domingo, 26 de junio de 2016

PARAISOS



Para mí, qué querés que te diga, solo existís vos y tu culo. Sí, podés añadirle si te gusta, la trompita, esos labios carnosos que tenés y que desde el primer día que los vi me hicieron suponer otras delicias, pero dejáme de momento concentrarme en ese lugar que al verlo por primera vez, supe que no me haría falta otra cosa. Aunque te dieras la vuelta y fueras una bruja o un dragón, yo aquello lo quería solo para mí. Suponer mis manos masajeando aquella hermosura, y pensar en la felicidad suprema fue todo uno. Claro que de mi  familia de panaderos me llega la afición por las harinas, pero no importa, y estoy seguro que siendo un agente de seguros, fontanero o corredor de bolsa, al ver lo que vos tenés, hubiera tirado mi carrera al carajo, y con seguridad me hubiera dedicado  a la felicidad de tu popa. Y a mi propia felicidad, pues no puedo imaginar otro lugar ni otro instrumento que me pudieran proporcionar tanta alegría y hacer surgir tanto deseo. En ocasiones pienso que llegaste a mi vida en el momento justo, cuando una despedida me tenía malherido, pero creéme, al verte y calibrarte olvidé de inmediato ese dolor pasado, como si vos hubieras llegado en el momento justo para sacarme de la cabeza a la otra, la que decidió que aquél boludo estaba mejor armado o, andá vos a saber, que en ese sentido nunca tuve dificultades, y mi natural modestia se equipara con el porcentaje habitual. Vos me entendés. Sé que te puede herir verte considerada como un objeto, pero te equivocás si lo pensás así, que afortunadamente cuando te diste la vuelta y te vi por primera vez, supe que eras vos la que me estaba destinada, pues ni rubia ni trigueña, totalmente morocha, y esa cara tan linda que enseguida me sugirió otras excursiones, sabiendo que quien era así no podía sino guardar secretos deliciosos para el hombre que la ama. Y ahora que ya me conocés y puedo ser sincero, te diré que de tus ojos negros y tu boca enseguida imaginé  unos pechos firmes coronados de unas areolas oscuras y grandes, en las que los pezones  se ofrecían a mi boca como a la de un lactante, sediento de vos misma.  Que lo pienso y me acuerdo de aquél día, y aun me entran escalofríos de placer, pues raramente se ve uno enfrentado, de repente, a quien le sugiere tanto como vos a mí aquel día. Luego es cierto, que los días pasaron y una vez establecida la relación y consumada la pasión con un desenfreno diario, las cosas vuelven a su curso habitual y se aminoran, y unos labios por muy sugerentes y ofrecidos que sean, acaban siendo unos labios, y un pelo como el tuyo, negro azabache, por más que siga valorándose su densidad y textura, acaba siendo un pelo no más, y tus ojos oscuros de turca,  que aúnan la ternura y el fuego, serán siempre lindos, pero ojos al fin y al cabo. Y tus piernas largas y bien torneadas, tus caderas como asas  de ánforas griegas y tu cintura mínima. Y tus oscuros pezones como ojos escrutadores cuya simple visión me provocaban una especie de delirio, del que difícilmente podía regresar con el agua que, riéndote, me arrojabas delicadamente a la cara para que los soltara. Todo ello, apasionante, palidecía ante tu culo,  que me suscitaba solo con verlo, la sensación de sumergirme en un mar inacabable o en un campo de algodón al sol de la mañana antes de que el de mediodía lo sofoque. Atraparlo con las manos bien abiertas y acariciarlo lentamente con aceites perfumados como si se tratara de una masa de harina, que solo espera la levadura para fermentar y hacerse pan. Y no te digo abrirlo como a una fruta madura, y encontrar allí, que sé yo, el Amazonas, el Paraná, el Orinoco, las fuentes del Nilo, la perdición de los hombres, que solo buscan el regreso y encuentran en esos humedales la puerta de acceso al paraíso. No te preocupés mi amor, y pensés que algo ha variado. No me hagas gestos de tristeza porque imagines que no te amo, bien al contrario, aunque debo reconocer que empecé al revés de lo habitual, es decir por el culo, ahora es  tu rostro el que no se me va de la cabeza.

AGUJEROS



Que hayamos decidido pasar cada cual las vacaciones por nuestra cuenta no quiere decir que algo haya cambiado entre nosotros, María Luisa. Recuerda que siempre dijimos que entre los novios, o las parejas, como a ti te gusta decir, siempre es conveniente que corra un poco de aire, lo que finalmente colabora a que se sientan más unidas. Me dices en tu último correo que te parezco demasiado taciturno, y que a tu edad cuando ya se percibe el crepúsculo (perdona la cursilada, de mi cosecha), son preferibles las personas optimistas que ven el futuro con esperanza. Y siempre te dije que estabas en lo cierto, recuerda. Aunque luego añadiera que siempre se han dado casos de quienes al saltar, antes de llegar al suelo daban vivas a la vida y al porvenir, ignorando la resistencia del suelo a ser penetrados por los cuerpos sólidos en caída libre en función de la altura.
Me dices también que te parece increíble que siga llamando a mi perrita María Luisa, y aquí tengo que recordarte una vez más que la conocí a ella antes que a ti, y que haberla  cambiado de nombre entonces no hubiera sido demasiado ético. María Luisa, los animales son dignos de respeto, y si yo le hubiera cambiado su nombre de la noche a la mañana, el nuevo le hubiera resultado incomprensible después de tanto tiempo, y no me hubiera hecho ningún caso, con grave riesgo de su propia vida en determinadas ocasiones (es propensa a atravesar los pasos de peatones  con el semáforo en rojo si yo no le advierto antes. De los pasos de cebra ni te quiero contar). Lo que ya me parece por tu parte verdaderamente cruel es que me digas que la mayor prueba de mi amor por ti sería que la sacrificara y me la comiera en pepitoria, como si se tratase de una gallina o un pollo. Ya sé que hace tiempo un japonés en París descuartizó a su pareja, y se la comió después como testimonio de la veneración que la profesaba, queriendo incorporarla a su sistema digestivo, pero ese no es mi caso, teniendo en cuenta, además, que las cosas no se detienen en ese punto, como sin lugar a duda sabes.
Por otro lado, en tu correo me reprochas mi interés por los agujeros, y que me pase buena parte del día leyendo ensayos sobre el tema, como si en la vida no existieran otros más interesantes y menos morbosos. Creo, sin embargo, María Luisa, que además de pecar de reduccionista, no te has detenido con la suficiente atención en el significado de esa palabra, que como todas, no se detiene en sí misma, sino que apunta a un objeto tan común en nuestra vida cotidiana. Y cuando digo objeto, me gustaría que pensases que no solo es eso, sino también un concepto que abarca otras realidades, algo mucho mayor que el que pudiera sugerir, por ejemplo, la palabra “alcantarilla”, que no deja de ser un agujero muy largo. Piensa en la caverna de Platón, por decir solo algo.
María Luisa, cariño (y te hablo a ti y no a la perrita), tú sabes como yo, aunque nos duela, que nuestros cuerpos, es decir nuestro organismo, está esencialmente compuesto por agujeros. Agujeros que nos facilitan la vida y sin los cuales ni siquiera nos habríamos conocido ¿lo imaginas? Piensa en ello libremente y sin escrúpulos, que después de todo derivan de un falso concepto de la pureza, algo que no se da en absoluto en el mundo que habitamos. Y tampoco en la fontanería. Por otro lado, la pureza es un concepto que, sin indagar demasiado, tiene, en el sentido que habitualmente se le atribuye en occidente, una connotación cristiana que ha hecho de ella casi su paradigma, como si fuera el desideratum de la virtud.
Los agujeros, es cierto, casi siempre remiten a “abajo”, posiblemente porque solo en la pura tierra se da la posibilidad de su existencia. No se da tal posibilidad en los espacios siderales, con independencia de los agujeros negros, pero eso, como ya sabes se trata de otro cosa, y aquí te remito a la cosmología, la relatividad general y Stephen Hawking, si quieres hacerte una idea aproximada. Sí, ya sé que de los agujeros salen las alimañas que pueblan los bosques, y los tan denigrados detritus, que, sin embargo, nos permiten seguir comiendo al día siguiente sin demasiadas complicaciones.
Preferirías, me dices, que me interesase por los cielos, ese lugar sobre nuestras cabezas del que un día descendió el maná sobre el pueblo elegido, o del que se descolgaron las llamas de la sabiduría sobre la cabeza de los apóstoles en Pentecostés, o la paloma de la paz con su ramita de olivo en el pico, simbolizando la paz y el final del diluvio. O en el que buscamos inspiración levantando la cabeza cuando los problemas nos abruman. Pero ignoras un tanto cándidamente, que de él proceden también la tormenta y el rayo que origina el fuego devorador que asola las cosechas. Y el pedrisco.
Busca en mí aspectos que nos acerquen y no te empeñes en encontrar los que nos distancian. De ser así, cada día serán mayores las vacaciones que tengamos que tomarnos cada cual por su lado, y el agujero entre nosotros, por hablar de lo mismo, se tornará una sima insondable que ninguno seremos capaces de saltar sin correr un peligro que se me antoja excesivo.

