Somos un matrimonio ejemplar, o una pareja si se quiere, ya se sabe
que hoy en día hay que tener mucho cuidado con las denominaciones que
damos a las cosas, no vaya a ser que alguien se sienta discriminado.
Pero bueno, en nuestro caso lo cierto es que nos casamos hace ya más de
cuarenta años por la iglesia, como entonces era costumbre, y nos ha ido
bastante bien así. A los efectos que aquí interesan, como pronto se
verá, no hubiera importado que fuéramos gays o lesbianas, pues lo
nuestro se trata de características que todo el mundo puede compartir
con independencia de su opción sexual. Dije que éramos una pareja
ejemplar, ciñéndome al concepto común que tiene mucha gente de quienes
no solo se llevan bien, sino que disfrutan juntos de gran parte de sus
actividades y aficiones. Para empezar, y este es el quid de lo que
sigue, como pronto se verá, somos dos seres especialmente acuáticos, y
que nadie se confunda, no somos peces, sino que tenemos una afición que
me atrevería a calificar de desmedida por el agua, sin ser Paco un
tritón ni yo, que me llamo Laura, una náyade ni una sirena. Nos
conocimos en la playa, como no es difícil de imaginar dicho lo anterior,
y precisamente dentro del agua, más allá de las olas, que ya se sabe
que en la costa asturiana es corriente que rompan con cierta dureza.
Posiblemente nos habíamos metido en el agua más allá de lo aconsejable,
aunque en aquella época los vigilantes brillaban por su ausencia en
aquel tipo de playas, y aquella era poco más que una cala. Sin ni
siquiera hablar a pesar de la proximidad, pronto supimos que estábamos
hecho el uno para el otro, y si no eso, sí que teníamos unas afinidades
que no nos pasaron desapercibidas desde ese mismo momento. Antes de
acercarnos, ambos estuvimos gozando de la situación al realizar todo
tipo de cabriolas, empezando por la plancha como punto de partida y
siguiendo con diversos estilos, sobre todo mariposa y delfín con y sin
tirabuzón, por encima del agua. Paco era mejor que yo, debo reconocerlo,
pero también estaba más entrenado y era lo lógico. Cuando por fin nos
reunimos sobre la arena, casi ni nos dirigimos la palabra, pues se hizo
de inmediato evidente que queríamos componer a dúo unas cuantas figuras
de las que más tarde se harían famosas con la selección nacional de
natación sincronizada. Se puede afirmar que del agua salimos
prácticamente novios sin necesidad de más parlamentos, y nos casamos a
finales del verano en Ribadesella. Mi familia puso algunos peros al
principio, pero desde que se enteraron que Paco era ingeniero
naval y tenía un puesto de dirección en la Bazán, se les acabaron todas
las objeciones. Nos casamos en una ermita cerca de la costa, y al
terminar la ceremonia nos dimos un baño con los trajes de novios puestos
(algo aligerados para decir toda la verdad, pues en mi caso con la cola
del vestido y el velo no hubiera sido capaz de hacer otra cosa que el
muerto). Nos fuimos a vivir a Ferrol, y todos los años visitábamos la
ermita de San Andrés de Teixido (ira de morto o quen non foi de vivo)
para rememorar el aniversario de nuestra boda. Con los años nuestro
renovado chapuzón en tierras gallegas se hizo famoso e incluso llegó a
figurar en el folleto turístico de la zona. Yo pronto me quedé
embarazada, y ni que decir tiene que Julito vino al mundo mediante un
parto dentro del agua, que ambos considerábamos por aquel entonces mucho
más sano y adecuado, sin tener que pasar de la humedad y confort de la
placenta al secarral de Madrid en pleno agosto, que es donde di a luz
por un antojo de la familia política que no vamos a remover aquí. La
verdad es que el pequeñín era un bebé maravilloso, en el que Paco y yo
pronto vimos las trazas de un futuro campeón de natación, aunque si debo
ser totalmente honesta, también tengo que confesar que durante un
