos con las Venus, de Milo o
incluso prehistóricas. Claro que no se me escapa que este comentario podría ser
tachado de machista por las lesbianas y las feministas. Debo asumirlo, pero yo
no veo así.
En África, sin
embargo, muchas mujeres (y niños) no tienen nada que envidiar a las anoréxicas,
y no porque intenten imitarlas, sino porque no tienen nada que llevarse a la
boca. El problema consiste en buena medida en que, aunque lo sabemos, el mundo
rico, al no verlo, se desentiende. Quizás tendríamos que aprovechar unas
vacaciones de verano para hacer turismo por las naciones que figuran este año
en el mapa del hambre que publica la ONU. A saber: Eritrea, Swazilandia,
Burundi, Laos y Tahití. Y otros países que no les andan muy a la zaga. En total
unos ochocientos millones de personas.
Este es el
sinsentido del ayuno, que en la mayoría de los casos no es voluntario, sino
impuesto por las circunstancias de un mundo opulento que decide mirar para otro
lado, o de una mala administración de los recursos o una mala distribución de
los mismos. El hombre que llegó a la Luna hace ya cuarenta y cinco años, parece
incapaz a pesar de su inteligencia de alimentar a los más necesitados, y
mientras unos celebran entusiasmados la llegada de un módulo espacial a un
cometa que enviará a la Tierra infinidad de datos interesantes sobre la
formación del sistema solar, otros en este planeta agonizan, incapaces de
llevare un trozo de pan a la boca. Pero al llegar aquí debo reconocer que este
artículo se me ha ido de las manos, y lo que como otras veces quería enfocar
con humor, ha acabado desembocando en una tragedia. Tendré que aceptar, como
tantas veces se ha dicho, que cuando se escribe, alguien que uno no esperaba
toma las riendas de lo que se dice, y los personajes o las situaciones cobran
vida propia independientemente de la voluntad del autor.
Quizás para
terminar sea adecuado recordar aquí un cuento de Kafka llamado “Un artista del
hambre”. En él, si no recuerdo mal, se presenta a un ayunador que dada su
increíble capacidad para abstenerse de comer, es preguntado por un periodista
al finalizar el relato, por la razón de su increíble aguante, a lo que el
hombre aquel responde con una sorna tenebrosa, tan típica de Kafka, “no como
porque no tengo hambre, si la tuviera, no dudes que como tú y como todos, me
hartaría”. El escritor de Praga, según algunos de sus exegetas, era un
humorista incomprendido. Yo no lo creo, pero sí creo desde luego que fue un
gran escritor dotado como pocos para el humor negro.
Estas
instrucciones terminan por lo tanto con un consejo: más vale no tentar a la
suerte y comer con moderación, pero sin ponerse demasiadas trabas. Nunca se
sabe cuando podrá asolarnos de nuevo una plaga de langostas (Egipto no está tan
lejos), seres con un hambre infinita que no dudarán en asolar nuestras cosechas
y hacernos ayunar indefinidamente. Mientras tanto, como resumen de lo dicho, y
a la espera de que tal hecho no llegue a producirse, y para quitar un poco de
hierro al asunto, quiero terminar con el conocido dicho: con las cosas de comer
no se juega.
(*) Novela del escritor austriaco Leopold von
Sacher-Masoch (1836-1895)
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