DISCURSOS



La ceremonia tuvo lugar en el llamado patio de armas, lugar en el que desde tiempos remotos se celebraban los actos estrictamente castrenses como los desfiles, y otros de significado relevante. Como de costumbre, el jefe del establecimiento, una vez finalizaron los actos habituales, tomó la palabra para cerrar el acto. Vestía como el uniforme reglamentario de gala, que sorprendentemente para los no acostumbrados daba la sensación de ser una mezcla de los de un general con mando en plaza, un obispo en activo, y un campesino cogido al azar (detalle solo perceptible en el uso de boina en lugar de gorra, y alpargatas). El hombre se había situado sobre un estrado en una tribuna, en la que asistían al acto los dignatarios de otros países y las altas autoridades nacionales.  Además de su atuendo, sorprendió que de entrada, y una vez situado en el sitio, tardara todavía unos minutos en dirigirse a la concurrencia, como si con tal actitud quisiera provocar la atención de sus oyentes, o tuviera alguna dificultad de cualquier índole para abrir la boca. Finalmente, tras una pequeña carraspera, cuando la inquietud empezaba a apoderarse de los presentes, el Comisionado (que también se llamaba así a esta autoridad) hizo un vago gesto sobre su cabeza con la mano que blandía su bastón de mando, como si de esa manera quisiera apartar de sí mismo alguna idea contradictoria, y empezó a hablar. Dijo en principio tras saludar a la audiencia, entre la que por cierto para nada nombró a las señoras, que el hombre era un animal ridículo, que siempre lo había sido, y que en su opinión, aún lo era más en aquellos momentos con la invención de la telegrafía sin hilos, los ordenadores y los teléfonos móviles. Comprendía, dijo, que tuvieran que celebrarse actos como el que les había reunido en aquellos momentos, pero no porque verdaderamente estuvieran cargados de un sentido preciso, sino porque con hechos como aquel la humanidad trataba que su existencia no fuera un absurdo, evitando de tal manera la guerra permanente y los suicidios en masa.
Tales palabras, que otros años eran escuchadas con indolencia que su trivialidad habitual, generaron entre los asistentes un malestar evidente, que pronto se hizo patente en un murmullo creciente a medida que el jefe del establecimiento avanzaba en su perorata, teniendo sobre todo en cuenta de que no hablaba en su propio nombre sino en representación del Presidente de la República, y que, por lo tanto, sus palabras estaban cargadas con un significado más allá de la inanidad de los discursos oficiales, sino que contaban con la aquiescencia de la máxima autoridad del país, presente en el lugar más destacado de la tribuna de autoridades.
A medida que el discurso avanzaba haciéndose paulatinamente más enrevesado y prácticamente ininteligible, el Comisionado comenzó a introducir una gesticulación exagerada, que pronto se transformó en aspavientos, lo que como es natural hizo que lo de menos fueran las palabras que pronunciaba, sino la singularidad de sus movimientos. Estos parecían apoyar  lo que manifestaba no en cuanto a la literalidad de lo expresado, sino en el énfasis que ponía en determinadas expresiones, que a los asistentes les resultaban imposibles de descifrar. Detrás de la tribuna empezó a percibirse cierto movimiento de las gorras blancas de los servicios médicos, sin duda a requerimiento de la superior autoridad y posiblemente del Arzobispo de la archidiócesis, temiendo que el orador pasara a mayores y confesara su ateísmo militante (del que presumía en petit comité al poco de tomar la segunda copa) y su anarquismo militante.
Para un observador imparcial la reacción oficial iba a llegar demasiado tarde, dada la actitud del individuo, que pronto se desprendió de la chaqueta y camisa del uniforme y comenzó a golpearse el pecho con ambos puños. Era evidente que el Comisionado había perdido los papeles, o en todo caso había adoptado la actitud de un gorila macho ante un peligro o en época de celo, algo a lo que daba mayor verosimilitud la amplia mata de vello oscuro y enrevesado que cubría su torso por completo. Los Servicios Sanitarios, desafortunadamente para los espíritus más cultivados y las señoras pusilánimes o de misa diaria, llegaron demasiado tarde, y a pesar del revuelo que se originó en el estrado, aún se pudo ver al Comisionado abriéndose la bragueta del pantalón del uniforme de gala, sacando sus genitales y exhibiéndolos ante el respetable muy ufano al parecer de los mismos.
La copa de vino español que se dio a continuación a pesar del lamentable espectáculo, fue como es natural mucho más interesante y movida que en años anteriores, y en ella se llegó a comentar que aquel tipo debía estar efectivamente sufriendo un proceso de metamorfosis acelerado de hombre a gorila, y no solo por su actitud y el vello profuso en todo su cuerpo, sino por la pequeñez de su aparato reproductor, más propio, por raro que parezca, de un espalda plateada que de un varón adulto de origen caucasiano.

INGRESOS



He ingresado de nuevo en el sanatorio. Esta vez ha sido de forma voluntaria. Les he dicho que me mareo y se me va la cabeza, que es lo que suelo decir cuando siento que empiezo a ponerme de mal genio. Y cuando digo “mal genio”, quiero decir, como bien saben ellos, que en cualquier momento puedo perder los papeles y empezar a hacer todo tipo de barbaridades. Barbaridades para los demás quiero decir, porque a mí nunca me he causado el menor rasguño, aunque dice el doctor que no hay que descartarlo en un futuro más o menos inmediato. Soy una persona rara pero no tonta, y aprovecho la mínima oportunidad para enterarme de los que dicen a mis espaldas. Realmente a lo mío se le pueden llamar ataques. No es algo que yo pueda prever de antemano.
De todos  modos, en el asilo o la residencia esta donde  siempre me traen no se está mal. Me dan bastantes pastillas, pero la mayoría de las veces las tiro por el retrete o hago que me las tomo pero las escondo en la boca y me deshago de ellas en cuanto puedo. Lo que más me gusta de todo es el jardín. Hay muchos bancos donde puedo sentarme a reflexionar y muchos caminos por los que paseo hasta agotarme. Y muchos árboles, sobre todo abetos y eucaliptos, algo que agradezco y aborrezco al mismo tiempo, pues dando sombra y cumpliendo las funciones que se suponen a dos miembros distinguidos  del reino vegetal, me hiere profundamente que ambos sean de importación. Unos del norte de Europa y los otros ni más ni menos de Australia, aquí al lado. Cómo si en a península ibérica no tuviéramos una población arbórea autóctona. Chopos, álamos, pinos, encinas y todo lo que usted quiera. Me desquicia porque creo que la reforestación a la que fue sometido nuestro suelo se debe a intereses monetarios vergonzosos. Cuando caigo en la cuenta estoy a punto de que me dé un repente y plantarme en dirección para que se enteren. Puestos a ello, podían haberse traído también algún koala que se alimenta de las hojas del eucalipto, si no me confundo. O algún canguro. Después de todo, sus maneras no diferirían demasiado de las nuestras, pues aquí quien más quien menos andamos de una forma un tanto original. Y cuando digo original quiero decir lamentable, que quede claro.
Claro que a nuestros años tampoco se nos puede exigir demasiado, pues ya llevamos muchos kilómetros en las piernas. Y al escribir esto me doy cuenta de cómo nuestro lenguaje es debitario de nuestras aficiones.  Yo siempre fui muy aficionado al ciclismo y sin querer, ciertas expresiones acuñadas en él, se cuelan en mi forma de escribir. Sea como sea, no estaría mal que nos permitieran desplazarnos en bicicleta, al menos a aquellos que como yo aún estamos medianamente en forma. Tendría su gracia una caterva de viejos trastornados con problemas de deambulación, y aquí y allá otros tantos en sus bicicletas tratando de sortearles. Además le daría mucha vida al ambiente un tanto melancólico del jardín.
Pero no debo engañarme con historias inverosímiles que a mí en el fondo ni me van ni me vienen. Además no todo los internados son mayores. Hay gente de mediana edad, gente joven, e incluso niños, algo que no llego a explicarme porque se trata de personas con diferentes tipos de afecciones, que no creo que sea conveniente que convivan en el mismo espacio con ellos. Entre los niños abundan los tristes, unas personitas que a mí me enternecen porque dan siempre la impresión de estar muy abatidos. Las enfermeras se empeñan todo el rato en que se muevan y se rían, y no les dejan en paz proponiéndoles juegos que ellos parecen ignorar, o enseñándoles continuamente unos juguetes extrañísimos que al parecer son el último avance para el tipo de terapia que necesitan, aunque ellos no parecen estar de acuerdo y no les hacen ningún caso o los tiran cuando se los dan. Los jóvenes son en general todo lo contrario, y están permanentemente en un estado de euforia, para el que les tienen que aplicar unas terapias radicales consistentes en neurolépticos y charlas con los psicólogos de la institución y el cura, que como es habitual les regaña y amenaza con todo tipo de males futuros si no reaccionan como es debido y dejan de masturbarse. A los mayores, normalmente nos dejan en paz y nos dan como casos perdidos con los que no merece la pena intentar nada. Simplemente nos amontonan en unas salas enormes y nos ponen la televisión. De todas maneras, existe un cuerpo de vigilantes que cuando las cosas se ponen feas en cualquiera de los sentidos, intervienen con los métodos previsibles en este tipo de profesionales. En su mayoría son ex guardas jurados y vigilantes de discoteca reciclados, con lo que, en mi opinión todo está suficientemente claro.
Algo que siempre me llamó la atención, teniendo en cuenta que ingreso aquí un mínimo de dos veces al año (y ya van más de diez), es que nunca he visto a una sola persona de color, y mujeres raramente, por lo que no sé si son objeto de discriminación o simplemente están menos locos que los hombres blancos.
En cualquier caso a mí no me importa demasiado porque tengo la certeza que en unos días vendrán a recogerme. El médico me suele llamar el día anterior y me dice que se ha apreciado una notable mejoría en mi comportamiento, y que no tiene sentido seguir allí  más tiempo. Y que cuando esté en casa no olvide de tomarme las medicinas que tanto provecho me han hecho, a lo que suelo responder que no me las  he tomado, y que por lo tanto mi mejoría debe obedecer a otras causas. Él invariablemente me dice que puede ser, se levanta, sonríe y me da la mano como despedida. Sé que la razón  verdadera es que mi familia me echa de menos y me reclama. No pueden vivir sin mí.
  
