lunes, 23 de mayo de 2016

DISCRECIÓNES



Su discreción le había convertido, no se sabe si a su pesar o para su íntima satisfacción,  en un ser poco accesible, pues aunque no rehuía ningún tema, cuando en la conversación llegaba a momentos que exigían una claridad inexcusable, tenía la asombrosa facultad de salir de la situación mediante un quiebro,  que sin dejar al otro totalmente satisfecho, sí le excusaba de más explicaciones, pues las dadas eran suficientes para que su interlocutor se diera por enterado si no quería quedar como alguien con pocas entendederas. Incluso las preguntas más directas lanzadas a bocajarro,  encontraban en él a un replicante certero,  que sin prácticamente decir nada, hacía que lo dicho,  diera la sensación de ser una respuesta  precisa y ajustada.  No se sabe con exactitud en que consistía la validez de su respuesta, si en el tono académico y persuasivo con el que había sido dada, en el empleo adecuado de diversas palabras y giros gramaticales,  que envolvían a su oponente en un clima de incertidumbre del que no sabía salir,  que por bueno lo escuchado, aunque de hecho no hubiera entendido nada.  En ocasiones, ante cuestiones comprometedoras,  sabía con exactitud salir por la tangente mediante sutilísimos artificios verbales o, en otras,  cogiendo al toro por los cuernos,  contestaba con monosílabos o con frases enigmáticas a las que el interrogador no se atrevía a cuestionar,  pensando que hacerlo le dejaría en mal lugar. En otras ocasiones empleaba la mayéutica y el peripatetismo, perdiendo al otro en unos laberintos semántico de los que no sabía salir  física ni moralmente, y ante los cuales hasta llegaba a sentirse avergonzado por haber dejado patente su inepcia. Contestar a una pregunta con otra no solo ha sido una cuestión platónica, ni siquiera estrictamente gallega, sino de seres avispados que saben que mas allá de lo inquirido, lo importante es preguntar en primer lugar, y si tal cosa no es posible, responder de la misma manera, dando lugar a una esgrima verbal en la que el más sutil acabará venciendo. Es cierto, sin embargo,  reconocer que en algunas ocasiones,  se enfrentaba con determinados personajes que no  caían en la trampa que les tendía,  pues cuando iniciaba uno de sus múltiples estrategias con objeto de atraparles en sus artificios, mantenían una actitud distante  e incluso altanera,  y ante cuestionamientos alambicados de los que no había forma coherente de zafarse, permanecían mudos e incluso indiferentes,  como si lo planteado no fuera con ellos,  sino dirigido a un interlocutor (ausente) a su lado, lo que acababa por crisparle,  llegando a hacerle perder los nervios, pues se creía el único detentador de tales ardides desestabilizadoras , por lo que no era infrecuente verle retirarse airado proclamando las irregularidades impropias de una dialéctica como dios manda, que sin embargo no dejaban de ser sus propias ardides. Se veía de esta manera sometido a una pugna para la que no estaba preparado,  pues su posición dentro de la dialéctica originada,  siempre había sido la del que tiene la iniciativa , algo que cón este tipo de pers0nas no  era de aplicación, pues al igual que él, hacían gala de una discreción capaz de competir con la suya , por lo que era bastante normal que estos enfrentamientos acabaran en tablas, aunque siempre fuera él el más contrariado,  pues acostumbrado a la victoria y al tributo de pleitesía correspondiente, abandonaba el lugar de la disputa cón gesto airado , farfullando venganzas , que a la postre se quedaban palabras huecas . Humillado hasta límites inconcebibles por estos nuevos bárbaros del lenguaje,  Heliodoro , decidió dar un giro radical a su actitud , y después de haber escuchado y leído a una gran cantidad de sofistas y maestros del lenguaje, se  lanzo por los derroteros de la verborrea y la ecolalia,  tratando de esta manera de  desestabilizar a los “discretos” en sus posiciones de silencio y habilidad monosilábica,  mediante fintas  semánticas , que de no seguirlas les dejarían en el lugar de los perdedores. Desgraciadamente , cuando sus intervenciones de los últimos tiempos se contaban por victorias abrumadoras por abandono de sus oponentes , una desdichada infección del frenillo de la lengua , hizo que en poco tiempo perdiera el habla , y dado que no era tan buen escritor como orador,  sus rivales se hicieran con el lugar que solo a él le había correspondido por mucho tiempo,  limitándose a partir de entonces,  a asistir a las discusiones de los más cultos con el gesto asombrado de quién no entiende nada,  aunque sus ojos daban la sensación de querer transmitir algo de lo que su boca era incapaz, por mucho que balbuceara.

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