tiempo me pareció adivinar en el unos rasgos un tanto sorprendentes,
pues los ojos, siendo de chinito, como suele ser normal en niños muy
pequeños, persistieron en su forma durante un tiempo en el que casi
vuelvo a recuperar la fe, y pedirle al Altísimo que por nada del mundo
consintiera que acabase convertido en un congrio. Nuestra afición al
agua no hizo más que crecer con el paso de los años, y cuando quisimos
darnos cuenta Paco y yo ya nos habíamos convertido en hidrofílicos,
incapaces de estar mucho tiempo lejos del líquido elemento. Hasta
llegamos a preocuparnos cuando al bañar por las tardes a Julito solo lo
sacábamos de la bañera cuando el pobre ya tenía la tiritona y estaba
todo arrugadito. Afortunadamente nos dimos cuenta a tiempo y nos pusimos
en manos de un terapeuta especialista en este tipo de dolencias, lo que
de todas maneras no impidió que poco después nos hiciéramos testigos de
Jehová: el bautismo por inmersión se nos hizo imprescindible. Nuestras
vidas transcurrían sin embargo con la tranquilidad que suele ser
habitual en las familias de clase media de provincias, bien es cierto
que en nuestro horario cotidiano no podía faltar la visita a la piscina y
las duchas y abluciones a granel. Éramos los últimos en abandonar el
recinto deportivo municipal, siempre en compañía de nuestro adorado
Julito, que a veces se quejaba de que no tenía tiempo para terminar los
deberes, algo que su padre o yo misma solucionábamos a toda prisa antes
de meternos en la cama. El tiempo transcurrió con la rapidez que todos
los viejos le suponen, una vez que han llegado a una edad donde
se hace evidente que resulta mucho mas sencillo mirar hacia atrás que
hacia adelante, más si cabe en una tierra como esta donde abundan los
vendavales y las tormentas debidas a las bajas presiones del Atlántico,
que enseguida se nos echan encima. Esto es algo de lo que nunca dejamos
de dar gracias a Jehová, pues dada nuestra querencia líquida, siempre
hemos podido disfrutar de un clima para nosotros ideal, incluso, como
bien saben los turistas en pleno verano. Siempre nos ha tenido sin
cuidado las críticas de nuestros vecinos y allegados, incapaces de
comprender nuestra afición al mundo de Tales de Mileto (*), y aunque
hemos tenido que soportar situaciones bastante tensas y violentas, hemos
salido adelante orgullosos de nuestros impermeables, katiuskas y gorros
marineros. Uno de nuestros mayores placeres lo han constituido las
tardes en las que en compañía de Julito (no tuvimos más descendencia),
salíamos a la calle con paraguas y lloviendo a mares, y recordábamos la
famosa escena de “Cantando bajo la lluvia” cogidos de la mano. Hasta el
mismísimo Gene Kelly se hubiera muerto de envidia si nos hubiera visto.
La vida, pues ha sido generosa con nosotros, y nos ha dado lo que más
deseábamos. No hemos sido campeones de natación y ni siquiera fuimos
convocados por la Federación para los campeonatos de Galicia, pero hemos
contado con la cercanía de un mar pródigo en marejadas que nos ha
dejado con frecuencia el regalo de sus aguas desatadas en los muelles,
pantalanes y espigones de todos los puertos gallegos que hemos visitado
cuando la ocasión era propicia. Julito se independizó hace tiempo de
nosotros y se casó con una chica de la tierra también muy aficionada a
los meteoros acuosos, y en la actualidad vive el La Coruña, de donde
dice que le tendrán que sacar con los pies por adelante, a no ser que el
índice de pluviosidad de su nuevo destino fuera igual o mayor del que
tan felices nos ha hecho hasta ahora.
(*) Famoso
matemático y filósofo griego, que además de ser conocido por cualquier
alumno de bachillerato por sus celebérrimos teoremas de geometría,
afirmaba que el agua es el elemento primordial de todo lo creado.
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