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LA OVEJA-LOBO (un cuento para Maya y Marcos)



Una oveja fue abandonada muy temprano por sus padres entre una camada de jóvenes lobos. Era de pelaje oscuro, así que pasó desapercibida entre los cachorros, aprendiendo de ellos su destreza y valentía, incluso su ferocidad. La camada de pequeños cachorros, acostumbrada a su presencia, no se cercioró de su diferencia radical. ¡Ni ella misma en principio pudo darse cuenta!
Un buen día, ya casi convertida en una auténtica oveja mayor, se sintió indispuesta. No estaba realmente enferma, porque por más que la auscultaban y la dieran toda clase de remedios no mejoraba. Decidió, por lo tanto, tomar el asunto en propia mano con las pocas fuerzas que le quedaban, y caviló si su mal no tendría otro origen que el puramente físico. Con alguna dificultad se encaramó frente al espejo, se miró de frente y de costado, luego la cara muy de cerca, la nariz, los ojos, la boca y los dientes “¡Qué raro -pensó- me parece que soy bastante diferente de mis hermanos”. Intentó después, aprovechando que los otros habían salido de caza, aullar como desde pequeñita le habían enseñado, y para su estupefacción le salió un aullido extrañísimo, blando, pastoso. Algo que le hacía recordar más a un ¡beeeeee! que a un ¡auuuuu! Se quedó aterrada ¿qué le pasaba? Era una auténtica metamorfosis. De pronto, temblándole todo el cuerpo, se dio cuenta mirándose aún más de cerca en el espejo, que sus ojos, su nariz, sus patas y su pelo, pero sobre todo su boca y sus dientes tenían realmente muy poco que ver con los de su familia.
Era extraña, distinta; descubrió despavorida que era más débil… pero sobre todo ¡Oh, Dios! ¿cómo no se habían dado ellos cuenta? …¡era una oveja! Una oveja ¡cielo santo! Justo lo que comerían los demás cuando regresaran de la caza, como tantas veces. Pero ellos, hoy se iban a dar cuenta, descubrirían el secreto de su enfermedad: su distinta naturaleza y su miedo. Desde pequeña se esforzó en imitarles ¡y lo hizo tan bien que les engañó! Había sido un lobo-oveja astuto, sagaz, arrogante, fuerte, ágil, valiente, y hasta sanguinario… pero ahora no podría continuar siéndolo. Había llegado el momento que su alma escondida de animal pacífico, bondadoso y débil había emergido por encima de todo su aprendizaje.
“A toda prisa, antes de que regresen –pensó para sí misma- debo huir de aquí, debo buscar a mi gente, mi rebaño, mis ovejas…” Sacó fuerzas de flaqueza ante el temor de ser definitivamente descubierta, y salió de la guarida por la entrada falsa ¡tanto temía ser sorprendida por los lobos al regresar de la caza!  ¡Y quizás con su presa preferida, una oveja suave y blandita entre sus fauces! ¡Qué horror! El miedo le dio alas. Conocía más allá de las colinas del sur algunos rebaños bien resguardados del lobo muy en sus rediles, en donde los lobos no podían penetrar, pues, además, temían al hombre como a la peste. Así que pronto estuvo en las inmediaciones de sus hermanas ¡Hermanas! pensó para sí indignada ¡Yo hermana de esas desgraciadas inútiles! Blandas, fofas, sin brío ni la fuerza que tanto admiraba en los lobos ¡Con esa mirada lánguida, estúpida, ese balido lamentable y su lanita en bucles!
¡Béeeee! ¡Béeeee! El rebaño, aunque mantenía una actitud de cierto recelo y se movía intranquilo, parecía dar la bienvenida a la recién llegada. Faltarían unos metros para unirse a él, y sintió que una furia intensa le subía a la cabeza. Su sangre de lobo despreciaba aquellos balidos miserables y vulgares ¡os vais a enterar de quien soy yo! ¡Yo, un lobo curtido en mil batallas! Y para demostrarlo, infló los pulmones y soltó un ruido extrañísimo, una especie de ¡béeauuuubée! Las ovejas, incluida ella misma, se quedaron perplejas. Algunas, despavoridas, se refugiaron rápidamente, otras, inquietas, dudaban en darle la bienvenida o salir huyendo. Solo tres o cuatro, sin duda las más viejas y experimentadas, permanecieron inmutables, y continuaron triscando los brotes que más les gustaban tranquilamente. ¡Qué vejación! ¡Ya ni si quiera aullaba! Y de nuevo lo intentó aún con más fuerza, pero no había solución. Su ¡béeauuuubée! dejaba impávidas a las tres o cuatro mencionadas.
Se acercó a ellas resuelta a ser respetada ¡Respetado! ¡Un lobo es un lobo! se dijo para sus adentros ¡se van a enterar! Intentó todo tipo de amenazas, pero no dio resultado en absoluto, hasta que al final se cansó y pensó en volver con los lobos. ¡Si hasta ahora no la habían descubierto por qué iban a darse cuenta ahora! Se puso en camino, pero al poco rato empezó de nuevo a sentirse enferma, las patas le temblaban terriblemente y casi no podía tenerse en pie ¡qué agotamiento! Se hallaba a mitad de camino ¿qué hacer? Decidió detenerse y pasar la noche en un roquedal rodeado de matas que le servían de refugio y eran un buen camuflaje.
Y allí permaneció días y días, semanas, meses…En algunas ocasiones se acercaban hasta allí los lobos, y ella en un esfuerzo supremo, lograba aullar dignamente y mostraba tal agilidad y destreza que estos no sospecharon nada. Eso sí, se enteró que algunos la llamaban “el lobo raro”, porque se había ido a vivir solo abandonando la manada, que era lo natural y más conveniente para estar bien alimentado. Incluso en alguna ocasión alguna de aquellas ovejas intrépidas que no se amedrentaron cuando las visitó, se acercaron a su refugio y pudo darse cuenta que no la temían en absoluto, lo que hería su orgullo de raza. ¡De raza, de raza de raza!..¡Oh, Dios! ¿Qué raza? pensó. ¡Qué disparate! También se enteró que entre las ovejas, que cada vez la visitaban con más frecuencia, la llamaban “la oveja tonta” por no irse a vivir con ellas en la seguridad de sus pastos bajo la protección del pastor.
El tiempo pasaba, y ahora al problema de su identidad se añadía el de su soledad. Le aterraba relacionarse con los lobos y despreciaba hacerlo con las ovejas. ¿Qué hacer?

Continuará. Escrito por el abuelo Carlos en 1981

LA OVEJA - LOBO final



 Lo cierto es que el lobo raro o la oveja tonta, como queráis llamarlo, permaneció mucho tiempo en su refugio, esperando decidirse  en uno u otro sentido. Sin embargo, la verdad es que no le resultó sencillo, pues si unas veces se sentía como un auténtico lobo, en  otras su corazón de oveja reprimida se manifestaba claramente, y deseaba incorporarse de inmediato al rebaño. Sucedió, sin embargo, que un día se presentó el pastor, que estuvo un buen rato allí intentándose comunicarse con ella. Le acompañaban una de las ovejas que no la temían, y un perro al que había visto en ocasiones guardar al rebaño. Un San Bernardo. Finalmente, el pastor, a pesar de la resistencia que ella mantuvo durante un rato, logró echarle una soga al cuello y llevársela con él, pues según parecía deducir de los gritos que daba, pretendía que le ayudara.
Aunque al principio no le pareció entender nada, pronto tuvo claro que el pastor quería aprovecharse de sus dos naturalezas, que finalmente no parecían ser incompatibles para lo que él pretendía. Como lobo, ejercería las funciones de perro guardián, y como oveja actuaría en cada momento tratando de comprender las reacciones del rebaño sin ser excesivamente agresivo, al comprender las motivaciones de sus hermanas para actuar a su manera. El perro que era inteligente y bastante entrado en años no puso ninguna objeción ni se mostró celoso, por lo que a partir de aquel momento los dos colaboraron en el cuidado del rebaño. En algunos momentos cuando veía a la manada de antiguos compañeros merodear por la zona para ver si alguna de las ovejas se despistaba, dejaba actuar al San Bernardo que a pesar de su edad tenía las suficientes malas pulgas como para mantenerlos alejados. Así fue como la oveja abandonada logró conciliar sus dos naturalezas tan opuestas, y logró el respeto de ovejas y lobos, que por raro que pueda parecer en secreto llegaron a envidiarla.

DESCAMPADOS



Me encontraba solo en un descampado de las afueras de una población, a la que hacía un rato había llegado en un tren procedente de la meseta. Parecía el lugar idóneo para encontrar lo que buscaba, y el único, pero grave, problema que tenía en esos precisos instantes, era que no me acordaba de qué se trataba. Sin duda de algo muy importante para mí, pues de otra manera no me hubiese molestado en viajar. Como por más que lo intenté no fui capaz de ello, acabé sentándome en el suelo con un cuaderno en el que iba apuntando los posibles objetivos de mi búsqueda.
Cuando estaba en plena faena, pasaron cerca de mí dos señoritas que a primera vista parecían azafatas de aviación por el uniforme que llevaban, que incluía un gorrito azul con unas alas zurcidas en su parte delantera. Sentí la tentación de preguntarles si a ellas se les ocurría alguna idea que pudiera ayudarme, pero como no me hicieron el menor caso y no quise hacer el ridículo, no me atreví y seguí trabajando. Lo hice de forma metódica y por orden alfabético. Cuando llegué a la O, no dudé en escribir “oro” en primer lugar, pues aunque lo cierto es que hoy en día ese metal está bastante devaluado para lo que fue en otra época, tampoco era cuestión de ponerse exquisito. Pensemos en la fiebre del oro americana: cuanto sacrificio y cuantas vidas. Pero no debía tratarse de eso, porque además no tenía ningún utensilio que pudiera servirme de ayuda, que sería lo lógico en tal caso. Qué menos que una piocha. Al comenzar la P, de inmediato escribí “perla”, pero me di cuenta que buscarlas allí sería totalmente absurdo porque no estábamos en el fondo del mar, y lógicamente no hay ostras en otro sitio. Ostras vivas, quiero decir, impensables en aquel lugar aunque en su día pudiera haber formado parte de la Atlántida.
 Descansé un buen rato tratando de recobrar el resuello. Estaba nervioso y muy agitado, y traté de relajarme contemplando el horizonte, una línea un tanto difusa con elevaciones, crestas y depresiones, sin duda debido a turbulencias atmosféricas en la lejanía. O quien sabe si a las ondas gravitacionales llegadas del cosmos, algo que al parecer estaba muy de moda, y cuya presencia, sin embargo, acababa de ser desmentida después de confirmarse su hallazgo tan solo unos días antes. No importaba. Quizás se trataba de mi vista. Finalicé la libreta sin resultados prácticos. No se trataba de ninguno de los elementos de la tabla periódica de Mendeleiev (que siempre llevo conmigo), ni de cualquier otro compuesto líquido, sólido o gaseoso. Ni por tanto del petróleo, mineral fósil acumulado por los restos del krill en los fondos marinos a través de los eones, cuya presencia subterránea en aquel lugar sería perfectamente inútil para mí en aquellos momentos, no siendo yo en absoluto espeleólogo ni nada que se le parezca.
  La solución debía estar por lo tanto por encima del suelo, y me puse a cavilar de qué podría tratarse aparte del oxígeno que, afortunadamente no escaseaba a pesar de la elevada temperatura. Cuando estaba en esas, vi acercarse a buen paso a un tipo que braceaba ostensiblemente y miraba en todas direcciones como si algo le inquietara o si, como yo, no tuviera demasiada idea de donde estaba. Pensé que se iba a dirigir a mí pues casi me  arrolla, pero pasó a mi lado a toda velocidad sin ni siquiera mirarme, por lo que empecé a pensar que solo cabían dos soluciones. O bien aquellas personas eran cortas de vista, o mi presencia era tan insignificante que me hacía prácticamente transparente. Por cierto, aquel tipo también iba vestido con el uniforme de una compañía aérea, por lo que llegué a plantearme si no se trataría de un avión siniestrado en aquel páramo. Algo que descarté de inmediato porque sin lugar a dudas ya habría oído pasar a los bomberos, que no se distinguen por su discreción, y visto la típica columna de humo elevándose hacia el cielo. Y, sin duda, a los helicópteros de emergencias.
La presencia de estas personas, la interpreté poco después como una metáfora de que lo que buscaba debía efectivamente de encontrarse en el aire, lo que me dio nuevas energía para seguir intentando descifrar aquel misterio. Quizás la despreocupación de los visitantes hacia mi persona era debida a que me veían como a un rival, alguien a quien no se debía dar ningún dato, tratando de pasar lo más desapercibidos posible. Quien sabe si éramos los concursantes de un programa de televisión con una misión específica que cumplir, y cada cual debía apañárselas por sus propios medio. Claro que en tal caso también era casualidad que los concursantes fueran todos de una compañía de aviación, aunque con la crisis y las reducciones de plantilla cualquier cosa era posible.Lo absurdo de mi situación me hizo pensar si el objetivo de mi búsqueda podría ser de otro tipo. Era posible que mi pretensión, en esos momentos olvidada, fuese convertirme en un anacoreta, y mi visita a aquel páramo una oportunidad única que no debía desaprovechar. O simplemente, ante el vacío de mi existencia, un impulso súbito me había empujado a buscar mi vena poética en un paraje tan desolado. Todo era en aquellos momentos posible.
Desgraciadamente cuando me hallaba cavilando sobre estas extrañas posibilidades, vi a lo lejos a los tres aviadores acercándose a la carrera, dando voces y haciendo aspavientos, indudablemente agitados y nerviosos. A unos pocos metros de mí se detuvieron, y cuando me dirigí a ellos para saber qué pasaba, el hombre se adelantó unos pasos señalándome, y gritó en dirección a las chicas, “sin duda se trata de este”, para de inmediato sacar una pistola del bolsillo y apuntarme con ella.
¿Tienes algo que alegar? me preguntó.  Ante esta nueva vuelta de tuerca de mi situación, no supe qué responderle, y lo único que en aquellos momentos se me ocurrió fue pensar que verdaderamente era una lástima que una situación, que hasta esos momentos tenía todas las apariencias de un vodevil surrealista, fuera de inmediato a convertirse en una tragedia de la cual yo era la víctima, aunque posiblemente ese era el único sentido de mi presencia allí.

