lunes, 23 de mayo de 2016

INSOMNIO



Sé que no tiene explicación, que no es razonable, aunque esté seguro que un profesional de la salud mental le adjudicaría un nombre concreto, y me recetaría unos medicamentos que, en su opinión, podrían  venirme bien. Pero como me niego a ello,  el hecho persiste, y consiste en que si me despierto a media noche,  una compulsión irrefrenable hace que me levante, me lave la cara con agua fría, me precipite escaleras abajo y me meta en el coche. Una vez dentro,  salgo del garaje con sigilo, pues no quiero por nada del mundo,  que los vecinos se enteren de que tienen en su propio edificio a un insomne peligroso.

Salgo pues con el vehículo al ralentí, después de acelerar mínimamente en primera, y me deslizo por la rampa en total silencio. Luego, calle adelante, me alejo sin apenas acelerar, y me adentro en la noche de la ciudad. Experimento, según dejo atrás los lugares habituales, sensaciones que estoy seguro eran comunes para los exploradores cuando llegaban a un territorio inexplorado,  la selva virgen donde se ocultaban unas  tribus aún por descubrir,  agazapadas  bajo la oscuridad que ni la luna nueva sería capaz de penetrar. De esta forma mi automóvil va trazando surcos por calles semidesconocidas, inventándose nuevos itinerarios por callejones de mala muerte,  donde solo abundan los gatos abandonados y los contenedores de basura, a los que con frecuencia embisto , una vez que decido que ha llegado el momento de actuar. Finalmente,  tras unos recorridos totalmente al albur de lo que mi propia intuición me dicta por los barrios periféricos, dónde en ocasiones hago sonar el claxon desaforadamente, me lanzo a tumba abierta por las calles principales, pr las que la mayoría de las veces no solo conduzco a una velocidad absolutamente prohibida, sino que,  la mayoría de las veces,  lo hago por la izquierda ,  en dirección prohibida y saltándome semáforos en rojo, como un kamikaze provinciano que intenta probar la suerte del héroe perturbado, aunque en esa ocasión no intente sacrificarse por ningún emperador ni patria alguna. Son frecuentes también los volantazos y el conducir con las luces largas y de emergencia encendidas, de forma que alguien ajeno que me viera,  no tuviese duda de que se trataba de alguien que no estaba en sus cabales, pero que tenía, sin embargo,  un dominio más que sobresaliente de su sistema nervioso, pues lo normal con frecuencia hubiera sido el choque frontal o dar unas vueltas de campana. A veces, también freno de golpe,  permitiendo que el coche se deslice unos metros dejando las rodaduras bien marcadas en el pavimento, que al día siguiente visito casi con unción, como si se tratara de un monolito ó una estela del tiempo de los romanos.

 Después de alguno de los que yo mismo llamo “números de fuerza”, suelo desaparecer rápidamente por una bocacalle  y dirigirme tranquilamente a casa como un probo ciudadano que regresara de una guardia nocturna en su trabajo,  o de un ciudadano medio que ha aprovechado la noche a la vera de compañías licenciosas,  para las que la policía hace con frecuencia la vista gorda. Siempre tengo preparada una excusa creíble como las que acabo de decir,  y jamás pruebo una gota de alcohol antes de mis navegaciones nocturnas. Y digo navegaciones con propiedad, porque con frecuencia Castellana arriba,  tengo la impresión heraclitiana de deslizarme por un río que divide la capital en dos mitades.  Al fin y al cabo, se trata de eso, una necesidad insuperable de contravenir las ordenanzas municipales de circulación,  como un método atenuado de no echarme la  carabina al hombro,  y salir de cacería algunas noche que, aunque escasas, no dejaría de presentar algunas piezas de caza mayor. No entiendo todavía como la Policía no me ha detenido, pues mis exhibiciones son ruidosas y frecuentes, por lo que empiezo a sospechar que sí, que están allí, en cualquier recodo, esperando para detenerme, pero que al  disfrutar tanto como yo, uniformado como ellos, y como ellos del Cuerpo, finalmente se arrepienten y me dejan ir. Disfrutan de una trasgresión que secretamente  envidian, y esperan ilusionados mi próxima demostración.

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