Sé que no tiene
explicación, que no es razonable, aunque esté seguro que un profesional de la
salud mental le adjudicaría un nombre concreto, y me recetaría unos
medicamentos que, en su opinión, podrían venirme bien. Pero como me niego a ello, el hecho persiste, y consiste en que si me
despierto a media noche, una compulsión
irrefrenable hace que me levante, me lave la cara con agua fría, me precipite
escaleras abajo y me meta en el coche. Una vez dentro, salgo del garaje con sigilo, pues no quiero
por nada del mundo, que los vecinos se
enteren de que tienen en su propio edificio a un insomne peligroso.
Salgo pues con
el vehículo al ralentí, después de acelerar mínimamente en primera, y me deslizo
por la rampa en total silencio. Luego, calle adelante, me alejo sin apenas
acelerar, y me adentro en la noche de la ciudad. Experimento, según dejo atrás
los lugares habituales, sensaciones que estoy seguro eran comunes para los
exploradores cuando llegaban a un territorio inexplorado, la selva virgen donde se ocultaban unas tribus aún por descubrir, agazapadas bajo la oscuridad que ni la luna nueva sería
capaz de penetrar. De esta forma mi automóvil va trazando surcos por calles semidesconocidas,
inventándose nuevos itinerarios por callejones de mala muerte, donde solo abundan los gatos abandonados y los
contenedores de basura, a los que con frecuencia embisto , una vez que decido
que ha llegado el momento de actuar. Finalmente, tras unos recorridos totalmente al albur de lo
que mi propia intuición me dicta por los barrios periféricos, dónde en
ocasiones hago sonar el claxon desaforadamente, me lanzo a tumba abierta por
las calles principales, pr las que la mayoría de las veces no solo conduzco a
una velocidad absolutamente prohibida, sino que, la mayoría de las veces, lo hago por la izquierda , en dirección prohibida y saltándome semáforos
en rojo, como un kamikaze provinciano que intenta probar la suerte del héroe
perturbado, aunque en esa ocasión no intente sacrificarse por ningún emperador
ni patria alguna. Son frecuentes también los volantazos y el conducir con las
luces largas y de emergencia encendidas, de forma que alguien ajeno que me
viera, no tuviese duda de que se trataba
de alguien que no estaba en sus cabales, pero que tenía, sin embargo, un dominio más que sobresaliente de su sistema
nervioso, pues lo normal con frecuencia hubiera sido el choque frontal o dar unas
vueltas de campana. A veces, también freno de golpe, permitiendo que el coche se deslice unos metros
dejando las rodaduras bien marcadas en el pavimento, que al día siguiente
visito casi con unción, como si se tratara de un monolito ó una estela del
tiempo de los romanos.
Después de alguno de los que yo mismo llamo
“números de fuerza”, suelo desaparecer rápidamente por una bocacalle y dirigirme tranquilamente a casa como un
probo ciudadano que regresara de una guardia nocturna en su trabajo, o de un ciudadano medio que ha aprovechado la
noche a la vera de compañías licenciosas, para las que la policía hace con frecuencia la
vista gorda. Siempre tengo preparada una excusa creíble como las que acabo de
decir, y jamás pruebo una gota de
alcohol antes de mis navegaciones nocturnas. Y digo navegaciones con propiedad,
porque con frecuencia Castellana arriba, tengo la impresión heraclitiana de deslizarme
por un río que divide la capital en dos mitades. Al fin y al cabo, se trata de eso, una
necesidad insuperable de contravenir las ordenanzas municipales de circulación,
como un método atenuado de no echarme
la carabina al hombro, y salir de cacería algunas noche que, aunque
escasas, no dejaría de presentar algunas piezas de caza mayor. No entiendo
todavía como la Policía no me ha detenido, pues mis exhibiciones son ruidosas y
frecuentes, por lo que empiezo a sospechar que sí, que están allí, en cualquier
recodo, esperando para detenerme, pero que al disfrutar tanto como yo, uniformado como ellos,
y como ellos del Cuerpo, finalmente se arrepienten y me dejan ir. Disfrutan de una
trasgresión que secretamente envidian, y
esperan ilusionados mi próxima demostración.
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