TOBÍAS



Tobías es un tipo muy raro, y si tiempo atrás se le podía encontrar en cualquier lugar abandonado de la mano de Dios, hoy sucede todo lo contrario. Sería inútil tratar de dar con él en un desierto o un páramo. Ni siquiera en un descampado. Y menos aún en unas tierras baldías, que diría el cursi de T.S, Elliot. De repente adora la presencia  de otros, y lo normal es verde rodeado de amigos o perdido entre la multitud.
   Frecuenta por lo tanto las grandes avenidas abarrotadas de gente, las aglomeraciones y  los fines de semana las grandes superficies y los centros comerciales, donde se le puede observar entre la multitud con cara de arrobo, casi de éxtasis: hasta tal punto llega su querencia por las masas, su adoración por los otros cuerpos, sin importarle que le sean totalmente ajenos. Se une a todo tipo de manifestaciones, donde para él lo de de menos es su significado o lo que se reivindique, si es que se reivindica algo. Le es suficiente la cercanía de los otros y el calor animal de la multitud arrastrándose por el asfalto, donde llega a gritar consignas que verdaderamente le tienen sin cuidado. Se le ha visto en manifestaciones de la extrema derecha y del partido comunista alternativamente el mismo día, y en ambas con el mismo fervor, ignorando sus acompañantes que realmente a Tobías le importa un rábano el honor de la patria, el exceso de emigrantes o el porvenir de la clase obrera.
El asunto es sentirse acompañado, disfrutar de la sensación de formar parte de la masa, ser un solo cuerpo del que se disfruta con la fruición con la que uno puede mirarse al espejo un día en que se esté especialmente bien consigo mismo. En ocasiones, sobre todo en épocas en la que la conflictividad social es elevada, no da abasto para asistir a todo tipo de reuniones y mítines, en las que en algunas ocasiones llega a tomar la palabra y suelta una arenga sin demasiado sentido, que suele dejar sorprendidos a los pocos participantes que le presten atención, por lo novedosos de sus términos y su difícil encaje con las circunstancias.
Es por lo tanto normal hallarle también en maratones y carreras populares, en las que para él lo de menos es el rendimiento, por lo que ya desde el principio, ayudado sin duda por sus escasas condiciones físicas, se deja caer a las últimas posiciones, donde se arrastra con la satisfacción de haber participado, y aprovecha la situación para disfrutar del hecho de formar parte del nutrido pelotón de cola. Aprovecha también esas situaciones (cuando su aliento se lo permite), para mantener breves conversaciones con sus acompañantes, a los que trata de hacer ver la maravilla que supone participar en deportes colectivos, y su desdén por los excesivamente individualistas, entre los que destaca una desmesurada fobia al tenis, por razones no del todo claras. Su afición por el deporte le hace participar desde la grada en los grandes acontecimientos deportivos, a los que raramente falta, y en los que en algunas ocasiones se le ha visto con las hinchadas más furibundas, concretamente los ultrasur del Madrid y los boixos nois del Barcelona.
En verano frecuenta exclusivamente las playas más concurridas, donde se ubica preferentemente en las cercanías de los grupos familiares más numerosos, disfrutando inmensamente de la proximidad de los bañistas, e incluso del sudor y los efluvios de las cremas solares, que se elevan sobre la muchedumbre como un manto de fácil percepción pero de dudoso gusto. Siendo soltero, suele comer en restaurantes de segunda,  e incluso en chiringuitos de precio módico, donde disfruta de la presencia masificada de la gente, aunque le resulte complicado abrirse paso hasta la barra, donde suele conformarse con un sándwich vegetal o un bocadillo de embutido o de jamón y queso, acompañados de un vino de la casa. Es uno de los mayores placeres que suele ofrecerse, y raramente se sienta solo en el comedor, por mucho que los camareros (ajenos a su recién adquirida idiosincrasia) insistan en la comodidad que tal situación comporta.
   Tobías sin duda ha cambiado. Ya no es aquel solitario que nos tenía a todos en vilo, y por el que en más de una ocasión, hubo que organizar partidas para rescatarlo de la soledad de los picos más agrestes o de los desiertos más inhóspitos. Todos nos congratulamos ahora acompañándole, como si se tratara del desenlace feliz de una situación que en muchos momentos nos llegó a inquietar. Aunque, si todo hay que decirlo, algunos comienzan a decir sotto voce, que su actitud actual tampoco resulta del todo normal. Veremos que nos depara finalmente este individuo. Quien sabe si todavía tiene un as escondido en la manga, y nos sorprende cualquier día con un cambio de rumbo inesperado.

sábado, 25 de junio de 2016

INSTRUCCIONES PARA CERRAR LOS OJOS



Antes de empezar, quiero que vaya por delante una advertencia para los no avisados: las instrucciones a las que se refiere el título de esta nota pueden ser redundantes o inútiles, pues los llamados ojos suelen cerrarse por sí mismos sin ninguna ayuda especial. Todo el mundo tiene la experiencia los días en los que no es asaltado por el insomnio, de que los párpados clausuran el estado de vigilia con una naturalidad que haría trivial el empeño que uno ponga en ello.

Claro que ya aquí cabe hacer otra advertencia para continuar con pleno sentido. Para verificarla y facilitar la conclusión, colóquese frente a un espejo (no hace falta que sea de cuerpo entero), y trate literalmente de “cerrar los ojos”. Comprobará de inmediato su imposibilidad, ya que, en todo caso, podrá cerrar los párpados, pero los ojos permanecerán igual a sí mismos independientemente de su deseo. Como mucho, podrá observar en ellos en ciertas variaciones según la bilis que en ese momento le habite, que le hará mirar de una u otra forma, debido al parecer a la variable concentración de conos y bastoncillos (solo observables por un oftalmólogo). Podrá también mirar hacia arriba, hacia abajo o al bies, según su antojo y su cordura. Las puertas, sin embargo, sí se cierran, al poder ser colocadas ellas mismas en diferentes posiciones, algo que sin embargo no está entre las habilidades de los ojos, incapaces de voltearse, y como mucho dotados de la facultad un tanto inútil que uno tenga de hacerse el bizco mirándose la punta de la nariz. O hablando con propiedad: de hacer el idiota.

A todo esto podría añadírsele otro fenómeno que, dada la velocidad a la que tiene lugar, nos pasa en general inadvertido. Se trata, como todo el mundo sabe, del parpadeo. Esa facultad de gran parte de los animales mediante la cual se humedece la superficie de los ojos al tiempo que, como si se tratara de los limpiaparabrisas de un vehículo en los días de lluvia o niebla, mantienen limpios los cristales. En cualquier caso, y a modo de excurso, me asalta aquí una duda ¿les sucede lo mismo a los insectos? ¿limpian ellos de la misma manera sus ocelos? Y en caso negativo ¿por qué? No voy a consultar la enciclopedia ni a meterme en google. Quizás son menos coquetos o aseados, y no le importa dejar al albur de las circunstancias tal cometido. Quien sabe. Para una araña, con ocho ojos, tal cosa supondría un verdadero engorro. Pero estaríamos hablando de un artrópodo.

Y volviendo a nuestra especie, se puede afirmar que con dedicación y cierto empeño, sí podemos ser conscientes del parpadeo de nuestro interlocutor (difícilmente del propio), pero para ello debemos mirarle a los ojos fijamente, lo que al cabo de pocos minutos puede dar lugar a una situación conflictiva. Hacerlo, según los psicólogos conductistas, solo puede significar dos cosas, atracción o desafío, y  tales afectos (en el amplio sentido de la palabra) se dan en contadas ocasiones. Sabiendo esto, que cada cual considere el riesgo que corre si persevera en su experimentación, pues en algunas circunstancias, tales situaciones puedan terminar a todo correr en la habitación de unos apartamentos por horas, o en el sentido contrario, en el campo de honor, que tiene menos gracia.

Cerrar los ojos no es pues algo tan simple como podía parecer a primera vista (incluso con los ojos cerrados, valga la paradoja), y si en ocasiones la dificultad se debe a una pura cuestión mecánica, otras ha de considerarse estrictamente como metáforas, sobre las que volveremos más adelante.

Dos afecciones oculares de diferente gravedad pueden corroborar estos hechos en el primero de ambos casos. De entrada debemos considerar la blefaritis, inflamación en general leve del tejido conjuntivo alrededor de los ojos, pero con consecuencias poco agradables, entre las que se cuenta la dificultad de despegar los párpados (sobre todo por la mañana). Y a pesar de que sería lo indicado, no me parece apropiado ponerse aquí a hablar de legañas. En los casos más llevaderos, se trata de aplicar jabón diariamente (a poder ser con ph neutro o champú para bebés). La miastenia gravis, sin embargo, es otra cosa, pues la debilidad muscular no solo afecta a los párpados sino a todo el cuerpo. Quien la sufre, aparte de muchas otras dificultades, se verá con la engorrosa sensación de no poder tener los ojos abiertos porque los párpados se cierran a pesar de la voluntad que ponga en sentido contrario. Para estos enfermos, “cerrar los ojos” tal como se entiende habitualmente puede parecer un sarcasmo, puesto que ellos por sí mismos ya tienden a hacerlo sin ningún necesidad (y sin tener sueño el propietario).

 Para continuar y decir algo que no se quede en un mero juego de palabras o humorístico, digamos que en estas instrucciones deben considerarse algunos factores que faciliten el hecho al que nos referimos, dejando de lado matices o sutilezas verbales. Cerrar los ojos precisa antes de nada, de una voluntad que lo facilite, y tal cosa puede darse en circunstancias de la vida que no solo se refieran al lenguaje figurado (las metáforas mencionadas con anterioridad), algo que, sin embargo, todos hemos empleado alguna vez. “No quiso verlo y cerró los ojos”, es una expresión que pertenece al lenguaje popular. En otras ocasiones se nos recomienda fervientemente lo contrario, “permanecer con los ojos bien abiertos”. Esta facultad, y es obvio que se trata de otra metáfora, se hace una sorprendente realidad en ciertos individuos, capaces de permanecer sin parpadear durante largos períodos de tiempo. Hablamos de los psicópatas, gente poco recomendable, a pesar de que cierta literatura los describa como poseedores de una “mirada penetrante”. Ante casos así, procure poner tierra de por medio lo antes posible. Estos tipos son capaces de pasarle a cuchillo, y punto seguido pedir una cerveza y una ración de gambas en el establecimiento que tengan más a mano sin ningún remordimiento.

Cerrar los ojos, y ya hablamos aquí de un acto que requiere una implicación personal de quien lo haga, exige, como sin duda se dará cuenta si lo intenta, el empleo de un buen número de los músculos de la cara, especialmente la frente y las mejillas. Este hecho hace que sea empleado por algunas personas sabedoras de que tal cosa le da al rostro cierta vis cómica muy divertida, y si no recuerdo mal fue utilizado con frecuencia por la actriz americana Shirley Mclaine en alguna de sus (cuando lo eran) divertidas películas. Surte más efecto si se hace varias veces seguidas y se arruga la nariz al mismo tiempo. También ha sido muy utilizado por algunos payasos. Con otro objetivo, los niños lo emplean a veces en el famoso juego del “veo veo” (*).

Hay personas que en lugar de cerrar los ojos se los tapan con las manos en situaciones azarosas y en algunos juegos de sociedad en los que sin embargo se suele hacer trampa dejando que los dedos adquieran una soltura indebida para ver entre ellos como si se tratara de una rejilla. Para entrever.Hay, sin embargo, una situación muy específica en la que realmente cerrar los ojos es una misión imposible, por mucho empeño que el supuesto interesado pudiera poner en ello. Se trata de los cadáveres, personas que sin duda en su inmensa mayoría querrían continuar con ellos abiertos y no perderse nada de lo que sigue aconteciendo a su alrededor, pero a los que desgraciadamente la voluntad les ha abandonado definitivamente. Mala suerte, chico/a, puede que les diga el alma benemérita que se los cierre, queriendo ignorar que tiempo adelante ella misma será la protagonista (pasiva, claro está). Llegados a este punto, el lector comprenderá que no haya mucho más que decir, pues con la situación mencionada se clausuran todas las posibilidades futuras del interesado. Si acaso, a modo de colofón, dedicar un afectuoso recuerdo a los tuertos, y a todos aquellos que por enfermedades o desafortunados acontecimientos quisieron clausurar sus ojos motu proprio mediante algún artificio. Destacar, en este sentido, a la princesa de Éboli y su famoso parche, y a los fotofóbicos, parapetados permanentemente tras unas gafas casi opacas, aptas incluso para contemplar los eclipses de sol.



(*) Esto no es totalmente cierto, pues las manos se suelen poner sobre los ojos ya cerrados, algo que puede parecer redundante, pero que es recomendable. Pruebe usted a hacerlo con los ojos abiertos y verá que no resulta agradable. Otro tanto podría decirse de “un, dos tres, al escondite inglés”.

La “gallinita ciega” y la “piñata” son otra cosa, precisan de un pañuelo o una venda.

INSTRUCCIONES PARA BEBER



Como todo el mundo tiene una idea bastante aproximada de lo que se quiere decir con el título que encabeza estas líneas, no nos entretendremos tratando de explicarlo, pues aunque es posible que haya un porcentaje que no lo tenga claro, no sería significativo. Estando de acuerdo en esto, puede, sin embargo, existir gente que dude del significado exacto de lo enunciado, porque una cosa es estrictamente beber, y otra “empinar el codo”, como popularmente se dice. En cualquiera de ambos casos, nos atrevemos a afirmar, que lo que debe hacerse en esa tesitura es beber algo en estado líquido, quedando prohibidos los sólidos y los materiales gaseosos. Y esto de ninguna de las maneras puede considerarse una discriminación, sino debido a la estructura de de la garganta y el aparato digestivo, pero sobre todo, a los diferentes estados de la materia sobre la superficie del planeta y su utilidad para los seres que lo habitan. Otro aspecto que cabe aquí considerar, antes de meternos en la cuestión a fondo, es que una vez que se decide beber, debe evaluarse de antemano la viscosidad del líquido (que no llegue a la de la silicona, por decir algo evidente), y que no sea venenoso, por lo que se desaconsejan la lejía, el amoniaco, y en general, los líquidos desatascadotes, el matarratas. Y el sidol. Dicho esto a modo de advertencia previa, podemos seguir adelante con la seguridad de no haber inducido a error a los lectores que creyesen que podían beber cualquier tipo de líquido, con independencia de su composición. Y no es así, por lo que se ruega encarecidamente que tampoco beban ácido sulfúrico.
Para empezar vaya por delante que para beber debe usted tener boca, algo que puede comprobar de varias maneras, como por ejemplo, llevándose una mano hacia la zona de la cara, debajo de la nariz, donde suele estar ubicada, y empujando varios dedos hacia adentro. Si logra penetrar, está claro: sí la tiene, aunque para ello haya tenido que apartar los dientes. Otra forma posible es mirarse al espejo, separar los labios, y comprobar que existe un agujero. Si es así, no le dé más vueltas: se trata de eso. Otra manera posible, sería verificar si sabe hacer lo que  en el diccionario de la Real Academia de la Lengua (y otros) define como “tragar”. Para ello debe realizar una serie de movimientos (parecidos al peristaltismo intestinal) al fondo de esa estructura que acabamos de mencionar, y comprobar que “sucede algo” en la parte delantera del cuello. Bien, pues a eso se llama tragar, acción fundamental para poder beber y para cualquier otro tipo de deglución. En los varones tal cosa resulta más sencilla al estar dotados de una nuez prominente, y resultar más visible el fenómeno. En cualquier caso, si quiere ahorrar tiempo y movimientos innecesarios, pruebe, por ejemplo, a decir “veintisiete”, si lo logra, no lo dude: usted tiene boca. Incluso si solo acierta a decir “mu”, como al parecer suele ser su costumbre. Si a pesar de todo, no quiere soportar las mínimas molestias de cualquiera de las acciones mencionadas más arriba, trate de recordar si esta mañana ha desayunado. En caso afirmativo: boca confirmada. En otro caso, no se alarme y proceda según lo indicado, teniendo en mente que en el peor de ellos podría ser hidratado por sonda.Y para terminar este apartado, le recordamos que la boca tiene labios, dientes, lengua, cielo de paladar y úvula, pero no se demore observándolos, porque a poco que lo haga podría morir de sed.
De todas maneras, como ya se apuntó más arriba, puede no tratarse de beber strictu sensu, sino de su necesidad imperiosa de darse una alegría a base de alcoholes en cualquiera de sus formas, ya sean por maduración o destilado. En ese caso sepa que verdaderamente “beber” se emplea como una metáfora de su significado primordial, aquel que se refiere al hecho de introducir agua en nuestro organismo para seguir vivos. Para evitar confusiones, en determinados países de América latina, cuando se trata de esta modalidad, se opta por el verbo “tomar”. De todas maneras, trate de no confundir el agua de manantial con la ginebra, el resultado en caso de una ingesta masiva y precipitada de una botella de esta, le puede llevar a Urgencias con diagnóstico incierto. Fíjese en la etiqueta, suele figurar bien claro. En caso de beber agua del grifo no hay problema, porque no es habitual que el Canal suministre líquidos aguardentosos por esa vía. Sepa, en cualquier caso, que en las canalizaciones al efecto, viven (y, al parecer, disfrutan) millones de bacterias que puede resultarle perjudiciales si no está habituado. Se desaconseja vivamente beber directamente ( a morro) del grifo, porque en sus proximidades las susodichas parecen estar más alteradas y ser más peligrosas (y lo mismo podría decirse de las cantimploras poco utilizadas).
También pueden ingerirse otros tipos de líquidos beneficiosos para el organismo, siempre que sean tomados en cantidades discretas, a saber: refrescos de distintos sabores, té, infusiones variadas como el poleo, el mate, la manzanilla, y el café. Con este sin embargo ha de procurar ser comedido, si quiere irse a la cama sin riesgo de insomnio y la tensión por las nubes. Y lógicamente coca-cola envasada o a granel, en cualquiera de sus modalidades. Si el líquido resulta ser estrictamente blanco, casi con toda seguridad se trata de leche, un extraño producto que se obtiene de las vacas jalando con energía de sus ubres, algo que se ha vuelto habitual en Occidente desde hace centenares de años, convirtiéndose así sus habitantes en los únicos seres vivos que siendo adultos hacen tal cosa. Pregúntele a los leones, si tiene alguna duda. Los japoneses también son reacios a hacerlo a pesar de la presión a la que son sometidos por las industrias lácteas en la actualidad, pero afortunadamente prefieren quedarse son su bebida nacional, el sake. Y ante el peligro en ciernes, parece que el emperador se va a dirigir a la nación para que persevere en la veneración de sus tradiciones nacionales: los samurais y los kamikazes. Pero sobre todo, ese ancestral licor, que tantos héroes ha proporcionado a la nación del Sol Naciente (y sin el cual es posible que los anteriores no hubieran existido).


INSTRUCCIONES PARA AMAR



El título de este artículo puede parecer una contradicción, puesto que el amor para la mayoría de la gente es algo natural, que ni se aprende ni puede ser enseñado. Pero eso es algo que las líneas que siguen tratarán de demostrar que es falso, o que, teniendo un punto de verdad, no es toda la verdad. Hablar de amor es decir palabras mayores, y sin embargo es algo en lo que casi todo el mundo se cree un experto, y de lo que es capaz de hablar casi sin límites. Sin embargo, en mi opinión, se trata de un sentimiento muy complejo que en general trata de reducirse a algunas emociones que sentimos a lo largo de nuestras vidas. Por ello creo que es fundamental establecer pronto unos criterios para saber que cuando hablamos de amor, estemos hablando de lo mismo. Lo que decía Raymond Carver en el título de su libro (una colección de relatos) “De qué hablamos cuando hablamos de amor”.
En mi opinión se ha tendido a trivializarlo, incluyendo bajo ese concepto toda una gama de emociones que pueden estar muy alejadas de su verdadero sentido (si es que existe). Pero hay que ir poco a poco. Por mi parte, adelantaré que el amor es un sentimiento, es decir un afecto muy elaborado que sale de uno y se deposita en un objeto exterior, sea este cual sea (aunque ¿puede uno amar a un gato? ¿y a un árbol?). Amar implica por lo tanto una relación (es un verbo transitivo), pero una relación compleja, por más que en el lenguaje popular se hable con frecuencia del “amor a primera vista”, que debe ser otra cosa. El amor no es un instinto, y en ese sentido podemos llegar a afirmar que los animales no “aman”, sino que simplemente “necesitan”. Su cerebro es muy elemental y está centrado en la supervivencia. Nuestras mascotas posiblemente nos “adoran”, pero lo hacen porque han creado una dependencia muy fuerte de nosotros, en la que se juegan nada menos que sus vidas.
Estoy seguro que aquí mucha gente disentiría de mí. Posiblemente dicho así lo que acabo de expresar es una simplificación, pero no le dé de comer a su perro durante días o trátele a patadas y verá cuanto tiempo tarda en buscarse otro amo (si lo encuentra, y sin que esto se interprete como una aprobación de los malos tratos). Aquí entramos en la famosa dicotomía amor/necesidad que tantas parejas tratan de dilucidar a lo largo de los años: ¿me quieres o me necesitas? Ni que decir tiene que quien pregunta espera que le digan que le quieren, porque en otro caso sentirá que el otro no está con él/ella por lo que “es”, sino por lo que le “proporciona”. La necesidad aparece por lo tanto, en este tipo de relación bajo sospecha, cuando sin embargo es, en principio lo más básico.Un bebé no quiere a su mamá, aunque suene fuerte decirlo; esencialmente, la necesita (de una forma parecida a como las mamás le necesita a él, misterios al parecer de la oxitocina, si no recuerdo mal). En cualquier caso, esta mala prensa de la que goza la necesidad debe tener su origen en la enorme influencia que ha tenido el amor romántico (amor novelesco, etimológicamente), en comparación con el cual, cualquier otro tipo es menos considerado. La cantidad de tinta que se ha vertido, y de imágenes y música que se han creado en base a esa relación tan especial, que se genera cuando uno está bajo la influencia del llamado enamoramiento (esa sensación de felicidad exultante que algunos experimentan, y que Freud definió como un tipo de enfermedad). De todas maneras, creo que la tan denostada necesidad, bajo ese punto de vista, es fundamental, incluso más importante que el amor, porque está en la base de la supervivencia, sin la cual ni siquiera este se podría dar. Resumiendo para acabar con esta dicotomía, creo que se puede decir que cada uno de ambos conceptos tiene su campo de aplicación, y que mientras la necesidad es la base, el amor es un complemento magnífico, pero que puede no llegar a acontecer  en la vida de muchas personas.
A lo largo de los años se ha entendido como amor a una serie de emociones diferentes que se experimentan frente al otro, lo que hace difícil que pueda ser definido con precisión. No todos los afectos positivos son amor, y por eso resulta sospechoso lo que con frecuencia se observa en determinadas personas que manifiestan su amor a la humanidad, como si tal cosa fuera posible (tiene gracia lo que dicen algunos artistas en el escenario después de los aplausos “¡os quiero a todos!”). Uno solo puede   querer a seres concretos, no a imágenes colectivas, aunque estas pueden actuar como metáforas de ciertas personas a las que sí amamos. De hecho, el artista en el escenario llevado por la emoción de los aplausos sería mas sincero si dijese “os necesito” (¿puro narcisismo para prolongar una sensación de euforia?) Pero esta aparente confusión tiene una base muy firme arraigada en nuestro interior desde la primera infancia. Como decíamos más arriba, el bebé no quiere a su mamá, pero la necesita “a muerte” en el sentido literal de la expresión; sin ella (o quien haga su papel) moriría, y el apego que crea tal dependencia es tan intenso que más adelante tenderá a confundirse con el de otro tipo de relaciones, esencialmente con la sentimental.
Aunque pueda parecer una exageración, posiblemente sea esa la razón por la que determinadas personas se sientan literalmente morir o lleguen a desesperarse cuando son abandonados por su pareja. La semilla ya estaba sembrada y llega la confusión. A esa dependencia absoluta se la considera en muchas ocasiones como el amor verdadero, algo totalmente equivocado por mucho que se pueda vivir ese proceso como algo desgarrador o insoportable. Aún recuerdo una novela, luego fue llevada al cine, donde un “amor” de este tipo condujo al enamorado hasta la muerte (Los reyes del mambo cantan canciones de amor).
Parece pues llegado el momento de precisar qué entendemos por amor, y lo primero que en mi opinión cabe decir es que no se trata de un sentimiento específico o exclusivo, sino que con los matices pertinentes puede darse en diferentes tipos de relaciones. El primero de ellos es el dirigido a los hijos, cuya característica principal es la de ser “protector”, algo basado en el instinto directamente relacionado con la supervivencia de la especie. Se da como bien es sabido en todo tipo de animales, y dura un cierto tiempo hasta que aquellos puedan defenderse por sus propios medios. De hecho en determinadas especies los progenitores llegan a expulsar a su prole con una actitud agresiva. En los seres humanos el tiempo de dependencia es mayor y la relación más compleja, lo que hace que el vínculo se prolongue (con los matices que se quiera) durante toda la vida. Otro tipo de amor que se puede considerar en cierta medida relacionado con este es el que se tiene a los padres, que en la vejez recobra ciertos aspectos del mencionado, esencialmente en su cuidado y protección. Los amigos íntimos merecen también ser incorporados en alguna medida a este sentimiento, son personas con las que uno llega a sentir una gran empatía y a las que llegado el caso haría lo posible para ayudarlas. Y antes de entrar en el amor de pareja, al que se ha dado en llamar sentimental, podemos finalmente considerar, a pesar de lo dicho más arriba, el amor “universal”, ese que llegan a sentir algunas personas por los seres humanos en su conjunto, bien porque se han llegado identificar con lo que hay de común en todos ellos, o por un mero ejercicio intelectual que les lleva a sentirse de alguna manera responsables, aunque no tenga ningún vínculo con ellos, y a emprender acciones concretas que están en la mente de todos. En todos estos tipos de relaciones es fundamental la empatía, la identificación con el otro, algo que debe estar codificado en nuestros genes, aunque antes de seguir adelante y estudiar el amor de pareja, se puede añadir que lo dicho no deja de ser una visión idealista, y que desgraciadamente, por unos u otros motivos, las cosas a veces no son tan idílicas como han sido presentadas. Todo el mundo es consciente de ello y conoce numerosos ejemplos en ese sentido.
Y finalmente tenemos al amor sentimental, de pareja o como quiera llamársele. Amor entre adultos, que incluye la relación erótica, que, por otro lado suele ser el origen de buena parte de los mismos. Y si no estrictamente erótica, sí de una atracción que normalmente acaba desembocando en ella. Pero como ya se ha dicho y estudiado en cantidad de libros y artículos (y por otra parte es de conocimiento general), la relación sexual decrece con el paso de los años, y la unión de la pareja tiene que basarse en otro tipo de vínculos que van adquiriendo mayor importancia. Es transcurrido ese tiempo cuando se puede confirmar que tal amor existe. Es entonces cuando el otro se vuelve verdaderamente “otro”, y los miembros de la pareja tendrán que hacer un esfuerzo importante para comprenderse y seguir unidos. Y es aquí donde las “instrucciones” del título de este artículo pueden tener algún sentido, pues se empezará a ver que quien nos acompaña es alguien diferente de nosotros mismos, al que no se le puede exigir que solo sea un reflejo de nuestros deseos o necesidades. Es entonces (dicen que a partir de los siete años de convivencia aproximadamente) cuando los integrantes de la pareja van a ser sometidos a una prueba para la que a lo mejor no estaban preparados. Se acabaron entonces los príncipes azules o las bellas durmientes, que no dejaban de ser puros egoísmos mediante los que tratábamos de convertir al otro en el más fantasioso de nuestros sueños juveniles, pura fantasía que suele romperse a pedazos. Y la razón es que, llegado ese momento, este tipo de amor (el amor romántico) para demostrarse auténtico tendrá que aceptar en el otro no solo su diferencia con nosotros, sino su debilidad. Amar a alguien que “todo lo tiene” o a quien admiramos en grado sumo, no tiene nada de poético ni de auténtico, después de todo, puede incluso ser puro egoísmo: dame lo que a mí me falta. Por eso, y aquí volvemos a algo que podíamos haber pasado por alto, quien no se ama a sí mismo no puede amar al otro, porque lo que va a intentar es que éste complemente lo que percibe en sí mismo como falta. De ahí la desesperación inconsolable de ciertas personas en algunas roturas, cuando el otro en realidad era uno mismo. De ahí posiblemente el contrasentido del maltrato, cuando los maltratadores son capaces de matar “a lo que más querían” (en ocasiones, los hijos incluidos). Quizás como corolario de esto último quepa incluir aquí una reflexión que me he hecho al ponerme a escribir estas líneas: ¿se puede amar a quien realmente no nos ama? (y, en mi opinión, no es tan difícil ser conscientes de ello). Las parejas pueden mantenerse unidas durante toda la vida por muchos motivos (la costumbre, el interés económico, el miedo a la soledad, etc), pero en mi opinión creo que el amor, este amor, tiene que ser recíproco. Estar con alguien que sabemos que nos desprecia, o nos envidia o nos tiene rencor, es desde luego una opción perfectamente humana, pero no creo que pueda ser llamado amor.
Seguro que todavía se podrían decir muchas cosas, pero como soy consciente de lo que acabo de decir, pondré en práctica lo que se ha podido deducir de lo anterior. Voy a dejarlo y a atender a mi mujer que me llama para cenar desde el salón. ¡Ja!. Se me había olvidado: el amor sin humor tampoco es posible. Debe tratarse de otra cosa.

INSTRUCCIONES PARA AYUDAR



Es posible, aunque quizás no tan probable, que en algunos momentos de su vida sienta la necesidad imperiosa de ayudar, y es importante que trate pronto de definir lo que antes se llamaba (con todas las de la ley), complemento directo. Y para ello es necesario hacerlo a priori de una forma genérica, porque no es lo mismo ayudar a alguien fuera de nosotros que a nosotros mismos. A partir de ese momento lo natural es que sintamos el impulso de echar una mano a alguien en apuros, o a estudiar con detalle lo que nos vendría bien personalmente para llevar una vida plena. Aunque pensándolo más a fondo, puede suceder que ambas cosas coincidan en la medida en que ayudar a los demás suele ser muy gratificante para quien lo hace. Etcétera.
Llegado a este punto, quien quiere ayudar a los demás debe evaluar en qué consiste tal ayuda, pues lo que para él puede suponer un problema, para otros resultar algo asumido o incluso visto de forma positiva. Y no solo eso, sino que debe tenerse en cuenta si la persona a quien trata de ayudar lo admite, pues como es bien sabido, hay quienes lo consideran vejatorio, al estimar que la ayuda, en determinados casos es una forma muy elaborada de desprecio. Posiblemente también existen quienes prefieran vivir en alpargatas que ser ofendidos aceptando unos zapatos Sebago, por decir algo; incluso merece la pena valorar de antemano, si en el futuro el benefactor no será objeto por parte del otro de un profundo rencor. Desvaríos de la mente humana, capaz de anteponer con frecuencia una supuesta dignidad, al puro hecho de reconocer una necesidad y agradecer la ayuda. Esta es la doble cara de la caridad, en ocasiones justamente denostada, no solo porque no enseña al otro nada en concreto para defenderse en la vida (a pescar, como tantas veces se ha dicho), sino que lo señala como alguien que, después de todo, ha fracasado.
Ya sé que decir esto es una simplificación, y que los pobres en las aceras, en las salidas de los supermercados y en los semáforos, no están para estas sutilezas, y agradecen sin dobleces unos céntimos, pero hay que advertirlo para que la posible reacción negativa no nos coja por sorpresa. Esto no debe ser un inconveniente para ciertos momentos en los que la ayuda resulta imprescindible con independencia de toda consideración ética. Si alguien, por ejemplo, pide socorro desde el agua agitando los brazos y al mismo tiempo tiene dificultades para mantener la cabeza por encima de la misma, no debemos abismarnos en profundas reflexiones de orden moral, ni pensar que a esa distancia de la orilla, la persona en cuestión debe hacer pie y ella misma puede resolver su situación. Si sabemos nadar, debemos arrojarnos al agua y tratar de acercarle a la orilla, algo no siempre tan sencillo, pues en ocasiones el accidentado, llevado por los nervios y la angustia, puede propinarnos un puñetazo y a partir de ese momento ser dos las personas en apuros. Afortunadamente, en las piscinas públicas es obligatoria la presencia de socorristas, que saben nadar con cierta soltura, y han recibido un curso de información previo, o son diplomados en salvamento y saben como actuar en esas ocasiones. Además, también es obligatoria la instalación de salvavidas, que puedan ser lanzados al agua en caso de apuro. Morir ahogado debe ser un trago difícil de soportar (e incluso más de uno, valga el chiste). Otra posible solución sería que la persona en cuestión estuviera dotada de branquias o fuera un anfibio, algo en el primer de los casos, imposible, y en el segundo más que dudoso, por más que, al parecer, los seres humanos  salimos del mar hace millones de años, al parecer, en forma de lagartos.
La ayuda que suele ser requerida en más ocasiones es la de tipo afectivo o espiritual. Para ello debemos estar preparados con una mente abierta y el corazón dispuesto a transigir con situaciones de difícil encaje con nuestra personalidad. Ayudar a los iguales suele ser relativamente fácil, pero hacerlo cuando somos requeridos para ello por un individuo que dice sentir un deseo profundo de quitar de en medio a su vecino, o patear el vientre de una embarazada, puede resultar complicado. Sobre todo si somos nosotros mismos el vecino aludido, o nos encontramos en el sexto mes de gestación. No obstante, excepto en esos casos u otros similares, en lo que lo más adecuado resulta avisar a la policía y poner de inmediato tierra de por medio. O quizás debemos templar nuestro espíritu y aprestarnos a la ayuda solicitada (si tal es el caso), considerando la ventaja que supone saber que nuestras neuronas tienen una plasticidad sorprendente hasta el mismo día de nuestro óbito, y que por lo tanto, podremos hacer frente a las situaciones aparentemente más disparatadas.
El yoga a base asanas, el zazen, los estiramientos e incluso los masajes de un profesional cualificado, pueden ayudarnos para acercarnos a quien lo requiera con el espíritu dispuesto para la ayuda, considerando que, como dijo un famoso filósofo, (estrábico para más señas) (1), “nada humano me es ajeno”. No es preciso para ello ser un existencialista, e incluso uno puede abominar de Heidegger, que en opinión de muchos de sus colegas, no sabía lo que decía (2), pero que, sobre todo, era un perfecto hijo de puta (3), dicho esto en un castellano diáfano del que sin duda no renegarían en Valladolid, ni por lo tanto, don Miguel Delibes. Preparados pues de la forma antedicha, debemos escuchar a quien lo requiera con una actitud relajada que facilite la relación, y que haga que el otro se sienta cómodo y pueda confiarnos sus dificultades con la certeza de que no va a ser juzgado. Pueden ser momentos difíciles, ante los cuales haríamos bien en dejar de lado nuestros prejuicios, por más que lo que oigamos pueda perturbarnos. En ese sentido sería conveniente eliminar previamente algunas señales de nuestro lenguaje  corporal que pudieran poner al otro sobre aviso de nuestra disensión o malestar. Atentos, pues a los movimientos incontrolados de nuestras extremidades, al empleo excesivo de nuestras manos o nuestra gesticulación, y sobre todo a ciertos tics que nos delatarían sin remedio, como el parpadeo excesivo (incluso guiñando un ojo), el fruncimiento de la boca y el tocarse la nariz reiteradamente sin venir a cuento.
No nos vendría mal haber practicado con anterioridad la llamada “escucha pasiva” (4), algo muy utilizado por lo psicoterapeutas cuando los pacientes se ponen pesados;  es una forma aproximada de aquello que el saber popular conoce como “por un oído me entra y por otro me sale”. Claro que no debe pasar ni un momento más sin mencionar una palabra que abre todas las puertas en el mundo de la comunicación afectiva. Se llama “empatía”, esa facultad que nos hacer sentir como propios los sentimientos ajenos, y que le facilita al otro abrirnos su corazón. Y esto no deja de ser interesante, pues otro vocablo muy afín y con las mismas raíces, señala una situación muy diferente, se trata de “patología”, que tiene que ver con las emociones alteradas, y que convenientemente diagnosticado (o no), pueda uno acabar en un psiquiátrico o tomando una ensalada de pastillas para mantenerse en sus cabales.
Y creo que tratándose este artículo de una síntesis de las instrucciones elementales para ayudar a nuestro prójimo, ya es suficiente con lo dicho. Queda para otro día la segunda parte a la que se hizo alusión al empezar, la ayuda a nosotros mismos, hoy tan de moda en tantos libros, dvds, yutubes. Se trata de una industria que, independientemente de su eficacia, hace que con seguridad se sientan mejor sus promotores, al proporcionarles un estatus que para sí quisieran los destinatarios (quien tenga dudas que pregunte a Louise M. Hay, Paulo Coelho, y con matices, a Eduardo y Elsa Punset en España). Si usted no sabe con certeza quien es realmente, le recomiendo a algunos autores que podrían echarle una mano, por ejemplo Sigmund Freud y Carl G. Jung, pero mal empezamos (5). Si usted tiene la certeza de ser Napoleón o Jesucristo o su autor favorito se llama Ronald Laing(6) (un psiquiatra importantísimo que introdujo una visión totalmente diferente de la enfermedad mental), siento comunicarle que no puedo serle de ninguna ayuda. Un cordial saludo, en cualquier caso.
(1) Se trata de Jean Paul Sartre, uno de los padres de la corriente filosófica llamada existencialismo. Era bizco, que es una forma de estrabismo.
(2) Quien tenga alguna duda que intente leer “Ser y tiempo”, su obra capital.
(3) Heidegger, a pesar de sus elaboradísimas teorías, entre ellas el famoso “dasein”, fue en opinión de muchos colegas un ser humano repugnante que apoyó a Hitler y al nazismo, colaborando de esa manera a un descenso significativo del número de habitantes de este planeta.
(4) La escucha pasiva es conocida en el mundo de la teoría psicoanalítica como la actitud del psicoanalista mediante la cual, el profesional escucha lo que le dice el paciente y se queda solo con lo esencial, de una forma conocida como “atención flotante”.
(5) Carl G. Jung, fue un famoso psiquiatra suizo discípulo de Freud, de quien pronto disintió. No estaba de acuerdo con su maestro en que las enfermedades mentales de sus pacientes empezaban en la alcoba de sus padres. Dos de sus conceptos más conocidos fueron “el alma colectiva” y el “sí mismo”, que es lo que aquí viene al caso.
(6) Ronald Laing fue un importante psiquiatra inglés de los años setenta, conocido como el creador “antipsiquiatría” y especialista en la esquizofrenia (*). Escribió dos libros muy importantes de los que se vendieron miles de ejemplares, “El yo dividido” y “El yo y los otros”. Uno de sus colegas, Joseph Berke ayudó a una de sus pacientes, Mary Barnes, a escribir un libro que causó mucho impacto en su día: “Aquí no tuve que volverme loca”. Trata de la experiencia de esta en una casa de Londres, donde los antipsiquiatras  alojaban a sus pacientes en régimen muy especial. Uno de los entretenimientos más terapéuticos de estos consistía, al parecer, en pintar las paredes o a sí mismos con sus excrementos (sin: mierda).
(*) Un conocido psiquiatra español (y cordobés), Carlos Castilla del Pino se ocupó también de esta dolencia. Publicó en dos tomos una “Introducción a la psiquiatría” con gran repercusión en la profesión (e incluso entre sus pacientes). Era de la opinión que el delirio es un error necesario, y en tal sentido escribió un ensayo con ese nombre. En él afirma que el ser humano, en determinadas circunstancias, se ve obligado a delirar para ser “alguien”. Quizás, haciendo un paralelismo, sea esa la razón última por la que siendo un comunista radical, se permitió una vida muy acomodada con la venta de sus libros y los honorarios de sus pacientes Lo que parece perfectamente lógico..

INSTRUCCIONES PARA AYUNAR



El ayuno es una operación que ha contado con mucho predicamento en la historia de la humanidad. La razón sin duda estriba en que llevarlo a cabo resulta extraordinariamente sencillo, pues no comer es fácil: basta con no abrir la boca. Tal hecho, por otro lado, facilitará el cumplimiento del famoso refrán, y las moscas no podrán ser vilmente capturadas por esa trampa mortal que termina en los intestinos (y nos quedamos cortos). Desgraciadamente, sin embargo, la boca tiene una tendencia innata para abrirse lo que convierte lo anterior en algo parecido a una broma de mal gusto.
No es este sin duda el lugar adecuado para explicar en que consiste este conocido proceso, que gozando con el favor de ciertas clases acomodadas hartas de calorías, puede, no obstante, terminar de mala manera para quien se obceque en prolongarlo más allá de lo adecuado. El hecho, frecuente hoy en día, es que existen ciertas personas que al no estar de acuerdo con su imagen en el espejo, reducen la ingesta de alimentos de forma muy importante, lo que al parecer, respetando ciertos límites, acaba proporcionando al interesado/a la deseada. Una forma moderada del ayuno es la dieta, que consiste en la reducción racional de la absorción de alimentos, de acuerdo a determinadas reglas que hacen referencia a las calorías, las proteínas, las grasas, los carbohidratos y una infinidad de variables que no es este el lugar apropiado para detallarlas. Normalmente las dietas se prolongan durante un tiempo limitado y tienen resultados dudosos, aunque para decir toda la verdad, la inmensa mayoría de quienes las hacen, acaba abandonándolas para repetirlas cada cierto tiempo, o para cambiarse a una de otro tipo (de la del Dr. Atkins a la de Duncan, por poner un ejemplo). Es esta sin duda una forma brillante de ganar dinero por parte de los médicos y endocrinólogos que las inventan, cuyo mayor o menor éxito depende de un marketing exhaustivo a base de libros de autoayuda y de publicidad. Los que finalmente la abandonan para siempre, al mirarse de nuevo al espejo y contemplar su fracaso, podrán por fin exclamar “yo, al menos lo intenté”, lo que no dejará de proporcionarles cierto consuelo. Y vuelta a la buena vida.
El tsunami de colesterol que arrasa en el mundo occidental, y comienza a surgir con fuerza en los países emergentes, tiene su contrapartida evidente en algunas partes del globo, donde aún sufren hambrunas que llevan a miles de personas a la tumba. Hablamos sobre todo  de ciertas regiones de África donde el hecho de estar más que delgados, cadavéricos, no supone ninguna victoria, sino el triste resultado de la falta de alimentos. Volveremos sobre este tema más adelante.
Como ya se apunto al principio de estas líneas, ayunar ha gozado desde tiempo inmemorial  de una fama cuyo origen no siempre es evidente. Sin ir más lejos en el Extremo Oriente, ya en la Edad Antigua proliferaban los ayunadores, gente especial que deambulaba entre sus congéneres como remedos de esqueletos, y que, sin embargo, contaban con su respeto y admiración. Tanto más, si al mero hecho de comer de forma insignificante, añadían otras habilidades tales como dormir sobre una cama de clavos, o atravesarse la cara u otra parte del cuerpo con agujas de buen tamaño, sables o puñales. Como espectáculo no debía tener mucha gracia, pero como se sabe, siempre hay aficionados para todo, a lo que podríamos añadir aquí, por lo tanto, que el sadomasoquismo no fue una invención del divino Marqués ni del autor de “La Venus de las pieles” (*).
En Occidente, por otro lado, también ha abundado en este tipo de individuos, especialmente desde los primeros tiempos del cristianismo, alcanzando su apogeo en la Edad Media, donde algunos debieron pensar que era el mejor de los remedios contra la peste negra. Tipos que decidían conocer a Dios y se retiraban a lo alto de un monte, o a la profundidad de una cueva para purificarse. Al parecer un mundo repleto (que lo dudo) de lechones y cabritos era una tentación demasiado fuerte, y debían tomar medidas al respecto. Y no contentos con la dieta rigurosa a la que se sometían, compuesta en líneas generales de raíces, grillos, caracoles y supongo que esporádicamente de hojas de cardo y lechugas silvestres,  se propinaban unas palizas fuera de toda medida a base de zurriagos y cilicios, que supongo les ayudaban a triunfar en su ascesis religiosa para llegar a conocer al Todopoderoso. Su empeño tenía desde luego algo de heroico, pues aparte de constituir un delirio que hoy figuraría en los libros de psiquiatría, su actitud era cuanto menos encomiable en comparación con la nutrida cantidad de curas orondos que pueblan los libros de aquella época, los de caballería incluidos. Y no decimos nada de otras instancias superiores, obispos e incluso Papas, que con frecuencia preferían dedicarse a otras labores más afines con el bajo vientre que con el vientre propiamente dicho. Y no nos extenderemos con los Borgia, porque estos, ya pertenecían al Renacimiento, época en que los cenobios y por ende los ascetas y eremitas, no estuvieron muy de moda.
Hoy en día, sin embargo, los anacoretas son escasos, al menos en el mundo occidental, aunque sorprendentemente se dan algunas modalidades de ascetismo que, al parecer (aunque hay una intensa controversia sobre el tema) tiene más que ver con el adn que con otra cosa. Se trata de personas que deciden no comer de forma voluntaria (o de restringir severamente su dieta) poniendo en peligro sus vidas. Son las anoréxicas, mujeres en general jóvenes, que sienten al parecer una intensa repulsión por la comida y por el hecho de poder estas gordas (es así como se ven en el espejo). O, posiblemente, que rechazan tan intensamente la gordura que deciden no comer. Pero como este es un tema muy serio, que al parecer tiene más que nada que ver con la psiquiatría, lo dejamos aquí. Parece, en cualquier caso, que el mundo de la moda con modelos sumamente delgadas tiene bastante que ver con esta enfermedad. La cosa, si no recuerdo mal, empezó con Twiggy y se ha prolongado hasta el presente, ignorando los modistos y sus chicas que a los hombres todavía se les van los ojos con las Venus, de Milo o incluso prehistóricas. Claro que no se me escapa que este comentario podría ser tachado de machista por las lesbianas y las feministas. Debo asumirlo, pero yo no veo así.
En África, sin embargo, muchas mujeres (y niños) no tienen nada que envidiar a las anoréxicas, y no porque intenten imitarlas, sino porque no tienen nada que llevarse a la boca. El problema consiste en buena medida en que, aunque lo sabemos, el mundo rico, al no verlo, se desentiende. Quizás tendríamos que aprovechar unas vacaciones de verano para hacer turismo por las naciones que figuran este año en el mapa del hambre que publica la ONU. A saber: Eritrea, Swazilandia, Burundi, Laos y Tahití. Y otros países que no les andan muy a la zaga. En total unos ochocientos millones de personas.
Este es el sinsentido del ayuno, que en la mayoría de los casos no es voluntario, sino impuesto por las circunstancias de un mundo opulento que decide mirar para otro lado, o de una mala administración de los recursos o una mala distribución de los mismos. El hombre que llegó a la Luna hace ya cuarenta y cinco años, parece incapaz a pesar de su inteligencia de alimentar a los más necesitados, y mientras unos celebran entusiasmados la llegada de un módulo espacial a un cometa que enviará a la Tierra infinidad de datos interesantes sobre la formación del sistema solar, otros en este planeta agonizan, incapaces de llevare un trozo de pan a la boca. Pero al llegar aquí debo reconocer que este artículo se me ha ido de las manos, y lo que como otras veces quería enfocar con humor, ha acabado desembocando en una tragedia. Tendré que aceptar, como tantas veces se ha dicho, que cuando se escribe, alguien que uno no esperaba toma las riendas de lo que se dice, y los personajes o las situaciones cobran vida propia independientemente de la voluntad del autor.
Quizás para terminar sea adecuado recordar aquí un cuento de Kafka llamado “Un artista del hambre”. En él, si no recuerdo mal, se presenta a un ayunador que dada su increíble capacidad para abstenerse de comer, es preguntado por un periodista al finalizar el relato, por la razón de su increíble aguante, a lo que el hombre aquel responde con una sorna tenebrosa, tan típica de Kafka, “no como porque no tengo hambre, si la tuviera, no dudes que como tú y como todos, me hartaría”. El escritor de Praga, según algunos de sus exegetas, era un humorista incomprendido. Yo no lo creo, pero sí creo desde luego que fue un gran escritor dotado como pocos para el humor negro.
Estas instrucciones terminan por lo tanto con un consejo: más vale no tentar a la suerte y comer con moderación, pero sin ponerse demasiadas trabas. Nunca se sabe cuando podrá asolarnos de nuevo una plaga de langostas (Egipto no está tan lejos), seres con un hambre infinita que no dudarán en asolar nuestras cosechas y hacernos ayunar indefinidamente. Mientras tanto, como resumen de lo dicho, y a la espera de que tal hecho no llegue a producirse, y para quitar un poco de hierro al asunto, quiero terminar con el conocido dicho: con las cosas de comer no se juega.

(*)     Novela del escritor austriaco Leopold von Sacher-Masoch (1836-1895)